Lo único que me divierte, motiva, involucra de estas dichosas fechas
(creo recordar que la estupenda Carmen Rico Godoy habló en uno de sus añorados
artículos en Diario 16 de constituir la ADEDEDO –Asociación De Enemigos De
Estos Días Odiosos- o algo similar, y que en ese momento –tendría unos 15 años-
le repliqué desde mi cuaderno –en el que escribía textos a su modo y semejanza…
¡ya hubiese querido!- creando la ADPAN –Asociación De Personas Amantes de la Navidad-),
la única celebración que espero con nerviosismo, anhelo, ganas, emoción, es la
noche del 5 de enero, no exagero nada si digo que me altero más que cuando era
pequeño; resulta que desde que Pablo vive en Madrid marca nuestro reencuentro
después de esa travesía del desierto que son las Navidades –y más este año
terrible en concreto- y que, aunque nunca hemos necesitado una fecha especial
ni concreta para hacernos un regalo, disfrutamos mucho preparando los paquetes,
anticipando las reacciones del otro, pensando las sorpresas, compartiendo
alegrías y amor. Y, al margen de esa experiencia concreta que volveremos a
revivir en poco tiempo, siempre lo paso bien pensando, buscando, adquiriendo el
regalo para alguien, intentando encontrar lo que más puede ilusionarle,
apetecerle, lo que tal vez no espera pero seguro que le gusta, porque, tal y
como ayer mismo mencioné aunque un poco de pasada, la condición fundamental que
debe cumplir todo buen regalo es resultar del agrado, de la querencia, de la complacencia
de quien lo recibe; no como mi hermano, ya lo comenté, que durante mucho tiempo
(por fortuna, fue cambiando la tendencia) compraba aquello que le apetecía tener
(incluso un cómic de Astérix en alemán –idioma que él comprende-, gracieta que
le resultó de lo más divertida pero que, claro, jamás pude comprender –creo que
anda en su librería, por supuesto-) o esas personas que demuestran no conocerte
o preocuparse muy poco por tus gustos a la hora de endosarte el artilugio más
estrambótico, el que no pega nada en casa, el que no puedes utilizar o una mano
de Fátima (así, sin anestesia).
Por mucho que para mí un libro, una película, música, unas entradas para
el teatro sean los presentes perfectos, no se me ocurriría entregárselos (uno
de ellos o todos) a quien sé que no los va a apreciar porque prefiere otras
cosas e incluso el que sí es lector, espectador, aficionado a algo, recibe
aquello que persigue, aquello que va con sus preferencias, tal vez porque he
pensado lo que disfrutaría con ello esa persona mientras yo hacía lo propio (no
como esos que te encasquetan lo último de Dan Brown porque es lo que les va a
ellos o porque se conforman con un “tú es que lees mucho, ¿no?” –ya, pero
dentro de unos cánones- o quieren que aplaudas el espectáculo que ellos eligen,
aún a sabiendas de que no es del tipo de los que tú frecuentas). Pero, sin
duda, cuando tienes la suerte de regalar a alguien que ama los libros, no sólo
su contenido sino el objeto en sí, las posibilidades se amplían, hay muchos volúmenes
que merecen la pena sólo por su edición, por el aporte fotográfico, por el
tesoro que constituyen, por el cuidado y mimo puestos en su elaboración;
además, hay sellos –como es el caso de Alianza Editorial- que combinan lo
económico con lo bello, todos los años rescatan de entre su producción algunos
títulos que ofrecen en un formato asequible y precioso (en esta campaña
navideña combinan a Jane Austen con Yukio Mishima, por ejemplo, presentando
unos volúmenes gratos a la vista, cómodos de leer, a un precio bastante
reducido). Pero, si me permite que me deje llevar un poco por la pasión y el
orgullo, por el cariño y la amistad, por el recuerdo de tantas horas divertidas
frente al micrófono, hoy querría recomendar como regalo un libro escrito y editado
por mi muy querido Emilio García Carretero, que hará las delicias de los
amantes del cuplé, de los interesados en saber más sobre el mundo del
espectáculo, de los dispuestos a descubrir, de los curiosos, una minuciosa
investigación, un permanente reconocimiento a estrellas que no deberían ser
olvidadas, una entrega a su profesión, una pleitesía a los maestros que la
hicieron posible, una pasión desbordada por el arte que en esta ocasión se ha
concretado en el título Carmen Flores:
Extremeña castiza y Reina de las Plumas.
Conocí a Emilio a través de Miguel Ángel Yáñez cuando pasó a formar
parte de los colaboradores de Cita a las
dos en Radio Intercontinental como experto en zarzuela, revista, comedia
musical, cuplé y lo que le echasen porque desde el primer momento quedó claro
que era una enciclopedia andante, que no paraba de buscar, preguntar,
recopilar, atesorar grabaciones que en algunos casos (así me lo confirmó su
gran amiga y mi admiradísima Antoñita Moreno –a la que biografió en escrito
imprescindible: Antoñita Moreno, la voz
que nunca muere-) ni siquiera el intérprete original posee; además, su
mejor herramienta de trabajo, la que le ha dado el prestigio que merece (aunque
es una pena, como en tantas cosas, afirmar que en otro país sería mucho más
valorado y tenido en cuenta como verdadero historiador, que es lo que es a fin
de cuentas), la que ha convertido en voz muy autorizada, en referente, en
consulta obligada, es su pulcritud, su afán por contrastar, por demostrar la
falsedad de leyendas creadas para denostar o desmerecer, su carácter
puntilloso, detallista, meticuloso, jamás cuenta una anécdota sin referir la
fuente o, en caso contrario, afirmando que se dijo, se contó, corrió por ahí,
pero nadie puede dar fe de que pasase así, recreando la época, el momento, la
manera de hablar, el tono, recuperando nombres míticos de artistas,
empresarios, locales, analizando con tino las canciones, las letras, la manera
como deben decirse puesto que él mismo como intérprete trabaja las partituras y
así enriquece el análisis de la figura elegida. Puesto que este libro (al igual
que el dedicado a Antoñita Moreno) se acompaña de un CD, el lector puede ir
ilustrando la lectura con algunos de los hitos que jalonaron la carrera de esta
mujer a la que tantos han olvidado y otros confunden si se topan con su nombre
con la hermana de la gran Lola (aunque ésta, la cupletista, nació como Carmen Pereira
y lo de Flores era sólo para el escenario).
Es, como digo, toda una aventura adentrarse en este texto gozoso,
simpático, erudito cuando conviene, impelido por la admiración, el afecto, pero
también por un sentido de justicia, porque no podemos ir arrinconando a
artistas de semejante calibre, porque no andamos tan sobrados de arte y talento
como pensamos (sobre todo si negamos todo lo anterior) y aunque antes dije que
me apetecía hacer esta recomendación por mi vínculo con el autor, los que me
conocen saben que se me da mal hacer el artículo cuando no lo siento, cuando no
creo en lo que digo, cuando no me motiva el disfrute propio, lo bien que lo he
pasado en algunas páginas, lo ingrato que ha sido conocer otros aspectos de la
vida de Carmen o de los lugares por los que pasó, la de anécdotas que he
conocido, la de descubrimientos que he hecho, y además recorriendo lo que es
todo un despliegue fotográfico, un esfuerzo para que sintamos cerca la época,
la intérprete, un trabajo el de Emilio García Carretero que no debe pasar
inadvertido y que, estoy convencido, satisfará a cualquiera que quiera
sumergirse en su lectura.
P.D.: Es muy fácil poder adquirir
el libro; basta con escribir a emirderren@hotmail.com
o llamar al teléfono 616 23 20 33.