¿Día
Internacional de la Mujer? ¿Sólo hoy? ¿Sólo uno? ¿Todavía es necesario intentar
remover conciencias? Tengo serias dudas sobre el efecto de estas celebraciones,
por eso añado lo de “intentar”, pensando sobre todo en muchos de los que
aprovechan la ocasión para hacerse una foto que dulcifique o mejore su imagen,
para lanzar algunas palabras huecas y promesas vanas aquí y allá, porque a la
inmensa mayoría no se la convence de nada, lo que hay que hacer es atreverse a
coger de una vez la auténtica raíz del mal y tirar de ella hasta extirpar la
mala hierba, esa que transmite como valores, como prebendas, como atributos y
derechos del hombre el machismo, la misoginia, el desprecio, la injusticia, la
discriminación, el mal trato, el maltrato -cualquier vejación lo es, basta ya
de tolerar y de quitar importancia, de asumir como “normales” gritos, insultos,
amenazas, acaloramientos continuados que no son tales sino el único
comportamiento de tantos, de decir que esa palabra es muy fuerte: significa lo
que significa, puede hacer referencia a múltiples realidades, pero todo es
maltrato, ya sea por “tratar mal de palabra u obra” o por “menoscabar, echar a
perder”-. Por lo tanto, por desgracia, la única respuesta posible a la última
pregunta que me hacía es un enorme “sí” con muchas íes y muchas tildes, una
permanente reivindicación de lo mucho que queda por hacer, un no bajar la
guardia, a pesar de mi escepticismo, a pesar de que los modelos reinantes sean
los descerebrados que buscan pareja en ese engendro llamado “Hombres y mujeres
y viceversa”, a pesar de que un presentador iletrado cuya mayor hazaña
televisiva fue decir que si en Europa no nos querían -era su conclusión tras
quedar en séptimo lugar en Eurovisión con el Europe´s living a celebration- “que se jodan”, aunque un modelo en
horas muy bajas pretenda relanzar su carrera a golpe de polémica y voceando sin
freno mientras forma parte de un reality y encuentre en Twitter (por lo que me
cuentan, es un lugar que nunca me ha llamado la atención aunque tenga sus
ventajas y bondades) el foro perfecto para que otros trogloditas (de los dos
sexos) le apoyen, jaleen, idolatren y secunden; si nos callamos, si nos
conformamos, si damos la batalla por perdida, si no replicamos, si no seguimos
trabajando, si no plantamos cara, la bola de nieve seguirá creciendo y el alud
que ya nos abate alcanzará dimensiones catastróficas, en realidad ya lo ha
hecho, pero podemos alzar muros de contención, es decir, fomentar la cultura,
la convivencia, educar en la necesaria y enriquecedora diversidad, auspiciar
ciudadanos que se traten como iguales, que compartan, que sólo atiendan al sexo
cuando conviene, cuando apetece, cuando se disfruta, gentes que definan a los
demás por sus cualidades, por sus actividades, por sus razonamientos, por sus
actos, por sus gustos artísticos, por sus conocimientos, no por sus genitales.
Me crie con la
tía Carmen, también con mi abuela, el trabajo de mi madre la tenía fuera de
casa a las horas en que yo volvía del colegio, pero así viví con naturalidad el
hecho de que la mujer tenía una vida más allá de ese estúpido “sus labores” con
que se la reducía a nada en las fichas escolares bajo el epígrafe “profesión de
la madre” (qué ironía, ¿no?, qué contradicción preguntar por algo que en tantas
ocasiones les estaba vedado e incluso se veía mal -empezando por algunas
profesoras que, lo que son las cosas, se disgustaban porque las mamás
trabajasen fuera de casa cuando era lo que hacían ellas-), de hecho, dentro de
sus posibilidades (guerra, posguerra, necesidades apremiantes, escasa
escolarización), también la tía y la abuela tuvieron empleos, nunca he dejado
de verlas y considerarlas trabajadoras, “currantas” como tanto nos gusta decir
a Pablo y a mí en el programa (aunque sea caer en la tontada de buscar tres
pies al gato), término que pronunciamos con enorme cariño y admiración. Con mi
hermana descubrí cantantes, el teatro, los libros (también con mi hermano, las
cosas como son, todos hemos sido buenos lectores desde pequeños, pero con
Eduardo nunca tuve el mismo entendimiento que con Pilar, al menos en aquellos
años), accedí a su grupo de amigas, era una especie de mascota, compartía
juegos con una vecina de mi edad, Gema, mi mejor amiga era la hija de unos
amigos de los tíos que había nacido tan sólo dieciocho días antes que yo, en el
colegio tuve muy buena relación con Elena, Teresa, Mari Paz, Mari Luz, Conchita
(y las he recuperado gracias a Facebook) -lo que no quita para que fuese muy
bien tratado por Manolo, Salas (siempre le llamamos por su apellido), Jose (así,
sin tilde), Quintín, Alberto Lunar, por fortuna no me enfrenté a problemas ni
traumas, más allá de alguna frase estúpida e insinuación maliciosa que estos
que nombro cortaban de raíz, mi amaneramiento y torpeza en las lides
consideradas plenamente masculinas no me hicieron sufrir el calvario que tantos
se han visto obligados a enfrentar y que a tantos ha hundido, anulado,
asesinado-), en lo laboral he tenido la fortuna de encontrar compañeras
excelentes que se han convertido en amigas (y otras espantosas, como venimos
diciendo nada es tributario de un sexo o de otro -del mismo modo, ha habido
colegas inolvidables y mentores necesarios, por encima de todos Miguel Ángel
Yáñez-), Zoila, Pilar, Mónica, Lola, Mamen, maestras como Beatriz Pécker,
gentes de las que aprender y con las que disfrutar.
Madres de película nació de la querencia
y admiración que Pablo y yo compartimos por tantas actrices, tenemos debilidad
por señoras (aparezcan o no en ese libro) como Katharine Hepburn, Bette Davis,
Ingrid Bergman, Lana Turner, Helen Mirren, Concha Velasco, Nuria Espert, Irene
Gutiérrez Caba, Catherine Deneuve, Liv Ullmann, Judy Garland, Florinda Chico,
Laly Soldevila, Blanca Portillo, Vicky Peña, Isabelle Huppert, Sophia Loren, Vanessa
Redgrave, ¡tantas! Y uno, tras haberse dejado acunar y seducir por las poesías y cuentos de Gloria Fuertes, tras soñar con una pandilla al estilo de la que formaban Los Cinco creados por Enid Blyton, empezó a hacerse lector adulto con la tía Agatha
(Christie), con Lo que el viento se llevó
de Margaret Mitchell, con personajes tan arrebatadores como Madame Bovary o aquellas heroínas que protagonizaban las novelas de las Brontë (Cumbres Borrascosas y Jane Eyre cayeron de una tacada y sin solución de continuidad), con
Matar un ruiseñor de Harper Lee
(descubierta en uno de esos momentos de epifanía gracias a la maravillosa
película de Robert Mulligan con ese Gregory Peck que transformé en ídolo y aún
lo sigue siendo) con Entre visillos de
Carmen Martín Gaite, fueron llegando Margaret Atwood, Edith Wharton, Herta Müller, Ana María
Matute, Françoise Sagan, P. D. James, Margaret Laurence, Joyce Carol Oates,
Alicia Giménez Bartlett, Isabel Allende, Rosa Montero, Jane Austen. Y gracias al Nobel acabo
de descubrir a Svetlana Aleksiévich, sobre la que pensaba escribir hoy pero sus
compañeras se abrieron camino y creo que a ella le encantará la compañía y
coincidir también con Isadora Duncan, cuyas memorias empecé a leer anoche y que
me tienen completamente subyugado, por lo que me permitirán que regrese a sus
palabras y le siga haciendo el homenaje debido, el que merecen hoy y el resto
del año tantas mujeres admirables.