Querría (y debería) haber escrito mucho antes sobre Papel y tinta, si bien es cierto que, de un modo u otro, no he
dejado de recomendarla desde que me zambullí en sus páginas el pasado mes de
enero; sin embargo, diferentes circunstancias han ido retrasando el
cumplimiento de una promesa hecha (con sumo gusto y a partir de mi
ofrecimiento, de mi necesidad de, como tantas veces, compartir una magnífica
experiencia lectora con los leales a este ángulo oscuro del salón) a su autora,
algunas remuneradas, creo que es fácil comprender que, al tener que atender
esos asuntos como merecen para así poder cobrar la factura, los placeres y,
podríamos decir, caprichos se vean reducidos y hasta desterrados (y, a pesar
del talante no sé si estrictamente periodístico pero sí profesional con que
abordo los textos que aquí aparecen, este blog no deja de ser eso, algo que uno
hace por causas diversas pero -¡ay, dolor!- sin que la cuenta del banco reciba
algún ingreso por mínimo que sea). Precisamente por estar embarcado en uno de
estos compromisos, no pude terminar la novela antes del ameno, interesante y
divertidísimo encuentro que Suma de Letras convocó a finales de enero (y allí
estuvimos tantos compañeros y amigos de estas lides literarias con mi Pepa
Muñoz al frente), llegué más o menos a la mitad (lo que supone conocer mucho en
una historia que se extiende a lo largo de casi 800 páginas), embebido,
absorbido, cautivado por lo leído, pero quise hacer justicia con la obra (como
procuro hacer siempre) y escribir sólo una vez la hubiese terminado (algo que
cumplo a rajatabla -excepto las lecturas que abandono y que, al menos aquí, no
tienen espacio más allá de alguna andanada dejada caer si viene al caso-), a
ello me comprometí con María Reig, aunque le transmití todo lo que me estaba
sorprendiendo, evocando, descubriendo su ópera prima cuando tuve el inmenso
placer de conversar con ella un par de horas antes de reunirnos con el resto
para lo que a continuación contaré, momento compartido con Pepa y que esta se
ocupó de inmortalizar como puede ver quien lo deseé en este link: https://www.youtube.com/watch?v=eb0Wm8G_hFo.
Papel y tinta es una pormenorizada, cuidadosa y cuidada,
soberbiamente documentada reconstrucción del Madrid de principios del siglo XX
(abarca el periodo entre 1908 y 1931, no en vano he querido escribir lo más
cerca posible del 14 de abril -fecha con la que no he podido cumplir como
deseaba porque un molesto enfriamiento me tuvo fuera de juego prácticamente
todo el fin de semana-), muchos de sus escenarios aún pueden visitarse y
permanecen inalterables o casi, otros han cambiado muchísimo, algunos conservan
vestigios de lo que fueron, el caso es que la confitería El Riojano, fundada en
1855 por el pastelero personal de Isabel II, el lugar donde nacieron las
populares pastas del Consejo con vistas a que Alfonso XIII, nacido rey pero
todavía un niño, sobrellevase en lo posible las arduas, fatigosas y para él
inextricables reuniones del Consejo de Estado, El Riojano, como decía, aún
ofrece sus exquisiteces para llevar a casa o degustarlas en su elegante salón
de té, continúa siendo testigo de la Historia en el mismo lugar de la calle
Mayor en que abrió sus puertas hace algo más de siglo y medio, y puesto que
aparece en las páginas de la novela de María, nada como citarse allí para dar
comienzo a un apasionante recorrido por las cercanías (por algunos de los
cuales paseo a diario con Fosco) y para que la propia autora fuese desgranando algunas
curiosidades sobre San Ginés, chocolatería y callejón (en la puerta de aquella tiene
lugar una de las escenas más emocionantes), el Viena Capellanes de la calle
Arenal que, precisa y paradójicamente (ahora que hubiese podido formar parte de
la ruta madrileña que sigue la novela), cerró sus puertas justo cuando Papel y tinta estaba a punto de
terminarse o el edificio que para un servidor siempre será el de los Cines
Madrid (aquellos en los que cumplí mi sueño de ver Lo que el viento se llevó junto a los tíos) y que en los años 20
del siglo pasado fuese el Central Kursaal o Gran Kursaal, por todos ellos nos
guio María rememorando algunos pasajes de la novela (siempre con el cuidado de
no anticipar ninguna de las múltiples sorpresas, algunas realmente
imprevisibles, que da la historia), regresando hasta El Riojano para tomar un
café (o lo que cada uno quiso) y seguir conversando sobre literatura y sobre
los años en que la jovencísima escritora ha situado la acción de Papel y tinta. Antes de continuar, para
no confundir a nadie, aclararé que terminé mi lectura hace un tiempo, poco después
de los hechos que acabo de contar, pero hubo que ir atendiendo compromisos y
trabajos que reclamaban urgencia, después me pareció que lo más oportuno era
esperar al 14 de abril y, mira por donde, de paso puedo celebrar que la sexta
edición ya está en las librerías; Papel y
tinta no se puede abandonar, engancha como los grandes, bien trenzados y
aún mejor escritos folletines a los que homenajea/recrea, María Reig hace
justicia con un estilo, un género, unos autores, unas maneras de narrar que siguen
siendo muy pertinentes, especialmente cuando se trata de dotar de verosimilitud
y de auténtico aliento de época a novelas que transcurren en determinado
momento, se toma su tiempo para ello tanto en páginas como en ritmo porque es
minuciosa, detallista, describe con viveza y precisión, lo que no impide (todo
lo contrario, es algo que puede admirarse -y en casos como el que nos ocupa
aprenderlo y aprehenderlo demostrando ser una alumna muy aventajada- en
maestros como Dickens, Galdós o Dumas) que la acción interna jamás decaiga,
nada es gratuito ni regodeo del autor en sus facultades, conocer cómo está
dispuesto un salón, la fachada de un edificio, el ambiente de un estreno, lo
meramente descriptivo (aunque sólo lo sea en apariencia) cumple con su función
y ayuda a comprender mejor por qué sucede lo que sucede, por qué los personajes
se comportan como lo hacen, a que la peripecia novelística (que se reconoce,
agradece y aplaude como tal) nos resulte real (al menos el tiempo en que
estamos envueltos en ella, que es de lo que se trata).
La juventud de María Reig apabulla y al mismo tiempo entusiasma porque
echa por tierra tantas generalizaciones absurdas, falsas e insultantes como
corren por ahí (especialmente en ese campo de batalla en que por desgracia han
devenido las redes sociales, Twitter con especial virulencia -debe ser por eso
que un servidor la frecuenta lo justo, casi exclusivamente por motivos
relacionados con este blog, mientras que cierta cateta que se las da de experta
ha optado por refugiarse ahí, le basta con 260 caracteres o menos para seguir dejando
su cortedad de miras y enanez mental): es maravilloso, en parte por lo
comentado al final del párrafo anterior, que confiese que desde el principio
tenía claro que su primera novela iba a ser tan extensa, eso habla de lo meditada
que estaba, de lo interiorizada que la llevaba, de sus inquebrantables ambición
(lo que no es negativo en estas lides) y fe en un proyecto que se empeñó en
sacar adelante buscando mecenas, encontrando tantos que Papel y tinta ya era factible y posible antes de que Suma de Letras
se interesase por ella y auspiciara su debut como novelista con todos los
honores. Es igualmente emocionante su amor por esta profesión nuestra tan baqueteada,
denostada (en muchas ocasiones con razón), humillada, desprotegida, usurpada y
gravemente herida, María lleva las palabras, el papel, la tinta en las venas,
no en vano es periodista y rinde un impresionante y necesario tributo a
aquellos que nos precedieron, a los que hicieron posibles muchas cosas, a los que
forjaron y dignificaron el oficio, a los que inventaron géneros, a los que
implementaron libertades, nombres y cabeceras que, como mucho, te hacen
memorizar en la facultad pero en cuyas obra y trascendencia no se profundiza (ni
se esboza, se trata de largas enumeraciones y punto), gentes que derribaron
barreras y a las que rescata con nombres y apellidos reales (no sólo en el
ámbito del periodismo), algunas de ellas le han servido para crear sus personajes,
a través de los cuales se ha permitido poner ciertas cosas en claro, gracias a
los que nos invita a pensar, a descubrir, a levantar velos, a reconocer errores
(que aunque fuesen de otros, de los entonces, hemos heredado y/o reproducimos,
en demasiadas ocasiones sin ser conscientes de ello). Papel y tinta supone todo un regalo para los del gremio periodístico,
no cabe duda, pero también lo es para cualquier amante de la literatura, da
igual el género que se prefiera, ya que es un canto a los múltiples poderes de
las palabras, al anhelo de querer plasmar sobre un papel (o una pantalla)
aquello que uno precisa sacarse de dentro, al imperioso e incontenible impulso
de teclear (¡Ay, esa máquina de escribir: música celestial!), al agradable
cosquilleo con que uno parece dejar salir las letras por las puntas de los
dedos, es la obra de una letraherida, da igual el género que escriba, algo que
se traslada a Elisa, esa estupenda protagonista porque es poliédrica y no
siempre se está de acuerdo con ella (o con su modo de pensar/actuar), por más
que apoyemos y secundemos su máximo objetivo a veces no podemos por menos que
sacudir la cabeza e incluso afearle la conducta, el caso es que tampoco ella
(cuenta la historia en primera persona) se vende como un dechado de virtudes,
quiere que comprendamos y compartamos su vocación (algo que resulta muy
sencillo) pero asume sus equivocaciones (y si no es así, el lector tiene la
información necesaria para, en ese momento, distanciarse de ella).
Como ya se señaló, la documentación manejada se percibe y demuestra exhaustiva,
de una precisión quirúrgica, ensamblando con magníficos resultados lo (no podía
ser de otro modo) extraído de la prensa del momento, lo que estaba sucediendo
en el país, los hechos reales con los inventados, formando un conjunto
impecable y sin fisuras, sumergiéndonos de tal modo en la época que encontramos
natural que la impostura, la osadía, el pie forzado que está en el núcleo de la
novela no resulte tal más allá de lo que supone técnicamente como quiebra/sorpresa,
puesto que es fácil entender que aquellos señorones (hablo en masculino, hago
hincapié en ellos, aunque tampoco las mujeres intuyan nada, al fin y al cabo
son prisioneras de su tiempo) no puedan ni imaginar lo que está pasando ante
sus ojos, fundamentalmente porque no creen ni remotamente factible que algo así
pueda suceder (y, desde luego, no saldrá de mi boca ni una pista de a qué me
estoy refiriendo, ya lo leerán ustedes, a buen seguro con la boca abierta). Por
cierto, los suspicaces (que ya me los conozco y sufro a diario) pueden estar
tranquilos porque, al margen de lo ya comentado sobre el carácter poco ortodoxo
de su heroína, existe un personaje masculino protagonista fascinante, alejado
del cliché, que resulta igualmente ambivalente porque María Reig evita la brocha
gorda, lo estereotipado, esquiva lo rutinario y convencional incluso cuando es
imprescindible, dándole un toque particular y, especialmente, armonizándolo con
el conjunto para que fluya con naturalidad y nada se resienta. Lo mío no son noticias
frescas, ahí están las seis ediciones que por el momento lleva Papel y tinta, pero no me importa
repetirme porque lo que hago es sumarme al coro de los muchos lectores que se
han dejado conquistar por María Reig y ya están impacientes ante lo que deba
llegar, ante esas letras que ella, no me cabe duda, lleva en la sangre desde
que nació, así lo demuestra este (primer, ¡pásmense!) novelón que ha publicado
con apenas veintisiete años. ¡Brava!