jueves, 8 de abril de 2021

...Y TÚ ME VERÁS

 

Viernes 2:

 

HETERODOXO, PERO TRADICIONAL

 

   Sigo inmerso, no puede ser de otro modo, en la Semana Santa, añorando aquella calma, aquel silencio de cuando chaval, ese recogimiento que tanto me apetecía/motivaba y tan caro me ha sido siempre, dejarme llevar por mi tendencia natural a la soledad, contagiarme de la espiritualidad que de cotidiano exudaba mi abuela y que se acentuaba esos días, su sentida y nada impostada devoción, sus vibraciones emocionadas al ir y venir de la parroquia, así me siento/estoy en parte, más allá de religiones/catecismos/dogmas de fe/obligaciones, es algo íntimo y particular, un diálogo callado y continuo con quien fui, con las gentes que habitan en mi corazón, les pido consejo, ayuda, fuerzas, les echo terriblemente de menos, todo es tan complicado y doloroso sin ellos aquí. Una vez Fosco ha dado su paseo de antes de dormir (con lo del toque de queda no queda otra que recogerse en torno a las 23.00 y en jornadas como la de hoy lo agradezco, me siento vulnerable y perdido en las calles, ya lo comenté el otro día), puesto que Pablo trabaja toda la noche, me siento a salvo en casa (deseando que regrese: una cosa es la soledad buscada y otra la impepinable) y reavivo el recuerdo, la evocación de esos años en que la noche de Viernes Santo parecía serlo desde que salíamos de los Oficios (hubiese más o menos luz) y la abuela caminaba a mi lado interiorizando la liturgia, pidiendo por todos nosotros, musitando alguna oración, impregnándome sin ser ella consciente (o sin creerlo del todo porque, aunque muerta de risa, me llamaba “ateo” a las primeras de cambio) de su fe, de su paz, de su sabiduría, de su grandeza. También aprendí de ella (aunque es una lección que no siempre soy capaz de aplicar/aplicarme) a tomar cierta distancia, a rebajar la intensidad, a quitar cierta importancia a casi todo, a practicar la relajación en cualquier nivel/orden de cosas, a reírme de mí, a no tomarme siempre en serio ni a nada ni a nadie, a ser heterodoxo, a, como ha sucedido, sentir el impulso de ver una película como en los viejos tiempos, una película de estas fechas y decantarme por La vida de Brian.

 

   La primera vez que la vi fue en el cine (creo que en el Maravillas, pero no podría jurarlo), en una reposición cuando todavía sólo circulaba en versión original subtitulada (fue la primera película que vi de ese modo), creo que acababa de cumplir catorce años, fui con mi hermana y quien fue mi cuñado, Diego (y con otra persona a la que no pienso conceder ni medio minuto de fama), me sentí mayor porque era una película proscrita, atacada, perseguida, casi prohibida, escandalosa. Y lo cierto es que respondió a mis expectativas y más, las carcajadas comenzaron en la primera secuencia y no hicieron sino aumentar en intensidad y volumen, un jocoso contagio de/con una platea a rebosar que con algunos gags rozó el delirio, una hilaridad en la que nos mantuvimos durante un buen rato ya fuera de la sala (excepto esa a la que no voy a nombrar, todo hay que decirlo). La volví a ver unos años después, volví a reírme de lo lindo, después he compartido frases, momentos, detalles con otros muchos fieles a la película y a los Monty Python (algo que, confieso, nunca he sido al cien por cien, salvo en lo que se refiere al título que ahora nos ocupa y algunas partes de Los caballeros de la mesa cuadrada y, con el tiempo, mi digamos reconciliación con John Cleese y en menor medida Michael Palin gracias a Un pez llamado Wanda). Pero lo cierto es que, no sé si es mi ánimo un tanto mortecino, eso que voy arrastrando, mi ciclotimia disparada como pocas veces, el caso es que en esta ocasión no paso de alguna que otra sonrisa y un par de momentos en que suelto una carcajada, si bien es cierto que menos burbujeante que cuando los evocaba, igual he perdido la chispa o el chiste, igual la cosa no era para tanto pero las circunstancias me hicieron vivirla con una intensidad exagerada, la reviso con cariño pero al terminar me quedo un tanto frustrado, no diré decepcionado, pero sí un poco vacío, como si una pieza del rompecabezas que soy no encajase como antes.

 

SÁBADO 3:

 

ETERNO DEBUTANTE

 

   El hermano televisivo que le ha salido a este blog, El arpa de Bécquer de Déjate de Historias TV, ya es una realidad, ya está en pantalla, ya tiene vida propia (aunque vayan tan de la mano), María José Peláez me ha devuelto las ganas, el ánimo, el título de periodista, esa realidad que Pablo ha mantenido a flote, esa condición que Pepa siempre pregona en los encuentros, por eso ambos están a mi lado también en este proyecto, en este nuevo camino. Aquí pueden ver el primer programa con Juan Tranche y su Spiculus como invitados de altos vuelos: http://www.dejatedehistorias.es/wordpress/2021/04/04/gran-estreno-con-juan-tranche-que-nos-presenta-spiculus-el-arpa-de-becquer-dejatetv/.

 

DOMINGO 4:

 

EL PARAÍSO GANADO

 

   El arpa de Bécquer se emitirá todos los sábados y domingos a las 17.30, estrenando programa el primer día y reemitiendo alguno anterior el segundo, pero al ser la semana de debut es diferente y el de hoy es también nuevo, hablamos de tebeos, de cómics, de aquellas tiendas donde íbamos a cambiarlos, también las novelas de cualquier tipo, un auténtico paraíso, lo recuerdo precisamente junto a mi hermano, con quien tantas veces fui a por provisiones para el ocio y, para entrar como materia, recordamos el inicio de la por tantas cosas inolvidable La historia interminable de Michael Ende, ese libro que me transformó, en el que me reconocí, donde quise quedarme (y nunca he dejado de estar). Si quieren acompañarnos, aquí tienen el enlace, ya conocen la dinámica: http://www.dejatedehistorias.es/wordpress/2021/04/05/la-historia-interminable-comics-y-tebeos-el-arpa-de-becquer-dejatetv/ .

 

LUNES 5:

 

LO NATURAL ES LA DISTOPÍA




 

   Queremos que el programa sea un encuentro entre lectores (con la ayuda/participación/compañía de escritores y editores, por supuesto), ir conformando una biblioteca ideal con los mayores títulos posibles, de ahí que aunque algunos sólo aparezcan unos segundos mostremos muchos, que haya opciones, que cada uno encuentre la lectura que más atractiva le parezca, por eso desde el principio hemos llevado tebeos, porque queremos alejarnos de cualquier elitismo, de etiquetas, de prejuicios, de complejos, nadie es quien (sobre todo muchos a los que, vaya usted a saber por qué -que lo sabemos, pero no viene al caso-, se les da mucha cancha desde las editoriales) para decidir qué es o a qué se llama “alta” o “baja” literatura (no digamos si su única dizque capacidad crítica es afirmar que hay algunos libros “buenos” y los otros son “malos”). Pero, inevitablemente (sólo tenemos veinticinco minutos por emisión), no hacemos justicia con todos los libros que tenemos sobre la mesa, merecerían más tiempo del que podemos dedicarles. Por eso (y porque me quedé con muchísimas ganas de participar en el encuentro que las gentes del club de lectura mantuvieron con la autora el día de mi cumpleaños, ya está explicado todo -pero pude disfrutarlo, igual que pueden hacerlo ustedes, en el canal de YouTube de mi Pepa Muñoz: https://www.youtube.com/watch?v=1LbHd1UuZmA&t=15s), recupero ahora lo que fue una lectura trepidante, apasionante, un soberbio thriller con muchos toques distópicos que nunca pierde de vista lo primero y que maneja y dosifica a la perfección los elementos fantásticos que, en realidad, en contra de lo que puede pensarse, en contra de lo que nos gustaría, no lo son tanto, son una importante llamada de atención, pero no diré por qué, ya saben que lo del spoiler no es lo mío, descúbranlo en las páginas de La mensajera del bosque, el novelón que se ha marcado Maite R. Ochotorena y que publicó Planeta en febrero.

 

MARTES 6:

 

LOS PALOS QUE YO PONGO EN MIS RUEDAS

 

   Es jornada de grabación, hay que adelantar programas, hay que aprovechar el tiempo, lo hago con buen ánimo, la cámara (y sobre todo mi añorado micrófono de radio -por más que a veces afirme lo contrario-) es un lenitivo, el tiempo que dura el programa todo queda a un lado, aún me noto un pelín desentrenado, pero todo fluye. Sin embargo, como ya he comentado, no consigo aplicar las enseñanzas de mi abuela, me tomo todo a la tremenda, me siento agredido por cualquier palabra, he sido y soy mi peor crítico, incluso aunque la gente reciba muy bien mi trabajo me encuentro defectos, cosas que querría cambiar/mejorar (y no lo logro), errores que me lastran, inseguridades que afloran en cuanto algo ensombrece el panorama y no disfruto como debería/podría de aquello que tanto me llena y enriquece, he conseguido que mi vida profesional y personal gire en torno a los libros (es cierto que todo sería un pelín más sencillo si el asunto económico mejorase, pero no quiero flagelarme más con cuándo y cómo empezó a desmoronarse la cosa). Nunca conseguiré acallar mi borrasca, es así, subo y bajo a velocidad de vértigo, me siento juzgado hasta cuando duermo, no he dejado de ser aquel niño que se sumergía en los libros para huir de todo, para saberse resguardado, para que el mundo hostil quedase fuera, lejos, borrado por un rato, con ese (des)ánimo afronto cada programa, es un reencuentro con los amigos que nunca fallan.

 

MIÉRCOLES 7:

 

«¿LA VIDA DABA TANTO PLACER?»



 

   Continúo estremecido, revuelto, lacerado, pero también maravillado, impactado en el sentido más positivo posible, me he puesto (para no levantarme) a los pies de Jacqueline Harpman y su impresionante novela Yo que nunca supe de los hombres, publicada en castellano (con traducción de Alicia Martorell) veintiséis años después de su primera edición en francés gracias (dicho sea con la boca bien abierta y ovación incluida) a Alianza Editorial. Es una historia que entronca (aunque no por lo más obvio) con El cuento de la criada (que, en contra de lo que algunos -para darse importancia- niegan, fue un éxito y tuvo enorme repercusión desde que apareció en las librerías en 1985), pero también con La larga marcha, una de mis novelas favoritas del maestro Stephen King, terrorífica por plausible, por el análisis implacable que hace de la psicología humana, porque el apocalipsis está mucho más cerca de lo que querríamos, porque la vida tal y como la entendemos/recordemos es algo muy frágil, puede desaparecer con suma facilidad, bien lo ejemplifica la narradora de Yo que nunca supe de los hombres, tan joven que no sabe de qué hablan las otras treinta y nueve mujeres encerradas con ella en una jaula que se encuentra en un sótano, una catacumba, un refugio (aunque pueda sonar irónico), incluso desconoce la palabra para designarlo, no las asocia a un significado.

 

   ¿Habrá en el trabajo de la memoria una satisfacción que se alimenta de sí misma y aquello que recordamos es menos importante que la actividad de recordar? Otra pregunta que también quedará sin respuesta: me parece que no soy más que eso, preguntas sin respuesta”. Jacqueline Harpman no pretende darlas, sólo plantearlas, provocar que lo hagamos nosotros (lo uno y lo otro), dejar lapidariamente claro que no siempre vamos a hallar las segundas o no, al menos, respuestas que nos satisfagan por completo, que cierren los interrogantes, pero se trata de resistir, de permanecer en el sentido de no enmudecer, de no frenar, de no conformarse, de no darlo todo por liquidado aunque lo parezca, aunque lo sintamos, aunque no conozcamos otra cosa. Si formulamos preguntas (a nosotros mismos, a los demás), nos mantenemos alerta de un modo u otro, por más que “las mismas preguntas, durante años, de la misma forma, se acaban desgastando”, inmersos en esa dinámica aparecerán otras y estaremos conjurando/decelerando la muerte, puesto que “hablar es existir”, aunque no haya interlocutor. También resuena en estas páginas la por tantos motivos fundacional e inalcanzable Soy leyenda, la obra maestra de Richard Matheson, aunque esas referencias/conexiones las haga el lector, el planteamiento/desarrollo de Jacqueline Harpman no tiene nada que ver o en realidad sí porque explora y horada lo mismo, el alma humana.