ROMPIENDO LA SERIE
Por un lado, se trata de mi tendencia al caos pero, sobre todo, tiene
que ver con mi irrefrenable compulsión, con mi necesidad (por no emplear otra
palabra tal vez menos amable) de seguir alimentando mis pasiones por encima de
lo que puedo atender, con mi interiorizado (y exteriorizado) síndrome de
Diógenes en lo que a libros y películas/series se refiere, me acostumbré desde
el instituto a tener varios frentes abiertos, a alternar/superponer lecturas, a
avanzar al tiempo (a diferentes velocidades) en varios textos (a veces por
necesidad, por llevar lo más al día posible todas las asignaturas), el
desempeño de mi profesión hizo lo demás, de haber leído un libro después de
otro no hubiese podido cumplir con aquello que aprendí de Iñaki Gabilondo, con
lo que transformé en mi máxima desde entonces sin ser capaz de prever (ni en
mis sueños más dulces) los vínculos que iría desarrollando con los libros como
periodista, nunca he hecho una entrevista (ni mucho menos escrito algo) sin
haber tenido la oportunidad de, al menos, conocer por mí mismo parte de lo que
escribe aquel o aquella que voy a tener en el estudio (o con quien voy a
conversar por teléfono). Del mismo modo, más ahora que la oferta es
completamente inabarcable, picoteo en muchas series, puede que una o dos sean
consumidas del tirón, viendo algún capítulo casi a diario, a otras voy y vengo,
de otras espacio las temporadas según me apetece, depende de muchas variables,
pero cada cierto tiempo, por más que esté enganchado y satisfecho con las que
voy siguiendo, algo me lleva a buscar otra que empezar, a seguir investigando,
a ampliar las posibilidades, a ponerme nuevos objetivos.
Con Merlí, la estupendísima serie creada por Héctor Lozano y
dirigida por Eduard Cortés, he ido viendo casi del tirón cada temporada,
esperando un tiempo diferente antes de afrontar la siguiente. Pero, de repente,
metido en la vorágine de su tramo oficial (la segunda parte de la tercera y
última temporada), habiendo recuperado el entusiasmo que, debo decir, perdí un
poco en el a mi juicio titubeante comienzo (se notaba demasiado la falta de un
actor tan carismático y espléndido como David Solans, de un personaje tan
magníficamente escrito como el de Bruno), resulta que me quedo consternado, que
me enfado, que siento que me cortan el rollo con brusquedad y de mala manera
porque en la plataforma en que sigo la serie falta un capítulo, tiene su ficha,
su imagen, todo parece en su sitio, pero “este contenido no está disponible en
estos momentos” (o algo así). Tras esperar algunos días por si se trataba de un
error que iban a subsanar, de un fallo momentáneo, impotente y mordiéndome las
uñas porque, como digo, la cosa está en todo lo alto, me lanzo a la desesperada
por Internet, incluso pensando en recurrir a la piratería, sólo por un capítulo,
sólo por completar la serie, pero me llevo la gratísima sorpresa de que está
completa (y puede verse en catalán con subtítulos, como me gusta) en la tantas
veces aplaudida web de RTVE. ¡Qué bueno, qué bueno! Ya con calma, con los
deberes hechos, habiendo completado la historia, escribiré algo sobre la por
tantas razones laudable Merlí.
Viernes 9:
LO MAYOR Y
LO MENOR
De maestros como Mercedes Gómez del Manzano o Luis Landero, entre tantas
cosas, aprendí que a la hora de valorar/analizar/juzgar/opinar sobre un libro
(sobre cualquier obra de arte -lo que también vale para personas, acciones y
todo lo demás-) no hay que ponerse por encima de nadie, hay que explicar,
justificar, argumentar, desarrollar el parecer de cada uno, expresar un
criterio propio por mucho que se fundamente en, aunque sea coincidente con
teorías/corrientes/pensamientos ajenos, se trata de hacerlo personal, no hay
que denostar a nadie, no hay que tratar con suficiencia a quien tiene otra
lectura (nunca mejor dicho), otro gusto, incluso siendo visceral o excesivo en
afectos o desafectos. Este último aspecto he ido limándolo/rebajándolo con el
tiempo, es cierto que siempre he procurado ser apasionado, ser yo en el sentido
en que me lo demandó Beatriz Pécker (también maestra inolvidable) cuando me
propuso que me incorporase a Fiebre del sábado para hacerme cargo del
repaso a los estrenos de cine de cada semana, reconozco que a veces se me ha
ido un poco la mano (la lengua no digamos -sin llegar al insulto, al menos en
las ondas, otra cosa es en privado-), que me dejado arrastrar por la verborrea,
que he sido espectador indignado/decepcionado/estafado antes que periodista,
pero continúo siendo inflexible cuando se trata de defender mis gustos de las
burlas, los ataques, las guasas, la altivez de tanto “experto”/”entendido” como
anda suelto por ahí, de tanto canon como a veces pretenden imponernos, de tanto
estudio tomado como sagrado.
Así, no es raro (creo que, por fortuna, cada vez menos, sólo cuando se
recurre a lugares comunes, frases hechas dadas por válidas y consideradas
verdades absolutas) escuchar que el cuento, la narración breve, incluso la
novela corta, todo lo que se considere así, es un género menor, se supone que
como contraposición al mayor, es decir, a la novela sin adjetivos (aunque
sigamos sin tener claro cuántas páginas son precisas que una sea lo primero o
lo segundo), durante demasiado tiempo se ha mirado con cierta suspicacia,
incluso con fatiga (o, directamente, no se ha mirado, no se ha atendido, no se
ha recomendado, no se ha descubierto en las aulas, no se ha leído), se ha
infantilizado (como si, por otro lado, fuese sencillo tejer narraciones para
ese público), se ha menospreciado la actividad cuentista de aquellos que han
dado páginas imperecederas, que han cautivado a lectores, que los han creado
gracias a estas narraciones que en tantos casos suponen un primer paso, una
primera aproximación a la aventura de leer. Por todo ello, no se puede sino
celebrar que Austral, el mítico sello, al que tanto se debe, al que tanto hay
que agradecer, que tan accesible y asequible hizo y hace la lectura, que creó
el mejor canon posible con su histórica colección dividida por géneros y
colores donde tuvo (y tiene) cabida la literatura universal sin condiciones ni
condicionantes, lance una colección de bolsillo dedicada al cuento, o sea,
Austral Cuentos.
Volúmenes, como es norma y marca de la casa, cómodos, manejables,
atractivos, que para este lector voraz se convierten en necesarios desde su
aparición porque, además, se diría que un servidor ha hecho la primera
selección, los cuatro primeros tomos: ahí tenemos al tío Wilde (aunque no sea
verdad, me gusta decir que me llamo Óscar por él), ahí tenemos reunidos (con
traducción de Catalina Montes) algunos de sus cuentos infantiles con los que
tantos nos iniciamos en estas benditas lides (El gigante egoísta, El
Príncipe Feliz), compartiendo volumen con narraciones para el público
adulto tan emocionantes como El crimen de lord Arthur Savile; la nunca
suficientemente reconocida Katherine Mansfield, uno de los nombres que dan al
cuento la aureola dorada que merece, presenta (con traducciones de Ester de Andreis,
Alejandro Palomas y Francesc Parcerisas) un puñado de narraciones delicadas,
emocionantes, punzantes, que se siguen rumiando (y admirando) tiempo después de
la lectura, que dejan una convulsión en el alma, que estremecen y conmueven por
su concisión, por su capacidad de penetración, sirva como ejemplo máximo La
señorita Brill, ocho páginas que transforman, remueven y perturban (al
margen de sacarnos los colores por lo crueles que, a veces sin ser conscientes
de ello, podemos llegar a ser con los demás); Bram Stoker es mucho más que el
autor de Drácula, por más que no hubiese necesitado escribir nada más
para pasar a la posteridad, así lo demuestra un volumen que (con traducción de
Jon Bilbao) se abre con La profecía gitana y se cierra con El
invitado de Drácula, tan desconocido como inquietante y logrado; lo cierto
es que Francis Scott Fitzgerald no necesita ser reivindicado como autor de
cuentos, parte de su producción en este terreno reúne algunos de los títulos
más reconocidos, pero nunca está de más regresar a él (o leerle por primera
vez), pasar de, por ejemplo, Suave es la noche, El gran Gatsby o Hermosos
y malditos, sus sublimes novelas, a narraciones como las aquí recogidas
(traducidas por Gemma Martínez y Vicente Campos), entre las que destaca Retorno
a Babilonia, lectura que jamás deja indemne.
Sábado 10:
COMERCIO DE
JIPIJAPA
Hoy toca programa de televisión, hoy el arpa abandona el ángulo oscuro
del salón para ser iluminada en el estudio, hoy por fin está Pablo también, nos
permitimos la humorada de hablar de la innegable trayectoria como escritora
como Joan Collins en ese afán por no establecer barreras, por reclamar el
derecho y el placer a ser lectores omnívoros, por eso mismo empezamos con David
Copperfield, por eso tenemos el placer de que nuestro adorado Ángel Ruiz
nos hable sobre Botín de guerra, la autobiografía de Miguel de Molina
cuya lectura le llevó a imaginar y escribir ese brillante espectáculo que ha
sido, es y será Miguel de Molina al desnudo (y que le valió un
merecidísimo y tardío Premio Max -le hubiese correspondido antes y por ese
mismo trabajo-), nos traiga algunos de los títulos que han jalonado su vida de
lector, de creador, de artista, de persona (incluyendo uno del tío Wilde).
Pueden ver el programa (tranquilos, contuve las ganas de ponerme a cantar Don Triquitraque, no martiricé los oídos de nadie más de lo necesario) pinchando en el siguiente enlace: http://www.dejatedehistorias.es/wordpress/2021/04/11/miguel-de-molina-al-desnudo-con-el-actor-angel-ruiz-arpa-de-becquer-dejatetv/?fbclid=IwAR0pXge30ZATFR0VwpfjmoYM7pZUD05-MPvs-QK60eqtr1FRQEvEm5RPEig
Domingo 11:
¿QUIÉN HA
TRAÍDO EL QUINTO PLATO?
Acabo de vivir mi propio cuento de Cortázar, uno de esos extrañamientos
cotidianos a que soy tan proclive, un momento digno de una columna de Millás si
tuviese el talento para ello, como no es el caso me conformo (que no es poco,
oye, tampoco voy a quitarme el mérito de estar casi siempre al teclado) con
contarlo por aquí, no me lo tengáis en cuenta, sufridos y leales lectores
(incluido yo mismo). Resulta que estaba fregando (sí, lo hago a mano) lo que
habíamos utilizado para comer, colocando cada cosa en su sitio para que
escurriese convenientemente, a veces con gestos más o menos mecánicos, sin
mirar porque tengo interiorizado el espacio de cada vaso, cubierto o plato, al
ir a depositar uno de postre mi mano topó con un obstáculo, había otro en el
para mí lugar correcto para el que acababa de aclarar, me he detenido un
segundo a echar cuentas y, créanme que ha sido así, me he percatado por primera
vez en no sé cuántos años de que en ese lado hay cinco platitos, no cuatro como
hubiese jurado, como mi mente tenía procesados, como les prometo había hasta
ayer, vaya, si lo sabré yo, me pregunto de dónde ha salido el quinto (que,
inexplicablemente, tiene su hueco, no he tenido que mover ni cambiar nada,
simplemente llevar la mano un poco más a la izquierda), quién lo puso allí, me
inquieta que la casa esté siendo tomada y no nos hayamos percatado antes.
Lunes 12:
NO ES
OLVIDO, ES NEGACIÓN
Si cualquier historia mínima (que no es otra cosa es lo mío) no deja de
sorprenderme, lo de la Historia en mayúscula es impresionante y no sólo por lo
que ignoro, por lo que he olvidado de lo estudiado (sobre todo obligado a
memorizar porque era el único modo de aprobar), por todo en lo que no me he
interesado (mal hecho, López), por aquello que de un modo u otro he rehuido,
sino por lo que nos queda por conocer, por lo que nos han birlado, por lo que
tantos han acallado y callan, por el número ingente de páginas que quedan por
escribirse/recuperarse, porque siempre conoceremos una parte, porque hay
demasiados ángulos oscuros en todos los salones. Por ello, y por la vibrante
novela que ha escrito, hay que agradecer a boca llena y con banda a música a
Virginia Gasull que haya rastreado, escudriñado, desempolvado, sacado a la luz
y a la inmortalidad la figura y la obra de quien fuese la única médica del
ejército francés la Primera Guerra Mundial, la doctora Mangin, le haya dado voz
en Nicole, publicada recientemente por Suma de Letras. Después de haber
gozado con la lectura (y quedarme pasmado tanto por lo comentado anteriormente
como por la bibliografía aportada, por los documentos gráficos que la autora
comparte en la web https://virginiagasull.com/nicole/,
es decir, por todo lo que, de algún modo, estaba a la vista pero nadie miraba
ni señalaba), fue apasionante compartir con las gentes del Club de Lectura LL
(gracias, como siempre, a los buenísimos oficios de mi Pepa Muñoz) encuentro
vía Zoom con la autora, donde nos contó de manera pormenorizada el proceso de
investigación/creación, teniendo a bien compartir algunas interioridades de
cómo se forjó la novela (ya saben que basta con pinchar en el siguiente enlace
para ver el encuentro completo: https://www.youtube.com/watch?v=GQ7E5aa5924&t=29s).
“Y aunque nunca podamos olvidar, espero que nuestros recuerdos, con
el tiempo, lleguen a ser menos dolorosos”, dice/escribe en un momento dado
Nicole y me resulta especialmente significativa la frase en este momento en que
voy anotando estas reflexiones, estos momentos de hace poco que ya son pasado,
que aún tengo frescos pero ya forman parte de mi memoria, en que escribo sobre aquello
que no se puede recordar porque es como si no hubiese pasado, sobre tantas
personas (y de nuevo hay que incidir en que es algo que, sobre todo, ocurre con mujeres) tachadas, ignoradas,
negadas. Si se redujo/minusvaloró en todo lo posible la figura, el trabajo, la
realidad de alguien como Marie Curie (personaje trascendental en la vida de
Nicole e igualmente personaje decisivo en la novela), si una trayectoria, una
entrega como la suya tiene tantísimas lagunas en el imaginario colectivo,
imaginen el calibre de las revelaciones que hace Virginia Gasull en esta
auténtica epopeya, en este interminable rosario de hazañas narrado sin darse
importancia, sin heroicidades, sin hablar de sacrificios, entregada a su
vocación, así fue, así es Nicole Mangin.