ERRANTES Y ERRADOS
Soy torpe de natural, desmañado, aquello que llamábamos en el colegio
“trabajos manuales” (nada que ver con los que practicábamos con fruición, ya
que nos ponemos a rememorar, jajaja) y con el tiempo se transformó en “pretecnología”
(por no llamarlo “prehistoria”, hoy estoy con el graciosete encendido), tanto
eso como el dibujo y la gimnasia fueron mis asignaturas temidas, las que más me
costaban, con las que peor lo pasaba, mis calificaciones más bajas. Por eso no
me extraña chocarme, toparme, herirme, golpearme (la mayoría de las veces sin
consecuencias más allá del impacto), que se me caiga todo lo que intento
agarrar, hacer un Viyuela sin la gracia y la pericia acrobáticas del fantástico
actor, pero el caso es que, de un tiempo a esta parte, no se trata de mí sino
de los demás, de esa gente que va por la calle sin rumbo fijo, sin caminar por
la derecha (algunos por ignorancia, la mayoría por avasallar), que frenan en
seco en las esquinas, en las intersecciones, en aceras estrechas (e incluso en
las anchas), frente a un escaparate, para leer un letrero o contemplando un
edificio o una obra, simplemente porque se detienen, como si acabasen de
aterrizar ahí, impidiendo el paso, sin ceder ni un milímetro, estorbando en ocasiones
con toda alevosía, muros humanos imposibles de sortear/rebasar. Y lo mismo
sirve para el supermercado, da igual a cuál me refiera, nadie conoce/respeta
unas normas mínimas de urbanidad, con lo fácil y cómodo que sería incluso para
ellos, pero para qué nos vamos a preocupar del resto, y no es algo tributario
de jóvenes que, al modo de las de Tomates verdes fritos, se mueven con
rapidez (en parte, ojalá fuese así), gente errante y errada la hay de todas las
edades, cada vez más. Y es lo que le faltaba al anacoreta que soy para
desarrollar un poco más mi particular agorafobia, para volver a envidiar a Nero
Wolfe, para no querer salir de casa; sólo echo de menos el cine, el teatro,
alguna cena con amigos, me sigue gustando ir a las tiendas, compro poco o nada
por Internet, pero si las calles siguen invadidas por tanto errabundo que se
transforma en un don Tancredo sin previo aviso ni encender las luces voy a
evitarlas todo lo posible.
Martes 22:
HAY VARIOS STEPHEN KINGS
Sí, solemos hablar de él como si sólo
escribiese historias de un tipo/género (por más que sean las que mayor fama le
han proporcionado), da igual que seamos conscientes de que
(hablando en términos generales, por más que haya vasos comunicantes entre algunas,
que le guste relacionar de manera más o menos sutil unos títulos con otros)
poco o nada tiene que Misery con el ciclo de La torre oscura o El
juego de Gerald con 22/11/63, presentamos a Stephen King (el querido
tío Esteban, con permiso de Spielberg) como “el maestro del terror” y ya lo
damos todo por sentado, incluso consentimos que haya quien, precisamente por
eso, no se acerque a la parte de su ingente y en constante aumento producción que
no responde a los cánones/temores de lo que se imagina/desea/rechaza bajo esa
etiqueta reduccionista (como lo son la mayoría). Porque hay muchas formas de
hacer sentir miedo, cada uno se asusta de una cosa o de varias (por más que
haya digamos elementos que a casi todos inquietan -como poco-), nunca se sabe
qué o quién nos puede horrorizar, pocos como King manejan con habilidad y
conocimiento los distintos códigos y tonos, las múltiples virulencias e
intensidades de un género que ha hecho evolucionar, cuyos (aparentes) límites
ha trascendido, el territorio en que se siente muy cómodo (pero no el único) y donde
nos encanta encontrárnoslo.
Mientras con cada capítulo de La historia de Lisey va aumentando
la decepción porque los guiones no están a la altura de su autor (y, para colmo,
la alambicada, recargada y dizque creativa dirección de Pablo Larraín),
cruzando los dedos para que la cosa no vaya a peor en el tramo final (ya que
estamos, la terminaremos aunque sea entre bostezos), la lectura de Después,
publicado recientemente en España por Plaza y Janés con traducción de José
Óscar Hernández Sendín y Ana Isabel Sánchez Díez, supone un pequeño oasis, el
reencuentro con algunas de las esencias de Stephen King, con varios de los
motivos por los que empezamos a leerle, por los que continuamos haciéndolo. De
nuevo, la infancia/adolescencia como eje, la remembranza de esos años capitales
para cualquiera (sin los tintes nostálgicos de otros textos suyos), un chaval
con capacidades especiales (con todo eso puede significar según a qué novela
nos refiramos), como Carrie, como Danny Torrance, como Charlie McGee, como John
Coffey (este no es un niño, pero a ratos lo parece); una vez más, lo
fantasmagórico, lo terrorífico, lo tenebroso convive se inserta/forma parte de
lo cotidiano. Como en tantas ocasiones, el mundo editorial, la labor/tarea de
escribir, el hecho de la creación literaria influye en la trama de manera
significativa, es uno de sus ejes, permite a King algunas ironías/reflexiones,
entronca con otra de sus obsesiones, con uno de sus temas recurrentes, es otra
de las facetas de su universo (y no la menos baladí, precisamente).
Obra si se quiere menor (dicho sin desprecio), en el sentido de su falta
de pretensiones, en que se rastrea con facilidad el oficio del autor, el
esquema que repite, los recursos que reutiliza, en el número reducido de
páginas (es el tramo largo donde más
suele desbarrar -no siempre puede salirte It-), Después sale más
que airosa de la inevitable comparación con las cumbres de King, no cae en lo
excesivo como truco efectista, atrapa y arrastra al modo en que lo lograron
aquellos primeros títulos que uno leyó hace ya muchos años, devuelve y renueva
la fe y el gusto por un narrador de enorme solidez, por un autor al que se
reconoce (en todos los sentidos), es como volver atrás en el tiempo porque se
le nota en plena forma, se le disfruta como entonces, en esta ocasión no
defrauda, es el tío Esteban que mola.
Miércoles 23:
LO FAMILIAR
Y CERCANO
Aunque, por desgracia, no sea una sorpresa, la noticia de la muerte de
Mila Ximénez provoca un escalofrío, entristece, abre un nuevo agujero en el
corazón, no es algo exagerado, no en vano se había convertido en una presencia
cotidiana, en alguien que siempre estaba ahí, de quien se podía discrepar pero
que ha regalado carcajadas, buenos momentos, una personalidad que trascendía la
pantalla. Por más que en ocasiones se la merendase el personaje que encarnaba
(o le escribían), muy pronto reaparecía la Mila auténtica, mordaz, de réplica rápida
e ingeniosa, la que explicaba que el mortero era “el culo” con un tono,
una intención y un saber decir que nunca dejaba indiferente, al revés, se
deseaba que lo repitiese. ¡Y la de cosas que podría haber contado y optó por
callar, de eso se han librado algunos! ¡Gracias, Mila!
Jueves 24:
LA LIBERTAD, EN DIAGONAL
Lo de El viento que sopla salvaje, novela
de Pilar Pascual Echalecu que ha publicado no hace mucho Espasa, tanto en lo
meramente formal como en las emociones que provoca en el lector, es difícil de
clasificar, ahí radica su máximo acierto, su mayor encanto, su grandeza,
le cuento que me parece caleidoscópica y le parece una estupenda definición. Por
el espectacular arranque diríase que estamos ante un título de género negro/de
misterio, y lo es, pero no sólo eso y no por responder a los cánones más rígidos
del mismo (en ese sentido, toma en parte el camino de Patricia Highsmith, hay mucho
que descubrir/desvelar, sobre todo en el alma de los personajes, en los porqués
de sus actos). Es también una fabulosa y sutil recreación de una época, de una
ciudad, de unas costumbres, las que regían en la Málaga de 1918, y, sobre todo,
es el retrato vivaz y vívido de unas gentes, de sus pasiones, de sus secretos,
de sus silencios, de sus ambigüedades, es una novela de iniciación, de crecimiento,
de evolución, del paso a la edad adulta, de la incomprensión adolescente a la
de los otros (y viceversa), es, como digo, múltiple, por eso se lee con
continuado asombro, con sorpresa casi permanente, con el disfrute y la
satisfacción de haber encontrado una narradora capaz de párrafos como los que
siguen:
-“No conseguiré nunca saber el porqué de los domingos. Todo está en
calma, en silencio. Flota una inquietud en el aire, tengo que aceptarlo. Ahí es
donde voy después de los días. En el extremo del domingo solo estoy yo.
No sé por qué los domingos se me hacen pálidos, por qué los espero y
después huyo. No sé, no sabré nunca, por
qué se me abren los ojos, la boca y las manos siempre en las puntas de la
tarde, cuando tengo el ánimo ya nublado, agridulce, entre visillos, y sé que
todo es un espejismo, también la vida”.
Fue una auténtica gozada y todo un privilegio participar en el encuentro
del Club de Lectura LL, gracias como de habitual a los buenos oficios de mi
Pepa Muñoz: https://www.youtube.com/watch?v=HlF-XhNMrZ0&t=46s.
Tengo muchas frases, fragmentos completos anotados y conservados en la memoria
y en los latidos, pero dejo que cada uno descubra y escoja los suyos, me quedo
con un consejo, casi una imposición, una alerta que su madre (¡Menuda creación!)
le espeta a la narradora y protagonista: “Si vas contra el mundo de frente,
este te aplasta; para ser libre tienes que maniobrar con inteligencia, en
diagonal. Aprende esto y no lo olvides”.
Viernes 25:
UN
MAGNÍFICO BROCHE
Me entero de que la segunda temporada de Special va a ser la última
una vez la termino y, aunque sienta cierta pena al constatar que no me
reencontraré con personajes que me han calado muy hondo, aplaudo la decisión porque
el conjunto les ha quedado muy redondo, se han mantenido en los hallazgos de la
primera, han abundado en ellos, los han aumentado, no se han traicionado, la
voz de Ryan O´Connell (narrativa, actoral, vital y vitalista) emociona,
divierte, invita y denuncia sin necesidad de ser hiriente, basta con exponer, la
ironía sutil, medida, elegante, abate más barreras que el encono, el rencor, el
drama por más que sea comprensible.