jueves, 15 de julio de 2021

LA VIDA, A VECES LUZ Y A VECES SOMBRA

 

Lunes 21:

 

ERRANTES Y ERRADOS

 

   Soy torpe de natural, desmañado, aquello que llamábamos en el colegio “trabajos manuales” (nada que ver con los que practicábamos con fruición, ya que nos ponemos a rememorar, jajaja) y con el tiempo se transformó en “pretecnología” (por no llamarlo “prehistoria”, hoy estoy con el graciosete encendido), tanto eso como el dibujo y la gimnasia fueron mis asignaturas temidas, las que más me costaban, con las que peor lo pasaba, mis calificaciones más bajas. Por eso no me extraña chocarme, toparme, herirme, golpearme (la mayoría de las veces sin consecuencias más allá del impacto), que se me caiga todo lo que intento agarrar, hacer un Viyuela sin la gracia y la pericia acrobáticas del fantástico actor, pero el caso es que, de un tiempo a esta parte, no se trata de mí sino de los demás, de esa gente que va por la calle sin rumbo fijo, sin caminar por la derecha (algunos por ignorancia, la mayoría por avasallar), que frenan en seco en las esquinas, en las intersecciones, en aceras estrechas (e incluso en las anchas), frente a un escaparate, para leer un letrero o contemplando un edificio o una obra, simplemente porque se detienen, como si acabasen de aterrizar ahí, impidiendo el paso, sin ceder ni un milímetro, estorbando en ocasiones con toda alevosía, muros humanos imposibles de sortear/rebasar. Y lo mismo sirve para el supermercado, da igual a cuál me refiera, nadie conoce/respeta unas normas mínimas de urbanidad, con lo fácil y cómodo que sería incluso para ellos, pero para qué nos vamos a preocupar del resto, y no es algo tributario de jóvenes que, al modo de las de Tomates verdes fritos, se mueven con rapidez (en parte, ojalá fuese así), gente errante y errada la hay de todas las edades, cada vez más. Y es lo que le faltaba al anacoreta que soy para desarrollar un poco más mi particular agorafobia, para volver a envidiar a Nero Wolfe, para no querer salir de casa; sólo echo de menos el cine, el teatro, alguna cena con amigos, me sigue gustando ir a las tiendas, compro poco o nada por Internet, pero si las calles siguen invadidas por tanto errabundo que se transforma en un don Tancredo sin previo aviso ni encender las luces voy a evitarlas todo lo posible.


Martes 22:

 

HAY VARIOS STEPHEN KINGS




 

   Sí, solemos hablar de él como si sólo escribiese historias de un tipo/género (por más que sean las que mayor fama le han proporcionado), da igual que seamos conscientes de que (hablando en términos generales, por más que haya vasos comunicantes entre algunas, que le guste relacionar de manera más o menos sutil unos títulos con otros) poco o nada tiene que Misery con el ciclo de La torre oscura o El juego de Gerald con 22/11/63, presentamos a Stephen King (el querido tío Esteban, con permiso de Spielberg) como “el maestro del terror” y ya lo damos todo por sentado, incluso consentimos que haya quien, precisamente por eso, no se acerque a la parte de su ingente y en constante aumento producción que no responde a los cánones/temores de lo que se imagina/desea/rechaza bajo esa etiqueta reduccionista (como lo son la mayoría). Porque hay muchas formas de hacer sentir miedo, cada uno se asusta de una cosa o de varias (por más que haya digamos elementos que a casi todos inquietan -como poco-), nunca se sabe qué o quién nos puede horrorizar, pocos como King manejan con habilidad y conocimiento los distintos códigos y tonos, las múltiples virulencias e intensidades de un género que ha hecho evolucionar, cuyos (aparentes) límites ha trascendido, el territorio en que se siente muy cómodo (pero no el único) y donde nos encanta encontrárnoslo.

 

   Mientras con cada capítulo de La historia de Lisey va aumentando la decepción porque los guiones no están a la altura de su autor (y, para colmo, la alambicada, recargada y dizque creativa dirección de Pablo Larraín), cruzando los dedos para que la cosa no vaya a peor en el tramo final (ya que estamos, la terminaremos aunque sea entre bostezos), la lectura de Después, publicado recientemente en España por Plaza y Janés con traducción de José Óscar Hernández Sendín y Ana Isabel Sánchez Díez, supone un pequeño oasis, el reencuentro con algunas de las esencias de Stephen King, con varios de los motivos por los que empezamos a leerle, por los que continuamos haciéndolo. De nuevo, la infancia/adolescencia como eje, la remembranza de esos años capitales para cualquiera (sin los tintes nostálgicos de otros textos suyos), un chaval con capacidades especiales (con todo eso puede significar según a qué novela nos refiramos), como Carrie, como Danny Torrance, como Charlie McGee, como John Coffey (este no es un niño, pero a ratos lo parece); una vez más, lo fantasmagórico, lo terrorífico, lo tenebroso convive se inserta/forma parte de lo cotidiano. Como en tantas ocasiones, el mundo editorial, la labor/tarea de escribir, el hecho de la creación literaria influye en la trama de manera significativa, es uno de sus ejes, permite a King algunas ironías/reflexiones, entronca con otra de sus obsesiones, con uno de sus temas recurrentes, es otra de las facetas de su universo (y no la menos baladí, precisamente).

 

   Obra si se quiere menor (dicho sin desprecio), en el sentido de su falta de pretensiones, en que se rastrea con facilidad el oficio del autor, el esquema que repite, los recursos que reutiliza, en el número reducido de páginas (es  el tramo largo donde más suele desbarrar -no siempre puede salirte It-), Después sale más que airosa de la inevitable comparación con las cumbres de King, no cae en lo excesivo como truco efectista, atrapa y arrastra al modo en que lo lograron aquellos primeros títulos que uno leyó hace ya muchos años, devuelve y renueva la fe y el gusto por un narrador de enorme solidez, por un autor al que se reconoce (en todos los sentidos), es como volver atrás en el tiempo porque se le nota en plena forma, se le disfruta como entonces, en esta ocasión no defrauda, es el tío Esteban que mola.


Miércoles 23:

 

LO FAMILIAR Y CERCANO

 

   Aunque, por desgracia, no sea una sorpresa, la noticia de la muerte de Mila Ximénez provoca un escalofrío, entristece, abre un nuevo agujero en el corazón, no es algo exagerado, no en vano se había convertido en una presencia cotidiana, en alguien que siempre estaba ahí, de quien se podía discrepar pero que ha regalado carcajadas, buenos momentos, una personalidad que trascendía la pantalla. Por más que en ocasiones se la merendase el personaje que encarnaba (o le escribían), muy pronto reaparecía la Mila auténtica, mordaz, de réplica rápida e ingeniosa, la que explicaba que el mortero era “el culo” con un tono, una intención y un saber decir que nunca dejaba indiferente, al revés, se deseaba que lo repitiese. ¡Y la de cosas que podría haber contado y optó por callar, de eso se han librado algunos! ¡Gracias, Mila!


Jueves 24:

 

LA LIBERTAD, EN DIAGONAL




 

   Lo de El viento que sopla salvaje, novela de Pilar Pascual Echalecu que ha publicado no hace mucho Espasa, tanto en lo meramente formal como en las emociones que provoca en el lector, es difícil de clasificar, ahí radica su máximo acierto, su mayor encanto, su grandeza, le cuento que me parece caleidoscópica y le parece una estupenda definición. Por el espectacular arranque diríase que estamos ante un título de género negro/de misterio, y lo es, pero no sólo eso y no por responder a los cánones más rígidos del mismo (en ese sentido, toma en parte el camino de Patricia Highsmith, hay mucho que descubrir/desvelar, sobre todo en el alma de los personajes, en los porqués de sus actos). Es también una fabulosa y sutil recreación de una época, de una ciudad, de unas costumbres, las que regían en la Málaga de 1918, y, sobre todo, es el retrato vivaz y vívido de unas gentes, de sus pasiones, de sus secretos, de sus silencios, de sus ambigüedades, es una novela de iniciación, de crecimiento, de evolución, del paso a la edad adulta, de la incomprensión adolescente a la de los otros (y viceversa), es, como digo, múltiple, por eso se lee con continuado asombro, con sorpresa casi permanente, con el disfrute y la satisfacción de haber encontrado una narradora capaz de párrafos como los que siguen:

   -“No conseguiré nunca saber el porqué de los domingos. Todo está en calma, en silencio. Flota una inquietud en el aire, tengo que aceptarlo. Ahí es donde voy después de los días. En el extremo del domingo solo estoy yo.

   No sé por qué los domingos se me hacen pálidos, por qué los espero y después huyo.  No sé, no sabré nunca, por qué se me abren los ojos, la boca y las manos siempre en las puntas de la tarde, cuando tengo el ánimo ya nublado, agridulce, entre visillos, y sé que todo es un espejismo, también la vida”.

 

   Fue una auténtica gozada y todo un privilegio participar en el encuentro del Club de Lectura LL, gracias como de habitual a los buenos oficios de mi Pepa Muñoz: https://www.youtube.com/watch?v=HlF-XhNMrZ0&t=46s. Tengo muchas frases, fragmentos completos anotados y conservados en la memoria y en los latidos, pero dejo que cada uno descubra y escoja los suyos, me quedo con un consejo, casi una imposición, una alerta que su madre (¡Menuda creación!) le espeta a la narradora y protagonista: “Si vas contra el mundo de frente, este te aplasta; para ser libre tienes que maniobrar con inteligencia, en diagonal. Aprende esto y no lo olvides”.


Viernes 25:

 

UN MAGNÍFICO BROCHE

 

   Me entero de que la segunda temporada de Special va a ser la última una vez la termino y, aunque sienta cierta pena al constatar que no me reencontraré con personajes que me han calado muy hondo, aplaudo la decisión porque el conjunto les ha quedado muy redondo, se han mantenido en los hallazgos de la primera, han abundado en ellos, los han aumentado, no se han traicionado, la voz de Ryan O´Connell (narrativa, actoral, vital y vitalista) emociona, divierte, invita y denuncia sin necesidad de ser hiriente, basta con exponer, la ironía sutil, medida, elegante, abate más barreras que el encono, el rencor, el drama por más que sea comprensible.