Siempre ando preparando varios textos a la
vez, bien porque ando con dos o tres lecturas que me inspiran para hacer sonar
el arpa (es una superstición que adquirí en los años de radio: tengo que tener
más de un libro empezado, aunque de repente me centre en uno de ellos hasta
terminarlo y aparque los otros -normalmente, los voy alternando-), bien porque
tengo material de entrevistas al que dar salida, bien porque mi ritmo de
escritura (hay épocas bastante prolíficas y otras en que dilato en exceso
ponerme a la tarea) provoca que tenga en la nevera mental y anímica diferentes
escritos, a veces la actualidad se impone y reclama atención, otras sucede
alguna de esas epifanías que no deseo reprimir ni guardar demasiado, puede que
tenga decidido publicar sobre algo pero después la inspiración (o el estómago)
dirige mis pasos hacia otro asunto, el caso es que hoy es de esos días en que
tenía muy claro sobre qué quería escribir y así va a ser, más que nada porque
quiero que lo de hoy, de alguna manera y como guiño a lo que se va a contar,
sirva como pórtico a la siguiente entrada del blog, la que tengo intención de
dar a la luz mañana pero aunque al final se retrasara hasta la próxima semana sería
la primera en aparecer tras la de hoy, eso puedo prometerlo, no porque la una
necesite a la otra ni al revés, sino porque me divierte crear este díptico hoy
que nos centraremos en una miniserie británica que es aquello que se ha dado en
llamar precuela pero que, si nos ponemos estrictos, si ordenamos las obras
cronológicamente por lo que cuentan sería la primera parte (y, por eso, más
allá del homenaje a las películas seriadas que disfrutaba de chaval, para que
las cuentas saliesen y nadie pudiera acusarle de aprovechado si la cosa iba bien
y podía contarlo todo -aunque lo mejor habría sido dejarlo en manos de otros-, George
Lucas empezaba La guerra de las galaxias indicando
que era el cuarto episodio de una saga -de hecho, su título específico es Una nueva esperanza-). Y es que se da la
circunstancia de que hace poco tuve el placer de leer y entrevistar a Clare Mackintosh
con motivo de la publicación en España de su segunda novela, Te estoy viendo, autora británica que es
una dignísima heredera de las grandes señoras venidas de aquellos lares que
tantas alegrías han dado y dan a los adictos a la novela
criminal/policiaca/negra, entre otras cosas que no hay que anticipar ahora
porque tendrán su espacio, compartimos entusiasmo por algunas de las series producidas
allí (en general, pero centrando mis alabanzas en las pertenecientes al género
que ella escribe), al haber trabajado en la policía puede juzgar como pocas
aquello que tanto agradecemos los espectadores, es decir, el realismo (y afirma
que, en ese sentido, se llevan la palma Line
of Duty y Happy Valley –“It´s the
best!”-), recordé ese momento de la conversación estas noches en que vimos Principal sospechoso 1973, motivo que me
ha parecido suficiente para establecer lazos comunicantes entre lo de hoy y lo
que vendrá a continuación para, así, transformar una vez a la miniserie citada
en precuela de otra cosa, puesto que la entrevista se produjo antes pero en el
arpa sonará después (sí, es una simpleza, una de esas cosas tontas que a uno se
le ocurren demasiadas veces, perdón).
El de Jane Tennison es uno de los roles
míticos de la portentosa Helen Mirren, quien le dio vida en siete ocasiones
entre 1991 y 2006 en la serie Principal
sospechoso, emitida en formato de miniseries independientes por más que sea
recomendable verlas cronológicamente para ir asistiendo a la evolución/involución
del personaje, para comprender mejor la parte anímica, personal, íntima, tan o
más importante que la investigación en curso o el misterio a resolver (de
hecho, aunque el resultado sea muy interesante y a ratos apasionante, se diría
que, en líneas generales, a los guionistas les importa bastante poco o se les
olvida que se supone están contando una historia policial). Aunque la creó para
la televisión, Lynda La Plante transformó en novela los tres primeros casos de
Jane Tennison (que son los que ella escribió, en el resto de guiones no
intervino) y en 2015 resucitó a su personaje para contar lo que no se había
visto en la pequeña pantalla, es decir, cuáles fueron sus inicios en la
policía, cómo fue escalando puestos, cómo se fue forjando su personalidad, a
qué tuvo que enfrentarse, una precuela en toda regla que inauguraba una serie
que, hasta el momento, conforman tres novelas; parecía lógico que el personaje
regresara, nunca mejor dicho, al lugar del crimen, al medio en que se hizo
famoso y, así, la ITV estrenó en marzo de este año la adaptación de la primera
novela, la que sólo se titula con el apellido de la protagonista pero que en su
trasvase a lo audiovisual, en parte como reclamo hacia los muchísimos
seguidores logrados, se puso bajo los auspicios del título original, aquel Principal sospechoso de 1991 que dio
comienzo a todo, indicando con la fecha añadida -1973- que saltábamos en el
tiempo hacia atrás, sin engañar a nadie y dejando las cosas muy claritas.
Esta nueva entrega centra un elevado porcentaje
de su duración (seis capítulos de 45 minutos) en el trabajo policial, en el
procedimiento, en la investigación, es todo un regalo para los que gustamos de
ese tipo de narración, se inscribe en una tradición que mantienen viva (por no
irnos de televisión) y como ya se señaló seriales como Happy Valley, Line of Duty,
Vera o Broadchurch (aunque esta ya ha terminado -pero no conviene olvidar
que Principal Sospechoso espació sus
entregas a lo largo de quince años, no perdamos la esperanza de un regreso-),
aunque a la autora no le ha gustado la adaptación llevada a cabo puesto que se
ha quejado de que a veces han desdibujado a Tennison, le han restado
importancia, han hecho cambios sustanciales que afectan al tono, no digo que
sea en concreto por la presencia de lo meramente policial pero el caso es que
le ha molestado que el aspecto psicológico haya quedado en segundo plano, aunque
a uno le parezca todo muy equilibrado y armonizado, si bien es cierto que,
aunque todo empiece con ella, al principio no deja de ser una más del equipo
que investiga, la historia no se centra específicamente en ella ni se cuenta a
través de su mirada y sentimientos, al menos en los primeros capítulos, puesto
que, poco a poco, el personaje va tomando cuerpo, empieza a destacar, le
suceden cosas que influyen de una forma u otra en su trabajo y en la resolución
del crimen con que comienza la serie, a un servidor le parece muy satisfactorio
el conjunto y, en concreto, el ritmo dado a la narración y la manera en que se
va poniendo en juego las diferentes piezas. Stefanie Martini tiene sobre sus
hombros la titánica tarea de hacer olvidar a Helen Mirren viéndose obligada a hacerla
presente, es decir, ha de resultar creíble como la joven que con el tiempo se
convertirá en la Tennison adulta a la que ha dado vida, sangre, presencia, carácter,
alma, inmortalidad una de las intérpretes más prodigiosas que verán los siglos
y, al mismo tiempo, no quedarse en una burda imitación, reto del que sale más
que airosa pero, indudablemente, no bien parada del todo de la en este caso
inevitable comparación con su predecesora y es que Helen Mirren sólo hay una.
El caso es que esta buena muestra de cómo
hacen televisión los británicos queda como pieza única, puesto que la creadora
se ha negado a seguir cediendo los derechos para que conviertan a su criatura
en otra cosa distinta a lo que ella ha escrito y, qué quieren que les diga, la noticia
no puede resultarme más nefasta, al margen de por lo mucho que he disfrutado
con la serie porque quería saber más sobre el personaje y su trabajo, porque me
he sentido muy bien acogido como espectador (como en tantas ficciones
británicas, da igual el género) en esa comisaría tan real, tan verosímil, con
esos policías (hagamos hincapié en lo masculino) que miran por encima del otro
a sus compañeras recién llegadas, que se imponen a fuerza de misoginia,
paternalismo, autoritarismo (que no es lo mismo que autoridad), soberbia, miedo
a reconocer méritos, a sentirse y saberse (según en qué) inferiores, creo que
todos esos aspectos humanos (o todo lo contrario) están muy bien reflejados en
pantalla, no sé exactamente por qué se ha molestado tanto Lynda La Plante, pero
la solución es fácil y más en alguien de su experiencia televisiva: que se
ocupe directamente de la adaptación o supervise todo el proceso, que intervenga
más, que se fíe menos, que cambie de canal, que haga lo que sea, pero que no
nos deje así (y, ya de paso, animar a alguna editorial española a que traduzca
alguna de sus novelas).