viernes, 24 de noviembre de 2017

EXPUESTOS Y SOBREEXPUESTOS







  Tal y como anuncié en el texto publicado ayer (que no es necesario haber leído para hacer lo propio con éste), hoy hablaremos sobre una apasionante novela de misterio que apenas me dio cuartel hasta que la terminé, una excelente muestra del modo en que los británicos practican, cuidan y desarrollan lo policiaco (en el sentido más amplio, aunque en este caso en concreto sea ese aspecto el que más la define, hábilmente mezclado con el terror psicológico), todo un descubrimiento para este lector porque no conocía el primer título firmado por Clare Mackintosh (Te dejé ir), una novela que demuestra la sorprendente madurez y el espléndido pulso narrativo alcanzados con sólo dos trabajos en el mercado, una lectura que plantea múltiples interrogantes, muchos de los cuales podríamos (y a veces deberíamos) plantearnos cualquiera en nuestro día a día, una escritura que atrapa y exige seguir pasando páginas (y que no decepciona con su conclusión, todo lo contrario, un servidor se quedó con la boca abierta -es la mayor pretensión de la autora: “La reacción que espero es que el lector se sorprenda con los giros, abra los ojos ante la solución, pero al mismo tiempo piense “¿cómo no me he dado cuenta?” porque es algo que podría haber resuelto”-, sobre todo porque Mackintosh juega sus bazas con gran honestidad pero sabe moverlas con agilidad para que, aunque haya cosas que puedan parecer claras, las desechemos o ignoremos al poner nuestro foco en otros aspectos). Te estoy viendo fue publicada en España por Debolsillo en mayo de este año (con traducción de Ana Alcaina y Verónica Canales), pero fue hace cosa de un mes cuando Clare Mackintosh visitó Madrid y se ganó aún más el respeto y admiración de quien suscribe por el modo en que encara su compromiso con la literatura, volcada totalmente en la escritura tras haber trabajado doce años en la policía británica (en el departamento de investigación criminal y como comandante de orden público) y haberse dedicado, tras su dimisión en 2011, al periodismo como freelance, al margen de alguna otra ocupación. Y, aún diría más como Hernández y Fernández (pero lo haré de verdad, no repetiré nada), ganarse también el corazón por su cordialidad, su humildad, su interés sincero por lo que piensan los demás sobre su novela, participar de las bromas, conversar con amenidad y sin barreras, implicándose (hay tantos que se limitan a cumplir con lo que consideran una obligación e incluso te hacen sentir incómodo, los hay que, aunque mantengan una cierta cordialidad, parecen pertrechados tras una coraza, dejemos fuera a algunos de infausto recuerdo -no siempre por antipáticos, sino por apáticos o monosilábicos o por irse por las ramas o no decir nada concreto-).

   Te estoy viendo tiene dos líneas narrativas (o tres, pero a eso llegaremos cuando corresponda -y no destriparemos nada-) puesto que, al menos al principio, los capítulos impares se narran en primera persona y los pares en tercera, dando voz en aquellos a Zoe Walker, quien regresa en el metro a su hogar cuando descubre su foto en medio de los anuncios de contactos de un periódico, siendo protagonista de los segundos Kelly Swift, a quien conocemos también en el metro pero como agente del Equipo de Policía de Proximidad; aunque sea claro el modo en que van a unirse ambos personajes, aunque Clare Mackintosh no pretenda sorprender ni romper moldes, el hecho de que ambas historias sean muy potentes por sí mismas y, de haberlo querido, no se hubiesen necesitado la una a la otra, hubiesen podido ser narraciones independientes, sí provoca asombro tanto en el desarrollo como en la naturalidad con que se hacen encajar sin que ninguna quede como secundaria, alimentándose mutuamente, formando un conjunto sólido y apabullante: “Al principio, la historia de Kelly no existía: el elemento policial ocupaba poco espacio, sólo en relación con lo que sucede a Zoe, y el que se ocupaba de la investigación era un hombre. Pero yo tenía muchas dudas, había algo que no terminaba de gustarme, lo hablé con mi editora y me dijo que el problema es que era un tipo al que parecía que nada le importaba, que no le gustaba su trabajo, que así no había manera de sacar adelante la novela, jajaja… El caso es que me preguntó por Kelly, que hasta ese momento sólo era una policía que entraba un momento en el despacho, daba un mensaje y se iba, ocupaba media página del original, me hizo caer en la cuenta de que ella sí era alguien implicada con su trabajo, que le iba a importar lo que le pasaba a Zoe, me puse a pensar en ella, en cómo llegó a ser policía, la fui dejando expresarse y al final cobró tanto o más protagonismo que Zoe”. Y entonces empezó a armar el puzle para que no se notasen las junturas y surgió lo de utilizar las dos personas narrativas porque la tercera era más idónea para la investigación policial es así como se desarrolla, no hay que involucrarse emocionalmente, hay que poner distancia, otra cosa es lo que sucede con Kelly, claro, es parte fundamental del personaje y de su forma de interactuar con lo demás. Y con Zoe recurrí a la primera persona porque quería que el lector entrase directamente en su cabeza, experimentase el mismo pánico, que compartiese sus preocupaciones”. Como se ha dicho, no hay ninguna novedad destacable en lo que a estructura se refiere, pero es reseñable y plausible cómo Mackintosh alterna con enorme precisión y efectividad el juego de voces, incluyendo la tercera, la que aparece en cursiva, la que habla directamente a sus víctimas, es decir, el misterio (principal -van apareciendo otras sombras, incógnitas, preguntas-) a resolver, algo que es habitual en otras muestras del género (viene a la memoria, porque es uno de sus recursos más utilizados, Maurizio de Giovanni), pero que la autora sabe dosificar y emplear con gran acierto y sin reiteraciones: “No es nada fácil [alternar las voces], pero ha sido muy placentero escribir de esa manera, desarrollando un trabajo de precisión, haciendo encajar todas las piezas, fue todo un desafío, pero es algo necesario porque los lectores de novela policiaca son muy listos y en seguida pueden desvelar todo si no te aplicas y los despistas”.

   Le confieso mi debilidad por Agatha Christie puesto que con ella eché los primeros dientes como lector que ya no se conformaba con los libros propios de los once años, pero hablamos de otras grandes señoras del crimen, sobre todo en aquellos lares de los que ella viene, no es sencillo destacar en un panorama tan bien nutrido y con autoras con estilos muy diferentes que abarcan casi todas (por no decir todas) las ramas en que se bifurca este género: “Creo que, dentro de la explosión que ha dado lo que se llama negro mezclando a gente muy diversa, se viene dando un resurgimiento muy acusado del suspense psicológico; en ese sentido, muy alejados de Agatha Christie, porque ella es la máxima representante del quién lo hizo [el whodunit, como se conoce a este tipo de historias]. Una escritora clásica que sí me ha influenciado es Daphne DuMaurier, abunda en el aspecto psicológico, incluso en lo doméstico, lo que sucede en casa”. Y esa cotidianeidad es la que tanto atrapa y espanta en Te estoy viendo, puesto que Zoe se siente amenazada en el metro, perseguida, observada, acechada, y Mackintosh nos mete con ella en el vagón, nos hace recorrer larguísimos pasillos, nos zarandea en medio de la muchedumbre que se agolpa en el andén, describe con exactitud y realismo apreturas, agobios, olores, empujones, si hubiese ido leyendo en el metro creo que hubiese cerrado el libro: “Yo no vivo en Londres y tuve que trabajarme el lugar: caminé mucho por la ciudad, observaba, olía, tomaba nota de todo, cuando viajaba en metro lo hacía inmersa en un ejercicio de escritura que consistía en describir a la gente, apuntar lo que veía. Al principio no estaba contenta porque me parecía que me quedaba en lo evidente, en la ropa, los zapatos, algún detalle de las manos, los aspectos más significativos, poco a poco, a fuerza de repetir, sobre todo recorriendo Circle Line, fui atrapando ese algo que marca la diferencia y aporta tanto realismo. En una ocasión noté que alguien que estaba de pie, una mujer, miraba mi cuaderno y luego miraba a la persona que estaba enfrente dándose cuenta de que yo la estaba retratando pormenorizadamente, no sabía cómo reaccionar, no sabía si estaba asustada, tal vez yo sí, jajaja, entonces se me ocurrió escribir en otra hoja “tranquila, soy escritora” y parece que lo comprendió sin tomarme por trastornada”. Con respecto al metro hay un detalle que no puedo dejar de comentarle porque sólo en España podemos caer en la cuenta: en un momento dado escribe que “son las seis menos veinte [de la tarde]. El metro está abarrotado de gente que preferiría estar en cualquier otro lugar. Huele a sudor, a ajo, a lluvia” y le recuerdo (o le informo porque no conocía la anécdota) que Victoria Beckham se quejó de lo mucho que olía a ajo en España cuando su marido jugaba en el Real Madrid, ante lo que suelta una carcajada más rotunda que las varias con las que va salpicando la entrevista: “Pero si siempre huele algo a ajo, especialmente a curry o cualquier especia… Victoria Beckham no debe haber subido mucho en metro, claro”. No puedo menos que confirmar ambos aspectos (ese olor característico de tantas calles, puestos y estaciones de metro de Londres y lo de la Beckham), también muerto de risa.

   Otro aspecto que provoca que el lector se sienta parte de la novela es el asunto de cómo nosotros mismos exhibimos nuestra vida ante los demás, publicamos fotos en redes sociales sin tener verdadera conciencia de que cualquiera podría (y puede) acceder a ellas, damos mucha información sobre familia, trabajo, amigos, actividades, vulneramos nuestras privacidad y seguridad, dejamos más rastro del que querríamos y del que pensamos: “Cedemos muchísima información, sobre todo si estamos en varias redes sociales porque eso empieza a multiplicarse, a fluir, revelando demasiado sin ser conscientes de ello, no es seguro”. Y así es cómo entra en la novela el componente tecnológico, sabiamente utilizado para que no resulte abstruso ni detenga el ritmo tan medido de la historia: “Me gusta escribir para que todo el mundo lo entienda y por eso lo explico de manera que yo sea la primera en comprenderlo todo. De hecho, el aspecto tecnológico podría haber estado más presente y haber sido mucho más complejo, pero eso hubiese alejado a muchos lectores: siempre pienso en mi madre que le encanta leer mis libros, también los de otros, no te creas, jajaja… Ella conoce Facebook, algunas generalidades, a lo del hashtag le cuesta, no podía ponerme muy técnica porque sacaría a mucha gente de la historia. Además, la tecnología evoluciona muy rápido, si escribes centrándote demasiado en ella, la novela se queda obsoleta al poco tiempo y me gustaría que las mías pudiesen ser leídas y comprendidas durante años”. Y esta pulcritud narrativa también se percibe con claridad en la manera en que refleja algo que conoce de primera mano, como es el trabajo policial: “Disfruto escribiendo sobre él con la mayor autenticidad posible, y eso no implica centrarme en los procedimientos en sí, en la parte más técnica, sino en cómo hablan los policías, cómo es el ambiente de una comisaría, cómo suena una puerta, las reuniones de trabajo”. Y es por este verismo por lo que hablamos sobre la ficción policial británica televisiva que tantos buenos ratos nos hace pasar y ella se suma al entusiasmo: “"Happy Valley" es la mejor, si tengo que elegir una me quedo con ella, la adoro, también disfruto las otras pero esa es tan real, se acerca tanto a lo que yo viví, es muy auténtica. No me extraña que pueda notarse la influencia de esas series en lo que escribo porque me encantan, al margen de que reflejan perfectamente lo que yo conocí”.

   Verosimilitud que se extiende (que es base fundamental para que la novela se sostenga de esa manera y absorba como lo hace) a las psicologías de los personajes, alejados de los extremos y/o estereotipos, imperfectos como cualquiera, siempre procurando mantener el equilibrio, sin maniqueísmos: “Me gusta ir diseminando sospechas, cierta ambigüedad, no sólo para dificultar el camino del lector hacia la resolución, sino porque en la vida cotidiana nadie es del todo bueno o del todo malo y es interesante contemplar a cada personaje como un sospechoso de algo, cualquiera puede sorprender con conductas opuestas y pasar de lo mejor a lo peor o viceversa en cuestión de segundos, creo que todos seríamos capaces de hacer algo terrible si nos llevan a ciertos extremos. Siempre estamos en la línea entre el bien y el mal aunque no seamos conscientes; por eso, la gente corriente es mucho más interesante como sujeto literario que la extraordinaria, sobre todo cuando la pones en situaciones excepcionales, que es sobre lo que más me gusta escribir: cómo se reacciona ante esos hechos, de dónde se saca la fuerza para ello”. Y todo sin olvidar los aspectos más íntimos, aquellos que describe con fuerza y sin ahorrar nada con tal de que podamos comprender mejor por qué actúan de cierta manera por más que no la compartamos, algo especialmente sensible (y logrado) en la relación entre Kelly y su hermana con algún momento que encoge el corazón y coloca al borde (o más allá) de las lágrimas: “Es una historia que adoro porque me interesa mucho la forma en que tratamos a las víctimas de determinados delitos, puesto que la víctima se siente impotente, como un despojo, y lo que más molesta es que vengan los demás a decirte cómo debes sentirte, cuánto vas a tardar en recuperarse, cuánto durará el duelo, el trabajo policial debe ser escuchar más y hablar menos y dejarse llevar por lo que la víctima necesita”. Y sobre ese trabajo seguirá escribiendo porque anuncia que, aunque jamás se ha planteado escribir una serie, Kelly se le ha quedado dentro “y por el momento no quiero soltarla”, y, al menos, la hará aparecer en otro libro porque quiere saber qué le pasó antes de lo que se narra en Te estoy viendo, pero también cuenta que ya tiene terminada su tercera novela, es decir, habrá que ir haciendo más hueco en la librería a Clare Mackintosh y esa es, sin duda, una estupenda noticia.