La anécdota pierde su gracia al escribirla, aún más si tenemos en cuenta
que tuvimos (Pablo y un servidor) el placer y el privilegio de escuchársela
contar a la protagonista de la misma; explicando esto último, fuimos testigos
privilegiados (y teníamos muy cerca a la maravillosa Petula Clark, algo más
alejado al estupendo -en todos los sentidos- Ralph Fiennes) de un vibrante y
soberbio espectáculo unipersonal (acompañada por una pequeña y estupenda banda que
fue cómplice necesario para que la estrella brillase como era de esperar) que
la legendaria Chita Rivera ofreció en el auditorio (o pequeño teatro, siendo
generosos -aunque ya quisieran muchas salas que se anuncian como lo que jamás serán,
ni tan siquiera lo que acabo de considerarlas-) de un hotel londinense (no
recuerdo su nombre) cercano a la estación de St. Pancras, fue impresionante
cómo a sus entonces 76 años (hablo de febrero de 2009) se movía con pasmosa
agilidad, daba algunos de los pasos de baile que la hicieron popular, todavía
era capaz de doblarse con envidiable elasticidad, ¡y eso que al empezar el
espectáculo había prometido/nos había advertido que no bailaría, pero cuando se
lleva en la sangre, cuando se es tan artista, cuando se tiene esa personalidad,
ese nervio, esa energía, ese permanente magisterio, esa maestría, cuando se es
Chita Rivera todo es posible e incontenible (merece ser reseñado que la gran señora
tiene conciertos programados unos conciertos en San Francisco para el próximo
noviembre -y supongo que más, pero son los que he encontrado a la venta-)! El
caso fue que, en un momento dado, no podía ser de otra manera, salió a colación
West Side Story, ella fue la Anita
original, y rememoró cómo fue el casting: le habían dado ciertas indicaciones
de cómo era el personaje, un par de ideas muy someras, el caso fue que llegó junto
al piano y soltó toda la artillería, fue genial verla parodiándose, exagerando
lágrimas y sollozos, hasta que una voz desde el patio de butacas le pidió que
parase (en su recuerdo, no en el espectáculo) y ese alguien le dijo “espere,
que voy al escenario con usted”, cuando llegó a su lado se presentó “¿cómo está
usted? Soy Leonard Bernstein” (hasta le dijo cómo pronunciar correctamente el
apellido -¡Y la Rivera hacía todas las voces y reproducía los gestos! ¡Qué
pasada!-), le dijo que estaba muy bien que imprimiese el dramatismo que la
partitura y el personaje precisaban, pero que lo hiciese más desde dentro, sin
tantos aspavientos, que en la obra había una progresión, el caso fue que al
principio ella se contenía más bien poco, pero poco a poco fue siguiendo las
indicaciones del compositor y lo demás es historia del teatro musical.
Y ese señor, Leonard Bernstein (Rivera dijo algo así como “se pronuncia Bernsstain” -haciendo la erre casi
muda-), cumple hoy (25 de agosto, lo aclaro porque, viendo la hora que es,
puede que publique el texto cuando ya sea 26) cien años, sí los cumple, en
presente, porque los genios nunca mueren, porque la gente que deja huella y
obra, aquellos a quienes queremos, respetamos y/o admiramos (de nuevo me niego
a utilizar el pretérito) no pierden
actualidad ni vigencia, por eso seguimos celebrándolos, por eso les felicitamos,
por eso conmemoramos días tan señalados, aunque cualquier oportunidad es buena
para ello, no es necesario llegar a una cifra tan redonda como hoy (esto es
algo que jamás podrá comprender alguien tan obtusa y simple como esa autoproclamada
experta a la que me refiero a veces, esa que al no amar de verdad aquello que
dice amar no es capaz de saber de qué estamos hablando y por eso, en parte para
sentirse especial, importante y por encima del común de los mortales -y hasta
de los inmortales-, se lo reprocha y afea al resto -aunque, de sus más de 1.700
seguidores de los que tanto alardea, sólo uno le ha dado a “me gusta”, debe ser
que la leen sólo para hacer lo que este que suscribe, es decir, reírse de su
ignorancia, de sus contradicciones, de sus teorías conspiranoicas, de su
incultura, de su soberbia-). Y en medio de los fastos que durante dos años están
teniendo lugar por todo el mundo, como parte del gigantesco cumpleaños feliz
que se está dedicando a Bernstein, SOM Produce, los mismos que hicieron posible
que Billy Elliot fuese una realidad
en España (y de qué manera), esas gentes que, no hay más que verlo (y
disfrutarlo), defienden y aman el musical de verdad, se hicieron con los
derechos de West Side Story para
estrenar por primera vez en España la versión original íntegra del musical,
aquella en la que participó Chita Rivera y que levantó el telón de manera
oficial en el Winter Garden Theatre de Nueva York el 26 de septiembre de 1957.
Será a partir del próximo 3 de octubre cuanto el Teatro Calderón de
Madrid (que, por cierto, cumplió 100 años en 2017) se convertirá en el
escenario de la rivalidad entre Jets y Sharks, entre los descendientes de
europeos y los portorriqueños, al fin y al cabo entre Capuletos y Montescos,
puesto que Romeo y Julieta de
Shakespeare fue el punto de partida para el libreto de Arthur Laurents al que
Leonard Bernstein puso música (y Stephen Sondheim, al que solemos olvidar
cuando hablamos de la obra -yo el primero el otro día en una publicación de
Instagram-, creó las letras de las inmortales Tonight, Quintet, María, I Feel Pretty, Somewhere y el resto). Las ya
míticas peleas, las no menos fabulosas y multipremiadas coreografías de Jerome
Robbins, el dramático amor entre Tony y María se vivirá como si fuese la
primera vez gracias a una espectacular escenografía original de Ricardo Sánchez
Cuerda (con hasta 20 cambios) de la que sólo vemos la base central (y ya
impresiona, aún más por cómo desborda el espacio escénico habitual y se expande
con los laterales) el mismo día en que el equipo artístico entra por primera
vez en el teatro para empezar a ensayar allí, por lo que prensa y elenco descubrimos
casi al mismo tiempo el West Side español, el que incluso podemos pisar cuando
charlamos unos momentos con Javier Ariano, quien se hará cargo de Tony y que,
momentos antes y junto a Talía del Val que hará lo propio con María, nos han
regalado en el vestíbulo Tonight, con acompañamiento al piano de Gaby Goldman, director musical del montaje. Aún se le nota la emoción de, como se dice en la profesión,
respirar teatro tras un tiempo ensayando en una sala, haciendo primero un
taller sobre Romeo y Julieta para
trabajar las emociones y los personajes desde sus orígenes, y así es como habla
sobre Tony: “Tiene un mundo muy onírico
dentro, aunque también se deja empujar por la templanza en otros momentos: es
un personaje muy complicado, no en vano tiene a Romeo como base, porque se deja
poseer por la locura del amor, lo pone por encima de todas las otras cosas”.
Es inevitable hablar de las espectaculares y memorables coreografías, no para
de elogiar el trabajo y el talento de sus compañeros, “Tony baila más bien poco, jajaja”, pero a cambio se enfrenta a una
partitura muy exigente que requiere una espléndida voz y grandes dotes
interpretativas, sin duda es un regalo, pero un tanto envenenado porque tiene
múltiples dificultades: “La partitura es
uno de los mayores retos a los que me he enfrentado nunca: es la obra de un
virtuoso que puso muchos matices, hay muchos detalles a los que atender y cuidar
para hacerle justicia y transmitir toda su verdad”.
Esa es, tal vez, la clave para entender por qué West Side Story continúa en plena forma, por qué puede verse mil veces
sin que canse, por qué nunca pasa de moda, por qué sigue cautivando e interesando,
por qué las nuevas generaciones se van sumando: porque, aunque suene obvio, es
una obra de sentimientos, porque todos los elementos están sólidamente aunados,
porque las coreografías ayudan a contar la historia (como ha hecho desde
siempre el ballet), porque no le sobra nada, porque cada canción es un hito,
porque rebosa verdad, es la palabra que más repite Federico Barrios, el hombre
de teatro que, nunca mejor dicho, está orquestándolo todo para que el espectáculo
responda al mito y añada algo propio: “Llevamos
un año trabajando, desde julio de 2017 le he dedicado todo mi tiempo para
conocer bien la historia, las coreografías, los personajes, llegar al núcleo de
cómo se creó el original, trabajando directamente sobre el clásico para actualizarlo
en lo que se debe: no se interpreta del mismo modo que hace 60 años, las
estructuras dramáticas son diferentes, lo que se quiere es darle un giro para
que se acerque algo más al público actual, pero respetando el clásico, por
supuesto”. Tengo la oportunidad de mantener un breve aparte con Federico y
él roba unos segundos a la siguiente entrevista para, ya sin grabadora delante,
explicarme algunos de los resortes de la escenografía (e interesarse, todo debo
decirlo, por aquello que escuché contar a Chita Rivera) y es un lujo y un
infinito placer para quien ama el género comprobar que, más allá de un director
y coreógrafo comprometido con su trabajo, se está frente a un apasionado del
musical, del teatro, de su profesión (y no saben cómo tranquiliza eso, hablando
estrictamente como público: estamos en las mejores manos posibles). Hablamos de
que él aúna las dos direcciones de la función, así se reconocía en la versión
cinematográfica que firmaron Robert Wise y Jerome Robbins, porque, hay que
insistir en ello (y no supone menospreciar otras que sólo buscan -como si fuese
poco- espectáculo, dejar con la boca abierta como no hace mucho se quedó quien
les escribe en el Drury Lane, pasmado ante el monumental montaje de La Calle 42 que aún sigo ovacionando en
mi interior), las coreografías de West
Side Story rompieron moldes por muchos motivos, entre ellos por su
trascendencia y hondura dramática: “Las
coreografías no son como las de otros musicales en que aparecen para dar luz,
color, energía, o no sólo eso, porque aquí siempre sirven para seguir contando
la historia, son parte esencial del contenido, no son un relleno ni una excusa”.
Y las coreografías originales de Jerome Robbins serán las que se vean (y a buen
seguro admiren) sobre el escenario del Calderón: “Llevamos un año trabajando con todo el material audiovisual y escrito
que nos han enviado para decodificar el paso, para sacar la esencia de cada
coreografía, para saber qué quiso contar el coreógrafo y respetarlo. Es una
partitura coreográfica con muchísima verdad, cuenta gran parte de la historia,
es central, retrata perfectamente a los latinos y a los polacos. Por eso en el
casting íbamos perfilando quién encajaba en cada grupo y una vez hemos empezado
a ensayar se ha demostrado que a cada uno le quedan bien las coreografías de su
banda, el movimiento tiene que ver con la esencia de cada personaje”.
Tiempo habrá para ir contando más cosas sobre este indudable
acontecimiento (qué alivio que en una cartelera que por desgracia sigue
resultando muy mortecina broten propuestas como esta para sumarse a Billy Elliot, ese oasis para el amante
del musical), para conocer al resto del elenco, para compartir el entusiasmo
por la propuesta y, desde luego, para ir desterrando fantasmas, en el sentido
de que todos llegamos a West Side Story con
la película en la mente y el corazón, es inevitable, pero no conviene olvidar
que, como en tantos casos, son cosas totalmente distintas: “El musical hay que presentarlo a las nuevas
generaciones, pero hay que poner especial atención en quienes ya lo han visto,
sobre todo la película, claro, que ha dejado unas referencias muy fuertes y
marcadas y alteraba la estructura original e introducía cambios lógicos porque
es otro formato. Es muy difícil enfrentarse a un clásico de estas dimensiones y
el mayor desafío es que el público olvide un poco eso y redescubra la obra,
porque no se trata de repetir lo que ya se hizo”. Uno ha encarado muchas
reposiciones (no hace ni dos meses en Londres la de El rey y yo con unos Kelli O´Hara y Ken Watanabe -y un montaje- que
hacen olvidar cualquier antecedente o, mejor dicho, lo enriquece y eleva aún
más) y, si el olfato no me falla, creo que estamos ante algo que promete gozo y
emociones renovadas que agrandarán las prístinas, las experimentadas en tantas
ocasiones en que, de un modo u otro, se ha regresado a West Side Story. Por lo tanto, señor Bernstein, puede usted soplar
las velas sin dudarlo, ya que hay mucho que celebrar.