Doy explicaciones porque me apetece, por honestidad, por sentirme bien
conmigo mismo, para tener claro que no engaño a nadie (el que se engaña porque
quiere puede pasarlo muy bien si es por una causa literaria -en seguida
volvemos a este tema-, el resto -sobre todo cuando viene con intenciones
maliciosas-, el que malinterpreta o tiene poca -o nula- comprensión lectora, no
es mi problema -sí, se supone que hay que enseñar al que no sabe, pero el que
no ha querido aprender en su día suele ser alguien irrecuperable y, lo reconozco,
no tengo ni la vocación ni el arrojo de los grandes maestros que en el mundo y
en la ficción han sido-); dicho lo cual, creo que jamás he empleado la palabra “reseña”
para referirme a estos textos, puede que alguna vez en el sentido de que es
algo que todo el mundo identifica pero si lo he hecho pido perdón porque tengo
muy claro lo que escribo, por fortuna son muchos años en el oficio, y estas
son, como me gusta decir, unas memorias de lector/espectador, no usurpo géneros
que no me corresponden, no como tantos que pululan aquí y allá y se atribuyen
un género que, por otro lado, desconocen (porque, bien lo dice el DRAE, una
reseña es una “narración sucinta”, o sea, breve y en periodismo o en el mundo
académico se utiliza para esbozar un análisis, una opinión, un sentir
particular, no para citar frases de otros o hacer síntesis -nada breves, por
cierto- de la trama de una novela). Por lo tanto, acepto, por supuesto, que haya
gente a que no le guste mi manera de escribir, que discrepe de lo que afirmo
(es un placer dialogar sobre aquello que leemos con amigos o conocidos de las
redes que también se apasionan con los libros), que haya vivido experiencias
lectoras diferentes, comprendo porque es lógico y hasta sano que eso ocurra (en
caso contrario, el pensamiento único que tantos pretenden imponer ganaría la
batalla) que muchas personas buscan y demandan una reseña en el sentido más
ortodoxo del término, yo mismo lo hago con, por ejemplo, Gelbenzu o Lluís Fernández,
creo que dejo muy claras, digámoslo así, las reglas del juego. Por resumir y
decirlo sin ambages, yo no hago reseñas (al menos, en este blog), ni ustedes,
gentes que recurren al infinitivo donde debería usarse el imperativo, tampoco
(en gran parte, porque ni saben ni pueden). Y de los talifanes (no sé a quién
le robé el neologismo, pero es fabuloso, demoledor y descriptivo) ya hablaremos
otro día (de los de verdad, los fanáticos a ultranza, y de los que sólo fingen
serlo buscando un beneficio, sustituirían -y lo hacen- la causa que dicen
defender por otra en cuando les pareciese mejor sombra en la que cobijarse).
Por lo tanto, como siempre, vamos a contar el viaje hecho a través de
las páginas de un libro, lo que ha inspirado, lo que me ha hecho recordar, los
sentimientos y sensaciones que me ha provocado, aunque en esta ocasión tenemos
las palabras de la propia autora para ir apostillando, puesto que hace casi dos
meses tuve la dichosa oportunidad de reencontrarme cara a cara con mi cada vez
más admirada Clare Mackintosh con motivo de la aparición en España de su
tercera novela, Si te miento,
publicada (al igual que las anteriores) por Debolsillo con traducción de Ana Alcaina
y Verónica Canales. Y comienzo pidiéndole perdón, no sólo por mis digresiones
(aunque debo decir que recibe cualquier comentario, por peregrino que resulte,
con infinita alegría, dando plena libertad al lector para elucubrar), sino
porque el título del presente escrito lo he tomado prestado de una las secciones
de aquella revista Pronto que tanto estimuló la imaginación de por sí
calenturienta de los de mi generación con titulares imposibles y
sensacionalistas (y mentirosos), reportajes truculentos, puro amarillismo,
historias más falsas que una moneda de 4 euros anunciadas a bombo y platillo
como “una historia real”, revista que nos hizo pasar muy buenos ratos (y aún lo
hace cuando Pablo recupera gracias a Internet muchas de sus portadas) y de la
que, se quiera o no, aprendimos muchas cosas (y algunas de ellas me han venido
de perlas en el ejercicio de mi profesión, aunque sea por ausencia se aprendía
mucha ética y deontología periodística en sus páginas). Y, como digo, una de
sus secciones estrella era aquella en que la protagonista (no sé si sólo eran testimonios
femeninos, pero son los que recuerdo de forma mayoritaria y abrumadora) narraba
un suceso que la llevó a una encrucijada de caminos, a un terrible dilema, a una
decisión drástica de la que tal vez no se arrepintiese, pero a cuyo punto de
partida regresaba para elucubrar “¿y si hubiese hecho lo contrario?”. Pero
puedo alegar en mi defensa que fue la propia escritora la que me hizo evocar
aquellas historias que devoraba con absoluto deleite (ni lo oculto ni lo niego,
nunca lo haré, así es como se va forjando un criterio, sin prejuicios, fagocitando
primero, escogiendo después) porque en un momento de la conversación, hablando
sobre su pericia para envolver e implicar al lector en la historia (y llegaremos
en seguida a lo del engaño antes prometido), afirmó: “Quiero que el lector se plantee continuamente qué haría frente a un
suceso como ese, que se pregunte varias veces “y si…”, sin tener claro del todo
qué ha pasado, que no deje de dudar y de plantearse opciones”. Respondiendo a la pregunta en su
globalidad, mi vida (de lector -y también de periodista-) hubiese sido mucho
menos divertida si no hubiese conocido a Clare Mackintosh y su obra.
Aunque no me gusta demasiado recurrir a ello, pongo a continuación el
link de la anterior ocasión en que escribí y transcribí lo que me contó la escritora
británica porque así evito una de mis habituales reiteraciones para quien
conociese aquel texto y, por otro lado, porque así vuelvo a recomendar
encarecidamente su segunda novela, Te
estoy viendo: https://elarpadebecquer.blogspot.com/2017/11/expuestos-y-sobreexpuestos.html.
Y aunque hay muchos puntos en común, su manera de contar, el juego que establece
con el lector, las diferentes voces narrativas, otros detalles que ahora iremos
desgranando, Si te miento es muy
diferente a su predecesora y entronca más directamente con Te dejé ir, su ópera prima: “En
realidad puedo considerar “Te estoy viendo” como una anomalía, ya que responde
mucho más a los cánones de la novela negra o policiaca, está mucho más
impulsada por la trama, por la resolución del misterio. Las otras dos son mucho
más líricas, más emocionales, se centran mucho más en las relaciones entre los
personajes y creo que ese es el estilo que más me va”. Y no es que en Te estoy viendo no hiciese una prospección
en las psicologías de los personajes, pero es cierto que una investigación
policial en el sentido más ortodoxo del género ocupaba gran parte del libro
mientras que aquí el acento se pone más en por qué pasó lo que pasó que en quién
lo hizo (aunque sean varios los interrogantes abiertos hasta la conclusión),
algo que surgió desde el origen: “Esta
historia nació a partir de un hecho real que no puedo detallar para no hacer
spoiler, pero sí puedo decir que fue algo que me resultó increíble, mucho más
extraño que cualquier cosa que se me pudiera ocurrir, y lo que más me interesó
no fue el crimen en sí que se pudiera haber cometido, sino el efecto que ese
hecho tuvo en los de alrededor. Ya cuando trabajaba en la policía lo que más me
preocupaba más era el modo en que la gente se comportaba y por qué. Como escritora,
me gusta poner a gente corriente en situaciones extraordinarias y comprobar qué
sucede cuando se conjugan ambas circunstancias”. Y no cabe duda de que lo
que vive Anna, la protagonista que habla directamente al lector, es cuando
menos insólito (por más que haya un suceso real como soporte/inspiración), pero
al enfrentarla directamente con sus dolores, con el vacío tras la pérdida, con
los sentimientos contradictorios (que se le agudizarán en el proceso) sobre sus
padres, resulta tremendamente vívido y reconocible para quien sostiene el libro
en sus manos: “Anna es alguien muy
normal, es casi aburrida, al menos lo es la manera en que vive su vida; lo
único extraordinario es lo que le ha pasado, lo que se cuenta en la novela,
cómo le afecta lo que han hecho otros y así fue como quise que fuera. Creo que la mejor manera de presentar y
conocer a los personajes es a través de pequeños detalles, su entorno, sus
costumbres, así el lector se forma la imagen que considere más apropiada”.
Y es Anna la que va sembrando la novela de “y si…”, la que nos inocula sospechas,
la que abate nuestras certezas, la que (dicho en el mejor sentido y como parte
de la diversión) nos obliga a dudar de (casi) todo y (casi -o sin el adverbio
en este caso-) todos, de ese modo es cómo la autora, jugando siempre limpio y
sin trampas ni efectismos ni estafas, consigue que el lector se engañe por sí
solo, que crea lo que quiere creer (e incluso, fue mi caso, se mantenga en sus
trece durante un tiempo por más que la incógnita haya sido despejada): “Es fundamental que el engaño venga del
propio lector, que al releer se dé cuenta de lo que pasó por alto o interpretó de
forma equivocada, que no exista engaño por parte del autor. Lo que más me gusta
es jugar con las ideas preconcebidas, todos tenemos prejuicios aunque sólo sea de
manera inconsciente, nos precipitamos, no analizamos. Por eso, yo abro un poco
una puerta y dejo que el lector la empuje con fuerza”. En este caso,
además, ese elemento se agudiza puesto que el asunto central de la novela, por
más que haya quien pueda decir que es la paternidad/maternidad (que también),
es la condición de hijo, esa que todos tenemos: “Creo que no pensamos en nuestros padres como personas hasta que somos
adultos, antes los reducimos a ese papel, son “los padres” y ya está: a ratos nos
molestan, nos cuidan, nos dan dinero, lo que sea. Cuando te pagas el alquiler,
tal vez tienes hijos, vives en otro lugar, atiendes tu trabajo, es cuando te
das cuenta de todo lo que tus padres han hecho por ti y, de pronto, te fijas en
su personalidad, en sus preocupaciones, en todo lo que no veías antes: de niños
y adolescentes sólo nos percatamos de las cosas que nos molestan, de lo que nos
prohíben, pero después ampliamos nuestra visión sesgada y tendemos a ser más
justos, a valorarlos de otra manera”.
Otra de las características fundamentales de Clare Mackintosh es narrar
dos historias que confluyen, que se retroalimentan, que participan la una de y
en la otra y viceversa, que se influyen y eso le permite duplicar voces, en realidad
hay más de dos, es parte de la intriga y de la endiablada maquinaria que nos
lleva a leer conteniendo la respiración (y engañándonos, no lo olviden -¡Y lo
que se ríe uno cuando se da cuenta de que ha sido un pardillo! ¡Ese es el mayor
placer que proporciona el género cuando, como en este caso, se toma en
serio!-): “Me gusta recurrir a diferentes
voces, contemplar los hechos desde distintos ángulos es muy interesante; debo
reconocer que como lectora me aburren los libros que sólo tienen una voz y como
escritora tiendo a escribir el tipo de libro que me gusta leer”. Y así
aparece Murray, toda una creación, un personaje que, literalmente, se sale de
la novela de tan auténtico como resulta: “Murray
es mi personaje favorito, no tengo reparos en decirlo; incluso me apenó mucho
dejarlo, me gustaría seguir un tiempo con él, poder conocerle más. Lo de que
estuviese casado con alguien que tenía un problema de salud mental me llegó
mientras escribía, de repente, apareció como algo necesario, pero no por la
trama, sino por poder describir un personaje que cuida y se ocupa de alguien
con un trastorno de personalidad como el que sufre Sarah, su mujer. Y, al fin y
al cabo, ese es sólo uno de los elementos, y no el más importante, de todo lo
que les define como pareja; de hecho, son la pareja más fuerte y sólida del
libro”. Aunque de un modo nada convencional (es otro de los múltiples
aciertos que hacen de él un personaje tan especial y memorable), Murray lleva
la parte más policial del texto, por eso se cuenta en tercera persona: “Siempre utilizo la tercera persona para los
personajes de policía para presentar un relato más objetivo y reservo la
primera para digamos mi víctima, jajaja, para que el lector experimente lo
mismo, para que se ponga en su lugar. Es cierto que, en este caso concreto, más
allá de lo policial, me impliqué mucho en la historia de Murray y Sarah y
hubiese podido contarla en primera persona, darles más espacio”. En la
edición española se incluye una escena adicional entre ambos, tal vez como
anticipo de lo que podría escribir Mackintosh en un futuro: “De Murray me gustaría contar lo que pasó antes,
ir al momento en que se jubiló, cómo abandonó la policía. No es un personaje
muy típico, más allá del papel que juega: él se mueve mucho por los afectos
desarrollados junto a Sarah, es alguien que tiende a cuidar, a proteger y al no
ser policía en ejercicio no le importa meterse en líos, no es ortodoxo”.
Pero para eso habrá que esperar porque, por el momento, ya ha terminado su
cuarta novela (y me concede el privilegio de asomarme un momento al último
borrador que trae impreso -y lleno de anotaciones- en una bolsa porque lo está
retocando durante el viaje de promoción para entregárselo a los editores a su
regreso a Reino Unido), no sabemos si en ella aparecerá Kelly (una de las
protagonistas de Te estoy viendo a la
que prometió recuperar), sea como sea, podemos concluir este texto como hicimos
hace unos meses, habrá que ir haciendo más hueco en la librería a Clare
Mackintosh y esa es, sin duda, una estupenda noticia.