Uno de los placeres/privilegios del oficio de periodista/contador de
historias (algo aún más acusado y gozoso en el de lector/espectador) es el de
vivir, de una manera u otra, muchas vidas, cambiar a cada rato de personalidad,
de tono, de talante, tener acceso a momentos y vidas que incorporar a nuestra
experiencia, a nuestra personalidad (o desterrar, ignorar con conocimiento de
causa, aprender a identificarlos para rechazarlos o mantenerlos lejos). Por más
que haya (faltaría más) momentos (abundantes, como en todos los trabajos) para
la rutina, lo repetitivo, lo mecánico, lo aburrido, por más que haya personas (in)capaces
de impregnarlo todo de su abulia, su indolencia, su falta de motivación, capacidad
de disfrute y, sobre todo, vocación, su inexistente gusto por aquello que hacen
(lo que deviene en una falta de ingratitud clamorosa, usurpación incluida de un
lugar que no merecen ni cuidan), por más que la tarea en concreto de ese
momento se antoje (o resulte ser) un suplicio, un obstáculo difícilmente
salvable, un lastre que, para colmo, a veces jamás se suelta del todo y deja
notar su peso cuando menos lo esperas, como tantas veces he
confesado/celebrado, llega el momento (o llegaba) en que se enciende la luz
roja, de acudir al evento, de ser testigo de los hechos de los que luego habrá
que ser notario, de sentarse delante de la pantalla y aporrear el teclado, de
volver a experimentar la siempre vivificante epifanía (que este rincón del ángulo
oscuro del salón me sigue proporcionando) de sentirse pleno y permanentemente
enamorado del periodismo (a pesar del ruido, a pesar del frío exterior, a pesar
del inevitable desencanto -de esa rabia que, como cantaba Massiel, arrastra
cuando se mira alrededor-, a pesar de los poetas hueros, a pesar de las jefas -y
jefes- de la sección de Cultura que no leen libros, a pesar de los intrusos, a
pesar de tantas cosas que, a la larga y aunque sea de la peor forma posible, ayudan
a reforzar sentimientos y sensaciones gratificantes).
Todo lo expuesto se unifica en cada nuevo encuentro organizado por mi
Pepa Muñoz, es volver a empezar, primero el libro, después el autor o autora,
la conversación, cada momento es único e irrepetible (incluso aunque volvamos a
coincidir, puesto que el punto de partida -o sea, lo que hay que leer- varía y
eso condiciona todo lo demás). De este modo, hace algo más de un mes tuvimos la
oportunidad de vivir una experiencia ciertamente especial y muy diferente a las
habituales, porque no fue exactamente un libro lo que nos convocó, así lo dejó
claro desde el principio aquel que tampoco quiere ser llamado autor, tampoco es
una agenda o cuaderno como puede hacer pensar su formato y su aspecto exterior,
Elevate (sin tilde porque debe pronunciarse
en inglés, es decir, “éleveit”) es, tal y como se anuncia en la portada, una
herramienta de transformación personal que Planeta lanzó al mercado a comienzos
de año, tal vez en el momento más propicio, justo cuando todos hacemos
propósitos y planes (aunque no los llamemos así), cuando estrenamos calendario,
cuando (tal vez sólo por unos segundos pero ahí está la semilla) casi cualquier
cosa nos parece posible, cuando sentimos que ha llegado la ocasión perfecta
para cambiar (luego ya concretamos qué o en qué). Puesto que Elevate no se puede contar porque hay
que ponerlo en práctica, hay que vivirlo, hay que integrarlo a nuestra vida,
hay que buscarlo en nuestro interior, en esta ocasión me voy a limitar a
transcribir gran parte de lo que Pepe Moserrate (su artífice) tuvo a bien
compartir con nosotros (fue tan generoso que nos contó experiencias personales,
intimidades familiares que no se reproducirán aquí), porque nadie como él para
oficiar como cicerone, porque el resto debe descubrirlo cada uno cuando empiece
a utilizar Elevate y
adaptarlo/adaptarse a su(s) uso(s) cotidiano(s).
-“Me gusta llamarlo en inglés
porque pensaba arrancar con él en el mercado anglosajón, pero al final ha sido
en España dónde ha comenzado todo. Es una herramienta de transformación
personal para utilizar todos los días y el autor es cada uno, no soy yo; de
hecho, pero no llegamos a un entendimiento y al final la cosa ha quedado de ese
modo, yo no quería que apareciese mi nombre en portada: es el cuaderno de cada
uno, el que lo va escribiendo es el creador auténtico”.
-“En este mundo de gran ajetreo, mil distracciones,
yo qué sé cuántas cosas, “Elevate” invita a parar y dedicar tiempo de calidad a
reflexionar sobre lo que queremos exactamente y visualizarlo con detalle en
cada campo de nuestra vida: lo profesional, la relación de pareja, nuestro
cuerpo, nuestra energía. Es como hacer un chequeo de tu vida analizando qué
quieres, aquí encuentras las herramientas para acercarte a ello. Igual que utilizamos
cada día el cepillo de dientes, por la mañana y por la noche, así propongo que
se utilice esto, como un objeto físico al que agarrarnos para alcanzar lo que
queremos”.
-“Me gustan mucho todos estos temas de
transformación personal, científicos, psicológicos, filosóficos, los he seguido
toda mi vida. Los estudios señalan que los propósitos suelen durar una media de
tres semanas, hasta que se deshacen como un azucarillo y a otra cosa. Yo mismo
lo he vivido muchas veces, hasta que llegó mi momento “eureka”. ¿Qué me pasaba
con los libros o con las ponencias? Que son geniales pero se me olvidaban. La
clave para un proceso de transformación personal no reside en cómo estamos
genéticamente preparados para tener fuerza de voluntad sino en la herramienta
que utilices para conseguirlo, que debe ser una que ayude a recordar, esa es la
síntesis de lo que “Elevate” recoge y supone”.
-“Lo he dividido en tres etapas y en cada
etapa hay una serie de pasos. La primera habla de preparar el viaje, hay que
entender cuál es el activo más importante que tiene el ser humano para
construirse a sí mismo y, al menos para mí, es la atención y dónde se pone. Dominar
eso no es nada fácil y hay que entrenarlo mucho. Invito, por lo tanto, a ser
conscientes de ese concepto: no conviene dejar que nuestros pensamientos,
nuestra atención, salten aleatoriamente de una opción a otra; lo más eficiente es
centrarse en una cosa y desechar el resto. Por lo tanto, arrancando ya, lo
primero es dar gracias todos los días por lo que se tiene, está demostrado
científicamente que eso aporta hasta un 25% de felicidad, es uno de nuestros
mayores males: dar muchas cosas por sentadas y no dar las gracias”.
-“El segundo paso de la primera etapa habla
de controlar o empezar a domar al caballo desbocado, ver así a nuestra mente
porque, tal y como señalan los estudios, la mitad del tiempo está divagando y,
para colmo, sobre cosas que no nos aportan nada o tan sólo infelicidad. Ser
capaz de decidir qué tienes en la cabeza es lo más transformador que existe y
si eso que tienes es lo que tú quieres, sólo lo que tú quieres, ya estás mucho
más cerca de conseguirlo. Hay que aprender a acallar la mente y que no entre en
ella nada que nos complique la vida”.
-“La segunda etapa habla de decidir la vida
que se quiere y empezar a crearla. Aquí se trata de pararnos, intentar
encontrar tiempo de calidad yéndonos a nuestros sitios preferidos, donde uno
esté tranquilo y en solitario para poder dedicarse a pensar cómo se quiere
exactamente que sea la vida, hacer un escáner de ella y decir por qué se quiere
lo que se quiere, profundizar, analizar los obstáculos con los que uno se va a
encontrar y cuáles son los pasos que se deberían dar para superarlos. Como,
obviamente, aparecen muchas cosas que se querrían lograr, hay que priorizar y
decidir por dónde se va a empezar, pero como tarea de todos los días, dando
pasos pequeñitos sin cesar”.
-“La tercera etapa propone dos rutinas que
para mí han sido muy importantes porque son totalmente transformadoras. Una se
sigue por la mañana y la otra por la noche, a una la he llamado “bola de nieve”
y a la otra, “bola de cristal”. La primera visualiza el arranque del día, es
una metáfora de los pensamientos, sentimientos y demás y hay que decidir por dónde
se tira, estamos arriba de la montaña y según por qué cara caiga lo hará de un
modo u otro. Por la noche hay que empezar a previsualizar el día siguiente,
tenerlo todo lo mejor preparado posible y acercarte lo más posible a lo que
deseas”.
-“Invito
a que se escriba a lápiz porque esto no es algo que está grabado a fuego, no se
trata de nada inamovible, las circunstancias van cambiando, lo que se pensaba
de una manera sale de otra puede que incluso mejor, se va cambiando cada día,
nos transformamos. No es un libro para leer y guardar y creo en ello porque me
está dando resultados, lo sigo aplicando cada día, lo pongo en práctica. Venimos
de un mundo absolutamente paliativo y hay que tender a lo preventivo, hay que
anticiparse. “Elevate” es un sistema cerebral, no se trata de fuerza de
voluntad, sino de cómo nos programamos, de ahí la repetición para ir marcando
un camino”.
-“La bibliografía está estructurada del
mismo modo que el libro para que se vea de dónde sale cada concepto porque no
recurro a nada esotérico ni por el estilo: es pura ciencia, temas contrastados
por los mejores, yo me he limitado a hacer una síntesis de aquellos filósofos,
psicólogos, científicos que me han funcionado, quitando mucho e intentado
reducir todo a ideas-fuerza apoyadas en unas ilustraciones de Mónica Ruiz de
Infante cargadas de emoción que facilitan el recuerdo. Ahí está la clave:
recordar cada día, vuelve a leer lo que quieres, que sea fin de año todos los
días”.