domingo, 28 de junio de 2020

CUANDO LO NEGRO VIENE DEL NORTE





   Por más que rehúyo todo lo posible el tono bronco, el enfrentamiento, la polarización, los insultos (y algo aún peor: la imputación de delitos falsos) que campan por sus respetos en las redes sociales, especialmente en Twitter, hay momentos en que uno no puede más, sobre todo para que el silencio no devenga en complicidad o en otorgamiento de la verdad, para dejar claro mi parecer, mi disconformidad, mi defensa, para que nadie se crea impune, para reclamar convivencia, igualdad, respeto. Así, hay gente a la que prefiero ignorar, silenciar, dejar de frecuentar, procurar que los cauces legales actúen como se supone deberían, que las leyes se apliquen en/con rigor, pero no dedicarles ni un minuto de atención, no seguirles el juego, aunque en demasiadas ocasiones resulte imposible permanecer impasible/al margen; también, por supuesto, bloquear sus perfiles, para que no puedan expandir su miseria moral, mental y humana por el mío, para que su veneno no afecte a mis amigos (o lo haga con escasa virulencia), a la gente a la que admiro y aplaudo, en mi casa entra quien yo quiero y es bien recibido quien considero lo merece, no tengo que explicar más. Del mismo modo, excepto con los más cercanos y/o con los que se puede discutir en el sentido en que hablábamos recientemente a raíz de La maestra de Sócrates (es decir, dialogar y disentir, incluso con vehemencia, pero con buen rollo), hace mucho que no irrumpo (que es lo que suele hacer la mayoría) en una conversación ajena para decir lo poco o nada que me gusta esa serie/novela/película/canción/lo que sea de que se declara fan alguien que, rizando el rizo, no se cuenta entre mis contactos, ni siquiera conozco, pero a quien me siento obligado a sacar de su error (eso afirman quienes así se comportan). Por cierto, ya que lo he mencionado, hay quien te bloquea como medida preventiva/cobardía, es decir, antes de que puedas hacerlo tú (sólo con la intención de evitarlos, en serio, lo que me importa es perderlos de vista) para, así, poder seguir tus tuits y, sobre todo, poder publicar lo que se les antoje sin temor a réplicas, sin dar la oportunidad de responder; eso es lo que hicieron las tipas (perdón, pero soy incapaz de emplear un término menos despectivo, es poco para lo que merecen) que motivaron mi decisión de eliminar la posibilidad de comentar los textos de este blog, gentecilla que pulula por ahí envidiando lo que hacen otros, sin reflexionar (¿para qué?) en que son sus actitudes, malos modos, peores acciones (o viceversa), la cizaña que diseminan, la hostilidad que emanan, los privilegios que exigen (sin hacer nada por intentar ganarlos, todo lo contrario), su escasa repercusión más allá de los de su cuerda, es por todo eso (entre otras razones) por lo que se van quedando sin zonas/personas en las que influir (que es, además, lo que pretenden: sectarias hasta el final); para colmo, su modo de buscar acólitos es atacar indiscriminadamente a todo aquel que no está con ellas (cuando ni las conoces ni te ocupas de ellas -en contra de lo que pensáis, almas de cántaro, nadie habla de vosotras ni va impartiendo consignas u organizando escaramuzas, algo que sí se os puede echar en cara; otra cosa es que, lógicamente, obligáis, como ya he dicho, a pasar a la acción, y tampoco en ese caso hay una estrategia pergeñada en conciliábulo-), intentar desacreditarte porque tu amiga (y lo digo bien alto) es alguien a quien jamás podrán compararse en nada, pero su única forma de hacerse valer es insultar, denostar, lanzar el enjambre, demostrar por qué, aun sin saberlo, has escogido bien junto a quien ríes, celebras, compartes, vives.

   Y traigo hoy aquí este asuntillo a colación porque aquellas que no saben escribir (me he documentado, hijas mías, y aún me duelen los ojos) ni tienen idea de lo que es una reseña (ni las hago ni lo pretendo, siempre lo recuerdo) ni mucho menos tienen preparación/sensibilidad para llevarla a cabo (pero dan lecciones sobre ello -quedan más en evidencia aunque crean lo contrario, al igual que con sus tuits insidiosos en los que se atreven a decir a las editoriales “que se lo hagan mirar” por ignorar sus requerimientos y hasta sus provocaciones-), esas que sólo saben destripar la novela sobre la que abaten sus garras más allá de cualquier consideración (especialmente la abeja reina, la única que, al menos, demuestra algún que otro conocimiento), son las que ponen en marcha cada cierto tiempo una lectura conjunta en Twitter que se limita a ir extrayendo frases del libro que toque sin medida ni freno, copiando literalmente párrafos enteros, añadiendo (o ni eso) una frasecita como único comentario (sí, la primera acepción en el DRAE señala que una reseña es una “narración sucinta”, pero se espera algo más de quien acomete tan noble tarea), anticipando al posible lector gran parte de las peripecias, de las sorpresas, de aquello que debería descubrir por sí solo. Puedo comprender que haya autores que se involucren, que formen parte de la iniciativa, lo consideran promoción, visibilidad, que haya un hashtag con el título de alguna de tus obras dando vueltas siempre es positivo, también sé de alguno que se ha desmarcado con infinita elegancia para lo que ellas han escrito antes/durante/después sobre él, me consta que hay quien les ha pedido encarecidamente (sin perder la educación) que no desvelasen determinados aspectos de una obra (y, precisamente por ello, se han dedicado con mayor delectación a hacerlo), otros han marcado convenientemente las distancias (hay fans que mejor no tenerlos), lo que se me hace más cuesta arriba (aunque es algo que, por desgracia, se da mucho en esta mi profesión -no la vuestra, por cierto-) es que todavía hay alguna editorial que las tiene en cuenta y las coloca por delante de medios de comunicación/programas/publicaciones/páginas web con audiencias millonarias/numerosos seguidores (son demasiados los personajillos -lacra enquistada en el oficio desde hace décadas por no decir siglos- que consiguen un insólito acceso a actos/presentaciones/ruedas de prensa/entrevistas que se niegan sistemáticamente a profesionales -y no lo digo por mí, ya que en este momento sólo ejerzo a título personal, por más que lo he vivido en otras épocas, sino por lo que constato como receptor-). En fin, prefiero dejar aquí y así las cosas, entrando en materia de lo que me importa y, eso sí, explicando el porqué de semejante (y extenso) exordio.

   Cuando Maeva lanzó la muy esperada segunda novela de Ana Lena Rivera, Un asesino en tu sombra, un servidor andaba envuelto en esos asuntos que me mantuvieron alejado un par de meses de este ángulo oscuro del salón (los mismos que, intermitentemente, han interrumpido el flujo de escritos), con todo el dolor de mi corazón tuve que decirle a mi Pepa Muñoz (¡Amiga adorada!) que no podría participar en el encuentro previsto con la autora (y que este infierno que hemos vivido -y aún no hemos superado, ojalá no lo reavive tanto descerebrado como anda suelto- obligó a postergar -ojalá podamos celebrarlo pronto aunque sea a través de Zoom-), por los mismos motivos no pude lanzarme a sus páginas como hubiese deseado, fue entonces cuando las susodichas de los párrafos anteriores empezaron con su lectura conjunta; sí, como apunté, la mayoría me bloquearon incluso antes de interactuar -de algunas ignoraba su existencia hasta el momento en que el bicho mayor las lanzó contra mí, todo por osar escribir (poco, es verdad, tampoco me iba a esforzar con un supuesto compañero que esgrime excusas fácilmente reconocibles como baratas para negar la entrevista prometida en una presentación en la que, por cierto, no le arroparon estas ni la (ir)responsable de prensa), comentar algo, como digo, sobre un autor que publica con un sello que consideran propio y del que a tanta gente han alejado-, pero siempre queda algún cabo suelto por ahí, gente que captura pantallas en lugar de retuitear, el caso es que hay posibilidades de fuga de esa “información” que no deberías ver (porque así lo quieren algunos y yo tan contento, lo malo es que se escudan en ello para seguir zahiriendo -y plagiando dosieres que venden como originales, será que le parecen buenos-) y, por lo tanto, de leer esos mensajes que, repito, tanto revelan sobre lo que uno quiere leer a su ritmo, a su modo, cuando así lo elige, no porque alguien lo pone delante de tus ojos (como ocurre, por otro lado, con tantos talifanes de series que presumen de ser los primeros en haber visto un capítulo haciendo todos los spoilers imaginables). De un modo u otro, en gran medida por estar volcado en la tarea encomendada que debía entregar en un plazo concreto, conseguí no saber apenas nada de la novela hasta que, por fin, pude sentarme con ella (y, lo anticipo, devorarla) y regresar al Oviedo en que habita Gracia San Sebastián, uno de los personajes más originales, sorprendentes y atractivos que ha dado la novela de intriga en nuestro país (y en el resto del mundo) en los últimos años.  

     He escrito “novela de intriga” con toda la intención, los leales a este rincón saben la de veces que hablo sobre el género y sus posibles etiquetas (empleadas erróneamente en demasiadas ocasiones, a veces con la artera intención de confundir/engañar al lector, todo hay que decirlo), que tiendo a decir (y a aclarar) que cuando me refiero al “género negro” lo hago por economía (yo, afectado por una verborragia incurable), por resumir, utilizo el término en la máxima extensión, versatilidad, incluso polisemia posible, pero en este caso (a pesar, ahora iremos con ello, de lo mucho que las sombras han crecido y lo bien que le quedan al conjunto) recurro a la otra etiqueta porque es, con todo acierto, la que prefiere la propia autora, porque Ana Lena Rivera es, ante todo, muy honesta y se presenta ante el lector con las cartas boca arriba (ya se guardará, en lo que a la trama imaginada se refiere, los ases pertinentes en la manga para intentar -y lo hace- sorprendernos, para que la solución al misterio no sea fácil de vislumbrar); así nos lo contó en el primer (lo considero de ese modo porque estoy convencido de que pronto tendremos el segundo) encuentro que mantuvimos con ella el pasado septiembre (qué lejano parece) y del que se dio noticia en este blog: https://elarpadebecquer.blogspot.com/2019/10/cuando-la-heroica-ciudad-desperto-de-la.html (perdón por la autocita, pero remitiéndome a aquel texto evito repetirme más de lo debido -aunque ya saben que soy redundante en mí mismo-). Un asesino en tu sombra confirma y aumenta todas las percepciones positivas nacidas con Lo que callan los muertos, ópera prima de por sí muy sólida, germen de este particular microcosmos que Ana Lena expande y enriquece sin perder sus máximas virtudes, sin abusar de ellas, dosificando con sumo acierto las apariciones de los imprescindibles secundarios, evitando caer en reiteraciones y rutinas que anquilosen la serie desde casi el origen (como, por desgracia, hemos visto estrellarse a más de una), midiendo muy bien los pasos, trabajando el texto para que, como sería deseable ocurriese siempre (otra cosa es que el título en concreto que cada lector va a preferir), más allá de que la novela pueda ser comprendida por quien no conozca la anterior, la serie que ya está en marcha (y que arrancó de modo inmejorable por más que naciese como historia única) vaya incorporando elementos, evolucionando, creciendo al mismo tiempo que lo hacen sus personajes, encajando con suavidad pero con firmeza, al modo en que lo hacen las diferentes entregas de Benjamin Black con Quirke como protagonista o (ni lo escojo por azar) las de Henning Mankell con Wallander.

   Me fui inevitable (y muy gozoso) pensar en uno de los maestros del género negro escandinavo (cuánto bueno nos ha llegado y llega desde aquellas latitudes, cuánto se ha revitalizado este tipo de historias gracias a sus modos, ritmos, crímenes, idiosincrasias) en cuanto la endiablada y absorbente trama pergeñada por Ana Lena me fue envolviendo, sin renunciar al imprescindible color local que le ha conferido voz propia desde su debut, con la dosis adecuada de costumbrismo para lograr un escenario (del crimen y de todo lo demás) y, sobre todo (es su máximo aporte, su gran creación), unos personajes verosímiles y cercanos, percibí (como siempre, hablo de mi experiencia lectora, es una sensación personal) que esta segunda entrega era más oscura, las sombras importan y mucho (ya el título advierte de que el asesino se oculta en la tuya, más próximo no puede estar), hay una atmósfera ominosa convocada a través de una prosa pausada, que introduce tensión y misterio no sólo en lo digamos obvio, en lo que se espera de una novela de este tipo (y el impactante prólogo ya deja claro que la autora lo tiene muy en cuenta), sino en la cotidianidad de su protagonista, es en ese tratamiento/desarrollo, en la humanidad de Gracia San Sebastián (qué bien maneja la autora los arquetipos literarios, las convenciones del género, dándoles un aire propio y evitando los clichés), donde empecé a establecer conexiones con Wallander, con Hedström y Flack (las criaturas de mi admirada Camilla Läckberg -por cierto, que no les engañen: los crímenes de Fjällbacka sólo pueden leerse en castellano en Maeva-), en Saga Norén (inolvidable en El puente, gran serie sueco-danesa). Pueden, por lo tanto, imaginar mi sorpresa, también mis enérgicos movimientos de cabeza aplaudiendo la elección, mi complacencia como lector al comprobar que Ana Lena no deja ningún detalle al albur, incluso solté un “¡bravo!” cuando la acción de la novela se desplaza de Oviedo a Copenhague, me pareció un modo fascinante de ir cerrando círculos (o abriendo otros, así funciona -con pasmosa maestría alcanzada en sólo dos novelas- la escritora: abre interrogantes de mayor o menor consideración sin tregua -y sin precipitación-, mantiene activos el interés y la(s) intriga(s)  en todo momento). Sin copiar/imitar a nadie, la escritora ovetense consigue tejer una tela de araña en la que quedar atrapado/caer rendido porque nada sobra o es baladí, cada pieza cumple con su función, no hay páginas de transición, la investigación policial avanza y, al mismo tiempo, perfectamente ensamblada, lo hace la vida de su protagonista, así como el resto de subtramas, los afluentes que alimentan el cauce principal, ese espléndido torrente (guiño particular con la autora) que es Un asesino en tu sombra.