APLAUSOS QUE SE HEREDAN
Como tantas veces he contado, fue José Luis García Sánchez quien,
durante una entrevista que tuvo lugar hace ya un buen número de años, me
bautizó como “crítico feroz”, valorando “muchísimo” por esa
condición que según él me distinguía los elogios que estaba dispensando a una
de sus películas (Tranvía a la Malvarrosa, que me resultó mucho más
divertida que la novela de Manuel Vicent en que se inspiraba). Sí, lo he sido,
en parte lo sigo siendo, cuando algo me disgusta, cuando me aburro, cuando no
disfruto de la lectura, cuando se me hace bola lo que estoy viendo, cuando un
libro o una película/obra de teatro/serie me apasiona (porque se da también,
incluso más agudizado, en ese caso), suelo estallar, no tengo freno, me explico
y procuro justificar pero (repito que especialmente antes) voy a degüello,
expresando mi criterio de manera clara y hasta expeditiva (que comprendo que a
más de uno pueda parecerle falta del mismo -y lo respeto, siempre que sea capaz
de argumentar su opinión-). Pero me he moderado bastante, sobre todo en lo que
a literatura se refiere, en parte porque sólo escribo sobre aquello que me gusta
(aunque me guarde tiritos, por supuesto, la auténtica validez de mis críticas
-y de la de cualquiera que merezca ser llamada de esa manera- se apuntala en
que las hay de todo jaez, lógicamente no todo puede complacer -ni todo
enfurruñar, eso también-). Las cosas como son, nunca he pretendido ser alguien
especialmente terrible, si me sale es de natural, haber tenido y tener el
placer/privilegio/gusto de leer tanto y tan variado me regala una perspectiva
muy amplia, no digo que no me las dé de resabiado, tal vez a veces soy un pelín
cínico, me expongo tal cual al mismo tiempo que disecciono (algunos dirán que
me quedo corto con este verbo) lo que en ese momento haya caído en mis manos,
no sé por qué le doy tantas vueltas a la cosa si al fin y al cabo esto son una
meras anotaciones en un diario, vuelvo a ser como tantas veces juez implacable
conmigo mismo, y no es que me arrepienta de nada o me reproche algo (bueno, sé
que he podido ser injusto, excesivo, incluso un tanto intolerante, tampoco he
tenido reparos en rectificar o reconocer que me equivoqué, que no tenía el día,
que no vi aquella película o leí tal novela en el mejor momento), es mi
tendencia natural al diálogo interior (no monologo: me respondo -y a veces en
voz alta pasando al soliloquio con enorme facilidad-).
Me ha dado por pensar de nuevo en este asunto debido a que se tiende a
olvidar a quienes son, tal vez, los receptores directos de esas críticas que
tantas veces hacemos con crueldad, de manera torpe, desproporcionada, buscando
hacer daño, dando eco a campañas difamatorias, escudados en los prejuicios,
ocultos tras un avatar, vocingleros de redes sociales (incluso delinquiendo,
pero esa es harina de otro costal), es decir, los familiares, los amigos (los
de verdad, no los del postureo que es igualmente pan de cada día en Twitter),
las gentes que quieren (y conocen) a actores, escritores, directores,
periodistas, artistas, personas con mayor o menor proyección pública. Como ya
señalaba antes, también soy vehemente, grandilocuente, impetuoso, cuando algo
me toca, me emociona, me deleita, me apasiono buscando ditirambos con los que
transmitir lo que una obra de arte me ha hecho sentir, del mismo modo procuro
expresar mi agradecimiento sin ambages a aquellas personas a las que debo
tantos pasos dados, tantas satisfacciones, tantos momentos que han dejado poso,
tantos apoyos, las cosas pueden haber terminado de un modo u otro, eso no
impide que reconozca a quien me ayudó, me allanó el camino, me enseñó, creyó en
mí, me quiso. Por eso me emocionó recibir en su día un correo electrónico de la
hija de Natividad Gutiérrez Val, Nati, profesora del instituto que nunca me dio
clase (impartía Ciencias Naturales) pero fue maestra de lecturas, cómplice que
me descubrió autores, universos, que me abrió puertas, abolió prejuicios,
agradeciéndome el que siempre será pequeño homenaje a quien es uno de mis
pilares en lo que a literatura se refiere. Del mismo modo, recientemente han
contactado conmigo el hijo de Enriqueta Antolín y el nieto de Antonio Giménez-Rico
por un motivo similar: me limité a contar mi parecer/experiencia como
lector/espectador, me alegra saber que esos aplausos nacidos del corazón han
encontrado receptores, han volado en la dirección correcta.
Martes 20:
HABEMUS
SAGA
Se cuenta que la segunda novela, especialmente cuando la primera ha
tenido repercusión, es más difícil porque no se escribe con la misma libertad,
aumenta la presión, hay expectativas ajenas que pesan el doble o el triple que
las propias; aunque de otro modo, esas asechanzas también se ciernen sobre el
lector, la decepción es una afilada espada de Damocles, el descontento brota
sin casi necesidad de abono, el entusiasmo se da de bruces con el sólido muro
del aburrimiento, incluso, así lo aconseja la experiencia, uno procura
reprimirse, no dejarse llevar por sus propios cantos de sirena, infundirse
paciencia, dejar que cada libro obre su efecto. Pero todo eso me sirvió de poco
ante La sangre de Baco, el segundo título de la que desde el principio
se anunció como Saga de Marco Lemurio, publicada al igual que su
predecesor por La Esfera de los Libros, le tenía muchas ganas por diversas
razones y sólo puedo decir que me ha dejado sin aliento, que el envite ha sido
impresionante, que se nota (algo de lo que tantas dizque series adolecen) que
Luisma (me permito la confianza y cercanía que él otorga) tiene la columna
vertebral de lo que indudablemente es saga y como tal la va desarrollando muy
sólidamente armada, que Oscura Roma fue, en todos los sentidos, una
novela de aprendizaje, un tanteo, un trabajo prudente, un asentamiento, se
percibía que había mucho más, que se había quedado corto (sin que eso suponga
una crítica, todo lo contrario) a propósito. De ese modo, La sangre de Baco es
una novela de total maduración, una historia muy bien tejida que, además, sigue
ramificándose con soltura y osadía, un continuo disfrute, la constatación de
que tenemos un autor, tenemos saga y nos queda mucho por gozar y compartir con
Marco Lemurio. Fue igualmente placentero el reencuentro de algunas de las
gentes del club de lectura con el autor, mi Pepa Muñoz lo volvió a
hacer/conseguir, aquí puede verse íntegro: https://www.youtube.com/watch?v=kMRfv47QIyw&t=5s.
Miércoles 21:
¿DÓNDE ESTÁ
LA MAGIA?
Hace cosa de dos meses, leí El jardín secreto de Frances Hodgson
Burnett, todo un clásico infantil, (se publicó en 1910), un regalo que me hizo
Pablo, una edición (o reedición) hecha en 1994 con motivo del estreno de una adaptación
cinematográfica dirigida por Agnieszka Holland y que, de no haber sido por esta
circunstancia, tal vez no hubiese regresado a las librerías en España. ¿Qué más
da cuándo y por qué te interesas por un libro/título? El caso es llegar a él,
conocer a quien también es autora de El pequeño lord y La princesita,
de hecho me puse a la tarea porque llegaba una nueva versión, versión que vemos
en una de las plataformas que tenemos contratadas y que nos deja descorazonados
porque le han borrado toda la magia, toda la alegría, un personaje fundamental,
todo lo que destila/convoca/construye la escritura de Frances Hodgson Burnett, destaqué
en aquel texto de Instagram su sensibilidad, su perspicacia infantil, prístina,
sincera, el modo en que trata a los niños como personas, con cerebro y corazón,
sabiendo llegar a los adultos con honestidad, buscando lo mejor que
tenemos/podemos ser. Es una mirada pulcra, sencilla, rebosante de auténtica
magia, un regalo sensorial y emocional, una lectura inolvidable, por desgracia,
nada de eso se percibe en lo que Marc Munden ha perpetrado (y, para colmo, ha
arrastrado a Julie Walters y Colin Firth).
Jueves 22:
ETERNIDADES
MOMENTÁNEAS
Un nuevo encuentro con el Club de Lectura LL, mi Pepa Muñoz siempre
buscando títulos interesantes, y encontrándolos tal y como sucede con la ópera
prima de José Antonio Lucero, La vida en un minuto, publicada por
Ediciones B. Es la recuperación de un terrible accidente ferroviario que
ocurrió en los primeros días de 1944 y que el Régimen silencio/ocultó (con la
connivencia/complacencia de la prensa afecta, con la imposibilidad de escribir
libremente), negó a las víctimas, impidió que sus familias pudieran llorarlas y
despedirlas como se hubiese debido, es una emocionante historia de amor, una
impactante reconstrucción de una época, de un momento gris, triste, de
represión y miseria, una novela de estructura compleja a la que no se le notan
las costuras, que fluye, que guarda muchas sorpresas y nos hace caer en la cuenta,
una vez más, de cuántas historias, cuántas realidades, cuántas vidas no se han
contado o se han pasado por encima, dejado de lado, dado por sabidas, no han
despertado el más mínimo interés. Como siempre, aquí dejo el enlace por si alguien
desea ver el encuentro completo: https://www.youtube.com/watch?v=J5M3kheubkw&t=7s.
Viernes 23:
…Y ADEMÁS
APRENDO
A mi hermano y a mí siempre nos ha unido la pasión por la lectura, por
el cine y algunas otras artes/disciplinas más, lo más curioso es que
compartimos un par de títulos que ninguno de los dos logró terminar: uno es La
segunda muerte de Ramón Mercader de Jorge Semprún (y eso que otras obras
suyas me han como poco interesado sobremanera) y el otro, El hombre de Apulia
de Horst Stern, un ladrillo de dimensiones épicas (por cierto, conocí a
alguien en la Universidad a la que le pasó algo similar, su nombre no viene al
caso). Sin embargo, de sus páginas saqué una sentencia que me ha acompañado
desde entonces, una cita de Solón de Atenas, una verdad tan palmaria (y tan
revitalizante) como “envejezco, y además aprendo” (así la recuerdo, así
la tengo apuntada en un viejo cuaderno). Lo dice uno de los Siete Sabios de
Grecia, ¿cómo no grabárselo a fuego? Somos eternos aprendices, nunca estamos de
vuelta de todo y, lo mejor, es que nunca sabemos dónde o quién nos puede
enseñar (incluso sin pretenderlo, sobre todo en esos casos) lecciones que nos
ayuden a crecer, que nos mejoren, que nos (re)construyan, experiencias como la
que narra con sencillez emocionante (o viceversa) Craig Foster en Lo que el
pulpo me enseñó, el documental dirigido por Pippa Ehrlich y James Reed que
a ratos me hace aullar de felicidad, olvidando cualquier atisbo de tristeza y/o
fiereza, limitándome a sentir las sensaciones que Foster vive/revive frente a
la cámara, siendo como tantas veces (como no deberíamos olvidar) alumno de la
naturaleza, de la vida, de lo mucho que nos queda por aprender.