QUÉ FÁCIL FUE QUERER LEER
Me recuerdo leyendo desde antes de saber, perdón por la exageración,
pero es que aprendí las letras a edad muy temprana porque el tío Miguel me las
iba enseñando en las matrículas de los coches durante el paseo dominical hasta
la Dehesa de la Villa; además, en casa siempre hubo cuentos, tebeos y libros al
alcance de la mano, no me fue nada complicado sentirme atraído por aquellos
objetos que mis hermanos devoraban, mi madre ha sido buena lectora toda la
vida, igualmente el tío, a mi padre nunca le vi con un libro entre las manos
pero, a cambio, traía cada día el periódico y alimentó mi vocación desde antes
de que la descubriese. Al margen de estas circunstancias concretas, la oferta
era amplísima, muy variada, irresistible, lo más lógico del mundo era zambullirse
en las páginas de algo, fuimos una generación privilegiada en ese aspecto, y de
eso es de lo que hablamos Pablo y un servidor en el programa de hoy, de
aquellos autores, aquellas colecciones, aquellas ediciones, aquellos volúmenes
que estaban en todos lados, que reclamaban atención, que se imponían, que nos
proporcionaron tantas horas felices; cerrando el círculo, escogemos algunos
títulos publicados recientemente porque, por fortuna, en lo que a la lectura se
refiere, no sólo de nostalgia vive uno, siempre hay algo nuevo a lo que
atender, siempre nos queda mucho, tanto, todo por leer, por eso hacemos sonar
el arpa cada sábado en ese espacio que han tenido a bien cedernos en Déjate de
Historias TV y que pueden ver pinchando en el siguiente enlace: http://www.dejatedehistorias.es/wordpress/2021/04/27/los-libros-de-nuestra-infancia-el-arpa-de-becquer-dejatetv/
Domingo 25:
LA NOCHE DESEADA
También fue muy sencillo amar el cine, en
realidad se trata de lo mismo, ahí incluyo mi temprano interés por la radio, es
el placer de leer/ver/escuchar una historia, de dejarse seducir por una
narración, Sherezade adquiere mil formas, el sultán que somos cada uno
de nosotros va a quedar siempre cautivado y con ganas de más. Pero tuvimos la
fortuna de ser espectadores de aquella espléndida y tan añorada programación de
TVE (no sólo en lo que a oferta cinematográfica se refiere), de bebernos todo
lo que se emitía, lo que entendíamos y lo que no, la semilla germinaba más
pronto que tarde, había espacio y tiempo para todo, las películas “cultas” o
“intelectuales” de La clave, los exhaustivos ciclos de Cine Club donde
aprendimos a adorar a Marlene o a Rita, pero también a Imperio Argentina, las
películas gozosas de Primera sesión, la magnífica cita que suponía Sábado
cine, nos hicieron cinéfilos de corazón y alma, espectadores (como antes
lectores) omnívoros, es un hecho. Y en cuanto empecé a tener conciencia de la
ceremonia de entrega de los Oscar, cuando empecé a interesarme (y pasarlo de
miedo) con los resúmenes posteriores, los números musicales, los momentos que
pasaban a la historia, anhelé poder verla completa, pasar lo que aquí era la madrugada
disfrutando con algunos de mis actores preferidos, apostando por las películas
que me gustaban (si bien es cierto que muchas no llegaban a España hasta que
habían cosechado premios), seguí la carrera hacia la estatuilla lo mejor que
pude en mi adolescencia, un buen día llegó la noticia que pensaba jamás
escucharía: TVE iba a retransmitir la gala completa, en directo, estábamos en
1988, se hablaba muchísimo de El último emperador, también de Atracción
fatal, se oía no sé qué, se rumoreaba lo otro, pude ver ambos títulos (y
alguno más: Esperanza y gloria se me grabó a fuego) antes del día
señalado, no vi la gala entera, había clase al día siguiente, pero me levanté
más temprano para al menos vivir la emoción de los considerados premios más
importantes, de las categorías de las que todo el mundo habla (y atiende) al
día siguiente, según encendí el televisor aparecía en el escenario Marlee
Matlin para entregar el Oscar al considerado mejor actor del año que, se
cumplía el pronóstico, era Michael
Douglas por Wall Street (que aún tardé unos meses en ver).
Desde entonces, he sido fiel a la cita, con reuniones en casa de
compañeras de la facultad, después en casa de los tíos (por desgracia muy
pronto sólo de la tía, por más que él vaya a estar ahí donde yo esté siempre),
con el tiempo aquí en nuestro hogar, el cosquilleo persiste incluso aunque,
como este año, vaya a verla solo porque Pablo no está, es la noche de los
Oscar, todo puede suceder, siempre hay tiempo para alguna sorpresa, hay algunas
candidaturas abiertas, no todo está escrito, déjenme seguir soñando, ser aquel
chaval que llegó al instituto entre nubes porque había sido testigo de (parte)
de la ceremonia, lo de menos era que El último emperador no me pareciese
para tanto (ganó nueve de nueve) y que hubiesen preferido a Cher sobre Glenn
Close (desencanto que se acentuó cuando vi Hechizo de luna que, para
colmo, se llevó el gato al agua en la categoría de guion original o cuando
descubrí a la inmensa Holly Hunter de Al filo de la noticia -por cierto,
otra de las películas de mi vida, más aún porque en ese momento ya tenía claro
lo que quería estudiar, de hecho la vi después de haberme matriculado en
Periodismo-). Son los Oscar, ya digo, y yo voy a estar ahí.
Lunes 26:
«¿DE DÓNDE VENÍS?»
Decir aburrimiento es decir poco, tal vez
sería desolación la palabra más acorde para describir el modo en que me fui
despegando de la pantalla, repantigándome en el sofá, curioseando en las
redes sociales para espabilarme, para no dejar llevar por la apatía, para no quedarme
dormido, enviando algún WhatsApp a Pablo para irle cantando los premios, poco
más había que destacar (bueno, y las inconveniencias/sandeces/errores, la
tónica habitual de la retransmisión a través de Movistar desde hace ya
demasiado tiempo). Tras un comienzo con títulos de crédito al más puro estilo
clásico incluidos, con un travelling arrebatador, con el caminar decidido e impecable
de Regina King, con Steven Soderbergh haciéndose cargo del invento, tras unos
segundos conteniendo el aliento porque parecía avecinarse una gala histórica,
el edificio empezó a venirse abajo desde los mismos cimientos y, sí, posiblemente
merezca ese calificativo pero por todo lo contrario a lo que se esperaba, a lo
que hubiera sido deseable. Ni el anhelado triunfo de Anthony Hopkins ni la
magnífica Emerald Fennell coronándose como guionista (y directora aunque no
ganase), es decir, el primer y el último premio entregados, ni el hecho de que
aplauda a Nomadland, la prodigiosa dirección de Chloé Zhao y la
interpretación tan llena de verdad que no lo parece de Frances McDormand me
quitaron el mal sabor de boca. Al menos, Glenn Close volvió a demostrar su
clase, su señorío, agrandó su leyenda, logró un momento para la historia y sin
necesidad de ganar un premio de consolación, una compensación por el ninguneo/olvido,
una estatuilla a todas luces inmerecida -lo mejor que puede hacerse con Hillbilly
es enterrarla y que no emponzoñe (más) la trayectoria de sus intérpretes-,
la misma que debería obrar en su poder hace tanto, los años que un servidor
lleva viendo la gala, ya lo escribí antes, o uno menos puesto que después de Atracción
fatal llegó Las amistades peligrosas y aquello fue el acabose. Confiemos
en que la deriva (de todo) varíe muy pronto y pueda decirse, con la emoción de
antaño, “¡anoche vi los Oscar!”.
Martes 27:
FIERAS ENJAULADAS
Por más que nunca pierda el entusiasmo lector, por más que nunca me
sacie de libros en general y del género policiaco/detectivesco/thriller/negro
en particular, me agotan las fórmulas, los plagios más o menos descarados, las
repeticiones, los esquemas, aquello que se limita a seguir un camino trillado,
las historias sin alma, las que no me implican, las que olvidan el juego
delicioso y si se quiere morboso que planteaban los clásicos, aquellos a los que
jamás alcanzarán ni tan siquiera remedarán. Y aún más detesto (permítanme que saque
a pasear a aquel crítico feroz que -dicen- fui, hoy más que nunca viene a
cuento que la fiera dé un paseo) aquellos dizque autores que se colocan en una
posición altanera, que pretenden demostrar todo el rato lo inteligentes/brillantes
que son, que sólo buscan epatar, que buscan su lucimiento a base de (aunque sea
de forma sutil) menospreciar al lector, no le hacen partícipe, no le dejan
intervenir, le sientan para al final jactarse “¿te has dado cuenta de lo
magnífico que soy?”, engañan con malas artes/maneras (por no decir
estafan), no plantean un rompecabezas porque no dan las piezas para que cada
uno intente armarlo antes de que lleguen las últimas páginas y la resolución del
enigma, se envenenan de (supuesto) estilo, de (aún más) ingenio, de (ni te
cuento) ego estratosférico (y no hay más que ver los tutis o declaraciones de
algunos para darse cuenta -aunque a más de uno lo tuviese calado hace tiempo,
no necesité colores para ello-).
Por eso celebro con tanta alharaca la llegada de Animal, la ópera
prima de Leticia Sierra que, tras ser autopublicada, ha pasado al catálogo de
Ediciones B: primero, porque es una novela de investigación con hechuras
clásicas, porque eso es lo que prima (y, además, desarrolla en paralelo y hace
confluir dos no tan diferentes como a veces pudiera creerse: la puramente
policiaca y la periodística); después porque, aunque como tantas en el género
pueda tener continuidad en el sentido de inaugurar una serie, estamos ante una
historia autoconclusiva, no quedan cabos sueltos ni (lo que todavía es peor: se
vende humo una vez más) es la intención de la autora hacer una segunda parte
aunque ni la tuviera pensada ni venga a cuento (como tantos que, de repente,
hablan en clave de trilogía, como si lo tuvieran todo pensado desde el
principio -y, por desgracia, se demuestra pronto que para nada-). Animal no
necesita de ningún estrambote para ser una obra redonda, espléndida, una
prospección en caliente del lado más oscuro/despiadado/bestial de cada uno de
nosotros, una narración que espanta por lo verosímil, por lo descarnadamente
honesta, por lo que escarba y muestra, por tratar al lector como un ser
pensante y participativo, porque no le sobra ni una coma, porque no le falta ni
una palabra. Si la lectura fue un gozo, el encuentro que los del Club de
Lectura LL mantuvimos con la autora gracias a los buenos oficios de mi Pepa
Muñoz fue espectacular, sobre todo porque Leticia se abrió en canal, no se
guardó nada (excepto los spoilers, hay que tener mucho cuidado con lo que se
dice porque a algunos se les entiende todo, jajaja), demostró que es una
escritora con las ideas muy claras y asentadas y que esta va a ser su primera
novela porque habrá más: https://www.youtube.com/watch?v=5CqSbiHip5Y&t=3s.
Miércoles 28:
NO ES UN
ADIÓS PARA SIEMPRE
En estos días he concluido dos series de televisión que me han proporcionado
muy buenos ratos, en las que me he sentido acogido, en las que siento he hecho
grandes amigos, camaradas, gentes cuyo recuerdo me va a acompañar siempre, en
ambos casos fui dosificando los últimos capítulos, en ambos casos me he
emocionado hasta las lágrimas (si bien es cierto que de signo diferente). La
primera que terminé (después de buscar casi con la lengua fuera uno de sus
capítulos como ya conté en estas páginas) fue Merlí, toda una creación
de Héctor Lozano que, dirigida por Eduard Cortés, me ha hecho regresar a mis
años de instituto, enfrentarme a aquel adolescente lleno de dudas, de
inseguridades, de pulsiones a las que le daba miedo poner nombre, aquel que
tantas cosas hizo mal, que tanto se equivocó, que vivía confundido, aquel que
encontró (o se la encontraron) su vocación, aquel que tanto se parece a los
protagonistas adolescentes de la serie. Si Francesc Orella nació para ser Merlí
(o viceversa), el nivel interpretativo de quienes asumen los personajes de sus
alumnos es apabullante, demuestran que hay cantera, que hay realidad, que los
directores de casting (y los otros) deberían hacer un poco mejor su trabajo,
que una serie tiene audiencia sin recurrir a los nombres de siempre, a los que
se supone la aseguran (cuando tantos lo que consiguen es el efecto contrario:
den una vuelta por ese invento llamado Twitter, señores). Desde ahora, me
declaro fan incondicional de David Solans, Carlos Cuevas, Elisabet Casanovas,
Adrian Grösser, Pau Poch, Albert Baró, Candela Antón, Júlia Creus, Marcos Franz
y el resto. ¡Bravísimos!
La otra serie a la que me refiero, a la que llegué un poco por
casualidad, por inercia, por conocer a las competidoras en premios de La
maravillosa Señora Maisel, es Schitt´s Creek, la serie que ha devuelto/colocado
a la sublime Catherine O´Hara en el lugar que nunca debió abandonar/siempre
debió estar, la serie que ha supuesto para quien suscribe la constatación del
desbordante y multidisciplinar talento de Daniel Levy, la serie (entre otras
muchas cosas) que cuenta con impagable sensibilidad, con emoción honesta a flor
de piel, una historia de amor homosexual sin afecciones ni estereotipos, un auténtico
prodigio y, además, todo un deleite. ¡Os echaré de menos, familia Rose!