SI NO SE VE, NO EXISTE
Toca ir a votar y es algo que nunca he dejado de hacer, incluso para depositar
un sobre vacío en la urna (hoy no es el caso). Voy un poco antes de la hora de
comer, suele ser un momento tranquilo, aunque lo de que los comicios se
celebren en jornada laboral, como en aquellas primeras e históricas elecciones
de la democracia, desbarata un poco lo digamos habitual/previsible. Además, por
supuesto, hay que tener en cuenta que seguimos en plena pandemia (¿Cuándo
podremos hablar de ella en pasado?), hay que respetar unos protocolos de
seguridad, el acceso a los colegios electorales es un poco más complicado/lento
(tampoco, al menos en mi caso, es para tanto), la distancia de seguridad
provoca que la cola parezca más larga de lo que en realidad es y, además, se
mueve a buen ritmo. Una señora se queja de que no han llegado hasta ella repartiendo
la segunda mascarilla que debemos ponernos sobre la que llevamos, su hijo le
dice que da igual (y añade “mamá”, por eso afirmo el parentesco), que en la
puerta se la darán, la mujer sigue refunfuñando porque “a otros les han
puesto hora para que tuvieran que esperar menos y todo, ya ves tú”, él le
dice que se trata de los mayores, que no pueden estar tanto tiempo de pie, y
ella, toda ufana, replica “¿Y qué soy yo?”. No puedo evitar la sonrisa
porque, cuando nos conviene/interesa, se pierde la coquetería o, al menos, esa
llamémosla manía de negar la edad, de querer rebajarla, de fingir que el reloj
se paró, que el calendario no avanza.
Y, aunque parezca que no tiene nada que ver, recuerdo un documental que
vi no hace mucho, Crip Camp, nominado a los Oscar y producido por los
Obama, un golpe de realidad que más de uno debería darse, una película que, por
encima de todo, inyecta/devuelve ganas de vivir, que demuestra lo mucho que aún
queda por abatir, por allanar, por igualar, lo mucho que nos quejamos
injustamente cuando tenemos tantos privilegios por el mero hecho de ser
“normales” (dicho con todas las comillas del mundo, con muchísima ironía, con
la misma retranca que utilizan las personas que aparecen en pantalla). Las
imágenes de Jened, el campamento hippie que a comienzos de la década de
los 70 tanto hizo por la integración, la independencia (hasta donde era
posible), la toma de conciencia, el activismo para conseguir una sociedad
igualitaria, que tanto inspiró y ayudó a quienes eran considerados
prescindibles (lo vamos a dejar en eso: cosas peores se oyen/conocen en la
película dirigida, escrita y también producida por Nicole Newnham y James Lebrecht),
lo que allí se vivió y de lo que da testimonio un emocionante material grabado
en su momento, cuando aquello era una benéfica y prodigiosa realidad, nos
enfrenta a la vida tal cual, a lo que en Esparta era práctica brutal cotidiana
en lo alto del Taigeto y que (aún hoy en día) no es tan insólito ni está
perseguido como se debería, lo vemos con los ancianos, lo vemos con cualquiera
al que, por el motivo que sea, se trata como inferior, se interna con la
intención de negarlo/olvidarlo, de ocultarlo, de hacerlo desaparecer. En estas
llego a la puerta del colegio electoral, me pongo la mascarilla que sí me
dieron mientras la señora protestaba, extiendo las manos para que me las rocíen
con gel hidroalcohólico, subo unos escalones que no me suponen ningún esfuerzo,
soy un privilegiado, busco la mesa que me corresponde mientras saco el sobre
que, tal y como han recomendado (y he podido hacer por haber recibido la lista
a la que quiero votar, que esa es otra), preparé en casa, parece que todo está
bien porque no hay nadie que reniegue a mis espaldas, la buena mujer también
avanza, ya no se siente discriminada (con perdón, qué valor).
Miércoles 5:
«YA NO
TIENES VALOR, TE QUEDASTE SIN LUZ, SE ACABÓ TU MISTERIO»
“Los ancianos no son una prioridad, son una molestia. El gobierno no
les asigna suficientes recursos; el sistema de salud es injusto e inadecuado;
la vivienda consiste en la mayoría de los casos en recluirlos lejos de la vista
del público. El país debería mantener decentemente a quienes contribuyeron a la
sociedad durante cuarenta o cincuenta años, pero no es el caso, a menos que se
trate de algún país excepcionalmente civilizado, uno de esos donde todos
quisiéramos vivir. La suerte terrible de la mayoría de los ancianos es terminar
dependiente, pobre y rechazado”. Alguien dirá que son frases hechas,
manidas, clichés (como si haber podido devenir en eso les quitara veracidad,
razón, necesidad), alguien dirá que ya lo sabemos (entonces, ¿por qué siga que
sucediendo?), muchos negarán la mayor aún más porque el párrafo anterior está
escrito por una mujer que, además, no oculta su edad (en agosto cumplirá 79
años), y, para colmo, se llama Isabel Allende (su nombre altera a más de uno,
es mencionada con desprecio desmesurado por quienes, además, se las dan de
feministas -de eso en parte trata lo que ahora voy a comentar-). Su por ahora
último libro (publicado en España por Plaza y Janés, como el resto de su
producción) se titula Mujeres del alma mía y lleva un subtítulo muy
revelador (y que me entusiasma): Sobre el amor impaciente, la vida larga y
las brujas buenas. Es como una agradable conversación con la autora, es un
repaso en pequeñas píldoras de diferentes momentos de su vida, es una reflexión
pausada pero inflexible cuando debe (y argumenta por qué) sobre lo mucho que
aún queda por conseguir, lo que hemos dejado que algunas (es una pena pero debe
decirse en femenino) hayan radicalizado, usurpado, tergiversado, incluso si me
apuran conculcado, sobre un enfrentamiento enconado y a veces forzado/inventado
por gentes que sacan rédito de un odio que no debería ser tal, de soflamas,
eslóganes, falacias que harían rasgarse las vestiduras a Mary Wollstonecraft, a
las sufragistas, a Florence Nightingale, a Gloria Fuertes, a Carmen Martín
Gaite, a Doris Lessing, a Simone de Beauvoir (tan malinterpretada, tan poco
leída, tan manoseada y vilipendiada), a tantas mujeres que también siento en mi
alma (o me gustaría sentir, al menos), a tantas anónimas/desconocidas que han
hecho más por el mundo y por la humanidad que aquellos (y aquellas) que se
enfundan literal y/o moralmente en una bandera que ni les corresponde ni en
realidad defienden, levantando más muros de los que (se supone) buscan
derrumbar.
Isabel Allende, como digo, como puede rastrearse en la hemeroteca, como queda
claro en este relato íntimo (con un buen aporte de datos y apuntes tomados del
natural, de lo que acontece, de lo que hay), es buen ejemplo de lo que alguien
(sobre todo si es mujer) tiene que soportar cuando quienes se creen imbuidas de
ese derecho no le conceden el dizque “carné de buena feminista”: “¿Por qué
tanto lío con mi apariencia? ¿Dónde quedó el feminismo? Porque me da placer. Me
gustan las telas, los colores, el maquillaje y la rutina de arreglarme cada
mañana, aunque paso la mayor parte del tiempo encerrada en el ático
escribiendo. «Nadie me ve, pero yo me veo a mí misma», como decía mi madre
filosóficamente, sin referirse solo al físico, sino también a aspectos
profundos del carácter y la conducta. Es mi manera de desafiar a la decrepitud.
Me ayuda mucho contar con un enamorado que me ve con el corazón; para Roger soy
una supermodelo, solo que mucho más bajita”. Al final, jugamos al viejo
juego de confundir lo que ya saben ustedes con aquello otro y caemos en lo
mismo contra lo que alzamos (si es que lo hacemos) nuestra voz, como si el
activismo se demostrase con lo meramente estético (recuérdese al clásico: la
ética requiere de una determinada estética, por supuesto, pero no todo ha de
encomendarse a ello, es decir, al maquillaje -que lo que tantos exhiben-), sin
atender a lo que importa, es decir, a los hechos (seguimos con las citas: son
los que nos explican), a los resultados, al trabajo continuado y muchas veces
silencioso en favor de los demás (otros, ya lo cantó Cecilia, organizan con
profusión de cámaras y focos tes de caridad -qué fea palabra- para jugar a
remediar). Poco tiene que demostrar quien lo ha repetido hasta la saciedad, por
ella misma, por las mujeres de su vida, por las que ha inventado, por aquellas
a las que, de una manera u otra, ha dado su lugar en el mundo: “Mi enojo
contra el machismo comenzó en esos años de la infancia al ver a mi madre y a
las empleadas de la casa como víctimas, subordinadas, sin recursos y sin voz,
la primera por haber desafiado las convenciones y las otras por ser pobres. Por
supuesto que nada de eso lo entendía entonces, esta explicación la formulé a
los cincuenta años en terapia, pero aunque no pudiera razonar, los sentimientos
de frustración eran tan poderosos que me marcaron para siempre con una obsesión
por la justicia y un rechazo visceral al machismo. Este resentimiento era
aberrante en mi familia, que se consideraba intelectual y moderna, pero de
acuerdo a los patrones de ahora, era francamente paleolítica”.
Entro en la dialéctica que establece Isabel Allende con los lectores, evoco
algunas páginas que llevo, precisamente, grabadas en mi alma, pienso en mi
propia experiencia, en lo que aprendí junto a la abuela y la tía Carmen, anoto
frases en las que las siento representadas: “El patriarcado es pétreo. El
feminismo, como el océano, es fluido, poderoso, profundo y tiene la complejidad
infinita de la vida, se mueve en olas, corrientes, mareas y a veces en
tormentas furiosas. Como el océano, el feminismo no se calla”. Y, una vez
más, confirmo que la abuela fue una adelantada a cualquier tiempo, que no
hubiese desentonado en este, que hubiese seguido siendo auténtica, rebelde, activista
sin necesidad de subrayar o forzar nada, fue el mejor libro de texto para
procurar ser buena persona, valiente cuando eso (como ahora) se pagaba muy
caro, cómo me hubiera gustado haberle leído lo que escribe Isabel Allende: “Esta
es la era de las abuelas envalentonadas y somos el sector de más rápido
crecimiento en la población. Somos las mujeres que hemos vivido mucho, nada
tenemos que perder y por lo tanto no nos asustamos fácilmente; podemos hablar
claro porque no deseamos competir, complacer ni ser populares; conocemos el
valor inmenso de la amistad y la colaboración. Estamos angustiadas por la
situación de la humanidad y del planeta. Ahora es cuestión de ponernos de acuerdo
para darle un remezón formidable al mundo”.
Jueves 6:
LO QUE SE ESCONDE BAJO LA ALFOMBRA
En realidad, no estamos tan lejos como sería
deseable, como nos gusta pensar, de lo que sucedía en tiempos no
tan lejanos (no tan diferentes) en que se comerciaba abiertamente con la mujer,
en que era moneda de cambio en alianzas económicas y/o políticas, en
matrimonios pactados a conveniencia de los progenitores, en casamientos contra
natura, en sangres corrompidas por la endogamia y la ambición, en linajes cimentados
en el rencor y el crimen. No, no estoy exagerando, basta con leer un poco de
Historia, basta con soplar para que la literatura pierda la pátina romántica
que no tiene por más que se empeñen aquellos que o no la leen o tienen escasa
comprensión lectora, esos que suspiran por vivir una historia de amor similar a
la protagonizada por Romeo y Julieta, es decir, una de las grandes tragedias de
todos los tiempos. Y eso ocurre con la obra de Jane Austen, reducida a
estereotipos que, además, no aparecen en sus páginas, olvidando que escribía en
caliente, que al principio tuvo que ocultar su nombre, sin captar la ironía que
sus palabras/situaciones/personajes destilan (y no siempre camuflan), negándole
su denuncia, su retranca, su feminismo (¿Conocen estos tales La abadía de
Northanger?), tildándola de cursi, ñoña, romántica (y, aún peor, romanticona,
con sumo retintín). Para algunos, decir que Los Bridgerton bebe en sus
aguas es la crítica más mordaz que hacen tanto a las novelas de Julia Quinn que
la inspiran como en la serie producida por Shonda Rhimes y cuya primera
temporada hemos visto muy entretenidos y divertidos, sin mayores pretensiones,
cautivados una vez más por la voz de Julie Andrews (aun mermada es un
prodigio), jocosos ante cómo las apariencias quedan en eso cuando se publica al
día siguiente una hoja volandera que levanta todas las alfombras (la porquería
no desaparece, simplemente queda acumulada), ventila dormitorios y quita
máscaras.
Viernes 7:
INÚTILES FUNCIONALES
El título genérico dado a estas notas, cambiar
el título a Cormac McCarthy para decir que no hay país para viejos (en
general), llevaba muchísimo tiempo dando vueltas en mi ánimo y me lo hizo recordar
la desopilante y también emocionante lectura de Poco bebo para lo
mucho que tengo que tragar, la primera novela de Débora Castillo que ha
publicado Martínez Roca. Es una novela plena y maravillosamente femenina,
también feminista, pero no deja a nadie fuera, no traza fronteras, implica a
los hombres, no les reduce al estereotipo, de hecho consigue que nos
identifiquemos con su protagonista, cualquiera con unas cuantas décadas a su
espalda (incluso superando la edad del personaje) sabrá lo que es sentirse
arrumbado (como el arpa), invisibilizado, aparcado, jubilado de la vida y del
trabajo por “mayor”, hay muchas maneras de maltratar a los demás y hacerles
sentir inútiles funcionales (un hallazgo de la autora que le robo con toda
alevosía). Pero si la historia que narra me atrapa y conmueve, tener la fortuna
de conocerla a ella es, perdón por la expresión, todo un pasote, me la pido para
Reyes, qué genial, qué vitalista, qué mujer. Léanla, pero, para abrir boca,
vean el descacharrante encuentro que los del club de lectura LL mantuvimos con
ella, gracias por supuesto a los buenísimos oficios de mi Pepa Muñoz: https://www.youtube.com/watch?v=h9XDkImxxUc&t=2s.
Sábado 8:
TEATRO EN LAS VENAS
Hoy en El arpa de Bécquer televisiva
recibimos la visita de una estupenda actriz, arrojada empresaria, heredera de una saga
de gentes que lo dieron todo en y por el teatro, la nieta del gran Carlos
Lemos, la estupendísima Esperanza Lemos. Nos cuenta algunas de las lecturas que
la marcaron, nos permite asomarnos a la colección de clásicos teatrales de su
abuelo, repletos de anotaciones en que queda reflejado el proceso de trabajo
con que hacía suyos los personajes, los versos, las palabras. También hay
tiempo para hablar de una pasión compartida, Don Quijote de La Mancha, y
para conocer un poco más qué es y cómo nació Artes Escénicas Carlos Lemos, un
delicioso café teatro, un lugar para respirar, conocer y amar este noble arte.
Nunca mejor dicho, pasen y vean: http://www.dejatedehistorias.es/wordpress/2021/05/08/hablamos-de-literatura-con-la-actriz-y-empresaria-esperanza-lemos-el-arpa-de-becquer-dejatetv/?fbclid=IwAR3Af6tEv0EUPNNjUTPONRv_GH1vJBdNhido8vdqqEsY4IMszWOL5lhdZXs.
Domingo 9:
EL EGOÍSMO IMPERANTE
Termina el estado de alarma, sólo eso, pero cualquiera diría que lo hace
todo, en realidad parecemos más abocados que nunca a ello. Lo siento, no puedo
compartir, mucho menos comprender, esa necesidad de invadir las calles para
beber, de reclamar una libertad que no nos han quitado (otra cosa es la interpretación
torticera de cada uno, lo que a cada quien le conviene pregonar, lo que tantos
están dispuestos a creer/secundar, el borreguismo con el que se supone quieren
desmarcarse del borreguismo que imponen los otros, los que se señalan como
enemigos -y esto se da en ambas direcciones-), vuelvo a sentirme vulnerable,
prescindible, mal mirado, me expulsan de cualquier lado (y no por mi edad, pero
en parte también).