Que nadie busque lecturas políticas en el título que nadie me diga que
lo sigue estando, que somos el furgón de cola, queden fuera tanto los discursos
europeístas como los catastrofistaCs o los quejosos, ahora hablo simplemente de
un recuerdo particular (aunque me consta que compartido con muchos de esos que
andamos rondando los cincuenta años o ya llegaron a ellos), el de aquellas largas
noches frente al televisor asomándonos al continente, es decir, siguiendo el
Festival de Eurovisión como si fuese una cuestión de Estado, que puede que lo
fuese, pero nosotros sólo lo vivíamos como un momento emocionante, nos dejaban
trasnochar, participábamos activamente, nos parecía otro mundo (nunca mejor
dicho), algo cambiaba durante aquella retransmisión. Aunque mi primer recuerdo
más o menos claro es el de Peret (por cierto, con una letra bastante más cañera
y contestataria de lo que suele decirse porque ¿cómo tomarse aquello de “si al sol no puedes tumbarte ni en paz tomar
una copa, decir que estás en Europa no sirve de ná”? -aunque lo que más me
hace reír siempre es pensar cómo traducirían a los diferentes jurados lo de “si le paras a una rubia cuando vas por la
autopista y luego es un estopista”, frase brillante la mires por donde la
mires-), empecé a tomar conciencia de lo que era Eurovisión con cinco años
(1975), cuando iban saliendo diferentes artistas a escena (Sergio y Estíbaliz
representando a España), mi abuela estaba muy atenta a la pantalla, decía que
aún quedaban muchos por cantar y yo encontré tremendamente divertido ese
espectáculo tan variado. Desde entonces, la archipopular sintonía (que no es
estrictamente del festival sino de la Unión Europea de Radiofusión, por eso nos
la encontrábamos también, por ejemplo, antes de eventos deportivos, en
cualquier conexión entre las diferentes cadenas asociadas), el Te Deum que Marc-Antonine Charpentier
compuso a finales del XVII, suponía romper fronteras, abrirse al mundo, aunque,
como digo, los de mi generación no hiciéramos ningún tipo de lectura política,
flotaba en el ambiente esa sensación/necesidad de nuevos aires, de dejar atrás
la autarquía (u otras palabras que no comprendíamos), de quitarnos de encima prejuicios
y complejos.
Eurovisión se esperaba como agua de mayo (algo que puede parecer lógico
hoy en día, pero en aquellos años no puesto que, excepto en 1977 que sí lo hizo
en ese mes, el festival se celebró a finales de marzo o en abril entre 1970 y
1983), si la canción española no gustaba (algo bastante habitual, las quejas
solían ser numerosas, por más que luego todo el mundo tararease Enséñame a cantar, no digamos Su canción y hasta aquel desastre
anunciado en el que prácticamente coincidimos todos llamado ¿Quién maneja mi barca?) hacíamos los
peores vaticinios pero no queríamos perdernos nada, ríanse de las emociones
sentidas y del cosquilleo imparable antes de los Oscar (que no se vieron en
directo en España hasta 1988) con lo experimentado con la intensidad de los
ocho, nueve o diez años, muy especialmente cuando rozamos el triunfo con Betty
Missiego, algo que nos decían imposible (y lo fue y sigue siendo, las cosas
como son), pero que fue hermoso vivir (la abuela daba palmas, la tía Carmen
decía “verás, verás”, el tío Miguel, al que se notaba complacido y expectante,
era más prudente). Y vienen los enfermos de modernidad a dictaminar, a hacer
tabla rasa, a negar la historia, a reinventar, a apropiarse, a extender certificados
de idoneidad, a jactarse, a reírse de lo anterior, incluso a establecer normas,
modos, vestuarios, coreografías, eslóganes, a decretar cómo y quién es eurofan,
considerando la juventud un valor (que lo es, pero para sacarle todo el
provecho posible porque es efímera y, al final, vendrán otros a desalojarlos
del lugar del que ellos anteriormente expulsaron -o al menos lo pretendieron- al
resto), olvidando/ignorando que un festival con tantos años a sus espaldas
mantiene en parte su aureola gracias a aquellos que ya estaban allí, que nos
fuimos incorporando cuando ellos no eran ni proyectos (suele utilizarse una
imagen mucho más gráfica pero no me parece de recibo) y que, al final, por más
que vayan apareciendo fenómenos, artistas, temas que perduren o tengan recorrido
más allá del evento en concreto, cuando Eurovisión se celebra a sí misma
recurre a aquellas gentes que lo hicieron grande (sí, lo digo a boca llena,
estoy cansado de que siempre se hable de lo casposo, lo antiguo, lo ridículo
que resulta cuando, simplemente, es un reflejo de su época, de la cada momento,
pero la prueba del algodón no engaña y los iconos y/o mitos que permanecen, los
hitos que no se olvidan, las carreras que se han propulsado gracias al festival
son su mejor carta de presentación).
“Yo nunca quise ser bombero, ni
policía, ni futbolista, ni nada de lo que soñaban mis compañeros. Yo siempre
quise ser cantante, pero por una única razón: representar a España en el
festival de Eurovisión. Cada año vivía con ansia quién sería el elegido, quién
viviría esa mágica noche y soñaba cada detalle de cómo sería pasar por ese
sueño. Nunca he podido vivir el éxito de mi país, espero poder hacerlo. Pero hay
canciones y artistas que nunca he olvidado, he aquí las más importantes”,
así presenta Alberto Vázquez su trabajo Recordando
Eurovisión, un CD que demuestra la vigencia de tantas melodías que nos
acompañaron en aquellos años, en esas noches en vela (aunque no puedo quejarme
con respecto a este asunto en lo que a mis padres -y sobre todo a mis tíos- concierne,
mucho menos teniendo en cuenta que se celebraba en sábado, el festival suponía
una magnífica oportunidad para acostarnos tarde -que es algo que, en general,
nos hacía sentir mayores y hasta importantes-, la sensación que queda es la de
haber estado pendientes de todo hasta altas horas de la madrugada), es un
fantástico ejemplo de cómo compaginar la necesaria nostalgia (no es repetir el
tantas veces inexacto -por no decir falso- estribillo que afirma que cualquier
tiempo pasado fue mejor, sino hacer memoria, conocer lo que hubo antes, tener
claro de dónde venimos) con nuevos aires y bríos, no quedarse anclado,
evolucionar como mero consumidor de música sin caer en el error (como decimos
una cosa decimos la otra) de pensar que esto (lo que sea) nació con nosotros
(hace poco, dejamos con la boca abierta a un joven de poco más de veinte años
cuando le explicamos que Celos no era
original de Fanny Lu sino de Daniela Romo –“¿quieeeen?”, fue su respuesta- y aún
no se ha repuesto de la conmoción -se quedó paralizado unos segundos- al enterarse
de que la canción tiene más de treinta años y la compuso un señor de Cuenca). Alberto
Vázquez hace suyas algunas de las canciones que triunfaron en Eurovisión,
escoge las ganadoras de 1968 a 1976 (es uno de mis escasos reproches: no llega
a 1977 cuando una emocionadísima y anegada en lágrimas Marie Myriam se impuso
con uno de mis temas preferidos, L´oiseau
et l´enfant), después salta a 1979 (y nos reconcilia definitivamente con Hallelujah aunque sigamos aplaudiendo
interiormente a la adorada Betty Missiego -quien, además, no tuvo reparos, señora
y artista como pocas, en corear la canción y dar palmas en la repetición final-)
y completa el viaje con 1983 (La vie est
cadeu) y 1988 (con una Céline Dion aupando a Suiza a lo más alto gracias a Ne partez pas sans moi). Conviene aclarar
que los cortes del CD no siguen la cronología del festival y que en 1969 barre
para casa y se queda con Vivo cantando,
por más que aquel año (en Madrid, en el Teatro Real) cuatro países empataron en
el primer puesto (lo que provocó gran revuelo en su momento, una enorme polémica
que afectó a la gala del año siguiente en lo que a participantes se refiere y
que se zanjó con la creación de unas normas de desempate).
Alberto Vázquez es un artista
completo, actor de amplio registro, el mismo que exhibe en su faceta como
cantante y queda bien patente en Recordando
Eurovisión. No es la primera vez que hablamos de él en este blog, bien es
cierto que en una ocasión quedó un tanto opacado (también Natalia Millán) por
la devoción particular (y de muchos años de trabajo, conocimiento y amistad)
que uno siente por Marta Valverde (hablaba entonces de aquel estupendo espectáculo
que fue -que ojalá vuelva a ser en algún momento o tenga un hermano mellizo- ¿Hacemos un trío?: https://elarpadebecquer.blogspot.com/2014/03/triangulo-equilatero.html)
y en otra compruebo ahora al repasar el texto que ni le mencioné (¡Y era el director!,
perdón por el olvido), arrebatado por la manera poderosa en que Helena Bianco (su
hermana, esa voz cada vez más redonda y perfecta, cada día sonando mejor,
instrumento afinadísimo y en plena forma) se adueñaba de la escena para rendir
tributo y pleitesía a Mari Trini (aunque me da apuro poner al link al ser consciente
de mi error, sirva esta fe de erratas para reivindicar aquel Estoy pensando en ti: https://elarpadebecquer.blogspot.com/2015/12/de-puntillas-tu-ausencia-vestire.html).
Para compensar un tanto este papel secundario al que tan injustamente le había
reducido hasta ahora este ángulo oscuro del salón, tuvimos el privilegio y la
fortuna de que aceptase la invitación de aquel Destino: Wonderland en que quisimos reconocer las trayectorias y
realidades de tantos intérpretes (en toda la extensión de la palabra) que
siguen en la batalla día a día, sin desfallecer, por encima (o a pesar) de
modas y ruidos mediáticos/mediatizados, gente de lo más versátil por más que
algunos encasillen y otros menosprecien por especializarse en el difícil mundo
del teatro musical, ahí están los créditos de cada uno, varios de los de
Alberto Vázquez se recordaron/aplaudieron en la charla que mantuvimos en el
Teatro Amaya cuando interpretaba y triunfaba con La jaula de grillos, una versión muy cabaretera de la mítica La Cage aux folles ( https://prnoticias.com/podcast/ondaarcoiris/cultura-lgtb/20160241-alberto-vazquez#inline-auto1611).
Recordando Eurovisión se ha
grabado como si se tratase de un concierto, de un directo, como si fuese el
festival, es decir, de una sola toma y sin poder parar, lo que no hace sino
aumentar la verdad que respira cada tema, el modo directo en que llega hasta el
oyente, a ratos como si fuera un susurro, una caricia musical íntima, sólo para
nuestros oídos, prodigio que obra la calidez (y calidad) de la voz de Alberto y
la perfecta armonización/imbricación con los músicos y los coros (uno se
atrevería a hablar de latidos acompasados, respiraciones similares, el diálogo
y el entendimiento, la complicidad que demuestran). El CD es una continua sorpresa
porque jamás toma el camino fácil de la mera imitación, explora posibilidades,
las convierte en realidades, no da gato por liebre (es decir, encontramos
nuestros propios recuerdos, no hay duda de lo que estamos escuchando -bien saben
que hay versiones que no merecen ese nombre y sí el de asesinatos-) pero añade,
enriquece, pone en valor, se apropia artísticamente de lo que ya conocemos para
ajustarlo como un guante a la voz de Alberto y a los arreglos y variaciones que
suenen como si fuesen los primigenios. Reconozco mi debilidad por el tema que
abre el CD, Un banc, un arbre, une rue,
pero creo que ahora me gusta más la revitalización aquí llevada a cabo que la
original de Séverine; él es de las pocas personas que puede medirse con ABBA y
salir victorioso (una de las otras está en los coros, es decir, nuestra Marta
Valverde y ahora habría que incluir a Cher, por supuesto), pero es que con Waterloo literalmente toca el cielo, es
un absoluto prodigio, la canción parece otra mientras mantiene su esencia, es
increíble el modo en que se respeta un clásico dándole la vuelta; me encanta su
decisión de ser ortodoxo con Save Your Kisses
for Me, es muy similar (yo diría que la que más) al original, pero se
permite el guiño de cantarla en castellano, en la versión que hicieran popularísima
Los Mismos, quienes estuvieron cerca de ir a Eurovisión al formar parte del
histórico Pasaporte a Dublín (no pudo
Helena Bianco hacer vivir a su hermano su sueño aunque fuese en modo vicario).
Ojalá este trabajo tuviese continuidad en los escenarios, ojalá Alberto Vázquez
pudiera (y quisiera, claro, que esto es un deseo personal de quien escribe)
desarrollar un espectáculo unipersonal (o con los participantes que
quiera/considere) tomando como punto de partida este fantástico Recordando a Eurovisión, para seguir
demostrando que las diferentes generaciones festivaleras podemos y tenemos que
convivir y compartir y, sobre todo, para que su imponente presencia sobre las
tablas, su raza de artista, sus múltiples facultades, su fabulosa madurez como
intérprete sea ampliamente conocida y reconocida.