Tenía muchas ganas (siempre las tengo) de volver a escribir sobre
teatro, de hablar de otra de mis grandes pasiones (tal vez un tanto escondida/arrinconada
porque los libros inundan mi vida y este ángulo oscuro del salón y profesionalmente
la mayoría de la gente me vincula, de un modo u otro, al cine), de ese amor que
(también) comparto con Pablo y que, por desgracia (motivos económicos, simple y
llanamente) no podemos gozar tan a menudo como antaño (si bien, por otro lado
-y los que tienen a bien interesarse por lo que publico y cuento tanto cuando
ejercía mi oficio como en estos años posteriores saben que llevo bastante
tiempo diciéndolo, igual en lo que se refiere al cine, que no soy como la zorra
de la fábula con las uvas-, escasean los espectáculos -en Madrid, creo que se me entiende- que nos
despierten interés, palpitaciones, alegría, babeos previos). Por fortuna, de
vez en cuando tenemos la oportunidad (y el privilegio) de volver a ser
espectadores de platea (o entresuelo, es lo mismo) y tributar una clamorosa
ovación, experimentar la sacudida que provoca un texto (y/o partitura, como en este
caso) que conmueve, emociona, implica, te hace vivir el arco emocional de los
personajes, vibrar con la energía desplegada por intérpretes que deslumbran,
cautivan, sumergen en la acción (sea esta la que sea), descubren aspectos
nuevos sobre un clásico (algo extrapolable a directores y adaptadores, así como
al resto del equipo que lo hace posible). Eso fue lo que sentimos con enorme
viveza cuando, hace poco más de cinco meses, fuimos testigos de una de las
primeras representaciones de West Side
Story en el centenario Teatro Calderón (con lo que, además, sentimentalmente
representa ese lugar para ambos en nuestro bagaje de espectadores), en una
aparente reposición que en realidad podemos considerar todo un estreno puesto
que, por primera vez en España, se representa íntegro el clásico original de
Broadway (Ricard Reguant dirigió una estupenda versión en los años 90 del
pasado siglo en la que, además, un servidor -e imagino que muchos más-
descubrió al enorme Víctor Ullate Roche -ya sólo por eso sería memorable-, pero
inspirada en la exitosa y no menos espléndida adaptación cinematográfica por la
que, no podía ser de otro modo, Robert Wise y Jerome Robbins ganaron un Oscar compartido
por la dirección del filme, respetando las decisiones tomadas en el guion que
firmó Ernest Lehman, otro grande).
A finales de agosto, coincidiendo con el primer centenario de Leonard Bernstein
(en reclinatorio, por favor), los medios de comunicación (entre ellos, este
humilde blog -gracias, Daniel Mejías y Jorge Ochagavía-) tuvieron ocasión de conocer
algunos detalles del montaje y hasta pisar el escenario, algo que no repetiré
para alivio de quienes leyesen aquel texto, al que me limito a reenviar a quien
deseé saber algo más y demuestre de nuevo una paciencia infinita con este que
les habla (tanto): https://elarpadebecquer.blogspot.com/2018/08/felicidades-mr-bernstein.html.
Y, a pesar de ello, de ir con un conocimiento previo (y de las muchas veces que
he visto/escuchado/regresado a la obra), este West Side Story me sorprendió porque, al fin y al cabo, es la
película la que una lleva en la memoria y el corazón y esto no es una copia de
la misma y, yendo más allá, entrando de lleno en la escena, porque las coreografías
mantienen su fuerza, su potencia, su expresividad dramática, sus acrobacias,
pocas veces (y lo siento, pero es la verdad) se ha visto un cuerpo de baile tan
sólido y de tanta calidad, porque el nivel interpretativo es de muchos
quilates, porque Federico Barrios sabe lo que hace (y ama el género), porque la
iluminación y la escenografía son impactantes, porque el sonido es
impresionante (y no, como suele ser lo habitual por estos pagos, ensordecedor)
y porque, yendo a lo más concreto y a lo que ahora interesa por aquí, me
reconcilié con Tony, un personaje que, las cosas como son y al margen de que
cante algunos de mis temas favoritos de musicales, esos que tarareo aquí y allá,
siempre me ha dado bastante pereza (puede que Richard Beymer haya contribuido mucho
en ese aspecto) pero al que Javier Ariano dota de sensibilidad, de fragilidad,
de auténtica emoción (y no del almíbar que rebosaba el otro), de contradicciones,
de pasiones, algo especialmente notorio cuando acomete el mítico María y, literalmente, algo se detiene
porque, en lugar de recurrir al habitual derroche y exhibicionismo (que algunos
convierten en alarde y demostración de facultades, vaciando la canción de su
auténtica intensidad, de su emotividad, de la intimidad y verdad que rebosa),
maneja su voz con gusto exquisito para apoyarse en la melodía, en esa orquesta
que no pretende imponerse y acompaña/acuna al actor, dejando resbalar las
notas, suspirando, loco y muerto de amor, llevándonos al límite (y hasta un
poco más allá) de aquello que se le sale del pecho y provoca latidos similares
en los espectadores.
Desde aquel momento mágico, me prometí que algún día se lo diría cara a
cara (porque escribí esa misma noche en Instagram, así me nació, me pareció
justo, hay que ser agradecido con quien te hace disfrutar -y tuvo a bien
responder, algo que no es demasiado habitual en este mundo de egos revueltos
que diría Juan Cruz, y no hablo sólo del artístico o del literario-) y le haría
un hueco en este rincón por si tenía a bien contagiar al arpa con sus melodías,
promesa que se cumplió hace dos semanas y que ahora remato con este desvarío
que, por fin, llega al puerto deseado. Era uno de esos días locamente primaverales
(e incluso veraniegos) que tuvimos en Madrid en febrero, el sol inundaba el
teatro que empezaba a prepararse para la función, Javier aprovechó que los
balcones de uno de los pisos superiores (perdí la cuenta subiendo la escalera
de toda la vida, la que tantos recuerdos me trae -sobre todo cuando había que
bajarla para llegar al camerino de Concha Velasco-) estaban abiertos para olvidarse
un rato del invierno (“Hoy hablé con mis
padres, en Murcia, y les dije que por fin podía ir sin bufanda y gorro, jajaja!”),
allí mismo, como si fuese entre bastidores, sintiendo cerca el latido del
escenario, con todos los ecos que resuenan y se perciben en un lugar así, nos
sentamos a charlar un rato y con él les dejo, contextualizando mínimamente,
cuando sea necesario, algunas de sus palabras:
Por algo que él mismo explica, no puedo menos que comenzar pidiéndole
que me cuente qué tiene con María (la
canción, malpensados, ¿no veis que la pongo en cursiva?): “En estos cuatro meses he dicho más veces “María” que en toda mi vida,
jajaja. La verdad es que está significando algo muy grande, algo que no
esperaba, y el caso es que en la escuela, cuando estaba en tercero de carrera,
tuve que cantar esa canción. ¡Menudo lío llevaba entonces en la cabeza, no
había manera! Me parecía un tema dificilísimo, que lo es, todavía le tengo
mucho respeto y salgo cada día a cantarla con un poco de vértigo. ¡Quién me iba
a decir que después de cantarla en una pequeña sala de conciertos lo haría
todas las noches en un teatro!”.
-“Este personaje, el musical en
sí, representa una responsabilidad enorme: repito mucho lo del vértigo, pero es
algo real que experimento al enfrentarme cada día a una partitura tan
prodigiosa y al mismo tiempo tan exigente, especialmente para un novato como
yo, que es la primera vez que hago un musical. Está siendo un trabajo muy duro,
sobre todo de adaptar la forma de vida a la que estaba acostumbrado a la que
requiere afrontar un personaje así en un espectáculo de este tipo, todavía
estoy en ello, aunque las cosas ya están muy asentadas”.
-“Todos tenemos la referencia de
la película, es inevitable, y además siempre lo identificamos con el Romeo de
Shakespeare, por supuesto, es lo que inspira la obra, pero Federico [Barrios]
ha buscado el movimiento interno del
personaje, su visceralidad juvenil, y tanto Tony como el resto se han ido
construyendo teniendo en cuenta algunas improvisaciones, dejándonos llevar,
descubriendo la importancia del texto y la palabra que se alimentan de la
música y la coreografía. Se ha primado la búsqueda de la verdad a partir de la
interpretación”.
-“Por mi formación como cantante
no puedo aportar la parte más lírica, por eso voy a lo melódico y procuro que
no haya demasiada diferencia entre la parte hablada y la cantada; es algo que
ha ido surgiendo, no me planteé cómo iba a cantarla, fue trabajando el conjunto
del personaje como nació esa manera de hacerlo, estudiando qué necesita el
personaje y cómo expresarlo con mi voz de la mejor forma posible”.
-“El argumento no sólo avanza en
las canciones, sino también en las coreografías, en ese sentido “West Side
Story” destaca sobre el resto: los pasos de baile marcan la rivalidad, los
personajes se explican con movimientos, con desplantes y descaros que llegan
desde la interpretación, desde las emociones que hay que expresar”.
-“Cuando me llamaron para decirme
que había sido elegido estaba en Tenerife, de gira con “La edad de la ira”, al
día siguiente era mi cumpleaños, me fui al paseo de la playa y me puse a andar
unos cuarenta minutos. Bueno, al recibir la videollamada, que fue cómo me
enteré, lo primero fue caerme en el sofá, después dije que no sabía si llorar y
saltar y como me dijeron que hiciese las dos cosas, me fui a soltar energía,
jajaja.”
-“Tony era un personaje que quería
hacer, me encontré con él en la escuela, soy muy de hacer conexiones y, en este
sentido, un tiempo antes de la audición me había encontrado tirado en el suelo
un libro que era la novelización de “West Side Story”, en la portada están Tony
y María en el balcón. Es un libro que he traído en la mochila a los ensayos, me
acompaña desde entonces. Por otro lado, me siento muy identificado con él en
algunos aspectos: tiene una parte muy onírica, me considero bastante soñador, también
conecto con él en estar ahí a ver lo que vendrá, estoy siempre en movimiento,
un poco ansioso, jajaja. Es un sueño hecho realidad”.
Surge un asunto inevitable que, por fortuna, también creo empieza a ser
cosa del pasado (pero que han sufrido grandes nombres especializados en el género
y así nos lo contaron en su día en Destino
Wonderland) y que Javier también conoce por propia experiencia, “algo que, cuando entras en este mundo, más
que vivirse se sufre: se establecen muchas diferencias entre interpretar texto
e interpretar musical, parece que si haces lo segundo no puedes hacer lo
primero, se considera algo menor, como si los actores de musicales fuesen menos
actores. Tal vez al principio las cosas se han hecho de otra manera, también en
los musicales se primaba o sólo se daba importancia al canto y la danza, pero han
ido llegando nuevos espectáculos que lo han unido todo, como debe ser, se han desterrado
prejuicios y tabúes”.
Aunque se graduó en Interpretación Musical por la ESAD con Silvia
Montesinos, Javier empezó a llamar la atención de crítica y público gracias a
su trabajo en La Joven Compañía: “Según
terminaba la carrera, me dice una compañera que había un taller de verano en La
Joven Compañía, reconozco que no sabía qué era eso, pero decidí apuntarme,
venir a Madrid a ver qué pasaba. En esas dos semanas me enamoré perdidamente
del trabajo que hacían José Luis Arellano en interpretación y Andoni Larrabeiti
en coreografía, todo el equipo, encontré un lugar en el que se hacía un teatro
que me gustaba, potenciando muchos valores y la posibilidad de crear. Cuando me
llamaron, me embarqué sin dudarlo en el proyecto y han sido tres años
increíbles en los que no dejé de aprender. Además, ¿ves?, vuelvo a conectar
unas cosas con otras, la primera obra que hice en Madrid con La Joven Compañía
fue “Hey Boy, Hey Girl”, una versión libre de “Romeo y Julieta” de Jordi
Casanovas y mira dónde estoy ahora, jajaja”.
-“Prácticamente
cualquier obra recoge algo que ya estaba en “Romeo y Julieta”: la lucha por el
amor, las barreras de cualquier tipo, todos los personajes buscan un lugar, un
“Somewhere”, donde sentirse libres, eso es lo que les une”.
-“Este personaje, participar en
este montaje es un incentivo para seguir adelante, para no rendirme, para no
acomodarme ni entrar en la zona de confort, seguir luchando para mantener el
rendimiento en lo máximo, es un empujón más para seguir trabajando y
aprendiendo, seguir contando historias”.
Y nosotros estaremos deseando que lleguen otras a las que él pueda dar
vida (aunque, de momento, me da la impresión, viendo la afluencia de público y
los elogios cosechados, de que podrán verle durante bastante tiempo por la sucursal
del West Side ubicada en el Calderón, un lugar por nosotros, los amantes de
musical).