sábado, 25 de agosto de 2018

¡FELICIDADES, MR. BERNSTEIN!





   La anécdota pierde su gracia al escribirla, aún más si tenemos en cuenta que tuvimos (Pablo y un servidor) el placer y el privilegio de escuchársela contar a la protagonista de la misma; explicando esto último, fuimos testigos privilegiados (y teníamos muy cerca a la maravillosa Petula Clark, algo más alejado al estupendo -en todos los sentidos- Ralph Fiennes) de un vibrante y soberbio espectáculo unipersonal (acompañada por una pequeña y estupenda banda que fue cómplice necesario para que la estrella brillase como era de esperar) que la legendaria Chita Rivera ofreció en el auditorio (o pequeño teatro, siendo generosos -aunque ya quisieran muchas salas que se anuncian como lo que jamás serán, ni tan siquiera lo que acabo de considerarlas-) de un hotel londinense (no recuerdo su nombre) cercano a la estación de St. Pancras, fue impresionante cómo a sus entonces 76 años (hablo de febrero de 2009) se movía con pasmosa agilidad, daba algunos de los pasos de baile que la hicieron popular, todavía era capaz de doblarse con envidiable elasticidad, ¡y eso que al empezar el espectáculo había prometido/nos había advertido que no bailaría, pero cuando se lleva en la sangre, cuando se es tan artista, cuando se tiene esa personalidad, ese nervio, esa energía, ese permanente magisterio, esa maestría, cuando se es Chita Rivera todo es posible e incontenible (merece ser reseñado que la gran señora tiene conciertos programados unos conciertos en San Francisco para el próximo noviembre -y supongo que más, pero son los que he encontrado a la venta-)! El caso fue que, en un momento dado, no podía ser de otra manera, salió a colación West Side Story, ella fue la Anita original, y rememoró cómo fue el casting: le habían dado ciertas indicaciones de cómo era el personaje, un par de ideas muy someras, el caso fue que llegó junto al piano y soltó toda la artillería, fue genial verla parodiándose, exagerando lágrimas y sollozos, hasta que una voz desde el patio de butacas le pidió que parase (en su recuerdo, no en el espectáculo) y ese alguien le dijo “espere, que voy al escenario con usted”, cuando llegó a su lado se presentó “¿cómo está usted? Soy Leonard Bernstein” (hasta le dijo cómo pronunciar correctamente el apellido -¡Y la Rivera hacía todas las voces y reproducía los gestos! ¡Qué pasada!-), le dijo que estaba muy bien que imprimiese el dramatismo que la partitura y el personaje precisaban, pero que lo hiciese más desde dentro, sin tantos aspavientos, que en la obra había una progresión, el caso fue que al principio ella se contenía más bien poco, pero poco a poco fue siguiendo las indicaciones del compositor y lo demás es historia del teatro musical.

   Y ese señor, Leonard Bernstein (Rivera dijo algo así como “se pronuncia Bernsstain” -haciendo la erre casi muda-), cumple hoy (25 de agosto, lo aclaro porque, viendo la hora que es, puede que publique el texto cuando ya sea 26) cien años, sí los cumple, en presente, porque los genios nunca mueren, porque la gente que deja huella y obra, aquellos a quienes queremos, respetamos y/o admiramos (de nuevo me niego a utilizar el pretérito) no pierden actualidad ni vigencia, por eso seguimos celebrándolos, por eso les felicitamos, por eso conmemoramos días tan señalados, aunque cualquier oportunidad es buena para ello, no es necesario llegar a una cifra tan redonda como hoy (esto es algo que jamás podrá comprender alguien tan obtusa y simple como esa autoproclamada experta a la que me refiero a veces, esa que al no amar de verdad aquello que dice amar no es capaz de saber de qué estamos hablando y por eso, en parte para sentirse especial, importante y por encima del común de los mortales -y hasta de los inmortales-, se lo reprocha y afea al resto -aunque, de sus más de 1.700 seguidores de los que tanto alardea, sólo uno le ha dado a “me gusta”, debe ser que la leen sólo para hacer lo que este que suscribe, es decir, reírse de su ignorancia, de sus contradicciones, de sus teorías conspiranoicas, de su incultura, de su soberbia-). Y en medio de los fastos que durante dos años están teniendo lugar por todo el mundo, como parte del gigantesco cumpleaños feliz que se está dedicando a Bernstein, SOM Produce, los mismos que hicieron posible que Billy Elliot fuese una realidad en España (y de qué manera), esas gentes que, no hay más que verlo (y disfrutarlo), defienden y aman el musical de verdad, se hicieron con los derechos de West Side Story para estrenar por primera vez en España la versión original íntegra del musical, aquella en la que participó Chita Rivera y que levantó el telón de manera oficial en el Winter Garden Theatre de Nueva York el 26 de septiembre de 1957.

   Será a partir del próximo 3 de octubre cuanto el Teatro Calderón de Madrid (que, por cierto, cumplió 100 años en 2017) se convertirá en el escenario de la rivalidad entre Jets y Sharks, entre los descendientes de europeos y los portorriqueños, al fin y al cabo entre Capuletos y Montescos, puesto que Romeo y Julieta de Shakespeare fue el punto de partida para el libreto de Arthur Laurents al que Leonard Bernstein puso música (y Stephen Sondheim, al que solemos olvidar cuando hablamos de la obra -yo el primero el otro día en una publicación de Instagram-, creó las letras de las inmortales Tonight, Quintet, María, I Feel Pretty, Somewhere y el resto). Las ya míticas peleas, las no menos fabulosas y multipremiadas coreografías de Jerome Robbins, el dramático amor entre Tony y María se vivirá como si fuese la primera vez gracias a una espectacular escenografía original de Ricardo Sánchez Cuerda (con hasta 20 cambios) de la que sólo vemos la base central (y ya impresiona, aún más por cómo desborda el espacio escénico habitual y se expande con los laterales) el mismo día en que el equipo artístico entra por primera vez en el teatro para empezar a ensayar allí, por lo que prensa y elenco descubrimos casi al mismo tiempo el West Side español, el que incluso podemos pisar cuando charlamos unos momentos con Javier Ariano, quien se hará cargo de Tony y que, momentos antes y junto a Talía del Val que hará lo propio con María, nos han regalado en el vestíbulo Tonight, con acompañamiento al piano de Gaby Goldman, director musical del montaje. Aún se le nota la emoción de, como se dice en la profesión, respirar teatro tras un tiempo ensayando en una sala, haciendo primero un taller sobre Romeo y Julieta para trabajar las emociones y los personajes desde sus orígenes, y así es como habla sobre Tony: “Tiene un mundo muy onírico dentro, aunque también se deja empujar por la templanza en otros momentos: es un personaje muy complicado, no en vano tiene a Romeo como base, porque se deja poseer por la locura del amor, lo pone por encima de todas las otras cosas”. Es inevitable hablar de las espectaculares y memorables coreografías, no para de elogiar el trabajo y el talento de sus compañeros, “Tony baila más bien poco, jajaja”, pero a cambio se enfrenta a una partitura muy exigente que requiere una espléndida voz y grandes dotes interpretativas, sin duda es un regalo, pero un tanto envenenado porque tiene múltiples dificultades: “La partitura es uno de los mayores retos a los que me he enfrentado nunca: es la obra de un virtuoso que puso muchos matices, hay muchos detalles a los que atender y cuidar para hacerle justicia y transmitir toda su verdad”.

   Esa es, tal vez, la clave para entender por qué West Side Story continúa en plena forma, por qué puede verse mil veces sin que canse, por qué nunca pasa de moda, por qué sigue cautivando e interesando, por qué las nuevas generaciones se van sumando: porque, aunque suene obvio, es una obra de sentimientos, porque todos los elementos están sólidamente aunados, porque las coreografías ayudan a contar la historia (como ha hecho desde siempre el ballet), porque no le sobra nada, porque cada canción es un hito, porque rebosa verdad, es la palabra que más repite Federico Barrios, el hombre de teatro que, nunca mejor dicho, está orquestándolo todo para que el espectáculo responda al mito y añada algo propio: “Llevamos un año trabajando, desde julio de 2017 le he dedicado todo mi tiempo para conocer bien la historia, las coreografías, los personajes, llegar al núcleo de cómo se creó el original, trabajando directamente sobre el clásico para actualizarlo en lo que se debe: no se interpreta del mismo modo que hace 60 años, las estructuras dramáticas son diferentes, lo que se quiere es darle un giro para que se acerque algo más al público actual, pero respetando el clásico, por supuesto”. Tengo la oportunidad de mantener un breve aparte con Federico y él roba unos segundos a la siguiente entrevista para, ya sin grabadora delante, explicarme algunos de los resortes de la escenografía (e interesarse, todo debo decirlo, por aquello que escuché contar a Chita Rivera) y es un lujo y un infinito placer para quien ama el género comprobar que, más allá de un director y coreógrafo comprometido con su trabajo, se está frente a un apasionado del musical, del teatro, de su profesión (y no saben cómo tranquiliza eso, hablando estrictamente como público: estamos en las mejores manos posibles). Hablamos de que él aúna las dos direcciones de la función, así se reconocía en la versión cinematográfica que firmaron Robert Wise y Jerome Robbins, porque, hay que insistir en ello (y no supone menospreciar otras que sólo buscan -como si fuese poco- espectáculo, dejar con la boca abierta como no hace mucho se quedó quien les escribe en el Drury Lane, pasmado ante el monumental montaje de La Calle 42 que aún sigo ovacionando en mi interior), las coreografías de West Side Story rompieron moldes por muchos motivos, entre ellos por su trascendencia y hondura dramática: “Las coreografías no son como las de otros musicales en que aparecen para dar luz, color, energía, o no sólo eso, porque aquí siempre sirven para seguir contando la historia, son parte esencial del contenido, no son un relleno ni una excusa”. Y las coreografías originales de Jerome Robbins serán las que se vean (y a buen seguro admiren) sobre el escenario del Calderón: “Llevamos un año trabajando con todo el material audiovisual y escrito que nos han enviado para decodificar el paso, para sacar la esencia de cada coreografía, para saber qué quiso contar el coreógrafo y respetarlo. Es una partitura coreográfica con muchísima verdad, cuenta gran parte de la historia, es central, retrata perfectamente a los latinos y a los polacos. Por eso en el casting íbamos perfilando quién encajaba en cada grupo y una vez hemos empezado a ensayar se ha demostrado que a cada uno le quedan bien las coreografías de su banda, el movimiento tiene que ver con la esencia de cada personaje”.

   Tiempo habrá para ir contando más cosas sobre este indudable acontecimiento (qué alivio que en una cartelera que por desgracia sigue resultando muy mortecina broten propuestas como esta para sumarse a Billy Elliot, ese oasis para el amante del musical), para conocer al resto del elenco, para compartir el entusiasmo por la propuesta y, desde luego, para ir desterrando fantasmas, en el sentido de que todos llegamos a West Side Story con la película en la mente y el corazón, es inevitable, pero no conviene olvidar que, como en tantos casos, son cosas totalmente distintas: “El musical hay que presentarlo a las nuevas generaciones, pero hay que poner especial atención en quienes ya lo han visto, sobre todo la película, claro, que ha dejado unas referencias muy fuertes y marcadas y alteraba la estructura original e introducía cambios lógicos porque es otro formato. Es muy difícil enfrentarse a un clásico de estas dimensiones y el mayor desafío es que el público olvide un poco eso y redescubra la obra, porque no se trata de repetir lo que ya se hizo”. Uno ha encarado muchas reposiciones (no hace ni dos meses en Londres la de El rey y yo con unos Kelli O´Hara y Ken Watanabe -y un montaje- que hacen olvidar cualquier antecedente o, mejor dicho, lo enriquece y eleva aún más) y, si el olfato no me falla, creo que estamos ante algo que promete gozo y emociones renovadas que agrandarán las prístinas, las experimentadas en tantas ocasiones en que, de un modo u otro, se ha regresado a West Side Story. Por lo tanto, señor Bernstein, puede usted soplar las velas sin dudarlo, ya que hay mucho que celebrar.