viernes, 30 de abril de 2021

CADA HISTORIA TIENE SU FINAL

 

Sábado 24:

 

QUÉ FÁCIL FUE QUERER LEER

 

   Me recuerdo leyendo desde antes de saber, perdón por la exageración, pero es que aprendí las letras a edad muy temprana porque el tío Miguel me las iba enseñando en las matrículas de los coches durante el paseo dominical hasta la Dehesa de la Villa; además, en casa siempre hubo cuentos, tebeos y libros al alcance de la mano, no me fue nada complicado sentirme atraído por aquellos objetos que mis hermanos devoraban, mi madre ha sido buena lectora toda la vida, igualmente el tío, a mi padre nunca le vi con un libro entre las manos pero, a cambio, traía cada día el periódico y alimentó mi vocación desde antes de que la descubriese. Al margen de estas circunstancias concretas, la oferta era amplísima, muy variada, irresistible, lo más lógico del mundo era zambullirse en las páginas de algo, fuimos una generación privilegiada en ese aspecto, y de eso es de lo que hablamos Pablo y un servidor en el programa de hoy, de aquellos autores, aquellas colecciones, aquellas ediciones, aquellos volúmenes que estaban en todos lados, que reclamaban atención, que se imponían, que nos proporcionaron tantas horas felices; cerrando el círculo, escogemos algunos títulos publicados recientemente porque, por fortuna, en lo que a la lectura se refiere, no sólo de nostalgia vive uno, siempre hay algo nuevo a lo que atender, siempre nos queda mucho, tanto, todo por leer, por eso hacemos sonar el arpa cada sábado en ese espacio que han tenido a bien cedernos en Déjate de Historias TV y que pueden ver pinchando en el siguiente enlace: http://www.dejatedehistorias.es/wordpress/2021/04/27/los-libros-de-nuestra-infancia-el-arpa-de-becquer-dejatetv/


Domingo 25:

 

LA NOCHE DESEADA

 

   También fue muy sencillo amar el cine, en realidad se trata de lo mismo, ahí incluyo mi temprano interés por la radio, es el placer de leer/ver/escuchar una historia, de dejarse seducir por una narración, Sherezade adquiere mil formas, el sultán que somos cada uno de nosotros va a quedar siempre cautivado y con ganas de más. Pero tuvimos la fortuna de ser espectadores de aquella espléndida y tan añorada programación de TVE (no sólo en lo que a oferta cinematográfica se refiere), de bebernos todo lo que se emitía, lo que entendíamos y lo que no, la semilla germinaba más pronto que tarde, había espacio y tiempo para todo, las películas “cultas” o “intelectuales” de La clave, los exhaustivos ciclos de Cine Club donde aprendimos a adorar a Marlene o a Rita, pero también a Imperio Argentina, las películas gozosas de Primera sesión, la magnífica cita que suponía Sábado cine, nos hicieron cinéfilos de corazón y alma, espectadores (como antes lectores) omnívoros, es un hecho. Y en cuanto empecé a tener conciencia de la ceremonia de entrega de los Oscar, cuando empecé a interesarme (y pasarlo de miedo) con los resúmenes posteriores, los números musicales, los momentos que pasaban a la historia, anhelé poder verla completa, pasar lo que aquí era la madrugada disfrutando con algunos de mis actores preferidos, apostando por las películas que me gustaban (si bien es cierto que muchas no llegaban a España hasta que habían cosechado premios), seguí la carrera hacia la estatuilla lo mejor que pude en mi adolescencia, un buen día llegó la noticia que pensaba jamás escucharía: TVE iba a retransmitir la gala completa, en directo, estábamos en 1988, se hablaba muchísimo de El último emperador, también de Atracción fatal, se oía no sé qué, se rumoreaba lo otro, pude ver ambos títulos (y alguno más: Esperanza y gloria se me grabó a fuego) antes del día señalado, no vi la gala entera, había clase al día siguiente, pero me levanté más temprano para al menos vivir la emoción de los considerados premios más importantes, de las categorías de las que todo el mundo habla (y atiende) al día siguiente, según encendí el televisor aparecía en el escenario Marlee Matlin para entregar el Oscar al considerado mejor actor del año que, se cumplía el pronóstico, era  Michael Douglas por Wall Street (que aún tardé unos meses en ver).

 

   Desde entonces, he sido fiel a la cita, con reuniones en casa de compañeras de la facultad, después en casa de los tíos (por desgracia muy pronto sólo de la tía, por más que él vaya a estar ahí donde yo esté siempre), con el tiempo aquí en nuestro hogar, el cosquilleo persiste incluso aunque, como este año, vaya a verla solo porque Pablo no está, es la noche de los Oscar, todo puede suceder, siempre hay tiempo para alguna sorpresa, hay algunas candidaturas abiertas, no todo está escrito, déjenme seguir soñando, ser aquel chaval que llegó al instituto entre nubes porque había sido testigo de (parte) de la ceremonia, lo de menos era que El último emperador no me pareciese para tanto (ganó nueve de nueve) y que hubiesen preferido a Cher sobre Glenn Close (desencanto que se acentuó cuando vi Hechizo de luna que, para colmo, se llevó el gato al agua en la categoría de guion original o cuando descubrí a la inmensa Holly Hunter de Al filo de la noticia -por cierto, otra de las películas de mi vida, más aún porque en ese momento ya tenía claro lo que quería estudiar, de hecho la vi después de haberme matriculado en Periodismo-). Son los Oscar, ya digo, y yo voy a estar ahí.


Lunes 26:

 

«¿DE DÓNDE VENÍS?»

 

   Decir aburrimiento es decir poco, tal vez sería desolación la palabra más acorde para describir el modo en que me fui despegando de la pantalla, repantigándome en el sofá, curioseando en las redes sociales para espabilarme, para no dejar llevar por la apatía, para no quedarme dormido, enviando algún WhatsApp a Pablo para irle cantando los premios, poco más había que destacar (bueno, y las inconveniencias/sandeces/errores, la tónica habitual de la retransmisión a través de Movistar desde hace ya demasiado tiempo). Tras un comienzo con títulos de crédito al más puro estilo clásico incluidos, con un travelling arrebatador, con el caminar decidido e impecable de Regina King, con Steven Soderbergh haciéndose cargo del invento, tras unos segundos conteniendo el aliento porque parecía avecinarse una gala histórica, el edificio empezó a venirse abajo desde los mismos cimientos y, sí, posiblemente merezca ese calificativo pero por todo lo contrario a lo que se esperaba, a lo que hubiera sido deseable. Ni el anhelado triunfo de Anthony Hopkins ni la magnífica Emerald Fennell coronándose como guionista (y directora aunque no ganase), es decir, el primer y el último premio entregados, ni el hecho de que aplauda a Nomadland, la prodigiosa dirección de Chloé Zhao y la interpretación tan llena de verdad que no lo parece de Frances McDormand me quitaron el mal sabor de boca. Al menos, Glenn Close volvió a demostrar su clase, su señorío, agrandó su leyenda, logró un momento para la historia y sin necesidad de ganar un premio de consolación, una compensación por el ninguneo/olvido, una estatuilla a todas luces inmerecida -lo mejor que puede hacerse con Hillbilly es enterrarla y que no emponzoñe (más) la trayectoria de sus intérpretes-, la misma que debería obrar en su poder hace tanto, los años que un servidor lleva viendo la gala, ya lo escribí antes, o uno menos puesto que después de Atracción fatal llegó Las amistades peligrosas y aquello fue el acabose. Confiemos en que la deriva (de todo) varíe muy pronto y pueda decirse, con la emoción de antaño, “¡anoche vi los Oscar!”.


Martes 27:

 

FIERAS ENJAULADAS




 

   Por más que nunca pierda el entusiasmo lector, por más que nunca me sacie de libros en general y del género policiaco/detectivesco/thriller/negro en particular, me agotan las fórmulas, los plagios más o menos descarados, las repeticiones, los esquemas, aquello que se limita a seguir un camino trillado, las historias sin alma, las que no me implican, las que olvidan el juego delicioso y si se quiere morboso que planteaban los clásicos, aquellos a los que jamás alcanzarán ni tan siquiera remedarán. Y aún más detesto (permítanme que saque a pasear a aquel crítico feroz que -dicen- fui, hoy más que nunca viene a cuento que la fiera dé un paseo) aquellos dizque autores que se colocan en una posición altanera, que pretenden demostrar todo el rato lo inteligentes/brillantes que son, que sólo buscan epatar, que buscan su lucimiento a base de (aunque sea de forma sutil) menospreciar al lector, no le hacen partícipe, no le dejan intervenir, le sientan para al final jactarse “¿te has dado cuenta de lo magnífico que soy?”, engañan con malas artes/maneras (por no decir estafan), no plantean un rompecabezas porque no dan las piezas para que cada uno intente armarlo antes de que lleguen las últimas páginas y la resolución del enigma, se envenenan de (supuesto) estilo, de (aún más) ingenio, de (ni te cuento) ego estratosférico (y no hay más que ver los tutis o declaraciones de algunos para darse cuenta -aunque a más de uno lo tuviese calado hace tiempo, no necesité colores para ello-).

 

   Por eso celebro con tanta alharaca la llegada de Animal, la ópera prima de Leticia Sierra que, tras ser autopublicada, ha pasado al catálogo de Ediciones B: primero, porque es una novela de investigación con hechuras clásicas, porque eso es lo que prima (y, además, desarrolla en paralelo y hace confluir dos no tan diferentes como a veces pudiera creerse: la puramente policiaca y la periodística); después porque, aunque como tantas en el género pueda tener continuidad en el sentido de inaugurar una serie, estamos ante una historia autoconclusiva, no quedan cabos sueltos ni (lo que todavía es peor: se vende humo una vez más) es la intención de la autora hacer una segunda parte aunque ni la tuviera pensada ni venga a cuento (como tantos que, de repente, hablan en clave de trilogía, como si lo tuvieran todo pensado desde el principio -y, por desgracia, se demuestra pronto que para nada-). Animal no necesita de ningún estrambote para ser una obra redonda, espléndida, una prospección en caliente del lado más oscuro/despiadado/bestial de cada uno de nosotros, una narración que espanta por lo verosímil, por lo descarnadamente honesta, por lo que escarba y muestra, por tratar al lector como un ser pensante y participativo, porque no le sobra ni una coma, porque no le falta ni una palabra. Si la lectura fue un gozo, el encuentro que los del Club de Lectura LL mantuvimos con la autora gracias a los buenos oficios de mi Pepa Muñoz fue espectacular, sobre todo porque Leticia se abrió en canal, no se guardó nada (excepto los spoilers, hay que tener mucho cuidado con lo que se dice porque a algunos se les entiende todo, jajaja), demostró que es una escritora con las ideas muy claras y asentadas y que esta va a ser su primera novela porque habrá más: https://www.youtube.com/watch?v=5CqSbiHip5Y&t=3s.

  

Miércoles 28:

 

NO ES UN ADIÓS PARA SIEMPRE

 

   En estos días he concluido dos series de televisión que me han proporcionado muy buenos ratos, en las que me he sentido acogido, en las que siento he hecho grandes amigos, camaradas, gentes cuyo recuerdo me va a acompañar siempre, en ambos casos fui dosificando los últimos capítulos, en ambos casos me he emocionado hasta las lágrimas (si bien es cierto que de signo diferente). La primera que terminé (después de buscar casi con la lengua fuera uno de sus capítulos como ya conté en estas páginas) fue Merlí, toda una creación de Héctor Lozano que, dirigida por Eduard Cortés, me ha hecho regresar a mis años de instituto, enfrentarme a aquel adolescente lleno de dudas, de inseguridades, de pulsiones a las que le daba miedo poner nombre, aquel que tantas cosas hizo mal, que tanto se equivocó, que vivía confundido, aquel que encontró (o se la encontraron) su vocación, aquel que tanto se parece a los protagonistas adolescentes de la serie. Si Francesc Orella nació para ser Merlí (o viceversa), el nivel interpretativo de quienes asumen los personajes de sus alumnos es apabullante, demuestran que hay cantera, que hay realidad, que los directores de casting (y los otros) deberían hacer un poco mejor su trabajo, que una serie tiene audiencia sin recurrir a los nombres de siempre, a los que se supone la aseguran (cuando tantos lo que consiguen es el efecto contrario: den una vuelta por ese invento llamado Twitter, señores). Desde ahora, me declaro fan incondicional de David Solans, Carlos Cuevas, Elisabet Casanovas, Adrian Grösser, Pau Poch, Albert Baró, Candela Antón, Júlia Creus, Marcos Franz y el resto. ¡Bravísimos!

 

   La otra serie a la que me refiero, a la que llegué un poco por casualidad, por inercia, por conocer a las competidoras en premios de La maravillosa Señora Maisel, es Schitt´s Creek, la serie que ha devuelto/colocado a la sublime Catherine O´Hara en el lugar que nunca debió abandonar/siempre debió estar, la serie que ha supuesto para quien suscribe la constatación del desbordante y multidisciplinar talento de Daniel Levy, la serie (entre otras muchas cosas) que cuenta con impagable sensibilidad, con emoción honesta a flor de piel, una historia de amor homosexual sin afecciones ni estereotipos, un auténtico prodigio y, además, todo un deleite. ¡Os echaré de menos, familia Rose!

domingo, 25 de abril de 2021

AULLIDOS Y RUGIDOS

 

Lunes 19:

 

APLAUSOS QUE SE HEREDAN

 

   Como tantas veces he contado, fue José Luis García Sánchez quien, durante una entrevista que tuvo lugar hace ya un buen número de años, me bautizó como “crítico feroz”, valorando “muchísimo” por esa condición que según él me distinguía los elogios que estaba dispensando a una de sus películas (Tranvía a la Malvarrosa, que me resultó mucho más divertida que la novela de Manuel Vicent en que se inspiraba). Sí, lo he sido, en parte lo sigo siendo, cuando algo me disgusta, cuando me aburro, cuando no disfruto de la lectura, cuando se me hace bola lo que estoy viendo, cuando un libro o una película/obra de teatro/serie me apasiona (porque se da también, incluso más agudizado, en ese caso), suelo estallar, no tengo freno, me explico y procuro justificar pero (repito que especialmente antes) voy a degüello, expresando mi criterio de manera clara y hasta expeditiva (que comprendo que a más de uno pueda parecerle falta del mismo -y lo respeto, siempre que sea capaz de argumentar su opinión-). Pero me he moderado bastante, sobre todo en lo que a literatura se refiere, en parte porque sólo escribo sobre aquello que me gusta (aunque me guarde tiritos, por supuesto, la auténtica validez de mis críticas -y de la de cualquiera que merezca ser llamada de esa manera- se apuntala en que las hay de todo jaez, lógicamente no todo puede complacer -ni todo enfurruñar, eso también-). Las cosas como son, nunca he pretendido ser alguien especialmente terrible, si me sale es de natural, haber tenido y tener el placer/privilegio/gusto de leer tanto y tan variado me regala una perspectiva muy amplia, no digo que no me las dé de resabiado, tal vez a veces soy un pelín cínico, me expongo tal cual al mismo tiempo que disecciono (algunos dirán que me quedo corto con este verbo) lo que en ese momento haya caído en mis manos, no sé por qué le doy tantas vueltas a la cosa si al fin y al cabo esto son una meras anotaciones en un diario, vuelvo a ser como tantas veces juez implacable conmigo mismo, y no es que me arrepienta de nada o me reproche algo (bueno, sé que he podido ser injusto, excesivo, incluso un tanto intolerante, tampoco he tenido reparos en rectificar o reconocer que me equivoqué, que no tenía el día, que no vi aquella película o leí tal novela en el mejor momento), es mi tendencia natural al diálogo interior (no monologo: me respondo -y a veces en voz alta pasando al soliloquio con enorme facilidad-).

 

  Me ha dado por pensar de nuevo en este asunto debido a que se tiende a olvidar a quienes son, tal vez, los receptores directos de esas críticas que tantas veces hacemos con crueldad, de manera torpe, desproporcionada, buscando hacer daño, dando eco a campañas difamatorias, escudados en los prejuicios, ocultos tras un avatar, vocingleros de redes sociales (incluso delinquiendo, pero esa es harina de otro costal), es decir, los familiares, los amigos (los de verdad, no los del postureo que es igualmente pan de cada día en Twitter), las gentes que quieren (y conocen) a actores, escritores, directores, periodistas, artistas, personas con mayor o menor proyección pública. Como ya señalaba antes, también soy vehemente, grandilocuente, impetuoso, cuando algo me toca, me emociona, me deleita, me apasiono buscando ditirambos con los que transmitir lo que una obra de arte me ha hecho sentir, del mismo modo procuro expresar mi agradecimiento sin ambages a aquellas personas a las que debo tantos pasos dados, tantas satisfacciones, tantos momentos que han dejado poso, tantos apoyos, las cosas pueden haber terminado de un modo u otro, eso no impide que reconozca a quien me ayudó, me allanó el camino, me enseñó, creyó en mí, me quiso. Por eso me emocionó recibir en su día un correo electrónico de la hija de Natividad Gutiérrez Val, Nati, profesora del instituto que nunca me dio clase (impartía Ciencias Naturales) pero fue maestra de lecturas, cómplice que me descubrió autores, universos, que me abrió puertas, abolió prejuicios, agradeciéndome el que siempre será pequeño homenaje a quien es uno de mis pilares en lo que a literatura se refiere. Del mismo modo, recientemente han contactado conmigo el hijo de Enriqueta Antolín y el nieto de Antonio Giménez-Rico por un motivo similar: me limité a contar mi parecer/experiencia como lector/espectador, me alegra saber que esos aplausos nacidos del corazón han encontrado receptores, han volado en la dirección correcta.

 

Martes 20:

 

HABEMUS SAGA

 




   Se cuenta que la segunda novela, especialmente cuando la primera ha tenido repercusión, es más difícil porque no se escribe con la misma libertad, aumenta la presión, hay expectativas ajenas que pesan el doble o el triple que las propias; aunque de otro modo, esas asechanzas también se ciernen sobre el lector, la decepción es una afilada espada de Damocles, el descontento brota sin casi necesidad de abono, el entusiasmo se da de bruces con el sólido muro del aburrimiento, incluso, así lo aconseja la experiencia, uno procura reprimirse, no dejarse llevar por sus propios cantos de sirena, infundirse paciencia, dejar que cada libro obre su efecto. Pero todo eso me sirvió de poco ante La sangre de Baco, el segundo título de la que desde el principio se anunció como Saga de Marco Lemurio, publicada al igual que su predecesor por La Esfera de los Libros, le tenía muchas ganas por diversas razones y sólo puedo decir que me ha dejado sin aliento, que el envite ha sido impresionante, que se nota (algo de lo que tantas dizque series adolecen) que Luisma (me permito la confianza y cercanía que él otorga) tiene la columna vertebral de lo que indudablemente es saga y como tal la va desarrollando muy sólidamente armada, que Oscura Roma fue, en todos los sentidos, una novela de aprendizaje, un tanteo, un trabajo prudente, un asentamiento, se percibía que había mucho más, que se había quedado corto (sin que eso suponga una crítica, todo lo contrario) a propósito. De ese modo, La sangre de Baco es una novela de total maduración, una historia muy bien tejida que, además, sigue ramificándose con soltura y osadía, un continuo disfrute, la constatación de que tenemos un autor, tenemos saga y nos queda mucho por gozar y compartir con Marco Lemurio. Fue igualmente placentero el reencuentro de algunas de las gentes del club de lectura con el autor, mi Pepa Muñoz lo volvió a hacer/conseguir, aquí puede verse íntegro: https://www.youtube.com/watch?v=kMRfv47QIyw&t=5s.

 

Miércoles 21:

 

¿DÓNDE ESTÁ LA MAGIA?

 

   Hace cosa de dos meses, leí El jardín secreto de Frances Hodgson Burnett, todo un clásico infantil, (se publicó en 1910), un regalo que me hizo Pablo, una edición (o reedición) hecha en 1994 con motivo del estreno de una adaptación cinematográfica dirigida por Agnieszka Holland y que, de no haber sido por esta circunstancia, tal vez no hubiese regresado a las librerías en España. ¿Qué más da cuándo y por qué te interesas por un libro/título? El caso es llegar a él, conocer a quien también es autora de El pequeño lord y La princesita, de hecho me puse a la tarea porque llegaba una nueva versión, versión que vemos en una de las plataformas que tenemos contratadas y que nos deja descorazonados porque le han borrado toda la magia, toda la alegría, un personaje fundamental, todo lo que destila/convoca/construye la escritura de Frances Hodgson Burnett, destaqué en aquel texto de Instagram su sensibilidad, su perspicacia infantil, prístina, sincera, el modo en que trata a los niños como personas, con cerebro y corazón, sabiendo llegar a los adultos con honestidad, buscando lo mejor que tenemos/podemos ser. Es una mirada pulcra, sencilla, rebosante de auténtica magia, un regalo sensorial y emocional, una lectura inolvidable, por desgracia, nada de eso se percibe en lo que Marc Munden ha perpetrado (y, para colmo, ha arrastrado a Julie Walters y Colin Firth).

 

Jueves 22:

 

ETERNIDADES MOMENTÁNEAS

 



   Un nuevo encuentro con el Club de Lectura LL, mi Pepa Muñoz siempre buscando títulos interesantes, y encontrándolos tal y como sucede con la ópera prima de José Antonio Lucero, La vida en un minuto, publicada por Ediciones B. Es la recuperación de un terrible accidente ferroviario que ocurrió en los primeros días de 1944 y que el Régimen silencio/ocultó (con la connivencia/complacencia de la prensa afecta, con la imposibilidad de escribir libremente), negó a las víctimas, impidió que sus familias pudieran llorarlas y despedirlas como se hubiese debido, es una emocionante historia de amor, una impactante reconstrucción de una época, de un momento gris, triste, de represión y miseria, una novela de estructura compleja a la que no se le notan las costuras, que fluye, que guarda muchas sorpresas y nos hace caer en la cuenta, una vez más, de cuántas historias, cuántas realidades, cuántas vidas no se han contado o se han pasado por encima, dejado de lado, dado por sabidas, no han despertado el más mínimo interés. Como siempre, aquí dejo el enlace por si alguien desea ver el encuentro completo: https://www.youtube.com/watch?v=J5M3kheubkw&t=7s.

 

Viernes 23:

 

…Y ADEMÁS APRENDO

 

   A mi hermano y a mí siempre nos ha unido la pasión por la lectura, por el cine y algunas otras artes/disciplinas más, lo más curioso es que compartimos un par de títulos que ninguno de los dos logró terminar: uno es La segunda muerte de Ramón Mercader de Jorge Semprún (y eso que otras obras suyas me han como poco interesado sobremanera) y el otro, El hombre de Apulia de Horst Stern, un ladrillo de dimensiones épicas (por cierto, conocí a alguien en la Universidad a la que le pasó algo similar, su nombre no viene al caso). Sin embargo, de sus páginas saqué una sentencia que me ha acompañado desde entonces, una cita de Solón de Atenas, una verdad tan palmaria (y tan revitalizante) como “envejezco, y además aprendo” (así la recuerdo, así la tengo apuntada en un viejo cuaderno). Lo dice uno de los Siete Sabios de Grecia, ¿cómo no grabárselo a fuego? Somos eternos aprendices, nunca estamos de vuelta de todo y, lo mejor, es que nunca sabemos dónde o quién nos puede enseñar (incluso sin pretenderlo, sobre todo en esos casos) lecciones que nos ayuden a crecer, que nos mejoren, que nos (re)construyan, experiencias como la que narra con sencillez emocionante (o viceversa) Craig Foster en Lo que el pulpo me enseñó, el documental dirigido por Pippa Ehrlich y James Reed que a ratos me hace aullar de felicidad, olvidando cualquier atisbo de tristeza y/o fiereza, limitándome a sentir las sensaciones que Foster vive/revive frente a la cámara, siendo como tantas veces (como no deberíamos olvidar) alumno de la naturaleza, de la vida, de lo mucho que nos queda por aprender.

miércoles, 21 de abril de 2021

SIEMPRE DE GUARDIA COMO UNA ESQUINA

 

Martes 13:

 

AFONÍA Y HASTA RONQUERA

 

   Recuerdo a un “creativo” (lo pongo entre comillas porque ni tanto como se piensa y/o algunos pretenden/pregonan, le pasan la mano por el lomo, pelotean sin tacha, inflaman una amistad que tiene mucho de conveniencia, de pretender un rédito, de halagos que son facturas; también porque es a lo máximo que llega, un momento más o menos inspirado, por más que reivindique su faceta dizque “creadora”, permítanme que me ría), bueno, pues me acuerdo de este tal que, en cierta ocasión, lanzó a sus huestes (que tampoco son muy numerosas por él mismo) en las redes contra la crítica en general, en bloque, al grito de “toda obra artística merece el aplauso por el mero hecho de existir”, recurriendo a lo que se supone reprobaba, utilizando argumentos repletos de prejuicios, de inexactitudes (por no decir algo peor), sin dialogar ni aceptar matizaciones. El caso es que un tiempo después no tuvo recato (y seguro que no era la primera vez, que nos conocemos, en esa ocasión lo vi porque uno de mis contactos le respondió) en atacar a una película de manera bastante inmisericorde, reírse del prestigio que en general la aureolaba, hacer análisis tan profundos como “es bastante ñe”. Verán por ahí al tal caballerete, siempre pegadito a las estrellas, cepillando chaquetas, buscando foco, subiéndose al pedestal que obtiene de forma vicaria (aunque le incluyen en listas de “influyentes” tildándole de “cineasta en ciernes” -sí, eso lo hace muy bien-), apartando micrófonos porque “esto es un atraco” y “Pedro tiene que hacerse una foto de ganador” (eso es, ganó él, no tú -aunque le saques partido todo el rato-). Y es por gentecilla así por la que gran parte del cine español resulta tan antipático, es tan difícil cubrir eventos (ya antes de la pandemia), conseguir unas declaraciones promocionales (de lo otro ya, para qué hablar), que la relación entre prensa y las gentes del cine sea fluida, cordial, sin tensiones, esta es la obra de los que me gusta llamar “deipés” (no lo voy a explicar, es algo circunscrito a mi oficio) aunque, desde aquello que antes comenté, también los denomino “los que se ciernen”, los que se han quedado, los que han barrido a excelentes profesionales como Nieves Peñuelas, Teresa Figueroa, Esther Rambal y otras y otros (algunos en ejercicio a pesar de todo).

  

   Y, las cosas como son, son tipos tan jactanciosos, tan soberbios, tan faltos de autocrítica, tan pagados (y pegados), los que predisponen en contra de obras y autores (también estos se las pintan solos para ello), los que encienden tus alertas, los que te estomagan antes de tiempo, lo mismo puede decirse de tantos al más puro estilo de la experta cateta, especímenes que usurpan un lugar que no les corresponde y por los que son/somos juzgados el resto para bien o para mal, siempre para lo segundo (porque si estos palmean y babean sin criterio -incluso para eso se puede/debe demostrar-, no digamos sin conocimiento, los que hacemos lo contrario, por mucho que argumentemos/expongamos/seamos correctos, caemos bajo la guillotina del en ciernes y sus acólitos). Habrá quien diga que escribí sobre el cortometraje La voz humana antes de verlo y no lo oculto, comenté una frase que parecía atribuida a Pedro Almodóvar, aunque fuese cosecha de quien firmaba la crónica era igual de terrible (adjetivo que viene muy al caso), hablando de que se le había quitado la parte polvorienta al texto original de Jean Cocteau. Bueno, siempre queda la opción de escribir algo propio y no aprovecharse de un nombre/título de relumbrón (incluso aunque te inspires en ellos), tampoco lo necesita quien (por méritos indudables que no me cansaré de reconocer) ha transformado su apellido en una categoría propia, se le puede llamar de otra manera, no hacer algo que parece un mero pegado de descartes de sus anteriores películas, un destrozo en toda regla de un texto vibrante que no hace muchos años volvió a sacudirnos interpretado con brío, dolor y profundo dramatismo por Ana Wagener (o sea, mantiene su vigencia, su pertinencia, su enjundia), todo lo contrario que Tilda Swinton, muy en su papel de ella misma, qué pesada y rimbombante es cuando se disfraza (que no es lo mismo que caracterizarse), qué ajena resulta cuando va a cara descubierta, qué afónica ha quedado esta voz tan escasamente humana.


Miércoles 14:

 

EL ESCRUTINIO QUE NO CESA

 

   No lo oculto, no lo suavizo, no niego que he sido (y en gran parte no he dejado de serlo) un crítico ciertamente implacable, incluso a veces brutal (puede que de eso sí me arrepienta, por más que procuré justificar y argumentar hasta el mínimo exabrupto), tal por eso me di por tan aludido cuando ese al que hacía referencia escribió (más todavía porque le invité en una ocasión a un programa para que hablase sobre un libro que había escrito -y que me gustó-), tal vez porque me duele constatar en qué se ha transformado, en qué hemos consentido que devenga el noble oficio del análisis (el desempeño/ejercicio del periodismo), cómo nos hemos dejado colonizar por el griterío, las ocurrencias más o menos jocosas/brillantes, el ruido en toda su amplitud comunicacional (aunque suene a oxímoron). Pero, sin duda, cuando soy juez extremadamente riguroso, emitiendo sentencias de enorme dureza, sin titubeos ni concesiones, es cuando juzgo mi trabajo, sólo veo los defectos, lo que podría mejorarse, lo que debería haberse hecho de otra (y mejor) manera. Por eso, porque ya me basto yo solo para ese derribo, me afecta tantísimo que personas muy cercanas (empezando por mi madre) me hagan sentir como si jamás acertase, como si metiese la pata continuamente, sobre todo en lo cotidiano.

 

   No falla: cada poco tiempo, prácticamente a diario, vuelvo a sentirme el más torpe, el más tonto, el que no tiene pericia, el que nunca hace las cosas bien o a la primera (o tal y como esperan los demás). Desde que la tía Carmen es un (cada vez más) muy pálido reflejo de quien fue, las palabras de orgullo y aplauso me llegan con cuentagotas y, a veces, sólo lo hacen para tornar en reproches, en quejas, en arrojarme a la cara que me equivoqué (incluso aunque no sea así, el caso es minar mi escasa autoconfianza, el eterno “sí, pero no”), incluso cuando no he recibido instrucciones previas, a veces parece que se delega en mí sólo para sacarme los colores, para refunfuñar, para poder sacar el tema cuando convenga. Y así voy campeando mi propio temporal lo mejor que puedo/sé, un tanto hundido, triste casi por definición, sin poder disfrutar al cien por cien, dejándome arrastrar por la inundación, siendo demasiado consciente de mis limitaciones, algunas las supero pero, entonces, no me lo reconocen, encuentran otros flancos, hace mucho que lo asumí, eso no evita que vuelva a hundirme, que mi ciclotimia se agudice, que aunque no haya verdaderas razones para ello caiga en mi particular infierno (como cuando era niño, como después, como siempre) en cuestión de segundos.


Jueves 15:

 

A SALVO DE LA TORMENTA




 

   Leo desde que tengo memoria, lo he contado muchas veces, no soy capaz de señalar el momento concreto en que empezó todo, es algo que traje en el corazón y fue muy fácil alimentar; y, al modo en que lo diría John Doone, nada impreso me ha sido ajeno, por lógica he ido desarrollando unas preferencias, un criterio, unas particularidades, pero en general no tengo límites ni fronteras, sólo autores a los que no pienso regresar, a otros o a títulos concretos les tengo prometida una segunda oportunidad, cualquier posibilidad de lectura me resulta atractiva, no tengo eso que ahora tanto se utiliza de una zona de confort específica, si estoy leyendo estoy en ella y punto. Fuese en forma de cómics, con adaptaciones/reducciones, incluso con textos censurados y/o edulcorados, catequizando y adoctrinando, tuvimos acceso a gran parte de la literatura universal en aquellas fabulosas colecciones la editorial Bruguera, por eso tantas veces (y ahora lo he transformado en una etiqueta en Instagram, en un epíteto recurrente) me reconozco como lector omnívoro, échenme letras, palabras, páginas y déjenme tranquilo.

 

   Aterrizar en las páginas de La rosa de Hereford, la nueva novela de Brenna Watson publicada en febrero por Vergara, ha supuesto una de las alegrías más intensas de los últimos tiempos, un regresar a aquellas tardes y noches en que me aislaba de todo, me refugiaba en los libros, me sumergía en la lectura, descubría personajes, nombres, asuntos, vivía mil aventuras, todas las emociones posibles y hasta las imposibles, me dejaba envenenar, creaba mi fortaleza, no necesitaba (casi) nada más, no me sentía solo, notaba cómo las historias echaban raíces en mi ánimo, en mi cabeza, en mi vida continuamente enriquecida con amores, desamores, desastres (naturales e íntimos), intrigas, epopeyas, realidades y ficciones. Brenna Watson rompe moldes, quiebra esquemas, se niega a los convencionalismos, no sigue ninguna moda, no escribe con escuadra y cartabón (tal y como, por desgracia, exigen muchos lectores), nos entrega un novelón a la vieja usanza, sí, pero con pulso narrativo del siglo XXI, con su propia voz, sorprendiendo casi en cada página, dejando que la Historia asome y decida en algunos momentos el destino de los personajes, colocándonos frente a la piedra Rosetta (esa a la que susurré “gracias a ti estamos todos aquí”), recuperando aquel año sin verano (1816) al que tanto debemos en lo literario, en definitiva, una novela colosal en todos los aspectos. Fue todo un placer participar en el encuentro que los del club de lectura LL mantuvimos con la autora (¡Gracias, mi Pepa Muñoz!), iniciamos una apasionada conversación que, cruzo los dedos, anhelo y confío en que tendrá continuidad en el estudio, por lo tanto no les cuento nada más (pero, si lo desean, les invito a ver lo que dio de sí de la tarde: https://www.youtube.com/watch?v=6555aGd5I9o&t=1s).


Viernes 16:

 

LO ESENCIAL

 

   Llámenme suspicaz, lo soy, lo acepto, en parte como defensa a tanta insidia como percibo/recibo, digamos que estoy alerta antes de que suceda algo, que me pongo a la defensiva antes de tiempo, que no consigo refrenar mi casi habitual crispación, que a ello me he/me han acostumbrado, también es cierto que gracias a eso no comulgo con ruedas de molino que otros procuran hacer tragar. El caso es que el barrio (como la mayoría) lleva demasiado tiempo en obras, pequeñas e inmensas, paralizadas durante el confinamiento de hace un año, retomadas a rachas, iniciadas y reiniciadas, tardías, caóticas, parches sobre parches, se dice que arreglando los desperfectos ocasionados por aquella Filomena del mes de enero (y por tantos incívicos, insolidarios, salvajes, violentos), que el paseo con Fosco, no digamos hacer la compra, se convierte en una carrera de obstáculos (o en una encerrona, en un continuo topar con vallas, en cambios de dirección constantes), que desaparecen aceras, que hay calles intransitables, que el acceso a una librería ha estado muchos días casi impracticable mientras el tramo de calle peatonal en que cierta chocolatería (cuya clientela esperando su turno forma dique en la confluencia de dos calles -antes y ahora-) coloca su terraza fue rápidamente adecentado y renovado, que el negocio pudiese continuar, hay sectores esenciales, ya saben ustedes. Y, lo que son las cosas, es en ese establecimiento donde muchas veces se ve a algún policía desayunando (como digo, llámenme malpensado).


Sábado 17:

 

PREGUNTAS AL AIRE

 

   Santiago Díaz, generoso como siempre, no lo dudó un segundo, no acababa de contarle lo del programa cuando ya había dicho un “sí” rotundo de los suyos y llega al estudio para contarnos algunos de los entresijos (los que se pueden desvelar, los spoilers se los dejo a las que frecuentan otras riveras tuiteras) de El buen padre, esa novela publicada por Reservoir Books que no me canso de recomendar, esa novela que escupe preguntas que van directas a lo más hondo de cada uno, esa novela que obliga a tomar partido, esa novela impactante y espléndida. Además, recordamos a la querida tía Agatha con el arranque de El tren de las 4.50 (las primeras palabras suyas que leí) y Pablo evoca la colección Elige tu propia aventura. Si pinchan aquí, pueden ver el programa completo: http://www.dejatedehistorias.es/wordpress/2021/04/17/talion-justicia-o-venganza-con-santiago-diaz-el-arpa-de-becquer-dejatetv/.

 

Domingo 18:

 

¿DÓNDE LA EBRIEDAD?

 

   Como podrán comprobar, estos días me siento más vulnerable de lo habitual, más irritable, más susceptible, hipersensible, aunque es algo que llevo notando (y sufriendo) desde hace un tiempo, de hecho lo comenté aquí recientemente, voy un tanto volado (con o sin Fosco) por la calle, percibo amenazas en cualquier sombra, en pasos que suenan a mi espalda, no digamos cuando se trata de esquivar a ciclistas, repartidores, patinadores y demás que invaden aceras, no respetan direcciones, van atropellados y atropellando. Ahora que tanto se habla de convivientes, allegados, familiares, tal y cual, acabo de descubrir una nueva especie (o dos): los visitantes, los que no son del barrio (ni de cerca) pero están por aquí a menudo, en las terrazas con los colegas, bebiendo hasta el infinito (y a gran velocidad por aquello del toque de queda -que al menos, y hasta donde sé, respetan-), con una ebriedad que se me antoja violenta, cuando menos invasiva, grosera, altiva (y, todo hay que decirlo, bastante desaseada -salvo alguna excepción-).

 

   Tal vez por eso, contemplo con estupor la tan laureada y loada Another Round, la nueva película de Thomas Vinterberg candidata (y favorita) al Oscar en la categoría de Película Internacional, la misma que le ha valido su primera nominación como director, recordando la indignación que me asaltó cuando, hace treinta años, vi Drugstore Cowboy, aquella apología de la droga, aquella supuesta modernidad rupturista que no ocultaba sus verdaderas intenciones, aquel entonces encumbrado Gus Van Sant con quien jamás me he reconciliado (y del que tantos abjuraron por hacer películas netamente comerciales -y facilonas-). A pesar de lo bien que en imágenes se cuenta la historia, a pesar del carisma de Mads Mikkelsen y de su calidad interpretativa, el filme me revuelve, me inquieta, me provoca el mismo rechazo que en su día (y eso que el tono era muy distinto y, al menos, más realista -en parte-) sentí ante Leaving Las Vegas, Maruja Torres (¡Brava!) alzó su voz para reírse del absurdo de que un caballero inmerso en una ebriedad épica, destructiva, al borde del delirium tremens, exhibiese el pulso firme necesario para atrapar un cubito de hielo con unos palillos chinos, aquí, más allá de algunas pinceladas/sugerencias, diríase que beber en exceso es positivo, que se rinde más y mejor, que se recuperan las ganas de vivir, de ejercer tu profesión, que el talento descuella, que la inspiración (re)aparece, que sin alcohol todo es peor. Y, sí, en lo que es, en cómo se presenta a nuestros ojos, en cómo nos la hace vivir el actor protagonista, la última secuencia es plausible, rotunda, un magnífico broche, pero me pregunto qué dirían muchos de esos que cantan sus excelencias si la película viniese de Hollywood, de ese de los grandes estudios o plataformas. Puestos a ello, me quedo mil veces con La gran comilona o, sobre todo, con Parranda, uno de los títulos menos conocidos/repuestos/revisados de Gonzalo Suárez. Para verlo en vivo y a lo vivo, vengan por aquí y conozcan a los visitantes trasegadores (por eso dije que eran dos categorías: los hay que son sólo lo segundo), estos sí que piden otra ronda y otra y otra, pero no se vuelven creativos ni mejores.

jueves, 15 de abril de 2021

LA (DE) HISTORIA(S) QUE SIEMPRE QUEDA(N) POR CONTAR

 

Jueves 8:

 

ROMPIENDO LA SERIE

 

   Por un lado, se trata de mi tendencia al caos pero, sobre todo, tiene que ver con mi irrefrenable compulsión, con mi necesidad (por no emplear otra palabra tal vez menos amable) de seguir alimentando mis pasiones por encima de lo que puedo atender, con mi interiorizado (y exteriorizado) síndrome de Diógenes en lo que a libros y películas/series se refiere, me acostumbré desde el instituto a tener varios frentes abiertos, a alternar/superponer lecturas, a avanzar al tiempo (a diferentes velocidades) en varios textos (a veces por necesidad, por llevar lo más al día posible todas las asignaturas), el desempeño de mi profesión hizo lo demás, de haber leído un libro después de otro no hubiese podido cumplir con aquello que aprendí de Iñaki Gabilondo, con lo que transformé en mi máxima desde entonces sin ser capaz de prever (ni en mis sueños más dulces) los vínculos que iría desarrollando con los libros como periodista, nunca he hecho una entrevista (ni mucho menos escrito algo) sin haber tenido la oportunidad de, al menos, conocer por mí mismo parte de lo que escribe aquel o aquella que voy a tener en el estudio (o con quien voy a conversar por teléfono). Del mismo modo, más ahora que la oferta es completamente inabarcable, picoteo en muchas series, puede que una o dos sean consumidas del tirón, viendo algún capítulo casi a diario, a otras voy y vengo, de otras espacio las temporadas según me apetece, depende de muchas variables, pero cada cierto tiempo, por más que esté enganchado y satisfecho con las que voy siguiendo, algo me lleva a buscar otra que empezar, a seguir investigando, a ampliar las posibilidades, a ponerme nuevos objetivos.

 

   Con Merlí, la estupendísima serie creada por Héctor Lozano y dirigida por Eduard Cortés, he ido viendo casi del tirón cada temporada, esperando un tiempo diferente antes de afrontar la siguiente. Pero, de repente, metido en la vorágine de su tramo oficial (la segunda parte de la tercera y última temporada), habiendo recuperado el entusiasmo que, debo decir, perdí un poco en el a mi juicio titubeante comienzo (se notaba demasiado la falta de un actor tan carismático y espléndido como David Solans, de un personaje tan magníficamente escrito como el de Bruno), resulta que me quedo consternado, que me enfado, que siento que me cortan el rollo con brusquedad y de mala manera porque en la plataforma en que sigo la serie falta un capítulo, tiene su ficha, su imagen, todo parece en su sitio, pero “este contenido no está disponible en estos momentos” (o algo así). Tras esperar algunos días por si se trataba de un error que iban a subsanar, de un fallo momentáneo, impotente y mordiéndome las uñas porque, como digo, la cosa está en todo lo alto, me lanzo a la desesperada por Internet, incluso pensando en recurrir a la piratería, sólo por un capítulo, sólo por completar la serie, pero me llevo la gratísima sorpresa de que está completa (y puede verse en catalán con subtítulos, como me gusta) en la tantas veces aplaudida web de RTVE. ¡Qué bueno, qué bueno! Ya con calma, con los deberes hechos, habiendo completado la historia, escribiré algo sobre la por tantas razones laudable Merlí.

 

Viernes 9:

 

LO MAYOR Y LO MENOR




 

   De maestros como Mercedes Gómez del Manzano o Luis Landero, entre tantas cosas, aprendí que a la hora de valorar/analizar/juzgar/opinar sobre un libro (sobre cualquier obra de arte -lo que también vale para personas, acciones y todo lo demás-) no hay que ponerse por encima de nadie, hay que explicar, justificar, argumentar, desarrollar el parecer de cada uno, expresar un criterio propio por mucho que se fundamente en, aunque sea coincidente con teorías/corrientes/pensamientos ajenos, se trata de hacerlo personal, no hay que denostar a nadie, no hay que tratar con suficiencia a quien tiene otra lectura (nunca mejor dicho), otro gusto, incluso siendo visceral o excesivo en afectos o desafectos. Este último aspecto he ido limándolo/rebajándolo con el tiempo, es cierto que siempre he procurado ser apasionado, ser yo en el sentido en que me lo demandó Beatriz Pécker (también maestra inolvidable) cuando me propuso que me incorporase a Fiebre del sábado para hacerme cargo del repaso a los estrenos de cine de cada semana, reconozco que a veces se me ha ido un poco la mano (la lengua no digamos -sin llegar al insulto, al menos en las ondas, otra cosa es en privado-), que me dejado arrastrar por la verborrea, que he sido espectador indignado/decepcionado/estafado antes que periodista, pero continúo siendo inflexible cuando se trata de defender mis gustos de las burlas, los ataques, las guasas, la altivez de tanto “experto”/”entendido” como anda suelto por ahí, de tanto canon como a veces pretenden imponernos, de tanto estudio tomado como sagrado.

 

   Así, no es raro (creo que, por fortuna, cada vez menos, sólo cuando se recurre a lugares comunes, frases hechas dadas por válidas y consideradas verdades absolutas) escuchar que el cuento, la narración breve, incluso la novela corta, todo lo que se considere así, es un género menor, se supone que como contraposición al mayor, es decir, a la novela sin adjetivos (aunque sigamos sin tener claro cuántas páginas son precisas que una sea lo primero o lo segundo), durante demasiado tiempo se ha mirado con cierta suspicacia, incluso con fatiga (o, directamente, no se ha mirado, no se ha atendido, no se ha recomendado, no se ha descubierto en las aulas, no se ha leído), se ha infantilizado (como si, por otro lado, fuese sencillo tejer narraciones para ese público), se ha menospreciado la actividad cuentista de aquellos que han dado páginas imperecederas, que han cautivado a lectores, que los han creado gracias a estas narraciones que en tantos casos suponen un primer paso, una primera aproximación a la aventura de leer. Por todo ello, no se puede sino celebrar que Austral, el mítico sello, al que tanto se debe, al que tanto hay que agradecer, que tan accesible y asequible hizo y hace la lectura, que creó el mejor canon posible con su histórica colección dividida por géneros y colores donde tuvo (y tiene) cabida la literatura universal sin condiciones ni condicionantes, lance una colección de bolsillo dedicada al cuento, o sea, Austral Cuentos.

 

   Volúmenes, como es norma y marca de la casa, cómodos, manejables, atractivos, que para este lector voraz se convierten en necesarios desde su aparición porque, además, se diría que un servidor ha hecho la primera selección, los cuatro primeros tomos: ahí tenemos al tío Wilde (aunque no sea verdad, me gusta decir que me llamo Óscar por él), ahí tenemos reunidos (con traducción de Catalina Montes) algunos de sus cuentos infantiles con los que tantos nos iniciamos en estas benditas lides (El gigante egoísta, El Príncipe Feliz), compartiendo volumen con narraciones para el público adulto tan emocionantes como El crimen de lord Arthur Savile; la nunca suficientemente reconocida Katherine Mansfield, uno de los nombres que dan al cuento la aureola dorada que merece, presenta (con traducciones de Ester de Andreis, Alejandro Palomas y Francesc Parcerisas) un puñado de narraciones delicadas, emocionantes, punzantes, que se siguen rumiando (y admirando) tiempo después de la lectura, que dejan una convulsión en el alma, que estremecen y conmueven por su concisión, por su capacidad de penetración, sirva como ejemplo máximo La señorita Brill, ocho páginas que transforman, remueven y perturban (al margen de sacarnos los colores por lo crueles que, a veces sin ser conscientes de ello, podemos llegar a ser con los demás); Bram Stoker es mucho más que el autor de Drácula, por más que no hubiese necesitado escribir nada más para pasar a la posteridad, así lo demuestra un volumen que (con traducción de Jon Bilbao) se abre con La profecía gitana y se cierra con El invitado de Drácula, tan desconocido como inquietante y logrado; lo cierto es que Francis Scott Fitzgerald no necesita ser reivindicado como autor de cuentos, parte de su producción en este terreno reúne algunos de los títulos más reconocidos, pero nunca está de más regresar a él (o leerle por primera vez), pasar de, por ejemplo, Suave es la noche, El gran Gatsby o Hermosos y malditos, sus sublimes novelas, a narraciones como las aquí recogidas (traducidas por Gemma Martínez y Vicente Campos), entre las que destaca Retorno a Babilonia, lectura que jamás deja indemne.

 

Sábado 10:

 

COMERCIO DE JIPIJAPA

 

   Hoy toca programa de televisión, hoy el arpa abandona el ángulo oscuro del salón para ser iluminada en el estudio, hoy por fin está Pablo también, nos permitimos la humorada de hablar de la innegable trayectoria como escritora como Joan Collins en ese afán por no establecer barreras, por reclamar el derecho y el placer a ser lectores omnívoros, por eso mismo empezamos con David Copperfield, por eso tenemos el placer de que nuestro adorado Ángel Ruiz nos hable sobre Botín de guerra, la autobiografía de Miguel de Molina cuya lectura le llevó a imaginar y escribir ese brillante espectáculo que ha sido, es y será Miguel de Molina al desnudo (y que le valió un merecidísimo y tardío Premio Max -le hubiese correspondido antes y por ese mismo trabajo-), nos traiga algunos de los títulos que han jalonado su vida de lector, de creador, de artista, de persona (incluyendo uno del tío Wilde). Pueden ver el programa (tranquilos, contuve las ganas de ponerme a cantar Don Triquitraque, no martiricé los oídos de nadie más de lo necesario) pinchando en el siguiente enlace: http://www.dejatedehistorias.es/wordpress/2021/04/11/miguel-de-molina-al-desnudo-con-el-actor-angel-ruiz-arpa-de-becquer-dejatetv/?fbclid=IwAR0pXge30ZATFR0VwpfjmoYM7pZUD05-MPvs-QK60eqtr1FRQEvEm5RPEig 

 

Domingo 11:

 

¿QUIÉN HA TRAÍDO EL QUINTO PLATO?

 

   Acabo de vivir mi propio cuento de Cortázar, uno de esos extrañamientos cotidianos a que soy tan proclive, un momento digno de una columna de Millás si tuviese el talento para ello, como no es el caso me conformo (que no es poco, oye, tampoco voy a quitarme el mérito de estar casi siempre al teclado) con contarlo por aquí, no me lo tengáis en cuenta, sufridos y leales lectores (incluido yo mismo). Resulta que estaba fregando (sí, lo hago a mano) lo que habíamos utilizado para comer, colocando cada cosa en su sitio para que escurriese convenientemente, a veces con gestos más o menos mecánicos, sin mirar porque tengo interiorizado el espacio de cada vaso, cubierto o plato, al ir a depositar uno de postre mi mano topó con un obstáculo, había otro en el para mí lugar correcto para el que acababa de aclarar, me he detenido un segundo a echar cuentas y, créanme que ha sido así, me he percatado por primera vez en no sé cuántos años de que en ese lado hay cinco platitos, no cuatro como hubiese jurado, como mi mente tenía procesados, como les prometo había hasta ayer, vaya, si lo sabré yo, me pregunto de dónde ha salido el quinto (que, inexplicablemente, tiene su hueco, no he tenido que mover ni cambiar nada, simplemente llevar la mano un poco más a la izquierda), quién lo puso allí, me inquieta que la casa esté siendo tomada y no nos hayamos percatado antes.

 

Lunes 12:

 

NO ES OLVIDO, ES NEGACIÓN




 

   Si cualquier historia mínima (que no es otra cosa es lo mío) no deja de sorprenderme, lo de la Historia en mayúscula es impresionante y no sólo por lo que ignoro, por lo que he olvidado de lo estudiado (sobre todo obligado a memorizar porque era el único modo de aprobar), por todo en lo que no me he interesado (mal hecho, López), por aquello que de un modo u otro he rehuido, sino por lo que nos queda por conocer, por lo que nos han birlado, por lo que tantos han acallado y callan, por el número ingente de páginas que quedan por escribirse/recuperarse, porque siempre conoceremos una parte, porque hay demasiados ángulos oscuros en todos los salones. Por ello, y por la vibrante novela que ha escrito, hay que agradecer a boca llena y con banda a música a Virginia Gasull que haya rastreado, escudriñado, desempolvado, sacado a la luz y a la inmortalidad la figura y la obra de quien fuese la única médica del ejército francés la Primera Guerra Mundial, la doctora Mangin, le haya dado voz en Nicole, publicada recientemente por Suma de Letras. Después de haber gozado con la lectura (y quedarme pasmado tanto por lo comentado anteriormente como por la bibliografía aportada, por los documentos gráficos que la autora comparte en la web https://virginiagasull.com/nicole/, es decir, por todo lo que, de algún modo, estaba a la vista pero nadie miraba ni señalaba), fue apasionante compartir con las gentes del Club de Lectura LL (gracias, como siempre, a los buenísimos oficios de mi Pepa Muñoz) encuentro vía Zoom con la autora, donde nos contó de manera pormenorizada el proceso de investigación/creación, teniendo a bien compartir algunas interioridades de cómo se forjó la novela (ya saben que basta con pinchar en el siguiente enlace para ver el encuentro completo: https://www.youtube.com/watch?v=GQ7E5aa5924&t=29s).

 

   Y aunque nunca podamos olvidar, espero que nuestros recuerdos, con el tiempo, lleguen a ser menos dolorosos”, dice/escribe en un momento dado Nicole y me resulta especialmente significativa la frase en este momento en que voy anotando estas reflexiones, estos momentos de hace poco que ya son pasado, que aún tengo frescos pero ya forman parte de mi memoria, en que escribo sobre aquello que no se puede recordar porque es como si no hubiese pasado, sobre tantas personas (y de nuevo hay que incidir en que es algo que, sobre todo,  ocurre con mujeres) tachadas, ignoradas, negadas. Si se redujo/minusvaloró en todo lo posible la figura, el trabajo, la realidad de alguien como Marie Curie (personaje trascendental en la vida de Nicole e igualmente personaje decisivo en la novela), si una trayectoria, una entrega como la suya tiene tantísimas lagunas en el imaginario colectivo, imaginen el calibre de las revelaciones que hace Virginia Gasull en esta auténtica epopeya, en este interminable rosario de hazañas narrado sin darse importancia, sin heroicidades, sin hablar de sacrificios, entregada a su vocación, así fue, así es Nicole Mangin.   

jueves, 8 de abril de 2021

...Y TÚ ME VERÁS

 

Viernes 2:

 

HETERODOXO, PERO TRADICIONAL

 

   Sigo inmerso, no puede ser de otro modo, en la Semana Santa, añorando aquella calma, aquel silencio de cuando chaval, ese recogimiento que tanto me apetecía/motivaba y tan caro me ha sido siempre, dejarme llevar por mi tendencia natural a la soledad, contagiarme de la espiritualidad que de cotidiano exudaba mi abuela y que se acentuaba esos días, su sentida y nada impostada devoción, sus vibraciones emocionadas al ir y venir de la parroquia, así me siento/estoy en parte, más allá de religiones/catecismos/dogmas de fe/obligaciones, es algo íntimo y particular, un diálogo callado y continuo con quien fui, con las gentes que habitan en mi corazón, les pido consejo, ayuda, fuerzas, les echo terriblemente de menos, todo es tan complicado y doloroso sin ellos aquí. Una vez Fosco ha dado su paseo de antes de dormir (con lo del toque de queda no queda otra que recogerse en torno a las 23.00 y en jornadas como la de hoy lo agradezco, me siento vulnerable y perdido en las calles, ya lo comenté el otro día), puesto que Pablo trabaja toda la noche, me siento a salvo en casa (deseando que regrese: una cosa es la soledad buscada y otra la impepinable) y reavivo el recuerdo, la evocación de esos años en que la noche de Viernes Santo parecía serlo desde que salíamos de los Oficios (hubiese más o menos luz) y la abuela caminaba a mi lado interiorizando la liturgia, pidiendo por todos nosotros, musitando alguna oración, impregnándome sin ser ella consciente (o sin creerlo del todo porque, aunque muerta de risa, me llamaba “ateo” a las primeras de cambio) de su fe, de su paz, de su sabiduría, de su grandeza. También aprendí de ella (aunque es una lección que no siempre soy capaz de aplicar/aplicarme) a tomar cierta distancia, a rebajar la intensidad, a quitar cierta importancia a casi todo, a practicar la relajación en cualquier nivel/orden de cosas, a reírme de mí, a no tomarme siempre en serio ni a nada ni a nadie, a ser heterodoxo, a, como ha sucedido, sentir el impulso de ver una película como en los viejos tiempos, una película de estas fechas y decantarme por La vida de Brian.

 

   La primera vez que la vi fue en el cine (creo que en el Maravillas, pero no podría jurarlo), en una reposición cuando todavía sólo circulaba en versión original subtitulada (fue la primera película que vi de ese modo), creo que acababa de cumplir catorce años, fui con mi hermana y quien fue mi cuñado, Diego (y con otra persona a la que no pienso conceder ni medio minuto de fama), me sentí mayor porque era una película proscrita, atacada, perseguida, casi prohibida, escandalosa. Y lo cierto es que respondió a mis expectativas y más, las carcajadas comenzaron en la primera secuencia y no hicieron sino aumentar en intensidad y volumen, un jocoso contagio de/con una platea a rebosar que con algunos gags rozó el delirio, una hilaridad en la que nos mantuvimos durante un buen rato ya fuera de la sala (excepto esa a la que no voy a nombrar, todo hay que decirlo). La volví a ver unos años después, volví a reírme de lo lindo, después he compartido frases, momentos, detalles con otros muchos fieles a la película y a los Monty Python (algo que, confieso, nunca he sido al cien por cien, salvo en lo que se refiere al título que ahora nos ocupa y algunas partes de Los caballeros de la mesa cuadrada y, con el tiempo, mi digamos reconciliación con John Cleese y en menor medida Michael Palin gracias a Un pez llamado Wanda). Pero lo cierto es que, no sé si es mi ánimo un tanto mortecino, eso que voy arrastrando, mi ciclotimia disparada como pocas veces, el caso es que en esta ocasión no paso de alguna que otra sonrisa y un par de momentos en que suelto una carcajada, si bien es cierto que menos burbujeante que cuando los evocaba, igual he perdido la chispa o el chiste, igual la cosa no era para tanto pero las circunstancias me hicieron vivirla con una intensidad exagerada, la reviso con cariño pero al terminar me quedo un tanto frustrado, no diré decepcionado, pero sí un poco vacío, como si una pieza del rompecabezas que soy no encajase como antes.

 

SÁBADO 3:

 

ETERNO DEBUTANTE

 

   El hermano televisivo que le ha salido a este blog, El arpa de Bécquer de Déjate de Historias TV, ya es una realidad, ya está en pantalla, ya tiene vida propia (aunque vayan tan de la mano), María José Peláez me ha devuelto las ganas, el ánimo, el título de periodista, esa realidad que Pablo ha mantenido a flote, esa condición que Pepa siempre pregona en los encuentros, por eso ambos están a mi lado también en este proyecto, en este nuevo camino. Aquí pueden ver el primer programa con Juan Tranche y su Spiculus como invitados de altos vuelos: http://www.dejatedehistorias.es/wordpress/2021/04/04/gran-estreno-con-juan-tranche-que-nos-presenta-spiculus-el-arpa-de-becquer-dejatetv/.

 

DOMINGO 4:

 

EL PARAÍSO GANADO

 

   El arpa de Bécquer se emitirá todos los sábados y domingos a las 17.30, estrenando programa el primer día y reemitiendo alguno anterior el segundo, pero al ser la semana de debut es diferente y el de hoy es también nuevo, hablamos de tebeos, de cómics, de aquellas tiendas donde íbamos a cambiarlos, también las novelas de cualquier tipo, un auténtico paraíso, lo recuerdo precisamente junto a mi hermano, con quien tantas veces fui a por provisiones para el ocio y, para entrar como materia, recordamos el inicio de la por tantas cosas inolvidable La historia interminable de Michael Ende, ese libro que me transformó, en el que me reconocí, donde quise quedarme (y nunca he dejado de estar). Si quieren acompañarnos, aquí tienen el enlace, ya conocen la dinámica: http://www.dejatedehistorias.es/wordpress/2021/04/05/la-historia-interminable-comics-y-tebeos-el-arpa-de-becquer-dejatetv/ .

 

LUNES 5:

 

LO NATURAL ES LA DISTOPÍA




 

   Queremos que el programa sea un encuentro entre lectores (con la ayuda/participación/compañía de escritores y editores, por supuesto), ir conformando una biblioteca ideal con los mayores títulos posibles, de ahí que aunque algunos sólo aparezcan unos segundos mostremos muchos, que haya opciones, que cada uno encuentre la lectura que más atractiva le parezca, por eso desde el principio hemos llevado tebeos, porque queremos alejarnos de cualquier elitismo, de etiquetas, de prejuicios, de complejos, nadie es quien (sobre todo muchos a los que, vaya usted a saber por qué -que lo sabemos, pero no viene al caso-, se les da mucha cancha desde las editoriales) para decidir qué es o a qué se llama “alta” o “baja” literatura (no digamos si su única dizque capacidad crítica es afirmar que hay algunos libros “buenos” y los otros son “malos”). Pero, inevitablemente (sólo tenemos veinticinco minutos por emisión), no hacemos justicia con todos los libros que tenemos sobre la mesa, merecerían más tiempo del que podemos dedicarles. Por eso (y porque me quedé con muchísimas ganas de participar en el encuentro que las gentes del club de lectura mantuvieron con la autora el día de mi cumpleaños, ya está explicado todo -pero pude disfrutarlo, igual que pueden hacerlo ustedes, en el canal de YouTube de mi Pepa Muñoz: https://www.youtube.com/watch?v=1LbHd1UuZmA&t=15s), recupero ahora lo que fue una lectura trepidante, apasionante, un soberbio thriller con muchos toques distópicos que nunca pierde de vista lo primero y que maneja y dosifica a la perfección los elementos fantásticos que, en realidad, en contra de lo que puede pensarse, en contra de lo que nos gustaría, no lo son tanto, son una importante llamada de atención, pero no diré por qué, ya saben que lo del spoiler no es lo mío, descúbranlo en las páginas de La mensajera del bosque, el novelón que se ha marcado Maite R. Ochotorena y que publicó Planeta en febrero.

 

MARTES 6:

 

LOS PALOS QUE YO PONGO EN MIS RUEDAS

 

   Es jornada de grabación, hay que adelantar programas, hay que aprovechar el tiempo, lo hago con buen ánimo, la cámara (y sobre todo mi añorado micrófono de radio -por más que a veces afirme lo contrario-) es un lenitivo, el tiempo que dura el programa todo queda a un lado, aún me noto un pelín desentrenado, pero todo fluye. Sin embargo, como ya he comentado, no consigo aplicar las enseñanzas de mi abuela, me tomo todo a la tremenda, me siento agredido por cualquier palabra, he sido y soy mi peor crítico, incluso aunque la gente reciba muy bien mi trabajo me encuentro defectos, cosas que querría cambiar/mejorar (y no lo logro), errores que me lastran, inseguridades que afloran en cuanto algo ensombrece el panorama y no disfruto como debería/podría de aquello que tanto me llena y enriquece, he conseguido que mi vida profesional y personal gire en torno a los libros (es cierto que todo sería un pelín más sencillo si el asunto económico mejorase, pero no quiero flagelarme más con cuándo y cómo empezó a desmoronarse la cosa). Nunca conseguiré acallar mi borrasca, es así, subo y bajo a velocidad de vértigo, me siento juzgado hasta cuando duermo, no he dejado de ser aquel niño que se sumergía en los libros para huir de todo, para saberse resguardado, para que el mundo hostil quedase fuera, lejos, borrado por un rato, con ese (des)ánimo afronto cada programa, es un reencuentro con los amigos que nunca fallan.

 

MIÉRCOLES 7:

 

«¿LA VIDA DABA TANTO PLACER?»



 

   Continúo estremecido, revuelto, lacerado, pero también maravillado, impactado en el sentido más positivo posible, me he puesto (para no levantarme) a los pies de Jacqueline Harpman y su impresionante novela Yo que nunca supe de los hombres, publicada en castellano (con traducción de Alicia Martorell) veintiséis años después de su primera edición en francés gracias (dicho sea con la boca bien abierta y ovación incluida) a Alianza Editorial. Es una historia que entronca (aunque no por lo más obvio) con El cuento de la criada (que, en contra de lo que algunos -para darse importancia- niegan, fue un éxito y tuvo enorme repercusión desde que apareció en las librerías en 1985), pero también con La larga marcha, una de mis novelas favoritas del maestro Stephen King, terrorífica por plausible, por el análisis implacable que hace de la psicología humana, porque el apocalipsis está mucho más cerca de lo que querríamos, porque la vida tal y como la entendemos/recordemos es algo muy frágil, puede desaparecer con suma facilidad, bien lo ejemplifica la narradora de Yo que nunca supe de los hombres, tan joven que no sabe de qué hablan las otras treinta y nueve mujeres encerradas con ella en una jaula que se encuentra en un sótano, una catacumba, un refugio (aunque pueda sonar irónico), incluso desconoce la palabra para designarlo, no las asocia a un significado.

 

   ¿Habrá en el trabajo de la memoria una satisfacción que se alimenta de sí misma y aquello que recordamos es menos importante que la actividad de recordar? Otra pregunta que también quedará sin respuesta: me parece que no soy más que eso, preguntas sin respuesta”. Jacqueline Harpman no pretende darlas, sólo plantearlas, provocar que lo hagamos nosotros (lo uno y lo otro), dejar lapidariamente claro que no siempre vamos a hallar las segundas o no, al menos, respuestas que nos satisfagan por completo, que cierren los interrogantes, pero se trata de resistir, de permanecer en el sentido de no enmudecer, de no frenar, de no conformarse, de no darlo todo por liquidado aunque lo parezca, aunque lo sintamos, aunque no conozcamos otra cosa. Si formulamos preguntas (a nosotros mismos, a los demás), nos mantenemos alerta de un modo u otro, por más que “las mismas preguntas, durante años, de la misma forma, se acaban desgastando”, inmersos en esa dinámica aparecerán otras y estaremos conjurando/decelerando la muerte, puesto que “hablar es existir”, aunque no haya interlocutor. También resuena en estas páginas la por tantos motivos fundacional e inalcanzable Soy leyenda, la obra maestra de Richard Matheson, aunque esas referencias/conexiones las haga el lector, el planteamiento/desarrollo de Jacqueline Harpman no tiene nada que ver o en realidad sí porque explora y horada lo mismo, el alma humana.