sábado, 31 de marzo de 2018

EL HOMBRE (LOBO) QUE HAY EN TI





   Siempre he sido muy asustadizo, bastante miedoso, reacciono de manera extemporánea ante conflictos cotidianos porque me dejo llevar por el pánico a veces no tengo claro exactamente a qué (y tampoco soy capaz de concretarlo a toro pasado cuando recupero la calma o algo similar), eso no ha evitado (tal vez lo ha agudizado, no cabe duda de que hay cierto placer morboso en buscar y propiciar aquello que nos inquieta) que las historias que pueden ser catalogadas como “de terror” me hayan atraído especialmente en cualquier formato o posibilidad, hubo un tiempo en que determinadas composiciones musicales me provocaban inquietud, me erizaban la piel, me llegaban a aterrorizar (y algunas he tardado muchos años en poder escucharlas/disfrutarlas sin esa comezón que iba creciendo en intensidad para hacerme temblar -y llorar cuando tenía pocos años-), pero salvo en muy contadas excepciones (una versión de El silencio por Roy Etzel que comenzaba con sonido de viento) las rehuía o hacía pasar la aguja al corte siguiente, del mismo modo me encantaba Tensión, la serie creada por Brian Clemens, por mucho que su sintonía me resultase escalofriante, al igual que la cabecera (o los créditos de salida, no estoy seguro del todo de cuándo aparecían los escenarios del capítulo totalmente vacíos, pero no tengo que hacer ningún esfuerzo para evocar el mal rollo que me daba). A todo se le quitaba (o intentaba) importancia diciendo que era mentira, que eran invenciones, que Drácula no existía (el caso es que después descubríamos que sí lo hizo), que todo era fruto de la imaginación calenturienta de escritores y guionistas, pero fuimos creciendo y la posibilidad del terror se hizo más real, aparecía en lo cotidiano en filmes como El exorcista o La profecía (por eso siguen haciéndonos sudar y muy pocos consiguen igualarlos), Wes Craven nos hizo temer el momento de cerrar los ojos y dormir (nadie controla sus sueños, aún menos sus pesadillas), hay mil sucesos (incluso puede que hayamos protagonizado alguno) que no somos capaces de explicar de una manera que parezca racional, lo misterioso, lo insólito, lo fantástico, lo que denominamos con mil nombres en ocasiones para conjurarlo está más cerca de lo que a veces querríamos creer (o saber/tener constancia de ello).

   Aquel chaval que, entre otras cosas, quería reproducir en Madrid, en su barrio, en el colegio, las aventuras de sus héroes literarios, que jugaba con Joaquín a ser Los Tres Investigadores (a veces se nos unía un vecino suyo, pero los dos nos bastábamos para desentrañar misterios -dicho en el sentido más laxo posible- en el día a día), aquel fascinado por Maya, el personaje de Espacio 1999 que metamorfoseaba en otros seres o bichos, es también el que escuchaba boquiabierto las leyendas que el tío Antonio (el cuñado de mi abuelo) contaba como sucedidos, como hechos que se venían transmitiendo de generación en generación, como realidades tomadas (y vividas) por tal en el pueblo (siempre llamado El Casar de Talamanca, por más que su nombre oficial no incluya las dos últimas palabras). Y, al final, aparecían los hombres lobo, se hablaba de algún pastor que no regresó de la montaña pero identificaban su aullido en las noches de luna llena, sabían a ciencia cierta que era él, contado de una forma u otra, es tal vez el mito más universal, no en vano la palabra “licantropía” procede del griego antiguo, por más que aparezcan tintes fabulosos, fantasiosos, irreales, por más (nunca mejor dicho y en el mejor de los sentidos) literatura que se le eche, el asunto de los hombres lobo resulta muy real, cercano, verosímil/verídico, Rosa Ribas lo tiene muy claro: “De los monstruos que hemos creado me resulta el más interesante porque habla de nosotros mismos”. Gracias al Club de Lectura LL estoy de nuevo frente a una autora a la que, cuanto más leo, más aprecio y admiro (y aún tengo que hacerme con su Trilogía de los años oscuros escrita junto a Sabine Hofmann -prometo ahorrar para saldar pronto la deuda-), la editorial Siruela nos ha abierto sus puertas para compartir en su envidiable y tentadora biblioteca (dan ganas de empezar a guardar libros en la mochila con la mayor discreción posible y salir corriendo en cuanto se tenga ocasión -y el peso no lo dificulte demasiado-) un encuentro con Rosa Ribas, quien se aleja del género negro que tanta popularidad, seguidores y alabanzas críticas le ha proporcionado (y sobre el que hablamos hace un tiempo en este mismo rincón: https://elarpadebecquer.blogspot.com.es/2016/06/si-la-dicha-es-buena.html) para entregar La luna en las minas, una novela mágica rebosante de exquisitez y emociones, una historia repleta de realismo puesto que ese fue siempre el punto de partida (y el de llegada): “No pensé en cambiar de registro porque sí, sino porque encajaba con la historia que quería contar: sentía que tenía una deuda pendiente porque había tocado el tema de la emigración en otras novelas, pero siempre de manera tangencial a pesar de lo mucho que me toca, no olvidéis que llevo 26 años viviendo en Alemania, y aunque la mía ha sido una emigración muy diferente he tenido mucho contacto con aquellos que se ven obligados a dejar su país. Es un asunto con el que apenas se ha hecho literatura y eso que casi todos conocemos a alguien que emigró e incluso se ha vivido en primera persona, no sé si es porque se vive como un trauma o qué. Tenía claro que no quería contar una historia al uso y el caso es que llegué a algo que me ha fascinado desde siempre como es la figura del hombre lobo”.

   Sí, comprendo que leído así suena extraño, estrambótico si se quiere (por no decir absurdo), pero les aseguro que en manos de Rosa Ribas la mezcla funciona a la perfección, no se percibe, arma un conjunto tan sólido que parece muy natural que se aborde de una manera casi naturalista (por precisa, por auténtica, por sensorial, por dolorosa) el tema de la emigración (y, en concreto, de la minería) a través de la peripecia de un hombre que sufre la condena de transformarse en lobo, y es que fue así cómo germinó todo: “Me encontraba en el aeropuerto de Barcelona esperando el avión para regresar a Fráncfort, pensando en que quería escribir algo centrado en la emigración, cuando fue como si pasara un lobo por allí, el caso es que al momento tenía ambas ideas unidas y empecé a trenzar la historia de alguien que se ve obligado a emigrar por algo mucho peor, por una maldición, porque intenta huir de algo aunque sólo sea para descubrir que de uno mismo no se puede escapar nunca”. La luna en las minas es, repito, una novela realista, nunca fue otra la intención de su autora, por eso buscó un escenario que conoce bien, en el que se ha movido, ha respirado, del que puede transmitir sensaciones: “Escribí una primera versión con Galicia como escenario, me pareció lo más natural porque es la tierra en que hay más tradición en este aspecto, ahí está el lobisomem, pero el caso es que la novela no respiraba, no me funcionaba. Empezó a cuajar cuando la pasé a Castellón, de donde es mi abuelo, porque me metí en el Maestrazgo, un territorio que conozco muy bien, con ese paisaje tan peculiar, duro y agreste, allí puedes perderte y no te encuentran, fue entonces el texto empezó a cobrar vida, además estaba en tierra de maquis, con gente escondida: había una leyenda propia, algo personal, así fue encajando todo. Como digo, es el pueblo de mi abuelo, puedo visualizar los paisajes, sé cómo se camina por ellos, cómo huelen, cómo son las casas, todo lo que hablo me es familiar, no hay nada falso ni inventado”.

   Ahí están el acierto, el mayor mérito y la principal virtud de la novela, hablar de sentimientos y sensaciones reconocibles, centrarse en las personas, tanto en Joaquín, Ximo, el hombre que lleva una bestia agazapada e incontenible en su interior, como en el resto de la nómina de personajes entrañables (la abuela, Vicente, los mineros) que pueblan las páginas de La luna en las minas: “Lo que más importa es la persona, el hombre que sufre la maldición de transformarse en lobo: ese es el personaje central y me interesaba explorar sus afectos, las razones por las que merece la pena vivir: conoce la amistad con Vicente, una amistad infantil que llena de intensidad y nobleza, también en Alemania cuando emigra, algo que intensifiqué tras entrevistarme con un minero al que cito en los agradecimientos [Antonio Jiménez Velasco] y que fue tremendamente generoso conmigo. Me habló de lo especial que es la amistad con los compañeros de la mina, esa gente con la que bajas y que se va a jugar la vida por ti, incluso aunque hayas muerto porque lucharán por rescatar tu cadáver, tienen total confianza los unos en los otros. Y también, claro, hablo del amor, cuando lo experimenta le nace el miedo a hacer daño, aquello de lo que le advirtió su abuela”. Y es que esa mujer a la que yo puse los rasgos de Lola Gaos (José Luis Borau me dijo que su físico era como el paisaje de España, árido, duro, anguloso) ha de ser estricta en grado sumo e incluso algo más para que Joaquín no olvide quién es, una fiera a la que temer: “Ya con el lobo, con el animal, tenemos una relación muy ambigua porque proyectamos en él rasgos muy positivos como la nobleza o la valentía, pero se ha convertido en un enemigo del ser humano, sobre todo en las tierras de pastoreo. En el hombre lobo, como en cualquier monstruo que creamos, lo que proyectamos son nuestros miedos más profundos y, así, esta figura nos habla de nuestra doble naturaleza, la animal y la racional, que es la que normalmente domina y controla pero nos da mucho miedo perderla porque aparece la bestia; en realidad, el hombre lobo no es ningún monstruo sino nosotros llevados al extremo, por eso me fascina: porque habla de nuestro miedo a perder la cabeza y dejar de ser humanos. Por ello, en la novela, cuando aparece la bestia, Joaquín desaparece y nos quedamos sin narrador”.

   La estructura de la novela, dando saltos en el tiempo, con unos insertos en cursiva, capítulos con diferente numeración al resto (utilizan la romana) que reproducen las habladurías, los rumores, las maldiciones, “a veces no sabemos quién habla, son voces del pueblo, es la tradición, la leyenda, la fábula engarzándose en una historia que, estilísticamente hablando, es muy realista”, anticipar hechos e ir descubriendo otros en el momento preciso, resolviendo algunas incógnitas, dejando otras abiertas, la manera en que Rosa Ribas distribuye y reúne sus piezas es un claro ejemplo de cómo sabe graduar tensión, emoción e información: “Podía haber contado la historia de manera lineal, pero me pareció más interesante poner en relación el presente con el pasado para que todo resultase más comprensible e intensificar las sensaciones, este juego de tiempos me ayudó a profundizar en algunos aspectos y es algo que me gusta como autora y como lectora: que se vayan haciendo las conexiones precisas cuando conviene”.  Puesto que la novela se lee con enorme fluidez y casi de un tirón (o sin casi), puede caerse en el error de considerarla fácil, una obra menor, un descanso en la magnífica e impecable trayectoria de Rosa Ribas, cuando es al contrario: lograr esa sencillez, esa naturalidad, que nada sobre (ni falte) es reflejo de las horas de trabajo y de la calidad de una escritora que, a buen seguro, aún tiene muchas alegrías y sorpresas que darnos.

   P.D.: No he tenido ocasión de introducir en el texto dos citas de la novela que no puedo dejar de compartir ahora para abrirles (espero y nada más conveniente en este caso) el apetito:
   En un momento dado, la abuela le dice a Joaquín: “Hay cosas que es mejor no querer saber (…). Porque las explicaciones siempre se quedarán cortas. Te harán infeliz”. Y páginas más adelante, Joaquín pone cara a su infortunio: “La maldición. Siempre era la maldición. La abuela hablaba de ella como otros lo hacen de la muerte, como si fuera una persona, y él se la imaginaba como una mujer seca, un pellejo con cara de rata, de rata mala, que caminaba sin hacer ruido metida en una saya sucia y cubría su rostro con una capucha astrosa. Sólo la muerte era más fea que ella”.

lunes, 26 de marzo de 2018

¡SIGAN A ESA ACTRIZ!






   No creo que ninguno de los fieles espere una crítica cinematográfica al uso (sí, hoy la cosa va de eso), menos aún cuando el blog hermano de éste, el primero que un servidor abrió, aquel en el que sí podría esperarse un texto de esas características (aun con las particularidades/vicios que uno ha ido desarrollando en estos escritos, a pesar de que en gran medida son reflexiones muy personales, las que me apetece hacer o me nacen en ese momento, algo muy distinto -en parte- a lo publicado en libros y, por supuesto, a lo hecho en radio y televisión), Celuloide en vena lleva un tiempo estancado, sin renovarse, abandonado por decisión propia porque, por mucho que el cine sea una de mis máximas pasiones y haya centrado/definido gran parte de mi trayectoria profesional (de la personal ni hablamos), en ocasiones ha servido para ser encasillado, para que aquellos que podían ofrecerme un trabajo (cuando eso pasaba) sólo me imaginasen vinculado a ese cometido, para que los únicos servicios reclamados se centrasen en esa área, como si no pudiese hacer otra cosa, como si no hubiese tocado otras disciplinas artísticas y culturales, como si la literatura no mereciese mi pasión más encendida, mi devoción más entregada, como si no me proporcionase el mayor de los placeres que puedo concebir y anhelar (en ocasiones apetecen otras cosas, por supuesto: hablo en los términos más absolutos y más íntimos, ese refugio que siempre acoge, protege y se demuestra autosuficiente), también me alejé, digámoslo así, de lo cinematográfico en el sentido de dedicarle horas de trabajo porque estaba un poco harto de mí mismo, me encontraba repetitivo, de un tiempo a esta parte resulta complicado encontrar filmes que inspiren y alienten haciendo la tarea menos o nada enojosa y cada vez lo veía menos como una diversión e incluso me costaba teclear aunque lo encarase (como procuro hacer en todo momento) con talante, prurito y ética periodística. No negaré que parte de mi desencanto/cansancio/aburrimiento, todo mezclado, empezó a agudizarse desde que Pablo y yo dedicamos algo más de un año a escribir un nuevo libro porque nuestros editores lo sugirieron, volvimos a embarcarnos en la tarea de seleccionar títulos, revisarlos/descubrirlos, documentarnos, emplear muchas horas en sacar el proyecto adelante (en un tiempo, por cierto, que prácticamente inauguramos con el padre de Pablo en el hospital -fallecería meses después- y concluimos poco después de la muerte del mío), el caso es que al final nos lo rechazaron “porque no era el momento” (la crisis, esa de la que ya no se habla -o al menos no se saca a relucir para todo, a veces como justificación que no es tal-), tener al “nuevo niño” durmiendo el sueño de los justos (un tanto injustamente, puesto que, como digo, nos alentaron a escribirlo, no puedo decir que nos lo exigieran pero sí lo sugirieron con mucho interés) provocó que, paulatinamente, me fuese alejando de esa parcela de mi vida hasta dejar el asunto reducido a comentarios de Facebook y, desde no hace mucho, algunas cosillas en Twitter.

   Pero es un placer volver al tema (por así decirlo puesto que, repito, no se trata de una crítica convencional -y tampoco es que me haya marchado: lo audiovisual continúa proporcionando horas de fascinación, la ficción televisiva es parte del ocio cotidiano-) cuando se trata de hablar de la adaptación a la gran pantalla de una novela que me hizo pasar muy buenos ratos y posibilitó una primera entrevista (telefónica, pero puedo presumir de que el escritor se acordaba de la misma unos años después) con alguien con quien siempre es un gusto conversar y a quien por fin tuve cara a cara hace menos un año, justo cuando presentaba su tercer título publicado, La casa entre los cactus, precisamente cuando se iniciaba el rodaje de El aviso, la cinta que acaba de llegar a los cines y que se inspira en su ópera prima, los que tengan curiosidad o ganas de recordarlo si lo leyeron en su día, pueden encontrar en el siguiente link (https://elarpadebecquer.blogspot.com.es/2017/06/nacen-entre-espinas-flores.html) lo que dio de sí aquel encuentro entre un servidor y Paul Pen, un autor incluido en aquellos inicios erróneamente en una colección de novela negra, coincidiendo con el estreno de la película Plaza & Janés recupera El aviso y la edita sin etiquetas ni reduccionismos, en todo caso acertando más en la definición, sin generar falsas expectativas que en su momento decepcionaron a muchos, no por la novela en sí sino porque no era lo que se prometía. Y es que no hay nada del género negro en su obra (puede que algún escenario, rasgos de los personajes, ciertos detalles) porque no es lo que Paul escribe, como él mismo lleva diciendo desde su debut con toda la honestidad del mundo, pero sí hay mucho de thriller, en esta ocasión, si se quiere, con tintes apocalípticos, dando prioridad al drama que viven las personas atrapadas por un destino que no pueden esquivar, porque así viene marcado por los números que rigen un camino que, por más que lo intenten, se ven incapaces de abandonar (o, si lo hacen, terminan por desembocar en el punto de llegada primigenio). Aunque el guión que en créditos se atribuye a Jorge Guerricaechevarría, Patxi Amezcua y Chris Sparling (en diferente grado pero no recuerdo cómo los diferencia, lo reconozco) se toma bastantes libertades con respecto al original y, en gran medida, cuenta otra historia, respeta su base, su estructura en tiempos diferentes, la constante amenaza de una combinación inexorable que renovará el desastre, la tragedia, la muerte, tensión creciente que en la novela funcionaba con bastante precisión, sin estafas ni trucos facilones, sustentando la trama con firmeza y pocas fisuras (o ninguna especialmente recordable), encaje de piezas que en pantalla se presenta más brusco y recurriendo a lugares comunes que, en algunos momentos, provocan un cierto estupor cuando no una carcajada en tono bajo. Si es cierto que, durante la presentación y el posterior desarrollo, Daniel Calparsoro olvida gran parte de sus tics y grandilocuencias habituales, por más que la música y el montaje subrayen lo obvio y anticipen algunas de las posibles sorpresas, al final no puede evitar recurrir a su gusto por la adrenalina, sin que la abundancia de ésta aporte un gramo de emoción, todo lo contrario, al menos en quien esto escribe: provoca distanciamiento, agotamiento, ganas de llegar a la conclusión.

   Pero, hasta llegar a esos minutos (demasiados), hay que señalar el descubrimiento que supone Hugo Arbues, un chaval que resulta más cuajado y solvente que intérpretes de más trayectoria, una breve pero maravillosa aparición de la grandísima Julieta Serrano, la solidez de Antonio Dechent tenga o no personaje que defender (su sola presencia llena de sentido y contenido la pantalla), una Aura Garrido que deja atrás con soltura y convicción su modo habitual de hablar para ofrecer una interpretación con mucha verdad y, sobre todo, una Belén Cuesta que sigue haciendo historia (me refiero a la suya propia, aunque también a cómo consigue instalarse en el corazón y la memoria del espectador), sacando el máximo partido a sus intervenciones, sacudiéndose de encima el sambenito de actriz cómica (que lo es y mucho), evitando el encasillamiento en que pueden desaprovecharla/impedirle seguir creciendo (aunque en el teatro se esté quitando la posible espina -aún están recientes Los universos paralelos y su manera de hablar, moverse, mirar, ser y estar en escena-). Tuve la enorme fortuna de poder charlar con ella durante la presentación de la película y, en lugar de enrollarme como otras veces, como vengo haciendo hasta aquí, prefiero dejarles con ella para que la disfruten tanto como hizo un servidor y en esta ocasión sigo los pasos de Elvira Lindo (hay cosas de ella que me irritan/no me gustan, otras muchas sí -lo digo por aquellos que sólo miran en una dirección o no conocen los matices, la gama variada de grises entre el blanco y el negro, esos que puede que se extrañen de que la atacase por un artículo reciente sobre Tres anuncios en las afueras y ahora la cite como referente, uno reacciona ante cada obra en concreto, ¿se creen que voy a renunciar a Manolito Gafotas?-), desaparezco del todo, ni siquiera transcribo mis preguntas, se la entiende perfectamente:
   -“Interpreto un personaje que está en un momento muy dramático, no hay duda, aunque me gusta señalar que la comedia que he hecho siempre ha tenido una base dramática. Aquí no hay ni un resquicio para que se cuele la comedia, eso es cierto, pero lo he pasado muy bien preparando el personaje y rodando”.
   -“Es una mujer a la que se le está yendo todo, así en un momento, está perdiendo a su amado, también a su mejor amigo,… Esto me preocupaba bastante, porque le decía a Daniel que la película es muy grande, hay muchos personajes, sí, pero a mí me tocaba estar lidiando todo el rato con la pérdida, frente al abismo, sin ser capaz de gestionar lo que sucede. Me asustaba que mi personaje está todo el rato en un momento muy delicado y no saber cómo hacerlo sin que resultase agotador para el espectador y sin agotarme interpretándolo”.
   -“Leyendo el guión, viendo el personaje desde fuera, le decía a Daniel que lo lógico sería que estuviese llorando todo el rato y aunque él no quería que eso pasara, al final en casi todas las tomas han terminado por aflorar las lágrimas, pero ha sido algo muy natural, muy gradual, dependiendo del momento. Yo no soy muy consciente de trabajar la contención, ni aquí ni en otros trabajos, pero parece que me sale, no sé cómo explicarlo, pero ahí está o eso dice la gente”.
    -“Las secuencias son las que son y en todas se cuentan muchas cosas, y muy fuertes, muy duras, pero lo cierto es que, por muy sometido a presión que estés, en la vida real uno no llora todo el rato: cuando se pasan muchas horas, días enteros, en un hospital lo que más estás es cansado, temes o ves cercana la pérdida pero siempre hay una esperanza a la que aferrarse o que al menos yo creo no debe perderse. Ha sido muy dramático, pero me parece que al final salió como queríamos”.
   -“Parece que es un buen momento en general para el cine y para muchas cosas, qué bien, pero es cierto que el thriller está en todo lo alto en España y éste en concreto me gusta mucho porque me parece diferente: toda la parte más pura, la de misterio y su resolución, está muy reforzada por sentimientos muy humanos, por miedos, por emociones. De hecho, yo no pensaba que estaba haciendo thriller, que eso llegase cuando corresponde, no había que cargar las tintas en lo del género, sino desarrollar los personajes sin más, sin que pareciese que están diciendo “oye, que esto es un thriller”, eso ya lo verá el público cuando la película esté montada”.
   -“He empezado a poder pagar los gastos más tarde, no demasiado pronto ni muy joven, y eso es bastante bueno porque lo valoras mucho más. Me siento muy afortunada y muy agradecida, hay que serlo en esta profesión, y pienso que haber empezado después provoca que lo sea aún más”.
   -“Un guión de este tipo se recibe con satisfacción, compruebas que no te ven sólo como actriz cómica, aunque también te pones mucho más nerviosa, por eso, después de hacer la prueba hice algo que no he hecho nunca, yo no sé si él se acuerda, pero llamé a Daniel para pedirle que, si no le había gustado, me dejase repetirla. ¡Pero no hizo falta!
   -“Rodar la escena de “Todas las flores” con Anna Castillo [en la versión cinematográfica de La llamada] fue mágico después de tantas funciones: de repente, estábamos en el escenario real y, además, en la maleta que saco puse cosas personales mías que utilicé en la función, era la última vez que la iba a hacer, en el teatro siempre me emocionaba, incluso un día la hice con la propia Sole, y fue muy bonita hacerla en cine”.
   -“Conocía la novela [El aviso] pero no la había leído, me la regaló Paul cuando vino al rodaje a hacernos unas entrevistas, ¡qué respeto tener al autor allí delante! No sabes si le va a gustar lo que haces con su creación, ¡igual se lleva un disgusto! [En ese momento, la interrumpe Raúl Arévalo -atendía a los medios en otra mesa situada a escasos metros- para reprocharle que no hubiese leído el libro y bromea con que él lo hizo varias veces e investigó mucho] ¡Raúl Arévalo se mete en mi entrevista! ¡Dos puntos! ¿Entonces tú leíste el libro? ¡Es que yo no quería manchar mi trabajo, jajaja!. En parte sí lo hice por eso [sigue explicando cuando Raúl se aleja], para no tener dos visiones diferentes puesto que mi materia prima era el guión, confiaba en Daniel, en lo que nos decía que quería conseguir”.

   Si le preguntas por la enorme legión de fans que la siguen, y que no deja de crecer, Belén Cuesta sonríe, baja los ojos, dice sentirse muy agradecida por tantas muestras de cariño, “sobre todo cuando hacía “La llamada” en el teatro, eso era maravilloso”, pero que no piensa demasiado en el tema, “para no sentirme abrumada y para no creérmelo demasiado, paso a paso como siempre”. No hay duda de que es algo más que una de las actrices de moda, ese momento ya ha pasado, ahora es de las más solicitadas por su solvencia, por su ductilidad, por su carisma, por su naturalidad.