En el Día Mundial de la Poesía (que debería ser cualquiera, da lo mismo
un 9 de febrero que un 17 de octubre), permítanme que reivindique los tebeos
como primera lectura, también, como lugar al que regresar, la edad es lo de
menos, precisamente por eso me lanzo hoy a escribir, pero me gustaría hacer hincapié
en la constante, cotidiana y sencilla diversión que tuvimos aquellos que ahora
estamos casi en los cincuenta, los de la generación anterior y los de la
siguiente en los tiempos en que editorial Bruguera nutría nuestra biblioteca
(sí, ¿por qué negarle el nombre a lo que fue germen de tantas?) con publicaciones
que, además, se podían compartir con los mayores. No sé cuándo empezamos a decir
cómic, creo que en parte para diferenciar nuestros tebeos de los de superhéroes,
especialmente los de Marvel (que, por cierto, leíamos en formato de novela
mucho antes de que se utilizase la etiqueta “novela gráfica” para marcar
distancias e incluso menospreciar, pretender quitar importancia, trascendencia
y calidad a lo que se tildaba de “pasatiempo infantil” -dicho, además, con
suficiencia y tono peyorativo-), pero uno siempre ha optado por decir “tebeo”, no
en balde la palabra nació aquí gracias al histórico TBO, lectura que compartí y disfruté con mi padre (le entusiasmaban
por encima del resto la abuela de la familia Ulises y los grandes inventos que
presentaba el profesor Franz de Copenhague), al igual que los personajes de
Bruguera eran tan queridos y leídos por la tía Carmen como por nosotros. Y tuve
el privilegio de poder agradecer al maestro Francisco Ibáñez, como representante
de aquella plétora de creadores, tantas horas de alegría y hasta haber casi
aprendido a leer gracias a sus viñetas mientras le pedía que dedicase la
edición integral de su histórica 13 Rue del Percebe a la tía, historietas que
aún disfruta y comprende puesto que cada piso del edificio cuenta la suya en
concreto (se le hace más cuesta arriba seguir una narración más extensa, se
aburre y/o pierde, así de cruel es la enfermedad que borra la mente y reduce a
las personas a su mínima expresión -o menos aún-); tan agradecido, divertido y
jovial como siempre se muestra, él me dijo que podía decirse que casi a él le
había pasado lo mismo, y no es tan exagerada la afirmación puesto que ha
cumplido 82 años el pasado día 15 y sus criaturas más emblemáticas, Mortadelo y
Filemón, han llegado a los 60 el último 20 de enero.
Y siguen en activo, frescos como una lechuga (con muchos matices, en
seguida lo explicamos), fieles a su cita (se publican no menos de dos álbumes
por año), sin perder su esencia, con un humor blanco repleto de gags visuales
pero sin descuidar a los admiradores adultos, con múltiples guiños a la
actualidad que los más pequeños aceptan sin problemas porque están
magníficamente insertados en la peripecia (eso es saber contar en dos niveles
sin necesidad de engolar ni dárselas de nada -que los hay que, al final, tanto
complican la historia que saturan a los niños o les aburren con supuestas
trascendencias que les son ajenas e incomprensibles-). Aquellos que pudieron
ser llamados Mr. Cloro y Mr. Yesca (agencia detectivesca), Ocarino y Pernales
(agentes especiales) o Lentejo y Fideíno (detectives finos), esos fueron los
nombres que Ibáñez propuso a la editorial, pero ya sólo podemos concebir como
Mortadelo y Filemón (agencia de información) se adelantaron a la celebración en
noviembre de 2017 cuando Ediciones B lanzó el número 182 de la colección Magos
del Humor con la aventura titulada, precisamente, El 60 aniversario, donde, a pesar de conservar el aspecto que les
ha hecho mundialmente famosos y queridos, ambos agentes sufren las inclemencias
de la edad, su habitual torpeza y sus constantes meteduras de pata se ven
agudizadas por todas las dolencias posibles e imposibles, cuando no les duele
el bazo lo hace el espinazo, cuando no todo a la vez sumado a, por ejemplo, la
hipertrofia muscular, la escrofulosis de dedos, el espasmo raquídeo o la
neurosis hipocondríaca (sin embargo, como contraste y para subrayar el paso del
tiempo, el Superintendente Vicente sí deja ver -no por decisión propia- cómo
los años se acumulan en su rostro, bigote y escaso cabello).
El presidente de los Estados Juntitos, Donald Trompf (quien ya
apareciera en el álbum anterior a éste, Drones
Matones) y un tal Pxing Pxiong, mandatario de Kolea D´Aliba, son los invitados
especiales de esta delirante y veloz (como es norma) historieta en la que
Mortadelo y Filemón (como tantas veces -y sin perder la frescura ni la novedad-)
deben inocular a ambos dirigentes un potingue fabricado por el profesor
Bacterio para, así, evitar un conflicto atómico que ponga en peligro al resto
del mundo (¿a que les suena?). La T.I.A. busca reverdecer laureles llevando a
cabo esta misión que el Súper no duda en calificar como “arriesgada,
peligrosísima, audaz”, pero que esté “desprovista de toda inquietud y zozobra” se
la encomienda a Mortadelo y Filemón porque “al tratarse de dos viejos vetustos,
achacosos, caducos y torpes, nadie sospechará de ustedes ni estaremos aquí intranquilos
por lo que les pueda ocurrir”. Y, como es fácil prever, lo que ocurre son 44
páginas repletas de disfraces, persecuciones, golpes, explosiones, gags, la
ironía justa, exclamaciones, onomatopeyas, un Ibáñez (este sí) en pleno uso de
sus facultades, rizando el rizo y dejando clara su maestría, no defraudando
jamás, reuniendo lectores de edades muy dispares y divirtiendo a todos (no hay
más que ver sus firmas en ferias, días del libro, centros comerciales o donde
sean: colas interminables de abuelos, padres, hijos, nietos y los que vengan,
todos felices, todos emocionados, acarreando el último álbum y algunos de los
que llevan años en casa). Y, en breve, tendremos la consabida cita con el
Mundial (al igual que sucede con los Juegos Olímpicos), también se anuncia otra
aventura posterior, eso en lo relativo a Mortadelo y Filemón, porque en abril
comenzará la edición integral de Rompetechos, otro motivo de regocijo y
satisfacción (y que tanto vincula a un servidor en concreto con el creador, por
aquello de las gafas y el poco pelo, pero ya lo comentaremos en su momento).
¡Qué maravilla es que Ibáñez siga hecho un chaval, sus criaturas no digamos y
los admiradores nos contagiemos de ese espíritu festivo!