domingo, 19 de junio de 2016

CUANDO FUI KELLY GARRETT





  “¿Ha existido alguna detective más divina que la Kelly Garrett de Los ángeles de Charlie? Esa melena ondulada, esos pómulos con su justo brillo de melocotón, la sonrisa coqueta y bien estudiada para no arrugarse…”. Así evoca la protagonista de La voz hermana, el monólogo de Pablo Vilaboy que todavía puede verse en el Café del Kosako los jueves que quedan de junio (confiemos en que, pasado el verano, las representaciones puedan reanudarse en ese o en otro lugar, poco a poco el público ha empezado a interesarse por un texto que llama a las cosas por su nombre, que reivindica la libertad y la diversidad, que reclama que cada quien pueda ser esa persona que siente bullir en su interior, que cada uno pueda expresarse y convivir prescindiendo de etiquetas, sin tener que justificarse o pedir perdón, que nadie sea insultado, golpeado, apartado, señalado, asesinado porque hay leyes, tradiciones, morales reinantes, dictaduras que imponen una única manera de entender, encarar y habitar este mundo), así es cómo Natalia(a la que imprime sensibilidad, emotividad, realidad a ratos divertida y por momentos dramática un Alejandro Dorado que se transforma con sencillez y talento en el personaje delicadamente dibujado por el autor), que se ha sabido mujer desde bien pequeña por más que naciese con un cuerpo masculino, recuerda aquellos juegos infantiles en que reproducía junto a dos amigas las aventuras de aquellas detectives aguerridas que nunca perdían el glamour y que tantos buenos ratos nos hicieron pasar en la segunda parte de la década de los 70 (y años posteriores, puesto que no sería hasta 1990 o por ahí cuando veríamos en España la última temporada de la serie, emitida en EEUU diez años antes). Y es que, a pesar del éxito que acompañó a casi todas las actrices que dieron vida a estos ángeles televisivos, sólo Jaclyn Smith, dando vida a Kelly Garrett, participó en todos los episodios y, por lo tanto, se ganó por méritos propios esa aureola mítica que reivindicó en su breve aparición en la horrorosa actualización cinematográfica llena de estruendo y humor grueso que perpetraron Drew Barrymore, Cameron Diaz y Lucy Liu bajo la batuta (por llamarla algo) del tal McG.
   En realidad, he estado tentado de titular el presente escrito Cuando quise ser Kelly Garrett, pero hubiese faltado a la verdad y hubiese confundido a los lectores porque, al contrario que Luis en La voz hermana, nunca me he sentido mujer ni he soñado con una reasignación de sexo que me permitiese mi plena realización, puesto que me siento muy a gusto siendo un hombre que ama a otros hombres (bueno, desde hace algo más de trece años sólo a uno), y porque, además, logré ser la Garrett en mis juegos infantiles con Gema y Juan Luis. Siempre he sido bastante amanerado, gesticulo muchísimo, no andaba moviendo la cadera pero sí dando saltitos, imagino que debo mecer los ojos bastante por aquello que digo de mi histrionismo, el caso es que no me cuesta hacer memoria para ser consciente de que desde muy pequeño me fijaba en lo atractivo que me parecía este o aquel actor y era especialmente sensible a la belleza masculina pero, a pesar de todo esto, tardé bastante en asumir que era homosexual, pero tuve la fortuna de no vivirlo como un trauma, algo que debía ser ocultado, no fue un motivo de rechazo en el colegio (hubo algún que otro insulto, burlas y grititos a mi paso, movimientos estúpidos de manos, comentarios maliciosos lanzados aquí y allá, pero tuve la fortuna de ser defendido por muchos de mis compañeros -gente como Quintín, Manolo, Jose, Marcos, las chicas más populares- y, además, esos impulsos que andaban saltando en mi interior no se materializaron en enamoramientos, contactos, equívocos o demás, no lo reclamaron, porque, perfectamente imbuido de la “normalidad”, de lo que debía ser, las chicas me resultaban atractivas -Elena, Mari Paz, Isabel, Teresa-, me fascinaban las señoras que íbamos conociendo gracias al cine, no digamos cuando Alexis Carrington entró en nuestras vidas -y anteriormente la Sue Ellen de Dallas, mujerona a la que siempre preferí sobre Pamela, esa muñequita sosa y aspaventosa, cargante por lo anodina-, era, como dice Pablo en su monólogo, “un chiquillo con mogollón de pluma”, los amigos lo aceptaban y no iban más allá, tardé en fantasear con chicos porque eran ellas el objeto de deseo). Pero, como digo, nunca tomé como modelo ni a la Deborah Kerr de El rey y yo (se la dejé a Cristina, puesto que un servidor optó por ser el monarca siamés cuando intentamos remedar su famosísimo Shall We dance? en una boda a la que fuimos al día siguiente de que TVE nos regalase -¡Ay, aquel Sábado Cine!- la versión fílmica del inolvidable musical de Rodgers y Hammerstein) ni tampoco a Kelly Garrett, más allá de encarnarla en muchas tardes en las que jugábamos en el patio de casa (sí, no me resisto a decir que era y sigue siendo particular y cuando llueve se moja… como los demás).
   Como dentro de poco tengo previsto (¡por fin!) rendir el homenaje debido a la entrañable Conchita Goyanes y su personaje de hada Rebeca, será momento de hablar más largo y tendido sobre mi relación con la televisión desde que tengo conciencia y de las reacciones que esta filia provocaba en mi entorno (aunque ya en alguna ocasión he hecho referencia al asunto), dejémoslo por ahora en el dato de que, en la mitad de la década de los 70 del siglo pasado (y toda la de los 80), sólo había dos canales (en la práctica, casi uno, sé que me repito porque lo he contado muchas veces) y, por lo tanto, todos veíamos lo mismo (tampoco es que el panorama haya cambiado demasiado si nos ceñimos a los contenidos) y lo vivíamos como un acontecimiento. Y, claro, era normal que en nuestros juegos reprodujésemos lo que veíamos en la pequeña pantalla, Gema, Juan Luis y yo nos repartíamos los personajes de las series, duplicándonos cuando era preciso, hubo una época en que también jugaba Aitor, el nieto de la señora Paz, Cristina cuando venía de visita (incluso se refería a ellos también como “la tía Carmen” y “el tío Miguel”, tal era la familiaridad y amistad, pero un buen día desapareció -bueno, lo hicieron todos, en realidad ella siguió la inercia marcada por los suyos, no es el momento para darles más espacio, aunque pueden estar seguros (ellos, quiero decir) de que llegará y no me voy a reprimir), cuando Iván y Carolina, los nietos de la señora Matilde que vivían en Bilbao, estaban de vacaciones en Madrid llegábamos a hacer superproducciones con elenco tan nutrido. Y, como digo, llegó el momento de ser esas tres muchachitas que fueron a la Academia de Policía, y ni Juan Luis (quien se casó, tuvo hijos, nunca hubo ni tuvo dudas sobre su sexualidad) ni yo tuvimos pegas en apropiarnos de uno de los personajes, siendo Sabrina Duncan el suyo y, como ha quedado reflejado desde el principio, Kelly Garrett el mío (siendo Gema, por lo tanto, Jill Munroe, encarnando a Kris cuando ésta la sustituyó, igual que Juan Luis pasó a ser Tiffany Welles en su momento); sólo hubo otra ocasión en que hice mío un personaje femenino porque no pude resistirme al poder de metamorfosis de Maya, un personaje que se incorporó en la segunda temporada de Espacio 1999, hasta que llegó yo era el Comandante Koenig (aunque creo que en el doblaje en castellano le llamaban “Capitán”), rol que cedí encantado a Juan Luis, que se quedaba sin cometido al desaparecer de la serie el profesor Bergman, pero ser Maya era fascinante, podía transformarse en león, en perro, en halcón, en planta, era la solución a un montón de conflictos, era imprevisible, hubiese peleado por darle vida aunque se hubiera llamado Juan, el sexo era lo de menos. En lo demás, ya digo, me encantaba ser Dick cuando éramos Los Cinco creados por Enid Blyton, soñaba con poder emular a Los Tres Investigadores (cuando leía alguna de sus aventuras me imaginaba como Bob Andrews, el que se presentaba como tercero, ya ven ustedes qué poco ambicioso, analizando con perspectiva supongo que me llamó la atención porque trabajaba en una biblioteca a tiempo parcial -¡con tantos libros al alcance de la mano!- y su padre era periodista, aunque no diese demasiada importancia a este detalle en ese momento), en el colegio reprodujimos el reparto de Dallas y mis compañeros propusieron que fuese J. R., el malvado, la estrella, el machito, no me vieron blandito como Bobby, ya ven cómo se escribe la historia.
   Debo confesar que no sé muy bien cómo ni por qué hicimos ese reparto de ángeles, pero supongo que hice valer mi privilegio de ser el mayor de los tres para quedarme con Kelly, porque lo que no puedo olvidar es la obnubilación que Jaclyn Smith me provocaba con esos golpes de melena, esa fortaleza sin renunciar a su feminidad, esa capacidad para resultar elegante, sofisticada y encantadora en todo momento, esos detalles que Pablo rememora con precisión a través de su personaje en La voz hermana, esos con los que ahora me he reencontrado viendo algunos episodios (los primeros, seis o siete de la primera temporada, incluyendo el piloto que permanecía inédito porque, en mi recuerdo, se emitió durante aquellas larguísimas noches electorales de los primeros años democráticos tras la muerte de aquel que se aferraba al brazo incorrupto de una Santa a la que demostró no haber leído jamás, esas jornadas extraordinarias en que la programación se extendía hasta que hubiese terminado el recuento). Y sorprende y agrada el toque un tanto naif, incluso burlón y si se quiere algo paródico, que predomina en la serie, el personaje plenamente cómico que encarna Farrah Fawcett (entonces con el Majors de Lee, El hombre de los seis millones de dólares, incorporado al apellido en virtud de su matrimonio), la ambientación retro (que en su momento nos parecía total) pero contribuye a que el tiempo siga tratándola con cariño, porque la serie nunca pretendió romper moldes por lo osada o transgresora (aunque lo era mucho más de lo que pudiera pensarse) y sí agradar a los hombres en lo meramente visual y a las mujeres por el entretenimiento y porque las detectives no molestaban, todo lo contrario, se atenían a lo correcto, pero, de manera muy inteligente, eran todo un revulsivo perfectamente envuelto para que nadie se asustase de su potencial explosivo, el mismo que Jaclyn Smith conserva intacto, el que derrocha cuando vuelve a ser Kelly Garrett, aquella que yo también fui y bien orgulloso que estoy de la hazaña.   

lunes, 6 de junio de 2016

...SI LA DICHA ES BUENA



    


   El título es muy llamativo, provoca interés, permite ubicar la novela desde el primer momento, tiene ecos clásicos, es sonoro, irresistible, hipnotiza al amante del género: Si no, lo matamos, ¿a que ya saben por dónde van los tiros (nunca mejor dicho)? Y es casi lo primero que hablo con Rosa Ribas, aplaudo lo que me parece un gran acierto dentro de tantos títulos repetitivos, similares, sin garra, que mueven a equívocos, me cuenta la peripecia hasta llegar a lo que, a ella también, le entusiasma, pero lo dejaremos para un poco después, porque primero me gustaría detenerme en algo que me dice, “cuando el título llega, llega, ya no hay vuelta atrás, todo cobra sentido”, y le comento que cada vez es más insólito que me ponga a la tarea sin tener más o menos claro (o totalmente decidido) cómo voy a llamar al escrito, que me cuesta muchísimo empezar sin tener uno aunque sea provisional pero que, por el momento, me resulta idóneo, Rosa afirma que ayuda una barbaridad saber cómo quieres titular, que eso de alguna forma se siente en la escritura, y por eso le confieso que, hablemos sobre lo que hablemos, este escrito se va a llamar así, …Si la dicha es buena, porque estoy encantado de, por fin, haberla leído, que me he convertido en fan absoluto, que me he bebido su última novela sin sentir (bueno, no ha sido tan irracional porque he gozado cada página, me he dejado arrastrar por la velocidad de su prosa, me ha entusiasmado su escritura eficaz y pulcra, una novela policiaca que presume de serlo, que no renuncia a la acción, a la intriga, pero que se permite un dibujo psicológico de los personajes de una viveza a ratos emocionante porque son de carne y hueso). Debo confesar que, en realidad, mi primera opción fue tan sólo lo de “nunca es tarde”, pero resulta que Natalia, el personaje de La voz hermana (el monólogo de Pablo, ese texto que conquista a los espectadores que cada jueves se pasan por el Café del Kosako para, también, apreciar la estupenda interpretación que Alejandro Dorado hace del mismo bajo la atenta dirección del autor), se lamenta en un momento dado de que nos escudemos en ese “nunca es tarde” para no actuar a tiempo, cuando aún es posible, y lo cierto es que estoy muy de acuerdo con ese reproche, las cosas hay que afrontarlas en caliente o, si resulta conveniente, dejar que se enfríen lo justo, dilatar la respuesta suele llevar anejo el arrepentimiento por lo que pudo haber (o debió haber) sido y no fue. Y dando vueltas a las palabras que Pablo dedica a esta reflexión caí en la cuenta de que sólo rematar la frase añadiendo eso que, bien mirado, es absurdo, esa tonta justificación de “si la dicha es buena”, cuando, según el DRAE, “dicha” significa tan sólo “felicidad” o “suerte feliz”, por lo tanto siempre es buena, ¿no?, entonces, ¿por qué tardar en disfrutarla?

   Oía voces muy diferentes y que me merecen el mayor de los respetos que hablaban de la calidad de Rosa Ribas, leía cosas muy atractivas sobre un personaje -Cornelia Weber-Tejedor-, las palabras de encomio se multiplicaban si se trataba de las novelas -dos, por el momento- que escribía a cuatro manos con Sabine Hofmann, pero en ocasiones no es fácil conseguir entrevistas e incluso libros para reseñar cuando eres de un medio pequeño (o eres tu propio medio, como es el caso, sin adscribirte a grupos, camarillas, corrientes, plataformas, ente autónomo que sólo tiene sus muchos años de oficio y su capacidad lectora como títulos que presentar), miraba las estanterías de las librerías y pensaba que algún día caería (por desgracia, hay que mirar demasiado el presupuesto, hay que echar cuentas casi cada día, hay poco -o ningún- dinero que gastar en lo que a uno le hace feliz, a veces se opta por ir ahorrando para, poco a poco, poder sufragar un par de entradas para espectáculos que nos den alimento, libros ya hay muchos repartidos por las diferentes casas, dando tiempo al tiempo van apareciendo ediciones económicas, siempre queda el recurso de las tiendas de segunda mano -y las sorpresas que allí se viven-), sabía que terminaríamos por encontrarnos y, al final, ha sido de la mejor manera posible: Rosa Ribas publica su nueva novela con Grijalbo y ese es uno de los sellos que no atiende sólo a los medios “importantes”, que valora mucho al entrevistador o crítico en sí mismo, por quién es, por el trabajo previo, de hecho llegó un ejemplar a casa sin haberlo solicitado, pensando el departamento de prensa que podía interesarme, haciéndome muy feliz porque valoren mi esfuerzo y recuerden las muchas entrevistas realizadas, provocándome una sonrisa porque me consta que mi devoción por la novela negra está muy difundida, capturándome, como digo, porque lo de “si no, lo matamos” se impone sin paliativos. Estamos ante la cuarta entrega de una serie, y aunque puede leerse sin conocer las anteriores, es proverbial la obsesión de los fanáticos del género por respetar el orden en que los autores publican, en este caso no es posible porque el tiempo apremia y, por mucho que apriete el acelerador, tres novelas son tres novelas, pero se da la feliz circunstancia de que Debolsillo (con otro de esos departamentos de prensa que responden y facilitan el trabajo de todo el mundo) rescata en un manejable y espléndido volumen los tres casos previos de la comisaria Weber-Tejedor y, por lo tanto, puedo, al menos, conocer su primera aparición en letra impresa, algunos datos personales que me hacen comprender mejor lo que sucede en el cuarto volumen, comprobar que la calidad literaria de Rosa Ribas ya estaba ahí, aunque Si no, lo matamos suponga toda una explosión de madurez, de asentamiento, de confirmación. Y el caso es que ella tenía un cierto miedo, pensaba que podía haber perdido el pulso, porque la novela llevaba un tiempo pensada pero se había visto obligada a retrasar su escritura: “Estaba muy desmoralizada, he tardado en escribirla porque la serie ha sufrido los avatares de aparecer en una editorial de la mano de una editora que se entusiasma con la idea y la apoya, pero deja su trabajo, algo lógico, y para su sustituto no eres más que una herencia, no perteneces a sus proyectos, te quedas como el huerfanito a merced del padrastro. Luego llegas a una editorial naciente, que está despegando, pero a la que la crisis se lleva por delante y con ella desaparecen tres novelas, las dos siguientes de Cornelia y "La detective miope". Por lo tanto, ¿quién va a querer continuar publicando títulos de una serie que tiene los volúmenes anteriores desperdigados por ahí, bueno, dos incluso desaparecidos? Y llegas a una nueva editorial que te dice que no sólo está interesada en ti sino en el personaje de Cornelia, comento que tengo un inédito, la cosa se dispara, todo sumado a que los lectores no dejaban de preguntar por Cornelia, también los editores alemanes, allí podría haber salido, pero yo no quiero hacerlo si no hay también publicación en España. Ahora hay algo de justicia poética porque aparece al mismo tiempo en los dos países, en Alemania un poco antes para ser justos, es decir, estamos ante Cornelia en estado puro”.

   Cornelia Weber-Tejedor, la comisaria de apellido reiterativo (“weber” significa “tejedor” en alemán), con sangre de dos nacionalidades por sus venas, la mujer pequeña de nariz rota adicta a los donuts, la policía intuitiva que, lo quiera o no, se implica más de lo debido en los casos que investigan (o son éstos los que la atañen más allá de lo meramente profesional), esa que ahora presenta todas sus armas en el volumen que reúne Entre dos aguas, Con anuncio y En caída libre, llega a Si no, lo matamos con mucho lastre, con demasiadas cosas pendientes con su pasado, y a la autora que el lector que así lo desee tenga la opción de leer cronológicamente para asistir a la evolución del personaje: “Lo bueno es ver cómo ha ido cambiando: al principio ella misma se identificaba como policía alemana y esa identidad monolítica se tambalea cuando se ve obligada a investigar un caso en medio de la comunidad española, el que se narra en "Entre dos aguas", y Celsa, su madre, le recuerda quién es. Ahora, en la cuarta, Cornelia vive entre dos culturas y se deja, por ejemplo, llevar por lo morboso, desconcierta a su compañero, ¡pero es española, caramba! Son diez años dedicados a ella, seguramente de no haber sido por el obligado parón ya estaría con la quinta, pero me ha encantado poder recuperarla y, por fin, contar algo que anuncié ya en la primera novela: por qué se hizo policía”. Es una de las mayores virtudes de Rosa Ribas, el modo en que lo personal, lo cotidiano, lo familiar, lo íntimo, se integra con la investigación formando un conjunto coherente y apasionante sin fisuras, una lectura en la que todos los matices, los tonos, los escenarios, los hechos por nimios que puedan parecer si los aislamos tienen importancia y, sobre todo, se leen con el mismo interés, no hay escenas de transición o explicaciones prolijas que inunden la cabeza de datos innecesarios: “Procuro que nada sobre, es algo que sobre todo he desarrollado gracias a las novelas con Sabine que transcurren en los años 50: no quiero ser de esos autores que se explayan y sueltan todo lo que han estudiado, echando a los lectores de la historia. Además, la forma de investigar de ella tiene que ver con quién es, con su vida, quiero que a Cornelia se la sienta como persona, no es el caso que toque el único motor. No conviene olvidar que la historia de cualquier novela negra suele poder reducirse a dos líneas y lo distintivo viene por cómo abordas a los personajes, por cómo le afecta todo, por cómo lo que le pasa encaja en el conjunto”. Y llegamos, por supuesto, al título, estremecedor si se quiere, contundente y directo: “Tuve uno de trabajo, pero era de esas ocasiones en que sabía que no sería el definitivo, esperaba que al terminar de redactar surgiría, pero no había manera. Preparando la edición en España, queríamos seguir lo de empezar con una preposición como en las anteriores (“entre”, “con” y “en”), pero no salía. La editorial alemana también tenía una estructura, sólo dos palabras en su caso, pero quería dar un giro, puesto que hacía un tiempo desde la tercera novela quería retomar la serie dándole otros aires, el caso es que me dijeron lo que habían pensado, fui a mi editora española, ella seguía dándole a la lista de preposiciones, incluso pensando en poner algo con “so”, que mira que resulta extraño, y cuando le hice una traducción del título alemán, se quedó un momento pensativa, hizo algunas consultas y ahí lo tienes, pero lo cierto es que nos ganó a primer oído. Y lo mejor es que nadie lo dice en el libro, es algo que sobrevuela, es una amenaza, esboza el asunto”.

   Tal vez, hablando con propiedad, habría que decir uno de los asuntos, porque las novelas de Rosa, ésta especialmente, no se limitan a un solo tema, imbrican unos con otros porque, como ya se ha señalado, lo fundamental es narrar los avatares personales de Cornelia, lo que amplifica los ecos de sus investigaciones, lo que termina por darles un sentido, explicando a la policía desde la mujer y viceversa. Pero el título no engaña porque todo comienza a raíz de un secuestro y este tipo de delito tendrá una importancia decisiva no sólo en el devenir de la novela, sino en el del personaje central al enfrentarse a recriminaciones de un pasado que no ha resuelto: “En general, el secuestro es muy impactante a nivel emocional, es un acto de violencia extrema, te roban la libertad y cada segundo que pasa aumenta el peligro de muerte, hay que actuar con rapidez pero teniendo muy claros los pasos a dar para que aquello no termine aún peor. Eso fue lo que me motivó: ¿cómo reacciona la policía alemana ante un delito del que conoce poco, menos todavía si hablamos de los secuestros exprés? Quise, además, romper con la imagen que los alemanes tienen de sí mismos: ellos siempre afirman que no hay corrupción, no hay especulación inmobiliaria… Bien, el caso es que invento pocas cosas: el edificio en que ocultan al primer secuestrado que aparece en la novela existía, pero fue demolido en todo el proceso hasta que la novela se ha editado y ahora hay un nuevo bloque de oficinas que ha borrado cualquier rastro de aquel que me inspiró. Fráncfort es así: levantan y tiran casas a una velocidad brutal, hay una escasez de vivienda endémica, se levantan bloques de oficinas porque es lo que da dinero, la mayoría de las viviendas son de lujo y el resto oficinas porque es lo que mueve la pasta. La especulación inmobiliaria se cargó la mitad de la ciudad y las bombas hicieron el resto”. Fráncfort es la ciudad en que Rosa Ribas vive desde 1991 (“pero sigo mirándola con ojos españoles”), el escenario de las investigaciones de Cornelia, un escenario con personalidad y rasgos que la caracterizan y ayudan a comprender un poco mejor a los personajes, una ciudad que, en un momento de Entre dos aguas, la novela que lo empezó todo, la autora describe así: “(…) Fráncfort no es lo bastante grande para ser una ciudad anónima, una siempre corre el riesgo de toparse en la calle con amigos, colegas o también con relictos de antiguos casos, sospechosos, amigos de sospechosos, parientes de sospechosos, que miran hoscos y vuelven la cara sin disimulo; o con víctimas, amigos de víctimas o sus parientes, que saludan con un rictus doloroso al verse de pronto confrontados con el recuerdo de un crimen justo cuando quizás habían salido a comprar unos zapatos y se sienten culpables de tal trivialidad”. Puede comprobarse que lo anímico, lo humano, lo que late, lo vital (aunque sea la ausencia de ese estímulo), lo principal en el modo de escribir de Rosa Ribas es lo vivido, lo particular, lo que podemos reconocer como propio, algo que también se percibe en la viveza de unos diálogos que, en sí mismos, caracterizan a los personajes, expresan gestos e inflexiones de voz sin necesidad de descripciones prolijas: “Soy muy auditiva, leo los diálogos, los escucho, los matizo, los retoco, me gusta que sean vívidos, que definan, que tengan ritmo, que suenen naturales, me fascinan los diálogos de Marsé, precisamente porque utiliza los precisos; no hace falta intentar imitar a Chandler, sobre todo porque aquello funcionaba en su momento, pero traídos al ahora no encajan, son diálogos anacrónicos. Una de las películas que más admiro, precisamente por sus diálogos, es "Uno, dos, tres" de Billy Wilder: ahí está sólo lo que tiene que estar, no dan tregua. Es algo básico en poesía: que se pueda decir en voz alta, que suene bien y transmita”.

   La riqueza de un personaje como Cornelia (y de los que la rodean, grandes creaciones como Reiner Fischer, Leopold Müller, Horst y Celsa -sus padres-, Juncker, Sonnenberg, Andrea Sauter, incluso Edgar) no podía abarcarse en una única novela y así lo comprendió Rosa muy pronto: “Pensaba escribir sólo "Entre dos aguas" porque me interesaba esa historia de alguien entre las dos comunidades, alguien que es tan alemana como española debido a sus padres, pero cuando empecé a trabajar con el personaje me di cuenta que daba para más, que tenía muchos aspectos que ir desgranando, que se iba expandiendo y así he llegado a esta cuarta que he escrito con absoluto placer, dejándola fluir, trabajando previamente, claro, pero gozando el reencuentro con un por personaje que aún sigue muy vivo”. Y ahí surge la pregunta inevitable, ¿habrá más novelas de la serie?: “Durante la promoción que estamos haciendo ahora, un periodista me ha recordado que en una ocasión dije que Cornelia tenía que venir a España, pero se me coló este asunto para la cuarta y la quinta ya la tengo en mente. Quería que fuese la última, al menos por un periodo largo, pero debe venir a España, me apetece que se encuentre con sus orígenes, y, por lo tanto, habrá una sexta. Lo que tengo claro es que no quiero que se pueda notar la fatiga o ponerme a trabajar con plantilla, no quiero una serie eterna que, sobre todo, pueda llegar a decepcionar a los seguidores”. Sin duda, por el momento, ha logrado su objetivo porque, leídas en orden o descolocadas, las novelas de Rosa Ribas con Cornelia Weber-Tejedor como protagonista enganchan, encandilan y se disfrutan una barbaridad.