martes, 3 de agosto de 2021

EL MIEDO ES MI/NUESTRO CARCELERO


 


   Hoy me salto el diario, vuelvo a las viejas costumbres (en realidad, más allá de seguir el orden que las fechas señalan, poco ha cambiado este ángulo oscuro del salón), a pesar de mi notoria anarquía a la hora de ir sintetizando (jajaja, si la verborragia no entiende de tal cosa) la vida de lector en estos textos, procuro ser metódico, preciso, no faltar a mi faceta periodística, esa que mantengo viva contra vientos, mareas y poetas hueros (y algún que otro espécimen que anda suelto por ahí), por lo tanto cabían dos opciones para hacer encajar la charla telefónica que mantuve a principios de la semana pasada con Carlos Augusto Casas: atribuirle una fecha falsa (que no hay por qué) o esperar a que las anotaciones del diario llegasen al día concreto en que conversamos, pero estaba deseando compartirlo con los leales (de hecho, ya lo hago con cierto retraso, ¡ni modo dilatar más la ocasión!). Además, en esas carambolas literarias que tanto me apasionan, dejar este escrito como fuera del tiempo, insertado entre dos días concretos (el último indicado en la publicación anterior y el primero de la próxima), supone vivir una especie de ucronía, casi casi (perdón si suena osado o irreverente, nada más lejos de mi intención) plantear una distopía, cuando menos ponernos en una nebulosa (que, sin embargo, es bastante concreta: el propio blog, por defecto, publica la fecha en que aparece cada entrada), una especie de “no tiempo” que sienta como un guante a este género que Carlos Augusto reformula con inquietud y sabiduría periodísticas, con las mejores herramientas del oficio que viene desempeñando con brillantez desde hace algunas décadas (y especializado, además, en el tan necesario periodismo de investigación, el que más debería fomentarse, reconocerse y difundirse).

 

   Aunque, y por ahí comenzamos, El Ministerio de la Verdad, su nueva novela publicada el pasado mayo por Ediciones B, no es tanto una distopía como un futurible, es decir, habla del ahora mismo, al modo en que, en realidad, lo hiciera Orwell, muy pegado al momento en que escribía en gran parte de su obra, han sido otros los empeñados en promocionar (y denostar) como “ciencia ficción” (sobre todo, lo segundo) un libro como 1984 que leído ahora (y no me refiero a este momento ya tan largo de pandemia sino a hace unos cuantos años) aún resulta más real, más lapidario, más grito en el desierto, más advertencia terrorífica, más lapidaria constatación de que en este pantanoso terreno (donde podemos incluir y citar -y de hecho lo hacemos- a Bradbury, a Huxley o a Atwood-) la imaginación siempre se queda corta (o no es necesaria: basta con escudriñar, con indagar, con levantar alfombras): “Ahora que la novela lleva un par de meses a la venta y empiezo a tener contacto con los lectores, la mayoría me dice que no está de acuerdo con considerarla como una distopía, y creo que es así: tiene más que ver con la realidad que con un futuro próximo o posible”. La acción transcurre en el Madrid de 2030, en parte por puro azar, para potenciar los aspectos novelísticos que, en realidad, disfrazan poco lo que (y se lo digo y aplaudo) es un magnífico reportaje que, por desgracia, en ese su formato natural no hubiese tenido salida/sido publicado: “La novela, indudablemente motivada por la pandemia, surgió al reflexionar sobre qué elementos de “1984” se estaban dando o podían dar en la sociedad actual. Después, a medida que fui escribiendo, creció por sí sola y, evidentemente, ese Madrid de 2030 que reflejo está construido a partir del de ahora; en realidad, la situé en ese año por dos motivos fundamentales: uno, porque no quería que ningún lector cayese en la tentación de identificar el Ministerio de la Verdad con ninguna ideología o partido político; en segundo lugar, para hacer algo más verosímil el hecho de que España esté gobernada por los cuatro Ministerios de la novela de Orwell, de situarlo en la actualidad iba a chirriar, pero tampoco me fui muy lejos, apenas nueve años, no quería que mi novela pudiese entrar en la categoría de ciencia ficción; con distopía me siento cómodo, con thriller por supuesto, también con el resto de etiquetas que cada lector pueda ponerle, pero mis motivaciones fueron esas”.

 

   George Orwell, ese autor en gran medida a reivindicar y descubrir, no todo es 1984 y Rebelión en la granja, para muchos alguien superado por el tiempo que intentó vaticinar cuando, en realidad, no fue eso lo que pretendió (pero estos y otros matices son imposibles de entender para quienes condenan sin leer, perpetuando etiquetas inmerecidas -o que no son capaces de justificar-, desconocen una producción de lo más variopinta, ignoran tanto Homenaje a Cataluña como Que no muera la aspidistra, por no extendernos en más ejemplos de su ductilidad literaria), un clásico pese a quien pese, un maestro, una inspiración para muchos, empezando, claro, por Carlos Augusto Casas quien, precisamente por ello, titula a su novela del modo en que lo hace: “Orwell está más de moda que nunca, no sólo por “1984” en sí, sino por la cantidad de veces que los políticos, sobre todo en estos últimos tiempos de pandemia, han citado el Ministerio de la Verdad, al propio autor, han mencionado su obra más famosa, es un referente de la sensación que la gente tiene con respecto a la falta de libertad, el control de cualquier actividad no se sabe bien si por los estados, las empresas o los poderes fácticos. Creo que se ha vivido un rejuvenecimiento de Orwell, es cierto que se le veía como trasnochado o superado, pero ha sido la propia sociedad la que he puesto en valor lo que él contó, tanto en “1984” como en el resto de sus obras”. Orwell, cronista a ratos desoldador e implacable de su época, no podía serlo de otro modo, así Casas nos noquea con apuntes del natural que estremecen por verídicos cuando no vividos por uno mismo: “Escogí un futuro próximo porque, incido en ello, la gran mayoría de elementos de la novela están tomados del presente, empezando por los contenedores llenos de libros, por desgracia no me lo he inventado, los libros ocupan sitio en las casas y se opta por tirarlos, un desprecio total por la cultura y el saber. No me invento tampoco que los ancianos se manifiestan por los derechos de todos mientras los jóvenes hacen cola para poder comprar el último modelo de telefonía móvil. No quería que el lector reflexionase sobre una sociedad futura a la que podríamos ir, sino sobre la sociedad en la que estamos”.

 

   Por eso El Ministerio de la Verdad también transpira el aliento, ya lo hemos señalado, de Huxley, especialmente de Bradbury (al menos para quien esto escribe, y  no sólo de su canónico Fahrenheit 451, sino de la magnífica adaptación firmada por François Truffaut, aquella película que un sábado por la mañana de principios de los 80 transformó mi vida en tantos aspectos), entronca con los grandes títulos distópicos (por utilizar el término más popular y reconocible), parte de zozobras comunes a esos autores: “La idea central del libro, más allá de Orwell, es la importancia de la verdad como bien necesario para cualquier sociedad, que los ciudadanos no estén manipulados. Creo que lo está sucediendo ahora mismo es mucho más peligroso que lo que reflejaba “1984”: tomando de nuevo el tema de los libros, en la novela de Orwell era el Estado dictatorial, controlador, el que los prohibía; ahora se ha conseguido que sea la gente la que decide que no le sirven para nada y, libremente [qué paradójico, pero qué certero Carlos al emplear esta palabra], los tira a la basura. Lo mismo ocurre con la censura, ya no es necesario que se genere desde un órgano estatal: es la propia gente la que la ejerce a través de las redes sociales, se carga contra quien intenta aportar la más mínima reflexión, algún matiz al pensamiento más general; es por eso por lo que un montón de intelectuales se han marchado de las redes sociales, de algún modo se han rendido. Me parece que somos nosotros mismos, de ahí que antes hablase de peligro, los que de un modo u otro hemos elegido, al menos lo aceptamos, vivir en una mentira: elegimos el entretenimiento y se renuncia a conocer la verdad, hay gran parte de culpa en los medios de comunicación que no han sabido captar a un público que rechaza los informativos, no digamos leer un periódico, sin haberlos visto antes”. Aquí llegamos al meollo de la cuestión, tanto de la novela como de la sociedad actual, aquí llegamos a lo que espanta y también remueve, a lo que deja hundido en el asiento y al mismo tiempo enciende una alerta en nuestro ánimo, a lo que Carlos Augusto desnuda sin tapujos mientras ofrece una espléndida novela: “Hay que fomentar el espíritu crítico, pero desde el principio: ser consciente de qué se lee, qué se ve, qué se escucha, buscar diferentes puntos de vista, extraer tus propias conclusiones. Ahora lo que ocurre es que nadie quiere información, sólo que le cuenten lo que quiere oír, que le refuercen su ideología, pero hay algo aún más grave, ya que las nuevas tecnologías han cambiado el paradigma de cómo funciona la información. Antes era el ciudadano el que la buscaba, compraba el periódico y tal, ahora es al revés porque la información llega a través del móvil, filtrada por algoritmos, y es la que cada uno espera, la que le reafirma”.

 

   En un momento dado, El Ministerio de la Verdad lanza una pregunta desesperada que le devuelvo a su autor: “¿Por qué nos cautivan tanto las mentiras?”. Esta es su respuesta: “Las mentiras son más cómodas, cualquier idea que suponga un esfuerzo es rechazada y las mentiras son fáciles, resultan muy atractivas, te salvan de un montón de problemas, aunque sea momentáneamente, por eso se opta por ellas. Yo creo que muchas cosas que señalo en la novela la gente las sabe, pero no está dispuesta a prescindir de su vida más o menos cómoda para cambiarlas, las mentiras han ganado la batalla”. Esto enlaza con otro de los asuntos que vertebra su novela, el miedo, así leemos, por ejemplo, “El miedo es lo que nos hace progresar, superarnos. Miedo a perder el empleo, miedo a que nos deje nuestra pareja, miedo al futuro, miedo a una crisis, miedo a perder lo que tenemos. El miedo es lo que mueve el mundo”. Páginas más adelante se rubrica con “El miedo a perder nuestras ridículas posesiones materiales nos convierte en esclavos. El miedo es el mejor educador de todos los tiempos”. Sí, ese miedo que otorga el poder a quien lo controla, no hay más que mirar alrededor, asumir nuestra podríamos decir complicidad, lo que facilitamos el trabajo cuando, como también se dice en la novela, “hemos cambiado libertad por seguridad”, yo añado que por comodidad, algo que ya ha señalado antes Carlos y que ahora completa: “El miedo te hace caer en la mentira, la verdad es dura y hay miedo a aceptarla. También hay miedo a perder las pocas posesiones que tienes, a que la sociedad cambie, hay formas de expresarlo y todas se fomentan desde el Estado. Con esto tampoco quiero decir que estamos sometidos ni caer en teorías conspiranoicas, pero es así: es más fácil controlar y coartar las libertades individuales en aras de una mayor seguridad, se fomenta el miedo, es algo que lleva pasando desde hace mucho tiempo, se organizan ideologías en torno a ello, consiguiendo que la gente vote visceralmente no racionalmente”.

 

   A pesar de lo que pueda parecer, sin caer en fábulas, nihilismos ni blanqueamientos (ahora que tanto se lleva/denuncia, que tanto se da), hay un optimismo latente en El Ministerio de la Verdad, hay una cierta esperanza de que, aunque sea lentamente, la deriva pueda variar, de hecho, Carlos Augusto cree en ello, aunque es consciente de que aún falta para que se vean resultados, para conseguirlos hay que ser realistas, por más que eso suponga abanderar un pesimismo informado, utilizar un lenguaje que se corresponda con lo que está pasando: “Vivimos una ficción de democracia: el imperio de lo políticamente correcto es como una especie de teatro, una cosa es lo que decimos de cara a la opinión pública, una mentira absurda, otra cosa es la verdad profunda, pero permitimos que lo políticamente correcto nos constriña y el hartazgo de esta situación es la que saben aprovechar partidos como el primer Podemos o VOX. Es algo que también sucede en las redes sociales, se han transformado en un linchamiento constante, se imponen los ignorantes, no es una cuestión de elitismo, se ha forzado que las voces importantes e informadas se callen y hablen los que no saben”. Este ya es motivo más suficiente para leer con interés, ojos despejados, tomando conciencia de que lo que cada uno podamos hacer (aunque tantas veces nos neguemos nuestras capacidades), una novela que funciona como thriller, que perturba como distopía reconocible (o sea, no lo es tanto, volvemos a incidir en ello), que sacude como vigoroso reportaje de un osado y fantástico periodista/escritor.

 

CIUDAD DE APRETURAS Y ESTRUENDO

 



   El título del presente texto recoge parte de una de las varias y variadas definiciones de Bilbao que se hacen en Justicia, la -lo diremos desde ya- estupenda novela de Javier Díez Carmona publicada por Grijalbo el pasado junio, una novela absolutamente negra, no sólo por el género en que se inscribe, sino por el tratamiento dado a los escenarios, a la ciudad, a los lugares por donde transitan, procuran sobrevivir, se enriquecen a costa del sufrimiento, la desgracia y la ruina de otros o son asesinados sus personajes. No está de más recordar de nuevo que el noir tiene muchos matices, muchas particularidades, diferentes características que pueden aparecer o no en cada título en concreto sin dejar por eso de ser una muestra espléndida (y si se quiere decir así canónica) de lo que merece esa etiqueta sin titubeos, no hacen falta gánsteres, crímenes, detectives, ahí tenemos a Horace McCoy o a la en tantos sentidos fundacional Manhattan Transfer. Y uno encuentra muchos ecos de la narrativa de John Dos Passos en Justicia puesto que, como allí, la ciudad, Bilbao, influye decisivamente en la acción, late y siente como una persona, exhibe/esconde (según convenga) su alma, se erige como auténtica protagonista.

 

   Tuve el placer de conversar telefónicamente con Javier Díez Carmona hace cosa de dos semanas y, tras los prolegómenos (y las merecidas felicitaciones) de rigor, le señalé que una de las cosas que más me habían atrapado desde las primeras páginas era precisamente ese tratamiento dado al escenario, algo que imprime mucho carácter a lo que escribe y le confiere aquella particularidad que en su día me señaló la gran Claudia Piñeiro, es decir, un crimen no puede ser igual en Buenos Aires que en El Cairo, no debe, no si quiere ser verosímil, no si se pretende hablar de lo que pasa en una sociedad concreta: “Bilbao es el origen de la novela, lo quise así porque es la tercera que dirijo al público adulto y las anteriores las había ambientado en Nicaragua y Barcelona, respectivamente. Tenía, además, muy claro que quería que transcurriese aquí porque como escenario de novela negra es impresionante, lo tiene todo. Es cierto que el origen de la historia está en la crisis de 2008, pero empecé a escribirla porque, como digo, quería situar una novela negra en Bilbao, ciudad que, diga lo que diga el Ayuntamiento con sus campañas turísticas, es muy negra. Por eso amoldé la novela a los escenarios, algo que me fue fácil porque jugaba en casa, todo vino rodado”. La historia transcurre en los primeros días de noviembre de 2014 y cuando le pregunto por qué recibo una respuesta muy sincera y sencilla: “La empecé a escribir en agosto de 2014 y la terminé por en diciembre, es decir, está escrita en tiempo presente, pero lo de publicar ya es otra historia. El caso que podría haber cambiado la fecha, haberla situado en 2020, y, por desgracia, no hubiera pasado nada”. Así de realista, así de lapidaria, así de crónica del ahora es, otro punto fundamental para inscribirla con todos los honores en ese género que tantos utilizan (mal) para intentar vender más o que malean a su antojo aunque el resultado tenga poco o nada que ver con lo que puede considerarse (sin embustes ni sonrojos) novela negra.

 

   Estamos, no lo olvidemos, ante una historia de ficción que hunde sus raíces en lo más profundo de la actualidad (2014, 2021, más allá de lo notorio, ¿cuál es la diferencia?), que es más plausible de lo que nos gustaría (empezando por su autor), volvemos a lo que expuso Claudia Piñeiro y así Javier va desgranando cómo fue dando forma a Justicia: “Los escenarios me dieron los crímenes, sí, sobre todo los del principio, aunque no puedo dejar de reconocer que Bilbao es una ciudad bastante segura. Por ejemplo, el lugar donde aparece la primera víctima transmite una sensación de inseguridad, más aún a las seis de la mañana de un domingo, es algo que flota en el ambiente; resulta fácil imaginar, a mí me ha pasado, que te salga alguien con una navaja, las calles están muy vacías. Los crímenes están planificados siguiendo la geografía de la ciudad”. Lo dice en plural porque, obviamente, hay más de uno, de hecho, arranca con dos casi simultáneamente: “Los crímenes fueron saliendo, no había planificado la novela hasta ese extremo, sólo tenía pensados, precisamente, los dos primeros, los que suceden el mismo día, pero me dejé llevar. Conviene recordar que en 2014 se cumplían dos años de la desaparición de ETA, un momento en que se pensaba que había terminado todo aquello y entonces yo planto no sé cuántos muertos en una semana, incluyendo un coche bomba. Me interesaba plantear la desesperanza de la población temiendo que se volviese a lo de antes, por eso fue naciendo de ese modo y es así como ha quedado”.

 

   Bilbao, cada personaje la vive a su manera, la siente según lo que le pasa, según se siente tratado, según se mueve por ella (o la evita, de todo hay, por eso alguien la percibe como “una ciudad de apreturas y estruendo”); le digo que me gusta especialmente el momento en que uno de los personajes (Osmany, después nos detendremos en él) camina hacia “el Bilbao de siempre, el de las prisas y los rostros huérfanos de sonrisas”, definición que incluso me provoca un escalofrío porque la reconozco, la he visto: “Ese momento es una contraposición entre dos Bilbaos antagónicos que están tocándose, los separa la ría nada más, parece un foso que cambie dos ciudades: en la Pequeña África, como se la llama hoy en día, la calle San Francisco, Las Cortes, donde siempre ha estado la prostitución y la droga y ahora está la inmigración, te encuentras gente sentada en la calle, ruido, gritos, las mujeres sonriendo, hay quien está trapicheando, hay esa vida que en el otro lado se convierte en días de lluvia, del sirimiri tan presente en la novela, ir con prisas a trabajar, ir con prisas a la tienda, enfadarte si no llega el autobús, son dos Bilbaos radicalmente diferentes”. Y en esa ciudad, por supuesto, están sus habitantes, otro de los aciertos de la novela, su carácter coral, así se van mostrando las diversas caras del lugar, de sus gentes, así el lector se ve absorbido por una especie de colmena celiana (a menor escala, no se asusten, no necesitan papel y lápiz para identificar a todos los personajes que, además, están magníficamente caracterizados y elaborados aunque tengan una aparición episódica): “Tuve miedo pensando que eran demasiados personajes, ha sido un pequeño desafío, soy anárquico escribiendo: ni guion ni escaleta ni nada, voy tirando a ver hasta donde llego. Los personajes son fundamentales, son el alma de la historia, estoy intentando hacer algo vivo, por eso me ocupo de que tengan personalidad”. En esa escritura poliédrica destacan los dos capítulos narrados (en tercera persona, como toda la novela) desde el punto de vista de Sansón, un gato: “Tenía ganas de hacer algo así: la perspectiva de alguien que no participa en la acción pero está presente. Así salió Sansón, fue un reto hacerlo verosímil, transmitir la reunión a través de sus sensaciones”.

 

   A pesar de su magnífica coralidad, y dejando a un lado Bilbao, podríamos considerar que Justicia tiene un claro protagonista, un personaje que destaca por múltiples razones y que se gana el favor (y el corazón) del lecto, ese al que ya nombramos antes, es decir, Osmany: “Osmany se ha ido creando con la novela, no tenía pensado un personaje concreto, sí que fuese extranjero para mostrar ese Bilbao de grises y oscuros a través de los ojos de alguien recién llegado. Escogí que fuese latino para no complicar las cosas con el idioma y no limitarle en ese sentido; después, como he estado Cuba dos o tres veces, la conozco algo, pensé que me sería más sencillo que viniese de allá. Quería que tuviese una cierta edad, la mayoría de mis personajes son sexagenarios, por lo tanto, si es cubano y tiene esos años, tiene una biografía importante, eso me ha servido para hablar de gente como Camilo, su hijo, de los sueños de esa generación cubana que en tantos casos se reducen a querer salir de la isla y enfrentarlos a los de la gente que hizo la revolución que son todo lo contrario” (y aquí se comprueba de nuevo la total actualidad de lo que Javier escribió en 2014). Alrededor de Osmany, el autor crea un pequeño grupo de investigadores amateurs que intentan desentrañar lo que está sucediendo en Bilbao (aunque al cubano le importa más un crimen ocurrido antes de arrancar la novela, la razón por la que ha venido a la ciudad, el de su hijo), personajes espléndidos con los que a este lector que conoció a Miss Marple antes que a Poirot, que quería imitar a Los Tres Investigadores, le resulta facilísimo empatizar: “A la hora de escribir, que el protagonista sea un profesional que hace su trabajo es algo que no me motiva mucho. Era lógico que, con esa cantidad de muertos, apareciese la Ertzaintza, aunque el personaje en que me fijo no lleva el caso, lo que ocurre que es amigo íntimo de Arzamendi, pareja de la primera asesinada, que fue el personaje con el que empecé la novela. Junto a él coloqué a Osmany, que es testigo de ese crimen, y esa confrontación, esa colaboración empezó a dar frutos. Después llego Maruri, el más joven, contratado por el padre de una de las víctimas. Son muy diferentes, pero se dan cuenta de que trabajando juntos pueden llegar a algo, así lo asume Larralde, el único profesional y se integra en su dinámica”.

 

   En mi línea habitual, poco más voy a desvelar de la trama que lo esbozado en alguna de las respuestas o en mis digresiones, como siempre les invito a sumergirse en la vorágine, en dejarse arrastrar, en indicarles que no lean (aunque no haya spoilers) lo que se cuenta en una de las solapas del libro, a que hagan su propio camino, a que la novela vaya creciendo/se vaya construyendo ante sus ojos y la vivan en tiempo real, dejando sobrevolar esa palabra que ya desde el título plantea una cuestión muy espinosa: ¿A qué llamamos justicia? Javier Díez Carmona da total libertad a sus personajes para que encuentren la respuesta, algo que es muy de agradecer y valorar, por eso uno vibra durante la lectura, no se siente condicionado ni mucho menos adoctrinado: “El autor no debe nunca juzgar a sus personajes o señalar a ninguno como el bueno o el malo ni, mucho menos, dar lecciones de moralidad. Yo cuento la historia y que el lector llegue a sus propias conclusiones, que piense si haría lo mismo que el personaje o no, si haría más, si haría otra cosa, que él elija”. Mi consejo, si me lo permiten, es que escojan Justicia como lectura.

sábado, 31 de julio de 2021

LA FIESTA TERMINÓ


Sábado 3:

 

HABLANDO CON TALENTO(S)

 

   Repetiré hasta la saciedad que mi profesión me ha permitido/permite el lujo de conocer a gente a la que admiro y que gracias a esa distancia corta aún lo hago más, tengo el privilegio de poder asomarme (y en ocasiones conocer más a fondo e incluso entablar una relación continuada) a las personas, no a su imagen pública, no a lo que percibimos de ellos cuando los vemos actuar, sobre el escenario, en una pantalla, sino a su faceta humana. Eso es algo que, por ejemplo, disfruto con el fantástico Alberto Vázquez, intérprete de larguísimo recorrido, versátil como pocos, con quien, a pesar de vernos poco (y más con lo que venimos sufriendo desde marzo de 2020), continúo estrechando lazos afectivos y personales, intimidades y sentimientos que en este caso ha compartido con nosotros (con Pablo y un servidor) en el estudio de televisión y en forma de aquellas lecturas que más le han marcado, tres elecciones muy especiales: https://www.youtube.com/watch?v=15uUAArX8Ds&list=PLB3-fnCkxDciwVuzEPUxPDXlLB94uUAzE&index=4.  


Domingo 4:

 

NO HAY PALABRAS NI LÁGRIMAS

 

   Aunque escribo en caliente, tardo en pasar a limpio/poner en claro mis anotaciones para el diario, ahora añadiría muchas cosas, algunas las he publicado en redes, gritaría hasta desgañitarme (de nuevo), sigo llorando, continúo enfadado, he ido a más, no han dejado (algunos, esos, tantos) otra opción, mientras se hunden más y más en su miseria moral, en su odio, en su desidia, en su silenciamiento, en su inhumanidad (cada cual que cargue -ojalá- con lo que le corresponda), me quedo en/con aquella mañana en que nos levantamos con la dolorosa noticia, con el crimen homófobo, con el linchamiento de Samuel. Y, sin envenenamientos por la actitud de los antes citados, vuelvo a sentir pánico, rabia, desespero y, por encima de todo, una muy honda y nunca superada tristeza, una congoja enquistada en el corazón que, aunque quise creer que no, ha seguido echando raíces, continúa dando frutos, obliga a permanecer escondido, fuerza a seguir luchando, ¿podremos algún día convivir sin tener que estar alerta? No necesito enemigos, pero tampoco amigos, simplemente que me respeten, que me ignoren, eso es lo que procuro hacer con tanto indeseable, pero ellos sólo adquieren carta de naturaleza cuando atacan, insultan, rebajan, acorralan, hostigan, golpean, asesinan -cuando son multitud-, no hay por qué soportarlo, hay que responder, hay que alzar la voz, hay que devolver las agresiones. Samuel, ojalá estemos a la altura.


Lunes 5:

 

QUÉ DESASTRE SI TÚ TE VAS

 

   Raffaella Carrá siempre estuvo ahí, antes de que supiéramos quiénes éramos, antes de poner nombre a los latidos del corazón, antes de reivindicarnos, antes de abrir las puertas del almario, bien clarito dejó que lo que se oculta en el armario siempre provoca dolor (sobre todo cuando se trata de uno mismo, de la persona que querrías ser, de la pasión que refrenas, del amor que sepultas). Artista completa, pletórica, efervescente, humilde, cercana, nada en ella era una pose, todo resultaba/era coherente, no catequizaba, no hacía proselitismo, te ponía a bailar, a gozar, a reír, a petardear (dicho con todo el respeto por su arte y con la nostalgia incontenible de tantas noches en el Rick´s en las que redescubrir sus canciones, paladear sus letras, sentirse -y ser- libre), ahí quedaba flotando la idea de no ser más la abandonada (no quiero serlo, no quiero serlo), que en el amor (al igual que se dice del comer y del rascar) todo es empezar, de lo subidita de tono que era Caliente caliente (inevitable decir “eeo”) pero la cantabas con la familia delante y no pasaba nada, naturalidad ante todo. Tu muerte, querida Raffaella, llega en el peor momento, ya ves lo que escribí sobre el día de ayer, me gusta pensar que has querido acompañar a Samuel, que de alguna manera le estás protegiendo, que sigues estando al lado de quienes te necesitamos, nunca nos abandonarás. ¡Grande y brava!


Martes 6:

 

LA VIDA EN GRIS




 

   Había oído/leído cosas estupendas sobre Graeme Macrae Burnet, pero me da la impresión de que se habían quedado cortos, igual que voy a quedarme yo porque es difícil expresar/resumir en palabras lo que uno experimenta leyéndole, más aún cuando lo que lees es su ópera prima y te das de bruces con un escritor de demostrada madurez, alguien que te deja sin aliento, que te remueve y perturba como sólo lo consigue quien escribe con las entrañas y, al mismo tiempo, con un aliento lírico de infinita fineza, manteniéndose como un experimentado funambulista sobre el delgadísimo filo que separa lo confortable de lo terrible, lo cálido de lo monstruoso. La desaparición de Adèle Bedeau, publicada en su idioma original en 2014 y traducida al castellano por Alicia Frieyro en una (como es marca de la casa) exquisita edición de Impedimenta, la editorial que ha dado a conocer (y a disfrutar) a Macrae Burnet en nuestro país, es una novela que excede cualquier intento de clasificación, toma un camino propio, mezcla con acierto tonos e incluso géneros, indudablemente es un noir de una pureza absoluta y deslumbrante, clásico en hechuras, en formas, en ausencia de estridencias y malabarismos a que tanto se tiende/de que tanto se abusa ahora y que, por más que lo promocionen como tal, tiene poco (o nada) de novela negra.

 

   Estamos ante una novela de intriga contada a ritmo lento, que se va por así decirlo cocinando ante nuestros ojos, centrada en lo cotidiano, en las vidas rutinarias y anodinas de unos cuantos personajes, una historia que transcurre en unos escenarios y unas almas que muy bien hubiesen podido alimentar la pluma de Simenon, que pellizcan en el ánimo del lector al modo en que el gran autor belga sabía hacerlo, pero el escocés plantea un juego que va más allá de aquellos a que se enfrentaba el comisario Maigret, puesto que el lector sabe lo que ha sucedido o, al menos, lo que no ha sucedido. En este territorio pantanoso y ambiguo donde un hombre acepta ser el sospechoso de un posible crimen es donde Graeme Macrae Burnet hace crecer y estallar la novela, introduciéndonos en el magma de una psicología atormentada, culpabilizada, que se enfanga a conciencia para parecer el perfecto culpable, una realidad que él mismo distorsiona y que nos hace evocar algunas de las páginas más brillantes de la maestra de lo equívoco: Patricia Highsmith. Al igual que esta, Macrae Burnet jamás hace trampas, no es un trilero sino un prestidigitador, mueve sus cartas frente a nuestros ojos pero no le vemos el truco porque, en realidad, no existe, hace magia de una manera muy limpia con una prosa muy medida donde las sombras se van haciendo más alargada, donde la grisura lo invade todo, donde lo ominoso se nos mete dentro, donde sólo se puede sentir lástima ante lo más patético, incluso ante los criminales.


Miércoles 7:

 

¿QUÉ PARTIDO ESTÁN VIENDO?

 

   Me importa poco o nada el fútbol, pero durante el paseo con Fosco veo a mucha gente reunida en bares, también en algunas terrazas en las que han instalado un televisor, porque la selección española de fútbol se juega el pase a la final de la Eurocopa frente a la italiana. Vivimos en un interior por lo que, gracias sean dadas, evitamos prácticamente todo el bullicio de las calles, pero por el patio de la finca llegan algunas voces entusiastas, consulto en internet el resultado y parece que todo se decidirá en los penaltis. De pronto, el estallido, los clientes del restaurante de abajo parecen en éxtasis, al poco un nuevo aplauso, más gritos, cojo el móvil para comprobar el resultado y en ese momento aún chillan más, con estupor compruebo que la cosa es favorable a Italia, justo entonces se lanza el penalti decisivo, el que deja a España fuera de la final, los vítores son de no creerse, caigo en la cuenta de que se trata de un restaurante italiano y que la decoración, a la vista de todo esto intuyo que la clientela, dejaba muy claro a quién se apoyaba, de ahí que los aplausos no coincidiesen con los aciertos españoles.

miércoles, 21 de julio de 2021

LO QUE FUE, LO QUE ES Y LO QUE SERÁ (OJALÁ)

 

Sábado 26:

 

LECTURAS DE AYER, LECTURAS DE HOY

 

   Empecé a leer a Alberto Vázquez-Figueroa, como a otros y a otras, por sugerencia/indicación de mi añorada Nati, Natividad Gutiérrez Val, a quien conocí cuando cursaba el tercer curso de BUP, aquella que no fue profesora mía en las aulas pero sí en tantos aspectos de la vida, fundamentalmente en los librescos; gracias a ella conocí a Isabel Allende, Alejo Carpentier, Mary Higgins Clark, Los 80 son nuestros en su origen como novela, títulos de lo más variado, sin etiquetas ni prejuicios, también llegué a Juan Rulfo siguiendo sus indicaciones, por eso he querido arrancar el programa con las primeras palabras de Pedro Páramo, como homenaje y agradecimiento, y porque frente a mí se ha sentado él, el autor español que ha batido tantos récords (algunos aún los ostenta, por más que haya quien, con todo conocimiento, pretenda ignorarlos y atribuírselos a otros), con una producción que supera el centenar de obras, el creador de Manaos, Tuareg, El perro, Océano o la serie Cienfuegos, personaje al que ha recuperado en Memorias de Cienfuegos, editado no hace mucho por Kolima, sello que está recuperando su extensísima producción con unas ediciones atractivísimas y actuales, demostrando que esas novelas aún tienen vigencia, cautivan tanto o más que entonces, dejando muy claro que aún nos queda por/que disfrutar en lo que a Vázquez-Figueroa se refiere: https://www.youtube.com/watch?v=S-qFL5hvWME&list=PLB3-fnCkxDciwVuzEPUxPDXlLB94uUAzE&index=4.


Domingo 27:

 

LECTURAS SIEMPRE VIVAS

 

   Si siempre me han conquistado/entusiasmado las librerías de lance, si me han parecido/parecen paraísos soñados hechos realidad, lugares rebosantes de magia en los que adentrarse sin brújula (o con ella, depende) y dejarse sorprender por lo que se encuentra, por lo que aparece, por que cae en tus manos, por ese libro que te esperaba, por aquel otro que (como me sucedió hace unos meses con Adiós, Volodia de Simone Signoret) llevabas años persiguiendo y llega/vuelve a ti el día que no preguntaste por él, si este tipo de librerías (cualquiera en realidad) es mi hogar, ahora que mi adorada Estíbaliz ha abierto una estoy pletórico. Se trata de Re-Read Madrid Atocha, en el número 15 del Paseo de la Infanta Isabel, todos los libros que se exhiben (casi nuevos) cuestan 3 euros (un precio casi imposible), pero es que si te llevas dos sólo pagas 5 y si reúnes (lo que no es demasiado complicado) cinco la suma total de la factura será de 10 euros. Todos aquellos que, ¡ay, dolor!, se dedican a expurgar y deshacerse de bibliotecas de sus mayores o de libros que, ¡ay, bendito!, les estorban o, simplemente, no quieren/no les gustaron, no tienen excusa (no la tenían antes) para abandonarlos en los contenedores de papel (o ni eso), denles nueva vida, no los arrojen a la calle, aquí se les encuentra un nuevo hogar, tráiganlos, serán bienvenidos (libros y lectores).


Lunes 28:

 

NO TODO ESTÁ ESCRITO




 

   Por más que sea un incondicional del género negro/detectivesco/policial en cualquiera de sus posibilidades/apellidos (siempre que no se promocione como lo que no es, engaños publicitarios al margen), comprendo y a veces comparto (en gran medida por lo señalado en el paréntesis anterior) el hartazgo que muchos pueden sentir, y de hecho a veces expresan en redes, ya que diríase que sólo se publican novelas que pueden ser presentadas con esa etiqueta, colocarse bajo ese paraguas, aprovecharse del talento/éxito ajeno para ofrecer tristes remedos (o ni eso) de títulos imbatibles que, además (ojo al dato), siguen proporcionado el mismo o mayor placer en la relectura, no importa que conozcamos de antemano las sorpresas. Por eso es tan gratificante cuando una novela como Donde haya tinieblas, publicada recientemente por Planeta, siguiendo unos parámetros clásicos, oliendo a las mejores esencias del género, aporta algo, va más allá, no se queda en lo arquetípico, demuestra ingenio, inyecta nueva vida sin alardear de ello, simplemente (como si lo fuera) trabajando con mimo cada pieza para que la maquinaria funcione al milímetro, sin engañar al lector, sin darle gato por liebre.

 

   Manuel Ríos San Martín, guionista de larguísimo recorrido y más que demostrada solvencia, da un paso de gigante como narrador con esta obra de enorme solidez, con esta propuesta que sorprende desde la primera línea, con el hallazgo de una voz muy particular que le da identidad propia, la del inspector Martínez, que es quien cuenta la historia según se va desarrollando (otro de los múltiples aciertos de la novela: se vive en tiempo real), un personaje impactante por su verismo, por su mordacidad, porque provoca muchas carcajadas con su retranca, porque resulta imposible no sentir simpatía por él a pesar de que a veces es un cincuentón ciertamente anticuado (o sea, lo que uno procura no ser). Compartiendo protagonista, la inspectora Pieldelobo, también creación magistral desde su apellido, un espléndido contrapunto que va más allá de lo que suele ser habitual en tanta escritura de urgencia/encargo/fórmula como abunda por estos (y otros) pagos, una pareja de investigadores que dota a la novela de una atmósfera de cercanía y naturalidad en la que el lector se adentra sin darse mucha cuenta de ello porque, en cuanto pasan unas páginas, ya está dentro y quiere permanecer ahí. Manejando/dosificando perfectamente la iconografía religiosa para que se comprenda todo sin necesidad de consultar enciclopedias (si uno lo hace es por gusto, por ampliar conocimientos, no para intentar entender una novela que se explica perfecta y totalmente), que no pretende epatar/escandalizar, que integra los diferentes elementos sin fisuras ni calzadores, el autor maneja con absoluta maestría el ritmo, el tempo (ahí es donde deja ver su faceta de guionista experimentado -y exitoso, todo hay que decirlo-), consigue que cada página importe/interese, entrega una novela policial de alto voltaje que nos deja con ganas de más (de) Manuel Ríos San Martín (y lo habrá próximamente en el programa de televisión, en el hermano pequeño de este blog).


Martes 29:

 

A VECES, SE IMPONE EL REPROCHE

 

   A pesar de no ser una de sus canciones más famosas (de hecho, pertenece a un trabajo de 1987 cuando su estrella, la que antes era sólo luz, empezaba a declinar), tarareo a menudo Pero ellos no son de mi tan admirada Mari Trini, especialmente el momento en que se pregunta “¿Para qué hacer reproches si nosotros fuimos igual?”. Está hablando de los jóvenes, de los que lo pasan fatal en el tránsito de niños a adultos (“eso no es nada anormal, es una prueba más que ganar”), esos cuya “sangre hierve como ruge el volcán”, esos a los que admira y disculpa porque “no es nada especial: acuérdate de tu pubertad”. Y, sí, Mari Trini, no te faltaba razón, la sigues teniendo en gran medida, pero a veces, ahora mismo con lo sucedido en Mallorca, no se puede aflojar la mano, menos aún ante la dizque defensa (yo la llamaría con más propiedad “complicidad”) de algunos padres o de esos abogados de pleitos pobres que abundan en las redes, esos que optan por el ataque frontal, esos que nos inquieren sobre nuestros viajes de fin de curso. No niego lo que bebimos, lo que no dormimos, lo que se intentó (y alguno consiguió) follar, lo que se fumó, esto y aquello, para nada (hablo del que hicimos en 1987, precisamente Nati fui una de las profesoras del instituto que nos acompañó), pero también visitamos el Parque Güell, la Sagrada Familia, el Museo Dalí en Figueras, no todo se nos fue en lo que algunos pretenden que normalicemos (hubo una noche en que se nos fue la mano y Juan, el profesor de Gimnasia, nos perseguía por los pasillos del hotel para, literalmente, encerrarnos en nuestras habitaciones, y asumimos el castigo por más que intentamos sortearlo, que nos escondimos en mil y un recovecos, o sea, sé de lo que hablo, no me vengan ahora con sandeces ni con traumas de medio pelo de niñatos descerebrados -sí, es lo que toca ser, pero todo tiene un límite, más cuando seguimos sufriendo los embates de una pandemia-).


Miércoles 30:

 

¿POR QUÉ PERDER LAS BUENAS MANERAS?

 

   Como contrapartida a esta anarquía sin sentido que algunos pretenden disfrazar de derecho a la libertad, como baluarte de la educación que antes se aprendía (digan lo que digan quienes no estaban allí) de manera natural y sin apenas imposiciones (es inevitable que los niños no quieran obedecer ni plegarse a lo que los padres/educadores les indican), paso por un quiosco del barrio, lo encuentro cerrado aunque es hora de actividad, veo que hay una nota manuscrita en la que puede leerse “Me voy a las 12.15. Me siento mal. Perdonen las molestias” y estoy tentando de pararme y aplaudir el gesto. ¿Qué hay que perdonarle a este buen hombre? Ojalá se recupere pronto.


Jueves 1:

 

PAUTA COMPLETA

 

   Poco hay que añadir en realidad a la entrada de hoy, ya lo dice el título, por fin me han puesto la segunda dosis de la vacuna y me da igual si voy tener los mismos dolores en el brazo que con la primera, si la cosa será peor, si me subirá la fiebre, si esto o aquello, esas molestias pasarán (y se perdonan con sumo gusto, al menos yo) y lo fundamental es coadyuvar a lograr la tan necesaria (y por desgracia parece que aún lejana) inmunidad de rebaño.


Viernes 2:

 

CUANDO NO ES PARA TANTO

 

   Hay en el barrio una taquería que, sea el día que sea, haga el tiempo que haga, siempre tiene una cola quilométrica que invade la estrecha acera de una de las calles en las que hace esquina, es un establecimiento pequeño que respeta lo justo lo de la distancia social y el aforo, pero que consiente se apelotone más gente de la debida/deseable en el exterior (algo que ya sucedía antes de la pandemia), pueden ser los mejores tacos de la ciudad (algo que no pongo en duda), pero jamás lo comprobaré, no si hay que esperar tanto tiempo y, además, comerlos de pie o por la calle (esto último no lo critico, pero no va conmigo, otra cosa es cómo la gente deja caer al suelo salsas, trozos de carne, siembra su rastro sin importarle una higa la limpieza, la salud, el simple pasear de los demás). Pero hoy una señora me vengó cuando caminaba delante de mí, sorteando como yo a tanta chavalería allí parada, hasta que preguntó a uno de ellos: “Oye, ¿qué pasa aquí, qué venden?” y cuando él le dijo que se trataba de una taquería replicó con infinito desprecio “¡Ah, sólo es una taquería!” y continuó su camino tan digna. ¡Brava!

jueves, 15 de julio de 2021

LA VIDA, A VECES LUZ Y A VECES SOMBRA

 

Lunes 21:

 

ERRANTES Y ERRADOS

 

   Soy torpe de natural, desmañado, aquello que llamábamos en el colegio “trabajos manuales” (nada que ver con los que practicábamos con fruición, ya que nos ponemos a rememorar, jajaja) y con el tiempo se transformó en “pretecnología” (por no llamarlo “prehistoria”, hoy estoy con el graciosete encendido), tanto eso como el dibujo y la gimnasia fueron mis asignaturas temidas, las que más me costaban, con las que peor lo pasaba, mis calificaciones más bajas. Por eso no me extraña chocarme, toparme, herirme, golpearme (la mayoría de las veces sin consecuencias más allá del impacto), que se me caiga todo lo que intento agarrar, hacer un Viyuela sin la gracia y la pericia acrobáticas del fantástico actor, pero el caso es que, de un tiempo a esta parte, no se trata de mí sino de los demás, de esa gente que va por la calle sin rumbo fijo, sin caminar por la derecha (algunos por ignorancia, la mayoría por avasallar), que frenan en seco en las esquinas, en las intersecciones, en aceras estrechas (e incluso en las anchas), frente a un escaparate, para leer un letrero o contemplando un edificio o una obra, simplemente porque se detienen, como si acabasen de aterrizar ahí, impidiendo el paso, sin ceder ni un milímetro, estorbando en ocasiones con toda alevosía, muros humanos imposibles de sortear/rebasar. Y lo mismo sirve para el supermercado, da igual a cuál me refiera, nadie conoce/respeta unas normas mínimas de urbanidad, con lo fácil y cómodo que sería incluso para ellos, pero para qué nos vamos a preocupar del resto, y no es algo tributario de jóvenes que, al modo de las de Tomates verdes fritos, se mueven con rapidez (en parte, ojalá fuese así), gente errante y errada la hay de todas las edades, cada vez más. Y es lo que le faltaba al anacoreta que soy para desarrollar un poco más mi particular agorafobia, para volver a envidiar a Nero Wolfe, para no querer salir de casa; sólo echo de menos el cine, el teatro, alguna cena con amigos, me sigue gustando ir a las tiendas, compro poco o nada por Internet, pero si las calles siguen invadidas por tanto errabundo que se transforma en un don Tancredo sin previo aviso ni encender las luces voy a evitarlas todo lo posible.


Martes 22:

 

HAY VARIOS STEPHEN KINGS




 

   Sí, solemos hablar de él como si sólo escribiese historias de un tipo/género (por más que sean las que mayor fama le han proporcionado), da igual que seamos conscientes de que (hablando en términos generales, por más que haya vasos comunicantes entre algunas, que le guste relacionar de manera más o menos sutil unos títulos con otros) poco o nada tiene que Misery con el ciclo de La torre oscura o El juego de Gerald con 22/11/63, presentamos a Stephen King (el querido tío Esteban, con permiso de Spielberg) como “el maestro del terror” y ya lo damos todo por sentado, incluso consentimos que haya quien, precisamente por eso, no se acerque a la parte de su ingente y en constante aumento producción que no responde a los cánones/temores de lo que se imagina/desea/rechaza bajo esa etiqueta reduccionista (como lo son la mayoría). Porque hay muchas formas de hacer sentir miedo, cada uno se asusta de una cosa o de varias (por más que haya digamos elementos que a casi todos inquietan -como poco-), nunca se sabe qué o quién nos puede horrorizar, pocos como King manejan con habilidad y conocimiento los distintos códigos y tonos, las múltiples virulencias e intensidades de un género que ha hecho evolucionar, cuyos (aparentes) límites ha trascendido, el territorio en que se siente muy cómodo (pero no el único) y donde nos encanta encontrárnoslo.

 

   Mientras con cada capítulo de La historia de Lisey va aumentando la decepción porque los guiones no están a la altura de su autor (y, para colmo, la alambicada, recargada y dizque creativa dirección de Pablo Larraín), cruzando los dedos para que la cosa no vaya a peor en el tramo final (ya que estamos, la terminaremos aunque sea entre bostezos), la lectura de Después, publicado recientemente en España por Plaza y Janés con traducción de José Óscar Hernández Sendín y Ana Isabel Sánchez Díez, supone un pequeño oasis, el reencuentro con algunas de las esencias de Stephen King, con varios de los motivos por los que empezamos a leerle, por los que continuamos haciéndolo. De nuevo, la infancia/adolescencia como eje, la remembranza de esos años capitales para cualquiera (sin los tintes nostálgicos de otros textos suyos), un chaval con capacidades especiales (con todo eso puede significar según a qué novela nos refiramos), como Carrie, como Danny Torrance, como Charlie McGee, como John Coffey (este no es un niño, pero a ratos lo parece); una vez más, lo fantasmagórico, lo terrorífico, lo tenebroso convive se inserta/forma parte de lo cotidiano. Como en tantas ocasiones, el mundo editorial, la labor/tarea de escribir, el hecho de la creación literaria influye en la trama de manera significativa, es uno de sus ejes, permite a King algunas ironías/reflexiones, entronca con otra de sus obsesiones, con uno de sus temas recurrentes, es otra de las facetas de su universo (y no la menos baladí, precisamente).

 

   Obra si se quiere menor (dicho sin desprecio), en el sentido de su falta de pretensiones, en que se rastrea con facilidad el oficio del autor, el esquema que repite, los recursos que reutiliza, en el número reducido de páginas (es  el tramo largo donde más suele desbarrar -no siempre puede salirte It-), Después sale más que airosa de la inevitable comparación con las cumbres de King, no cae en lo excesivo como truco efectista, atrapa y arrastra al modo en que lo lograron aquellos primeros títulos que uno leyó hace ya muchos años, devuelve y renueva la fe y el gusto por un narrador de enorme solidez, por un autor al que se reconoce (en todos los sentidos), es como volver atrás en el tiempo porque se le nota en plena forma, se le disfruta como entonces, en esta ocasión no defrauda, es el tío Esteban que mola.


Miércoles 23:

 

LO FAMILIAR Y CERCANO

 

   Aunque, por desgracia, no sea una sorpresa, la noticia de la muerte de Mila Ximénez provoca un escalofrío, entristece, abre un nuevo agujero en el corazón, no es algo exagerado, no en vano se había convertido en una presencia cotidiana, en alguien que siempre estaba ahí, de quien se podía discrepar pero que ha regalado carcajadas, buenos momentos, una personalidad que trascendía la pantalla. Por más que en ocasiones se la merendase el personaje que encarnaba (o le escribían), muy pronto reaparecía la Mila auténtica, mordaz, de réplica rápida e ingeniosa, la que explicaba que el mortero era “el culo” con un tono, una intención y un saber decir que nunca dejaba indiferente, al revés, se deseaba que lo repitiese. ¡Y la de cosas que podría haber contado y optó por callar, de eso se han librado algunos! ¡Gracias, Mila!


Jueves 24:

 

LA LIBERTAD, EN DIAGONAL




 

   Lo de El viento que sopla salvaje, novela de Pilar Pascual Echalecu que ha publicado no hace mucho Espasa, tanto en lo meramente formal como en las emociones que provoca en el lector, es difícil de clasificar, ahí radica su máximo acierto, su mayor encanto, su grandeza, le cuento que me parece caleidoscópica y le parece una estupenda definición. Por el espectacular arranque diríase que estamos ante un título de género negro/de misterio, y lo es, pero no sólo eso y no por responder a los cánones más rígidos del mismo (en ese sentido, toma en parte el camino de Patricia Highsmith, hay mucho que descubrir/desvelar, sobre todo en el alma de los personajes, en los porqués de sus actos). Es también una fabulosa y sutil recreación de una época, de una ciudad, de unas costumbres, las que regían en la Málaga de 1918, y, sobre todo, es el retrato vivaz y vívido de unas gentes, de sus pasiones, de sus secretos, de sus silencios, de sus ambigüedades, es una novela de iniciación, de crecimiento, de evolución, del paso a la edad adulta, de la incomprensión adolescente a la de los otros (y viceversa), es, como digo, múltiple, por eso se lee con continuado asombro, con sorpresa casi permanente, con el disfrute y la satisfacción de haber encontrado una narradora capaz de párrafos como los que siguen:

   -“No conseguiré nunca saber el porqué de los domingos. Todo está en calma, en silencio. Flota una inquietud en el aire, tengo que aceptarlo. Ahí es donde voy después de los días. En el extremo del domingo solo estoy yo.

   No sé por qué los domingos se me hacen pálidos, por qué los espero y después huyo.  No sé, no sabré nunca, por qué se me abren los ojos, la boca y las manos siempre en las puntas de la tarde, cuando tengo el ánimo ya nublado, agridulce, entre visillos, y sé que todo es un espejismo, también la vida”.

 

   Fue una auténtica gozada y todo un privilegio participar en el encuentro del Club de Lectura LL, gracias como de habitual a los buenos oficios de mi Pepa Muñoz: https://www.youtube.com/watch?v=HlF-XhNMrZ0&t=46s. Tengo muchas frases, fragmentos completos anotados y conservados en la memoria y en los latidos, pero dejo que cada uno descubra y escoja los suyos, me quedo con un consejo, casi una imposición, una alerta que su madre (¡Menuda creación!) le espeta a la narradora y protagonista: “Si vas contra el mundo de frente, este te aplasta; para ser libre tienes que maniobrar con inteligencia, en diagonal. Aprende esto y no lo olvides”.


Viernes 25:

 

UN MAGNÍFICO BROCHE

 

   Me entero de que la segunda temporada de Special va a ser la última una vez la termino y, aunque sienta cierta pena al constatar que no me reencontraré con personajes que me han calado muy hondo, aplaudo la decisión porque el conjunto les ha quedado muy redondo, se han mantenido en los hallazgos de la primera, han abundado en ellos, los han aumentado, no se han traicionado, la voz de Ryan O´Connell (narrativa, actoral, vital y vitalista) emociona, divierte, invita y denuncia sin necesidad de ser hiriente, basta con exponer, la ironía sutil, medida, elegante, abate más barreras que el encono, el rencor, el drama por más que sea comprensible.

domingo, 11 de julio de 2021

«EL HORROR… EL HORROR…»

 

Miércoles 16:

 

DÍAS EN BLANCO (O NO TANTO)

 

   Podría decirse que mi auténtico diario es el muro de Instagram, no dejo de publicar (eso sí, salvo rarísimas excepciones, no más de un post al día), por ahí van desfilando lecturas, series, películas, actividades, emociones, experiencias, gentes queridas, gentes admiradas (y a veces ambas cosas a la vez); por lo tanto, se diría que es bastante fácil ir completando este diario al que podría considerarse más canónico, a la vieja usanza, bastaría con rehacer/copiar lo que ya escribí, la entrada ya existe, pero el caso es que no me gusta repetirme (bastante redundante soy por naturaleza) y, aunque aborde algunos temas también por aquí, aunque me extienda sobre ellos, me gusta rehacer/ampliar el discurso (incluso matizarlo, variarlo, depende de lo que haya sucedido entre medias), explotar otras facetas, mover el caleidoscopio, descolocar el calendario (soy una contradicción andante, ¿para qué llevar un diario entonces?). El caso es que no me faltan temas (sólo durante los paseos con Fosco voy acumulando material que, si me pusiera a ello, daría para más de una novela -pero como decidí/acepté/asumí que eso no es lo mío, dejémoslo en breves, sueltos, pequeños reportajes, si se quiere ensayos, todo lo que sea periodístico/no ficción-), pero como escribo pasado un tiempo, por más que no dejo de anotar un tema para cada fecha, a veces me sucede que topo en el cuaderno que relleno antes de pasar al teclado con un día en el que no aparece nada que reseñar, no porque no haya sucedido (todo lo contrario), sino porque al no apuntarlo sobre la marcha o en el momento en que lo pensé, después pasé a otros asuntos, a las jornadas posteriores, y ahí quedó el hueco hasta que (como acabo de hacer ahora) me pongo a la tarea y, mezclando dos canciones que adoro, algo de mí va dejando el rastro de mi alma en forma de texto.


Jueves 17:

 

CALLES CON SOMBRAS DE SIGLOS




 

   Se me agolpan los adjetivos, confluyen y se confunden sensaciones diversas, complementarias y contrapuestas, hay tanto que destacar, aplaudir, vibrar y experimentar en las páginas de Soleá, dame la mano, la segunda novela de Alberto Álvarez Campos publicada por Ediciones Alfar, que no sé bien por dónde empezar. Tal vez por el acierto de la fecha de su aparición, el pasado mes de marzo, cuando aún no había llegado la fecha en que arranca la narración, Madrugá de 2021, la segunda consecutiva en que no hubo procesiones por las calles de Sevilla; eso incorpora/exacerba un elemento sobrenatural, inquietante, ominoso a una escritura muy realista, a una descripción detallada y emocionada de la tradición, el fervor, la fe, la cultura que durante esas horas (durante toda la Semana Santa, pero en esa noche de Jueves a Viernes Santo se multiplican hasta lo infinito -y lo digo porque fui testigo de ello hace muchos años y jamás lo olvidaré-) recorren la ciudad, la inundan, la transforman, la embellecen, una realidad que el autor recoge con exquisita plasticidad tanto en lo religioso y en lo artístico como en lo social y en lo íntimo, un único latido en miles y miles de corazones, una atmósfera indudablemente mágica (dicho con todo el respeto del mundo, en el sentido en que se señala en la segunda acepción del DLE) que se hermana con lo más hondo de la espiritualidad de cada uno, sin dogmas, sin imposiciones, sin poder (ni querer) resistirse.

 

   Destaco ese aspecto porque cuando la novela estaba llegando a las librerías ya era un hecho que no habría Madrugá, por lo que, de ese modo, Soleá, dame la mano adquirió unos tintes ucrónicos que contribuyen sobremanera a que el lector, desde el principio, se sienta inmerso/atrapado en lo alucinatorio e inexplicable, en el ataque colectivo de pánico que asoló la celebración en la misma fecha del año 2000, en ese temblor que aún permanece, en esa resquebrajadura que no se ha cerrado del todo, en ese estremecimiento del que parte el autor para trenzar su historia, para abrir tres líneas temporales que se disparan hacia su inevitable confluencia como vehículos descontrolados e irrefrenables. La novela bebe con avidez, eficacia y pertinencia de diversos géneros, los reescribe, aporta una voz muy personal y un plausible conocimiento de los recursos literarios tanto en el manejo de la estructura como en el desarrollo de la acción y, especialmente, en el dibujo de los personajes, en los abismos a que nos hace descender, en las fibras que toca, en las almas que retrata, en no renunciar a las emociones, en ponerlas en el foco y convertirlas en el motor, en el auténtico misterio, en lo que hay que desentrañar, destacando a mi juicio un personaje que estremece, absolutamente desolador, castigado con saña por un azar/destino (cada uno que escoja lo que prefiera) cruel, un personaje que hace pensar en lo que escribiera Miguel Hernández tras la muerte de su amigo Ramón Sijé, alguien que agrupa tanto dolor en su costado que le duele hasta el aliento (y al lector con él).

 

   Y, por supuesto, Sevilla, escenario tratado como un personaje más, influyendo en quienes la habitan/transitan, afectando (en el sentido de, como dice el diccionario, producir alteración o mudanza) a propios y extraños (que, tal vez, lo sean mucho menos de lo que creen -dicho con toda la intención-), una ciudad en la que lo pensado imposible puede ocurrir, una ciudad a la que Alberto Álvarez Campos nos transporta con la fuerza de su prosa, con la poesía interiorizada, vivida y vívida, con la fuerza de los cantes que nacen del alma de las gentes, de los siglos acumulados en las piedras, en las imágenes, en lo cotidiano, de eso intangible que, sin embargo, parece materializarse en los lugares que rebosan Historia.  


Viernes 18:

 

¿CONVERSACIONES PRIVADAS?

 

   Como, de natural, hablo a un volumen bastante alto, incluso excesivo, como procuro moderarme todo lo posible para no llamar (sin quererlo) la atención, como, para colmo, mi madre me obliga a soltar auténticos berridos (no sólo por su sordera, sino por su vicio de no escuchar, de no dejar hablar, de responder por uno), soy cada vez más susceptible a quienes van hablando a voz en grito por el móvil, no digamos en el transporte público, no digamos si les da por poner el altavoz e incluso hacer una videollamada. Más allá de la malísima/nula educación que demuestran, me pregunto dónde queda el pudor, y no lo digo en el sentido más literal sino porque son muchos los que comparten con todo el vagón/autobús intimidades que deberían seguir siéndolo; además, como suelo ir leyendo, me descentran, me invaden, no negaré que alguna vez me dejan intrigado, ya te hacen partícipe de la historia que la terminen, que calculen las paradas como hacen los músicos ambulantes, que no se bajen antes que tú (o después) justo en lo más interesante.


Sábado 19:

 

MÁS DE LA STROUT

 

   Si le bastó un título, Olive Kitteridge, para convertirse en una autora a la que seguir y venerar, la reciente publicación de Luz de febrero en la que recupera a este personaje (y sobre la que escribí no hace mucho), más la lectura de Me llamo Lucy Barton, han elevado a Elizabeth Strout a lo más alto de mis preferencias, también de las de Pablo, de ahí que le dedicásemos gran parte de un programa en televisión: https://www.youtube.com/watch?v=x8XJj6iJSZY&list=PLB3-fnCkxDciwVuzEPUxPDXlLB94uUAzE&index=3.  


Domingo 20:

 

NUNCA A SALVO

 

   Sigo pensando en lo que retrata Soleá, dame la mano, el terror puede aparecer en cualquier lugar, de hecho alcanza su mayor paroxismo cuando invade la esfera de lo íntimo, de lo cotidiano, de lo que consideramos seguro y/o a salvo de su influencia, por eso nada ha podido ser igual después de aquella Madrugá del 2000, porque la fragilidad del ser humano volvió a quedar al descubierto, porque encontrar una explicación/justificación no siempre es fácil (o posible), porque encontrarla puede ser más desasosegante aún. El caso es que, por unos segundos, Pablo y yo nos hemos sentido en una de Stephen King yendo en el metro, luego todo ha quedado en unas risas, incluso de la en un principio víctima (soltó un par de carcajadas, la primera un poco nerviosa, de esas que exorcizan cualquier demonio), una joven de yo diría poco más de veinte años (si acaso) que iba tan tranquila (ni voceando por el móvil ni molestando a nadie) apoyada en una puerta de las que dan acceso a la cabecera del vagón cuando, de pronto, se abrió como si la hubiera atravesado un vendaval, sin tiempo para reaccionar/percatarse, vamos, que despareció ante nuestros ojos durante un par de segundos hasta que pudo recomponerse, recuperar la verticalidad, volver a su sitio y cerrar la puerta con un golpe sonoro que la dejó bien encajada (al menos durante el resto de nuestro trayecto). Después, como digo, llegaron las risas, pero el sobresalto de los que estábamos cerca no nos lo quita nadie (y yo, envenenado de ficción, me fui al tío Esteban -el King-, también porque estoy leyendo algo suyo, ya escribiré sobre ello).

sábado, 3 de julio de 2021

REACCIONES Y REACCIONARIOS

 

Viernes 11:

 

«…A PASAR, COMO ENTONCES, POR LA PLAZA DE ORIENTE»

 

   Por más que lo hago a diario, dos veces en cada jornada, es el recorrido habitual de lo que llamo “el paseo largo” de Fosco, no puedo evitar cierta emoción cuando llego a la Plaza de Oriente, desde siempre ha obrado en mí una transformación, me provoca un estremecimiento, me transporto, me dejo llevar por los ecos de la Historia y, por supuesto, por la melodía de Almudena, una de las grandes creaciones de doña Concha Piquer. Aunque ya digo que la fascinación viene de lejos, no me duelen prendas en afirmar que desde la remodelación finalizada en 1996 (al César lo que es el César), sin entrar en otras polémicas o en la figura de quien era alcalde en aquellos momentos (y en tantos más), aún la gozo más, que ahora imagino mucho mejor (prácticamente la veo, aparece ante mí) a aquella muchacha que vendía violetas una tarde de mayo y se encontraba unos ojos que le daban la vida y le daban la muerte, no es necesario poner el oído con detenimiento, aplicarse demasiado, en seguida vuelve a resonar “el romance que cantaban los niños en redor de la fuente”, el mismo que Almudena, la protagonista de la copla (de ahí su título), desoye al quedar obnubilada por ese duque al que los pequeños que juegan han visto “con el rey ir y venir, con su traje, su sombrero y su capa carmesí” (el modo en que el estribillo incorpora la popular e infantil Arroyo claro a este canto de advertencia –“él es duque y tú, una pobre violetera de Madrid”- es prodigio sólo al alcance de talentos tan inconmensurables como los de Rafael de León y el maestro Manuel Quiroga). En cuestión de segundos, vuelvo a ser aquel chaval que disfrutaba aprendiendo/conociendo como si fuese una aventura, por placer, visitando lugares, viendo Érase una vez el hombre…, leyendo sin tregua, sin imposiciones, sin exámenes, libremente, así daba gusto y no pesaba, así no era ninguna molestia, no lo sentía como un deber, como una imposición, en clase se trataba de memorizar fechas, batallas, nombres, sin ir más allá, eliminando lo divertido, lo apasionante, lo que no cuesta esfuerzo retener, lo que se hace propio. Y hoy, ocurre a menudo, topo con un grupo de chavales con uniforme escolar que, armados de cuadernos, bolígrafos y hojas fotocopiadas con, supongo, las cuestiones a resolver, recorren la plaza buscando tal o cual estatua, preguntando a los transeúntes aquello que se ven incapaces de responder por sí mismos (qué representan las tres banderas que ondean en la fachada del Teatro Real), evoco el nerviosismo y la alegría incontenibles que nos invadían cuando el colegio nos llevaba de excursión cultural, daba igual que hubiese que hacer un trabajo sobre el terreno o a posteriori, eran horas de libertad, así regresan a mi ánimo tantas mañanas de fin de semana en que iba con mi hermana y alguna de sus amigas a visitar museos o exposiciones, también esas otras en que mi madre nos apuntaba a alguno de los tours que organizaba la Junta Municipal de Chamberí en la que ella trabajaba, así fuimos a Segovia, a Toledo, a otras poblaciones más o menos cercanas, a El Escorial, al Museo Sorolla, al propio Palacio Real, ahora que algunos han decretado que lo de la nostalgia como que no (salvo cómo, cuándo y en el sentido en que ellos decidan), yo, que ando instalado en ella, en la evocación, en el permanente recuerdo de mis gentes, de lo que fui, de lo hice, de cómo llegué hasta aquí, yo, que nunca dejo de hacer memoria y mantenerla viva/activa, la revindico más que nunca.


Sábado 12:

 

LO DEL PARECIDO Y LA REALIDAD

 

   Adriano Moreno no esconde que su primera y muy divertida novela, Si me dijeras que sí, publicada por Suma de Letras, tiene tintes autobiográficos, se ha permitido guiños a sí mismo, a sus amigos, a lo que él vivió en su primer año en la Universidad Complutense en la Facultad de Ciencias de la Información, la suya y la mía. Pero, partiendo de lo vivido, como tantos escritores, ha fabulado/imaginado, ha alterado cosas, ha añadido, habla del curso 2017-18, él ya no estudiaba entonces, pero hay circunstancias, sensaciones, sentimientos, experiencias que son de cualquier momento, la prueba es que yo me sentido concernido, apelado, casi retratado, y eso que llegué a ese edificio conocido como “el búnker” en 1988. Adriano ha conseguido trenzar una historia que va más allá de lo particular, que rompe barreras generaciones, que es de su tiempo pero habla de los que estuvimos antes y, en gran medida, de los que llegarán después, una novela sobre el primer amor, complejo en sí mismo, siempre sublimado por canciones, películas y mitos, es importante y definitorio para el narrador principal sus deseos/miedos por salir o no del armario, por vivir su sexualidad sin complejos ni mentiras, sin ser señalado por ello, pero el autor va más allá de lo meramente reivindicativo, construye un relato plenamente emocional en cuyos latidos lo de menos es quién ama o deja de amar a quién, lo que interesa e implica va más allá de las etiquetas, esas que en el fondo tanto necesitamos (o eso creemos: siempre somos niños aprendiendo a andar). Novela, vuelvo a incidir en ello, a ratos tronchante que aborda asuntos complejos y dolorosos con infinita naturalidad, esa es otra de sus virtudes, tal vez la máxima. ¡Qué gustazo haber podido conversar con él en el programa! https://www.youtube.com/watch?v=ma8z2MJglk&list=PB3-fnCkxDciwVuzEPUxPDXlLB94uUAzE&index=5.

 

Domingo 13:

 

LA CICATRIZ QUE TE ACOMPAÑA HASTA LA MUERTE




 

   Y embebido en la memoria, en la añoranza de aquel tiempo en que todo parecía fácil en que tan protegido y cómodo me sentía en casa, en que las noches frente al televisor eran mágicas, por más que el niño que fui no lo apreciase del todo, no lo valorase lo suficiente, se lo tomara todo a la tremenda, se enfurruñase a la mínima, fuera tan injusto, aparece una novela impactante, realista hasta el tuétano, que habla de ti aunque no hubieses nacido en la época en que transcurre, aunque tu cotidianidad fuese otra, una novela que te arrasa, te traspasa, te traslada, te hace caer en la cuenta y, si ya lo habías hecho, escarba en la herida porque, aunque lo reconozcas, tampoco es que hagas mucho por cambiar (o, como suele suceder, ya es tarde para eso, lo que aún escuece más), una novela que te lo dice a la cara y desde el título: Los ingratos. Esos somos todos nosotros (sálvese quien pueda), los desagradecidos que hemos dado por hechos y merecidos a nuestros mayores, a aquellos que fueron guía, soporte, luz, ejemplo, cobijo, amor incondicional, esos a los que homenajea/recupera Pedro Simón en la sublime obra que le ha valido el Premio Primavera de Novela 2021 y que, por supuesto, como viene ocurriendo desde hace 25 años, ha publicado Espasa.

 

   Sin melodramatismo, sin sublimación, con el tono y las palabras precisas, demostrando su grandeza de oficio periodístico (al que ha regalado tantas páginas brillantes), su enorme capacidad para transmitir hasta la médula, el alma y/o las entrañas adjetivando lo justo, dando un salto de proporciones descomunales como escritor de emociones (sea dicho con el sentido más literario posible, que es lo que aquí importa y destaca), dominando con maestría el interlineado, lo que no hace falta contar, lo que basta con que se insinúe o asome para que cale (por no decir horade) en el lector, Pedro Simón ha logrado una novela que se respira y transpira, que hace vibrar, que despereza emocionalmente, que hay que aplaudir y agradecer porque no podemos olvidar a nuestra(s) Emérita(s), todos tuvimos una (o varias), yo tengo la fortuna de tenerla aún muy cerca aunque su cabeza, su personalidad, su realidad ya no sea la de la tía Carmen que siempre tengo presente y llevo en el corazón (y aunque así es, no dejo de reprocharme todo lo que no he estado junto a ella, lo que no le expliqué, lo que no le conté, lo que no le agradecí cuándo y cómo debía). ¡Bendita cicatriz la de la infancia, como acertadamente señala Pedro Simón! Le recibiremos en breve en el programa y será el momento de regresar entonces a Los ingratos, una novela de la que no quiero/pienso despegarme, que ya guardo en mi almario, que no voy a olvidar, sería ser, una vez más, un ingrato.

 

Lunes 14:

 

CUANDO LO BREVE SE HACE LARGO

 

   El clásico es el clásico, da igual que no le hayamos leído o no se le relea/reedite lo suficiente, es decir, no voy ahora a enmendar la plana a Baltasar Gracián, pero lo cierto es que hay muchas frases que repetimos en plan sentencia inapelable que, sin restarles méritos, pueden ser matizadas, cuestionadas, contradichas, no servir para todo y en todo momento. Para empezar, procuro evitar (por no decir desterrar) los adjetivos “bueno” y “malo” en aquello que escribo, sobre todo a la hora de ejercer la crítica, de hacer una valoración, incluso de expresar una opinión muy particular, porque no describen nada, porque aprendí en la facultad a tenerlos lejos y a buen recaudo, porque nadie decreta qué es una cosa y qué la contraria en lo que al arte (que es lo suele ocuparnos en este ángulo oscuro del salón) se refiere). Más allá de esto, lo de “lo bueno si breve, dos veces bueno”, como prácticamente todo (por no ser categórico), depende de a qué nos refiramos, hay películas de duración estándar que parecen prolongarse por horas y otras que uno se bebe sin ser consciente del tiempo, lo mismo puede aplicarse a obras de teatro, a cualquier espectáculo, hay novelas que no llegan a las 200 páginas y que se hacen bola intragable y otras que superan las 1.000 y ni te enteras. Esa sensación es la que he vivido con Insecure, la serie creada e interpretada por Issa Rae, simpática y con momentos hilarantes/memorables, compuesta hasta el momento por cuatro temporadas de ocho capítulos de en torno a treinta minutos, salvo la última que tiene diez, vaya usted a saber por qué, es decir, a pesar de su brevedad, llega un punto en que se estanca, en que la cosa no avanza, tal vez con excepción de la primera, a todas las temporadas les sobra algo, capítulos enteros, dan vueltas a lo mismo, pensaba que precisamente se trataba de evitar eso. El caso es que, debo decir, estoy esperando la nueva tanda de episodios, en parte para ver si recupera fuelle, si vuelve a encarrilar el rumbo, si se olvida del personaje de Yvonne Orji, que al margen de haberse vuelto terriblemente antipático (o de haber perdido la gracia de serlo) se ha convertido en un lastre muy pesado (y que, personalmente, no me aporta nada). Eso sí, visto lo visto, con ocho capítulos será más que suficiente, gracias.

 

Martes 15:

 

MI NOSTALGIA LA GESTIONO YO




 

   Como, aunque voy tomando notas a diario, tardo un tiempo en pasar a limpio/ampliar/redactar definitivamente las entradas del diario, a veces me salto la cronología, es decir, hablo de algo que aún no ha pasado y, así, no estoy seguro de si en este martes puedo mencionar algo que, en puridad, sucederá dentro de unos días, lo cierto es que no estoy seguro, pero da igual, al fin y al cabo es algo personal, a quién le importa. Ahora resulta que ser nostálgico es ser reaccionario, así lo ha decretado alguien por ahí para vender la serie que ha escrito y así se lo aplauden/jalean muchos, entre ellos el ruidoso (y en ciernes, como acertadamente le definieron en un periódico hace tiempo -y en ello sigue: toca muchos palos, no destaca en nada, se pega a este y aquel, está en la sombra y se comporta como estrella, se adhiere como el poeta huero de RNE, pero no es nadie por más que se crea alguien y haya quien se lo crea/consienta-), decía que bien se ha encargado el aspaventoso y desquiciante jefecillo de prensa de un importante director de pregonarlo a los cuatro vientos y, de paso, de dar palos a diestra y cuando se pone a siniestra (eso menos, todo hay que decirlo), olvidando (como tantas veces) que hace unos años exigió respeto y buenas palabras para cualquier obra de arte por el mero hecho de existir. Pues mira, bonito, la nostalgia tiene muchos tonos, muchos colores, muchos modos de vivirla/manejarla, por otro lado no se puede condenar a quien habla de su vida y evoca momentos felices, fueron los suyos, ¿qué hay de malo en que los cuente? No maquilla nada, no blanquea, no impone, cuenta su vida, si pretende convertirla en categoría es su problema, nadie me catequiza a estas alturas (que es lo que en realidad pretendéis tú y los tuyos, que nos conocemos hace mucho, ¿no te acuerdas?). Por lo menos, para desmontar/atacar/renegar de la nostalgia, J. M. G. Le Clézio ha escrito Canción de infancia (publicada en España por Lumen con traducción de María Teresa Gallego y Amaya García Gallego), explica/justifica admirablemente por qué no le gusta ese término, ese sentimiento, intenta llegar a los recuerdos prístinos, los que no ha contaminado el adulto, aquellos a salvo de la influencia de los relatos de otros, tanto de los bienintencionados, de los que uno evoca lo más limpiamente posible, como/sobre todo de los que tergiversan/inventan/reorganizan, llegan teñidos de ideología, de cualquier sectarismo, de recuerdos que a su vez son prestados o heredados. Es un estupendo y honesto ejercicio de memoria, aun yendo se diría a la contra de esta, un libro que, en su distanciamiento, en su a veces sólo aparente frialdad, en su contención, en su afán por no hacer literatura (dicho en tono peyorativo o con comillas), emociona y conmociona como pocos libros de este tipo.