sábado, 3 de julio de 2021

REACCIONES Y REACCIONARIOS

 

Viernes 11:

 

«…A PASAR, COMO ENTONCES, POR LA PLAZA DE ORIENTE»

 

   Por más que lo hago a diario, dos veces en cada jornada, es el recorrido habitual de lo que llamo “el paseo largo” de Fosco, no puedo evitar cierta emoción cuando llego a la Plaza de Oriente, desde siempre ha obrado en mí una transformación, me provoca un estremecimiento, me transporto, me dejo llevar por los ecos de la Historia y, por supuesto, por la melodía de Almudena, una de las grandes creaciones de doña Concha Piquer. Aunque ya digo que la fascinación viene de lejos, no me duelen prendas en afirmar que desde la remodelación finalizada en 1996 (al César lo que es el César), sin entrar en otras polémicas o en la figura de quien era alcalde en aquellos momentos (y en tantos más), aún la gozo más, que ahora imagino mucho mejor (prácticamente la veo, aparece ante mí) a aquella muchacha que vendía violetas una tarde de mayo y se encontraba unos ojos que le daban la vida y le daban la muerte, no es necesario poner el oído con detenimiento, aplicarse demasiado, en seguida vuelve a resonar “el romance que cantaban los niños en redor de la fuente”, el mismo que Almudena, la protagonista de la copla (de ahí su título), desoye al quedar obnubilada por ese duque al que los pequeños que juegan han visto “con el rey ir y venir, con su traje, su sombrero y su capa carmesí” (el modo en que el estribillo incorpora la popular e infantil Arroyo claro a este canto de advertencia –“él es duque y tú, una pobre violetera de Madrid”- es prodigio sólo al alcance de talentos tan inconmensurables como los de Rafael de León y el maestro Manuel Quiroga). En cuestión de segundos, vuelvo a ser aquel chaval que disfrutaba aprendiendo/conociendo como si fuese una aventura, por placer, visitando lugares, viendo Érase una vez el hombre…, leyendo sin tregua, sin imposiciones, sin exámenes, libremente, así daba gusto y no pesaba, así no era ninguna molestia, no lo sentía como un deber, como una imposición, en clase se trataba de memorizar fechas, batallas, nombres, sin ir más allá, eliminando lo divertido, lo apasionante, lo que no cuesta esfuerzo retener, lo que se hace propio. Y hoy, ocurre a menudo, topo con un grupo de chavales con uniforme escolar que, armados de cuadernos, bolígrafos y hojas fotocopiadas con, supongo, las cuestiones a resolver, recorren la plaza buscando tal o cual estatua, preguntando a los transeúntes aquello que se ven incapaces de responder por sí mismos (qué representan las tres banderas que ondean en la fachada del Teatro Real), evoco el nerviosismo y la alegría incontenibles que nos invadían cuando el colegio nos llevaba de excursión cultural, daba igual que hubiese que hacer un trabajo sobre el terreno o a posteriori, eran horas de libertad, así regresan a mi ánimo tantas mañanas de fin de semana en que iba con mi hermana y alguna de sus amigas a visitar museos o exposiciones, también esas otras en que mi madre nos apuntaba a alguno de los tours que organizaba la Junta Municipal de Chamberí en la que ella trabajaba, así fuimos a Segovia, a Toledo, a otras poblaciones más o menos cercanas, a El Escorial, al Museo Sorolla, al propio Palacio Real, ahora que algunos han decretado que lo de la nostalgia como que no (salvo cómo, cuándo y en el sentido en que ellos decidan), yo, que ando instalado en ella, en la evocación, en el permanente recuerdo de mis gentes, de lo que fui, de lo hice, de cómo llegué hasta aquí, yo, que nunca dejo de hacer memoria y mantenerla viva/activa, la revindico más que nunca.


Sábado 12:

 

LO DEL PARECIDO Y LA REALIDAD

 

   Adriano Moreno no esconde que su primera y muy divertida novela, Si me dijeras que sí, publicada por Suma de Letras, tiene tintes autobiográficos, se ha permitido guiños a sí mismo, a sus amigos, a lo que él vivió en su primer año en la Universidad Complutense en la Facultad de Ciencias de la Información, la suya y la mía. Pero, partiendo de lo vivido, como tantos escritores, ha fabulado/imaginado, ha alterado cosas, ha añadido, habla del curso 2017-18, él ya no estudiaba entonces, pero hay circunstancias, sensaciones, sentimientos, experiencias que son de cualquier momento, la prueba es que yo me sentido concernido, apelado, casi retratado, y eso que llegué a ese edificio conocido como “el búnker” en 1988. Adriano ha conseguido trenzar una historia que va más allá de lo particular, que rompe barreras generaciones, que es de su tiempo pero habla de los que estuvimos antes y, en gran medida, de los que llegarán después, una novela sobre el primer amor, complejo en sí mismo, siempre sublimado por canciones, películas y mitos, es importante y definitorio para el narrador principal sus deseos/miedos por salir o no del armario, por vivir su sexualidad sin complejos ni mentiras, sin ser señalado por ello, pero el autor va más allá de lo meramente reivindicativo, construye un relato plenamente emocional en cuyos latidos lo de menos es quién ama o deja de amar a quién, lo que interesa e implica va más allá de las etiquetas, esas que en el fondo tanto necesitamos (o eso creemos: siempre somos niños aprendiendo a andar). Novela, vuelvo a incidir en ello, a ratos tronchante que aborda asuntos complejos y dolorosos con infinita naturalidad, esa es otra de sus virtudes, tal vez la máxima. ¡Qué gustazo haber podido conversar con él en el programa! https://www.youtube.com/watch?v=ma8z2MJglk&list=PB3-fnCkxDciwVuzEPUxPDXlLB94uUAzE&index=5.

 

Domingo 13:

 

LA CICATRIZ QUE TE ACOMPAÑA HASTA LA MUERTE




 

   Y embebido en la memoria, en la añoranza de aquel tiempo en que todo parecía fácil en que tan protegido y cómodo me sentía en casa, en que las noches frente al televisor eran mágicas, por más que el niño que fui no lo apreciase del todo, no lo valorase lo suficiente, se lo tomara todo a la tremenda, se enfurruñase a la mínima, fuera tan injusto, aparece una novela impactante, realista hasta el tuétano, que habla de ti aunque no hubieses nacido en la época en que transcurre, aunque tu cotidianidad fuese otra, una novela que te arrasa, te traspasa, te traslada, te hace caer en la cuenta y, si ya lo habías hecho, escarba en la herida porque, aunque lo reconozcas, tampoco es que hagas mucho por cambiar (o, como suele suceder, ya es tarde para eso, lo que aún escuece más), una novela que te lo dice a la cara y desde el título: Los ingratos. Esos somos todos nosotros (sálvese quien pueda), los desagradecidos que hemos dado por hechos y merecidos a nuestros mayores, a aquellos que fueron guía, soporte, luz, ejemplo, cobijo, amor incondicional, esos a los que homenajea/recupera Pedro Simón en la sublime obra que le ha valido el Premio Primavera de Novela 2021 y que, por supuesto, como viene ocurriendo desde hace 25 años, ha publicado Espasa.

 

   Sin melodramatismo, sin sublimación, con el tono y las palabras precisas, demostrando su grandeza de oficio periodístico (al que ha regalado tantas páginas brillantes), su enorme capacidad para transmitir hasta la médula, el alma y/o las entrañas adjetivando lo justo, dando un salto de proporciones descomunales como escritor de emociones (sea dicho con el sentido más literario posible, que es lo que aquí importa y destaca), dominando con maestría el interlineado, lo que no hace falta contar, lo que basta con que se insinúe o asome para que cale (por no decir horade) en el lector, Pedro Simón ha logrado una novela que se respira y transpira, que hace vibrar, que despereza emocionalmente, que hay que aplaudir y agradecer porque no podemos olvidar a nuestra(s) Emérita(s), todos tuvimos una (o varias), yo tengo la fortuna de tenerla aún muy cerca aunque su cabeza, su personalidad, su realidad ya no sea la de la tía Carmen que siempre tengo presente y llevo en el corazón (y aunque así es, no dejo de reprocharme todo lo que no he estado junto a ella, lo que no le expliqué, lo que no le conté, lo que no le agradecí cuándo y cómo debía). ¡Bendita cicatriz la de la infancia, como acertadamente señala Pedro Simón! Le recibiremos en breve en el programa y será el momento de regresar entonces a Los ingratos, una novela de la que no quiero/pienso despegarme, que ya guardo en mi almario, que no voy a olvidar, sería ser, una vez más, un ingrato.

 

Lunes 14:

 

CUANDO LO BREVE SE HACE LARGO

 

   El clásico es el clásico, da igual que no le hayamos leído o no se le relea/reedite lo suficiente, es decir, no voy ahora a enmendar la plana a Baltasar Gracián, pero lo cierto es que hay muchas frases que repetimos en plan sentencia inapelable que, sin restarles méritos, pueden ser matizadas, cuestionadas, contradichas, no servir para todo y en todo momento. Para empezar, procuro evitar (por no decir desterrar) los adjetivos “bueno” y “malo” en aquello que escribo, sobre todo a la hora de ejercer la crítica, de hacer una valoración, incluso de expresar una opinión muy particular, porque no describen nada, porque aprendí en la facultad a tenerlos lejos y a buen recaudo, porque nadie decreta qué es una cosa y qué la contraria en lo que al arte (que es lo suele ocuparnos en este ángulo oscuro del salón) se refiere). Más allá de esto, lo de “lo bueno si breve, dos veces bueno”, como prácticamente todo (por no ser categórico), depende de a qué nos refiramos, hay películas de duración estándar que parecen prolongarse por horas y otras que uno se bebe sin ser consciente del tiempo, lo mismo puede aplicarse a obras de teatro, a cualquier espectáculo, hay novelas que no llegan a las 200 páginas y que se hacen bola intragable y otras que superan las 1.000 y ni te enteras. Esa sensación es la que he vivido con Insecure, la serie creada e interpretada por Issa Rae, simpática y con momentos hilarantes/memorables, compuesta hasta el momento por cuatro temporadas de ocho capítulos de en torno a treinta minutos, salvo la última que tiene diez, vaya usted a saber por qué, es decir, a pesar de su brevedad, llega un punto en que se estanca, en que la cosa no avanza, tal vez con excepción de la primera, a todas las temporadas les sobra algo, capítulos enteros, dan vueltas a lo mismo, pensaba que precisamente se trataba de evitar eso. El caso es que, debo decir, estoy esperando la nueva tanda de episodios, en parte para ver si recupera fuelle, si vuelve a encarrilar el rumbo, si se olvida del personaje de Yvonne Orji, que al margen de haberse vuelto terriblemente antipático (o de haber perdido la gracia de serlo) se ha convertido en un lastre muy pesado (y que, personalmente, no me aporta nada). Eso sí, visto lo visto, con ocho capítulos será más que suficiente, gracias.

 

Martes 15:

 

MI NOSTALGIA LA GESTIONO YO




 

   Como, aunque voy tomando notas a diario, tardo un tiempo en pasar a limpio/ampliar/redactar definitivamente las entradas del diario, a veces me salto la cronología, es decir, hablo de algo que aún no ha pasado y, así, no estoy seguro de si en este martes puedo mencionar algo que, en puridad, sucederá dentro de unos días, lo cierto es que no estoy seguro, pero da igual, al fin y al cabo es algo personal, a quién le importa. Ahora resulta que ser nostálgico es ser reaccionario, así lo ha decretado alguien por ahí para vender la serie que ha escrito y así se lo aplauden/jalean muchos, entre ellos el ruidoso (y en ciernes, como acertadamente le definieron en un periódico hace tiempo -y en ello sigue: toca muchos palos, no destaca en nada, se pega a este y aquel, está en la sombra y se comporta como estrella, se adhiere como el poeta huero de RNE, pero no es nadie por más que se crea alguien y haya quien se lo crea/consienta-), decía que bien se ha encargado el aspaventoso y desquiciante jefecillo de prensa de un importante director de pregonarlo a los cuatro vientos y, de paso, de dar palos a diestra y cuando se pone a siniestra (eso menos, todo hay que decirlo), olvidando (como tantas veces) que hace unos años exigió respeto y buenas palabras para cualquier obra de arte por el mero hecho de existir. Pues mira, bonito, la nostalgia tiene muchos tonos, muchos colores, muchos modos de vivirla/manejarla, por otro lado no se puede condenar a quien habla de su vida y evoca momentos felices, fueron los suyos, ¿qué hay de malo en que los cuente? No maquilla nada, no blanquea, no impone, cuenta su vida, si pretende convertirla en categoría es su problema, nadie me catequiza a estas alturas (que es lo que en realidad pretendéis tú y los tuyos, que nos conocemos hace mucho, ¿no te acuerdas?). Por lo menos, para desmontar/atacar/renegar de la nostalgia, J. M. G. Le Clézio ha escrito Canción de infancia (publicada en España por Lumen con traducción de María Teresa Gallego y Amaya García Gallego), explica/justifica admirablemente por qué no le gusta ese término, ese sentimiento, intenta llegar a los recuerdos prístinos, los que no ha contaminado el adulto, aquellos a salvo de la influencia de los relatos de otros, tanto de los bienintencionados, de los que uno evoca lo más limpiamente posible, como/sobre todo de los que tergiversan/inventan/reorganizan, llegan teñidos de ideología, de cualquier sectarismo, de recuerdos que a su vez son prestados o heredados. Es un estupendo y honesto ejercicio de memoria, aun yendo se diría a la contra de esta, un libro que, en su distanciamiento, en su a veces sólo aparente frialdad, en su contención, en su afán por no hacer literatura (dicho en tono peyorativo o con comillas), emociona y conmociona como pocos libros de este tipo.