lunes, 28 de junio de 2021

VELANDO LAS ARMAS

 

Domingo 6:

 

QUERER Y NO QUERER

 

   Siempre busco (y encuentro) excusas para no escribir, justificaciones que no termino de creerme/aceptar, pero me sirven para escaparme por la tangente, incluso aunque tenga ganas, aunque deba cumplir con unos plazos, es una rémora que arrastro desde hace muchos años, es una de mis máximas contradicciones, puedo pasar horas dando forma en mi cabeza a un texto, incluso alguno de bastante extensión, siento los dedos cosquilleando, como si fuesen a disparar letras (no sé hacerlo de otro, lo mío es aporrear el teclado, dejar caer las manos, organizar una buena zarabanda), pero a la mínima posibilidad me escurro, me despisto con toda la intención, lo dejo para después (o para mañana, como el hermano de Inés que no contaba la cosa más brava que hubiera podido oírse sobre don Lope de Sosa, residente en Jaén, porque daban las once y le entraba sueño, aunque entre medias había descrito pormenorizadamente todo lo que cenaban -qué grande Baltasar de Alcázar-); nunca entregué un trabajo de clase después del día previsto (incluso los hubo terminados antes de tiempo), jamás he pedido una prórroga en el ejercicio de mi profesión (salvo en muy contadas excepciones), en parte porque eso no existe cuando trabajas para un informativo, la pieza ha de estar a una hora para ser emitida, pero antes de dar por concluida la tarea he remoloneado lo mío, no lo oculto, no digamos nada si se trata de algo particular, escrito para mí, por más que adquiera cierta trascendencia al publicarlo en mis redes sociales.

 

   Esa rutina (sin sentirla como tal) es algo que me he impuesto para mantener el músculo narrativo entrenado, para no dejar que me venza la apatía, para no perder ese olfato, ese tirón, esa energía/necesidad que me ha llevado desde pequeño a emborronar cuadernos, a trenzar historias con mayor o menor fortuna, a escribir recuadros/columnas/artículos (incluso antes de pensar en estudiar periodismo), esa grafomanía que se fue apaciguando, que fui matando a base de pereza, que dejé apagar en parte sin ser capaz de encontrar explicación. Pero el caso es que al final sigo en ello, doy prioridad a los textos (largos y prolijos, un tanto torrenciales, casi poseído por la escritura automática -algo que también ha menguado: antes escribía más del tirón, apenas corregía-), empiezo por ahí la mayoría de las veces, la instantánea que los va a acompañar (algo imprescindible en Instagram) aparece/la busco cuando he armado mentalmente lo que quiero expresar, últimamente me fustigo con este asunto casi a diario porque tengo durmiendo el proyecto que nació en una noche/madrugada de estallido/rabia/dolor hace casi un año, la autobiografía de lector que en gran medida he ido/sigo trazando en este ángulo oscuro del salón, regresaré a ella, sé que lo haré (en parte porque lo necesito, porque no quiero que se quede dentro), pero por el momento me conformo con las pinceladas que, en gran medida, son las publicaciones en redes, estas anotaciones diarias, los programas de televisión, perdón por convertirlos en excusa.


Lunes 7:

 

DEJARSE SORPRENDER

 

   Aunque sigue bullendo en mi interior, aunque asoma la cabeza de vez en cuando (en lo privado sobre todo), hace mucho que dejé a un lado la condición de crítico feroz que García Sánchez supo ver en mí y que durante algunos años fustigó sobre todo a cineastas desde los micrófonos de la radio, rebajé el tono de mis palabras en Facebook, hui de la bronca imparable que es Twitter, me prometí subir a Instagram sólo fotos de gentes/películas/libros que me gustasen (norma que en ocasiones rompo, más en lo escrito que en lo gráfico -escojo una instantánea de algún intérprete al que salvo y luego arremeto contra lo demás-), opto (como en la vida) por no hacer aprecio por aquello que me merece desprecio (o indiferencia). Precisamente por ello, no conté en su día la decepción que me supuso la lectura de Intemperie, la tan aplaudida ópera prima de Jesús Carrasco, lo facilona y cansina que la encontré, un mero ejercicio de estilo (bastante copiado de otros, mucho menos novedoso de lo que tantos pregonaban) estirado hasta la extenuación (y eso a pesar de no ocupar demasiadas páginas para lo que se diría habitual), una novela con buenos mimbres (por ahí resuenan ecos de Aldecoa, Delibes, de Cormac McCarthy -en este caso, los que menos me han interesado de tan gran autor, es decir, La carretera, también aquí me distancio de la mayoría-) pero, a mi juicio, con escasos resultados.

 

    De ahí que, hasta el otro día, me hubiese mantenido alejado de su adaptación cinematográfica y eso que aquello en lo que pone sus manos, su corazón, su cámara Benito Zambrano siempre llama mi atención y suele satisfacerme, pero este oficio asumido con gusto de espectador/lector omnívoro me llevó a buscarla en una de las plataformas a las que estamos suscritos y me he quedado con la boca abierta en cualquiera de los sentidos posibles. Los hermanos Daniel y Pablo Remón (junto al director de la cinta) han entrado directamente al corazón de la novela, han rebuscado en las entrañas de sus personajes, han eliminado la afectación descriptiva, han trabajado las sensaciones, han dotado de alma (agreste, endurecida, opresiva) al paisaje, lo han trabajado al modo en que hizo el maestro Saura en su prodigiosa La caza sin recurrir a manierismos ni preciosismos/feísmos, evocando el tremendismo tan caro a parajes y gentes como los que aquí aparecen pero sin recargar las tintas, sin inflamar las imágenes, la amenaza se siente y presiente, se concreta en el rostro, los andares y la voz de un magnífico Luis Callejo, nos sacude, perturba y lacera en los ojos, los hombros y el temblor de un impresionante Jaime López, justo es destacar también el trabajo matizado, rehuyendo cualquier tentación/ostentación, que lleva a cabo un estupendamente comedido Luis Tosar que, al igual que los otros intérpretes, supera con creces los arquetipos que no pasaban de ahí de la novela. ¡Gracias, Benito Zambrano y resto del equipo, por quitarme el mal sabor de la lectura y regalarme una inolvidable experiencia como espectador!


Martes 8:

 

UNA VOCACIÓN, UN MODO DE VIDA




 

   Una obra de arte puede hablar de uno mismo de muchas formas posibles, a muchos niveles, el caso es que se da una identificación, se percibe el vínculo casi desde el primer momento, te toca, te llega, te hace suyo, algo así he vivido durante la lectura de El custodio de los libros, título que valió a Rodrigo Costoya el IX Premio de Novela Histórica Ciudad de Úbeda. Porque habla de tantos que han dado su vida (literalmente) por que el conocimiento se expandiese, por el acceso a la cultura, por que los libros no se prohibieran, quemasen, destruyesen, por abatir fanatismos, por invitar a razonar, a dialogar, por el simple deleite de acariciar un libro, por poder sumergirse en sus páginas, por poder seguir aprendiendo, porque es una novela maravillosa, de dimensiones colosales (a la que, por cierto, no le sobra ni una palabra) no sólo en cómo se cuenta sino en lo que cuenta, un gozo para aquel chaval que, una buena mañana de sábado, puso la televisión y, sin conciencia, sin saber lo que se avecinaba, sin más, se dejó atrapar por Fahrenheit 451, descubrió de golpe a François Truffaut y a Ray Bradbury, vivió una de las epifanías artísticas más mágicas y fundacionales que recuerda, se convirtió para siempre, con toda la humildad posible, en un custodio de los libros. Gracias a mi Pepa Muñoz tuve la oportunidad de conversar con Rodrigo Costoya y agradecerle su novela, su modo de encarar la Historia, su vigor narrativo, el alma que ha puesto en cada página, el mensaje bibliófilo que tan poco cuesta apropiarse y difundir: https://www.youtube.com/watch?v=A9Q9l1THwas&t=24s.


Miércoles 9:

 

BENDITA LOCURA

 

   Con esto de escribir a diario, me vi, por así decirlo (sin ninguna pretensión), velando las armas al modo en que, al principio de la primera parte, lo hace don Quijote como paso previo/imprescindible antes de ser armado caballero, es decir, cuando al menos nominalmente (en su cabeza hace tiempo que no) sigue siendo Alonso Quijano. Y este detalle me llevó a recordar (aunque necesito pocos estímulos para ello, me pasa lo mismo con el tío Miguel) a mi abuela que, cuando me veía enfrascado en mis lecturas casi a cada momento, en cada rato libre/suelto, en el patio, en la cama, en algún sillón, me decía (si bien es cierto que muerta de risa y con notorio orgullo -siempre fomentó, como los tíos, como mis padres, el gusto por la lectura, el que no había podido adquirir porque las circunstancias no lo propiciaban, porque las pasó de mil colores y ninguno especialmente alegre-) “¡Deja de leer o vas a terminar más loco que don Quijote”, a lo que yo siempre le replicaba “el que se vuelve loco es Alonso Quijano: don Quijote es el fruto de esa locura” (puede que lo haya redactado mejor de cómo sonaba, pero no voy a negar que fui redicho desde pequeño, tal vez porque vivía -y vivo- de frases leídas).


Jueves 10:

 

EL LUGAR DONDE QUIERO VOLVER

 

   Sigo muchas series, incluso demasiadas, tal vez debería centrarme en unas pocas y, según las vaya terminando (o la temporada en curso si se trata de ese caso), ir incorporando otras, pero me ocurre como con la lectura, soy voraz, compulsivo, me gusta sentirme activo/en proceso. Sin embargo, hay casos en los que voy poco a poco, a mi ritmo, dosificando, no me importa acumular temporadas, todo lo contrario, la impaciencia que me consume se vuelve paciencia a la hora de dejarlas pasar y, así, tener de repente un porrón de capítulos por ver y, si entonces me apetece, darme el atracón. Y así fue como, después de tanto éxito, una vez la clausuraron, con un spin off también muy alabado en curso, empecé a ver The Big Bang Theory, estoy empezando la tercera temporada (creo que el próximo es el séptimo capítulo -el octavo en su defecto-), la consumo a píldoras, al final de la jornada, como colofón antes de acostarme (tras sacar a Fosco), un regalito que me pinta una sonrisa (y provoca alguna carcajada) y me reconcilia conmigo mismo, lo mismo me sucede con Anatomía de Grey (en este caso estoy con la decimoquinta temporada, voy con dos de retraso), a ratos me encojo, me conmuevo, hay más de drama que de comedia (por más que el tono sea muy digamos benévolo), pero me siento cómodo, a gusto, como entre amigos, adoro regresar a sus personajes, es jugar en casa, por eso abjuro de la etiqueta “placer culpable”, ambas (y otras) son puritito placer, sin complejos ni sandeces.