REINO DE HECHIZOS
Hubo un tiempo en que Franco Battiato sonaba insistentemente, encadenaba
un éxito tras otro, gustaba a gente de cualquier edad, unos se dejaban envolver
por la melodía, por el ritmo, por la atmósfera conseguida en cada composición,
algunos escudriñaban sus un tanto imposibles letras, buscaban los mensajes
ocultos, las referencias, intentaban simplificar lo que era -creo- una de sus
máximas virtudes, una indudable complejidad temática, el uso de
conceptos/realidades/ficciones impensables en lo que solía entenderse por
música comercial, la fascinación de lo extraño, lo inexpugnable y al mismo
tiempo fácil de asumir, tardé mucho en entender mínimamente lo que
decía/sugería en Cuccurrucucú pero no podía dejar de tararearla, y eso
que es una canción un tanto difícil de cantar porque rompe la métrica sin cesar;
esa era otra de sus cualidades, no tomaba el camino trillado/popular, pero nos
hechizaba cual flautista de Hamelin, yendo a contracorriente, bebiendo de los
clásicos para malearlos, olvidarlos, buscar su propia voz, ganando tanto adeptos
que se las daban de intelectuales (y que tal vez eran los que menos se enteraban
de la historia) como muchísimos seguidores fascinados por su presencia, por su
personaje, por su personalidad, battiatanos que a lo que menos atendían era a
la música, del mismo modo que la mayoría (y hablo de personas muy diferentes: amigos,
familiares, críticos, gente a la que escuché opinar sobre él, incluso a cosas
que he leído en estos días con motivo de su muerte) no nos hacíamos ninguna pregunta,
no buscábamos respuestas, simplemente aceptábamos su invitación a transportarnos,
a imaginar, a soñar, a evocar, a descubrir a los balineses en días de fiesta, a
ser nómadas que encontraban su rincón de tranquilidad mientras todo giraba en
torno a la estancia.
Un día, de repente, dejé de escucharle, era un recuerdo indestructible,
seguía admirándole pero en sordina, en ausencia, sin regresar a su música, esa
que he recuperado como homenaje y que ha preservado tantas emociones de
entonces, de ahora, jirones de aquel corazón que, en gran medida, sigue siendo
este, porque ni la distancia ni el digamos olvido han hecho que varíe lo que
pienso (y siento) de algunas cosas, de alguna gente.
Sábado 22:
NUESTROS CLÁSICOS, LOS DE TODOS
Pablo y yo seguimos rindiendo tributo a
aquellas lecturas de cuando éramos chavales, muy niños en algunos
casos, lo primero que fue cayendo en nuestras manos gracias en gran parte a la
se supone nefasta televisión, la bestia negra de tantos padres de aquella
época, el origen (se suponía) de todas las desdichas, el comecocos a evitar (y,
sin embargo, perdón por la pedantería, un servidor la veía compulsivamente,
capturado también por las historias contadas en imágenes, y exhibía un
expediente escolar que no podían ni soñar aquellos -sus padres- a los que se
les prohibía y apagaba). Gracias a los dibujos animados fueron/fuimos
muchísimos los que, de un modo natural, nos sumergimos en las páginas
protagonizadas por Heidi, Tom Sawyer, Don Quijote, Tarzán y algunos más a los
que recordamos en el programa de esta semana: http://www.dejatedehistorias.es/wordpress/2021/05/22/libros-que-se-convirtieron-en-anime-y-viceversa-el-arpa-de-becquer-dejatetv/.
Domingo 23:
“SEMOS
EUROPEOS”
Sin esperarlo, sin buscarlo, sin planificarlo, de un modo puede decirse
orgánico, a través del WhatsApp, he vivido un Festival de Eurovisión a la vieja
usanza, casi como el de aquellos años en que la fecha estaba marcada en rojo,
era una cita imperdible, nos sentíamos privilegiados, era como abandonar la rutina,
la grisura, el devenir, de pronto estábamos comunicados con Europa, veíamos lo
mismo a la vez, la fiesta solía prolongarse hasta altas horas de la noche, no
había sueño, aquello se veía y vivía hasta el final. Resulta que Natalia, una
de las componentes del club de lectura, cuenta en el grupo general que lo está
viendo, yo le regalo una de mis ironías sobre las canciones que llevamos, creo
que cuatro hasta ese momento, Yoli también escribe, Ana (que está viviendo una
situación personal muy delicada) dice que se lo ha puesto como terapia/anestesia,
alguna más se une, para no saturar ni dar la lata nos trasladamos a otro grupo
abierto ex profeso para la ocasión, nos desatamos, nos morimos de la risa, nos
cae fatal el ñoño del suizo (más aún si Carlotiña Corredera va a atribuirse
-seguro que sí- parte o todo el triunfo si lo consigue), despellejamos a
propios y extraños, es un rato fantástico en el que se diría que no ha pasado
el tiempo, que hay cosas que permanecen (aunque echemos de menos el antiguo ritual
de votaciones y temazos como Save Your Kisses for Me o la esplendorosa
verticalidad de Betty Missiego).
Lunes 24:
A QUÉ LLAMAMOS
EJEMPLAR
Como no fue en forma de dibujo animado,
Pippi Calzaslargas no apareció en el recorrido que Pablo y yo hicimos en el
programa, pero también a ella la conocimos primero como protagonista, como
heroína, como referente, a través de una antológica serie de televisión. Una
chica libre, libérrima, libertaria, independiente, valiente, admirable, una
huella que por desgracia hemos enterrado, un icono al que nos referimos con un
tono entrañable pero poco (o nada) más, como algo pasado y superado. Por fortuna,
una escritora especializada en los más pequeños, en los chavales, María
Menéndez-Ponte, la reivindica reconociéndose heredera de la criatura de Astrid
Lindgren en su hilarante y emocionante (en todos los sentidos) Verónica
Torres se rebela contra el mundo que, con magníficas ilustraciones de
Ayesha L. Rubio, ha publicado recientemente Duomo. Dice la autora que este es
el libro que más le han pedido sus lectores, una especie de memorias, una
historia autobiográfica, la niña que fue (y que sigue siendo) revive en estas
páginas a ratos nostálgicas, siempre estimulantes y contagiosas. A buen seguro,
más de uno encerraría a Pippi, la prohibiría, la condenaría al ostracismo (ya
en su día había quien decía ciertas lindezas que prefiero no repetir), María
demuestra todo lo positivo que hubo, que sigue habiendo en alguien como ella,
su gran corazón, su hedonismo práctico, su inteligencia natural, su saber
sacarse las castañas del fuego, su “aquí estoy yo”, su lucha contra las
injusticias tanto sociales como emocionales, su impagable y honesto feminismo,
su arrebatador humanismo. Todo eso y algunas cosas más nada baladíes se respira
en este gozoso libro.
Martes 25:
LA COMIDA
NO SE TIRA
Los paseos con Fosco siguen siendo problemáticos en el sentido de lo que
uno se encuentra, de gente con la que se topa, de la inconsciencia reinante,
del egoísmo cada día más desatado, del incivismo generalizado, de los múltiples
obstáculos de cualquier tipo que hay que esquivar. Una de las cosas que me pone
de peor humor es la de comida que literalmente hay tirada en la calle, no hablo
sólo de aquellos desperdicios que rebosan contenedores, que hacen estallar
bolsas poco, mal o nada cerradas, los miles de rastros de quienes se sientan en
cualquier parte a comer y desperdician más que engullen, así lo atestiguan las
alitas de pollo, trozos de pizza, patatas fritas, bebidas derramadas, latas y/o
vasos de cartón pisoteados, vidrios, un cuadro desolador. No puedo evitar
pensar en tanta gente que pasa hambre, que incluso muere de ella, mientras se
desperdician cada día cantidades industriales de comida, no sólo la que compramos
de más, la que no consumimos, la que nos caduca, de la que nos cansamos, sino
esa que alfombra las terrazas de bares/restaurantes, las aceras, nuestro
transcurrir cotidiano, no es que me enfurezca, es que me lleno de odio (lo digo
como lo siento).
Martes 25:
VALOR
SEGURO
Como decíamos, cada uno interpreta a su modo (incluso las frases menos
complejas) las canciones de Franco Battiato, por eso, aunque soy de pocas
certezas, aunque siempre he sido más de seguir preguntando y preguntándome, aunque
me gusta pensar que siempre estamos a tiempo de mejorar, de evolucionar, de
seguir creciendo, me siento seguro cuando reafirmo algunas cosas, cuando compruebo/confirmo
que, como en este caso, hay escritores en los que puedo seguir confiando, que
no voy a sentirme decepcionado, que la aventura lectora junto a ellos gana
enteros, que renuevo entusiasmado mis elogios y parabienes. Y eso es lo que he
experimentado con Pleamar, el nuevo título de mi tan querido Antonio
Mercero que ha publicado Alfaguara, la constatación de que en el género negro
ha encontrado su territorio, una novela que (y prometo que lo tenía difícil
porque lo que consiguió allí me parece insuperable -desde luego, inalcanzable
para muchos-) puede compartir sin complejos honores con sus trabajos
anteriores, las dos historias protagonizadas por Sofía Luna, ese personaje admirable
en sí y como creación. Antonio sabe enganchar, atrapar desde las primeras
líneas, maneja con soltura y eficacia los resortes y convenciones (que no
convencionalismos) del género, no da gato por liebre, no confunde (pero sí
despista, es lo que toca, es lo divertido, es el reto para el que lee), no
engaña (en la resolución final, antes lo procura -y consigue- para que no la
tengamos clara) y, encima, se saca de la manga a los inspectores Darío Mur
(lector voraz, cómo no empatizar -a ratos- con él) y Nieves González, dos
personajes (es norma de la casa) bien acabados, poliédricos, con enormes posibilidades,
personajes con recovecos, con mochilas emocionales muy cargadas, que, sin
embargo, como ya sucedía con Sofía Luna, no anulan lo primordial, es decir, la
investigación policial, el enigma por desentrañar, el crimen a resolver, eso
que tantos que (afirman) escriben novela dizque negra suelen olvidar. Antonio Mercero
es un escritor de infinita honestidad que pone la trama y a los lectores por
delante de sí mismo, por eso se le lee con gran intensidad y enorme disfrute.