sábado, 29 de mayo de 2021

AHÍ DONDE MÁS DUELE

 

Domingo 16:

 

VER

 

   Procuro rehuir las frases hechas, incluso dichas con la mejor intención del mundo, incluso con su parte (o su totalidad) de razón (cuando la tienen, cuando uno lo percibe así), no digamos nada si están integradas en/extraídas de esa prosa placebo que, contra viento y marea (aprovechándose de estos y otros imponderables de cualquier condición, de los episodios de crisis reales o imaginadas -y a veces inoculadas, perverso círculo vicioso que hace funcionar el negocio: te “sano” de aquello de lo que previamente te “enfermo”-), vende cada año millones de ejemplares de puro humo (que cada quien crea en lo que más beneficios/seguridad/tranquilidad le reporte, pero no me digan que lo de los Coelho, Bucay y demás es efectivo porque bien se ve que no -si sus fábulas, historias, consejitos fuesen tan milagrosos, tan sanadores, el invento se terminaba mañana y, ahí está el detalle, las borrascas mentales y emocionales que nos azotan-). Así, no deja de escucharse una de las sentencias (sea dicho con toda la retranca posible) más crueles, falsas y desconsoladoras (por más que pretenda lo contrario) cuando se produce el fallecimiento de algún ser querido: “Ya te acostumbrarás”. Por supuesto, por fortuna (y no en todos los casos), el primer dolor se atenúa, rebaja su intensidad, se agazapa, pero jamás pasa, se queda ahí esperando la ocasión para reaparecer, para lacerarnos incluso con más fuerza, para recuperar toda su esencia, para alcanzar su latido más furioso, aprendemos (cada uno a su manera) a convivir con la pena, con la ausencia, con el agujero en el alma, pero (hablo por mí) resulta imposible acostumbrarse a su profundidad, a su hueco: cuando menos se espera, cuando más vulnerable está uno, todo se reproduce.

 

   Así, tener que salir de casa con Fosco en brazos en busca de un taxi para llevarle a urgencias porque, tras un par de días en que ha estado raro, comiendo algo menos, rechazando su pienso habitual, muy apagado, empezó a llorar durante el paseo de la tarde, a quejarse queda pero insistentemente, a sentarse en el suelo y no querer caminar, por más que mientras hablo con la clínica en casa parece más tranquilo y se ha tumbado en su rinconcito, sentir su agitación, sus gemidos, volver a la calle acunándole, procurando no dejarme llevar por el nerviosismo y el miedo, provoca que experimente una angustia similar a la de la noche en que envolví a Dobby en su mantita y lo llevé a urgencias, aquella última noche que llevo clavada (y, sobre todo, la tarde del día siguiente cuando todo terminó), la herida que aún sangra. Para colmo, las calles están a rebosar, las terrazas de los locales son hormigueros, es la inconsciencia y/o el egoísmo de cada día, para colmo es festivo, hace una temperatura muy agradable (incluso un poco excesiva), hay manifestaciones (me entero después de que han coincidido dos) en Callao, la parada de taxis de la Plaza de Isabel II (porque por más que la llamemos “de Ópera” ese es su nombre, a ver si algunos se enteran) está despoblada, hay un grupo de gente bailando chotis frente a la parte trasera del Teatro Real, un caos, empiezo a temblar y sudar (más), tengo que dejar a Fosco en el suelo para poder llamar a un coche y el pobrecito casi se tumba, deja la cabeza muy gacha, nos transmitimos nuestras ansiedades. La peripecia para llegar a la clínica (una de 24 horas, al menos no está demasiado lejos) es surrealista pero no me apetece describirla, dejémoslo en que di algunos gritos, me indigné ante la burricie de quien incluso con un cartel delante niega la evidencia, solté varias lágrimas, pedí perdón al conductor que nos recogió porque era el menos culpable de lo sucedido.

 

   Al menos, más allá de su notoria incomodidad, Fosco no parece estar grave, incluso me da algunos besitos en el coche cuando estallo, me sosiega y reconforta, inmediatamente bajo el tono y le acaricio diciéndole que no estoy enfadado con él, que se está portando muy bien, que en seguida va a sentirse mejor. La entrada en la clínica es muy diferente a la que hice en su día con Dobby, hay mucha luz todavía y aquello ocurrió una noche de febrero, hacía frío y no había nadie más esperando; aquí hay varias personas con sus animales, algunos ya están siendo atendidos, lo de las urgencias veterinarias no se diferencia mucho de las de cualquier hospital, si alguien se pone a la tarea saca una serie que dejaría en pañales a Urgencias, de ahí que piense que el título perfecto sería VER, en inglés por seguir el original (ER), las siglas de Veterinarian Emergency Room. El peor momento es cuando un chaval de no más de diez años llega junto a su madre llorando sin parar y llevando en los brazos a una cobaya (Henry) que apenas responde a los estímulos, al borde del desfallecimiento total (por no pensar/decir algo aún peor), todos los presentes enmudecemos mientras la mujer explica en la recepción cómo el animal se ha ido apagando/abandonando desde hace unos días, la situación no parece pintar demasiado bien, en el tiempo en que a Fosco le exploran, le detectan un bulto en la mandíbula, le hacen una citología, me lo devuelven para que esperemos los resultados (en total, pasamos unas tres horas en la clínica), Henry es ingresado, el niño se marcha abrazado a su madre sin parar de llorar, nadie habla durante un par de minutos, confieso que tengo que hacer esfuerzos para contener las lágrimas, las horas finales de Dobby se adueñan de mi ánimo, nunca me repondré de aquel desgarro, al menos lo de Fosco se localiza, se descarta algo maligno, lo más probable es que tengan que hacerle una pequeña intervención, le prescriben medicación, hay que esperar unos días para comprobar cómo evoluciona, por fin volvemos a casa donde, con algo de esfuerzo, cena tan ricamente y le saco a pasear para que haga sus necesidades y recupere sus rutinas, algo complicado cuando las aceras, las calles peatonales, todo en general sigue ocupado por hordas de gente que, se diría, tienen mucho que celebrar (sobre todo, que beber).


Lunes 17:

 

QUE SUENE Y RESUENE

 




   Es mágico regresar a un autor al que se admira, seguir descubriéndole, que se mantenga vivo y con la frescura de cuando se llegó a sus páginas por primera vez, como si no hubieran pasado más de treinta años de aquello. Gracias a Ediciones Alfar y su magnífica colección Clásicos del Siglo XIX, vuelve a ser estimulante y gozosa novedad Solos de Clarín, el primer libro publicado por el inmortal escritor en 1881, un recopilatorio de su importante, punzante y espléndida labor crítica, de sus imprescindibles textos periodísticos, de algunas narraciones que revalidan (aunque no lo necesita) su magisterio y magnificencia en el relato, el género que más frecuentó, la columna vertebral de su corpus literario; La Regenta lo es en sí misma, desde luego, con esa novela le hubiera bastado para pasar a la Historia, pero no conviene echar a un lado (y en las aulas se ha hecho) el resto de su producción, las razones por las que hay que continuar leyendo y venerando a Clarín. Esta recuperación, esta reedición, este acontecimiento se completa con la cuidadosa edición crítica de Antonio Checa Godoy, apostillando lo justo, contextualizando, acercándonos nombres y obras de los que Leopoldo Alas se ocupa (con ironía, sin piedad, sin ocultar sus fobias, explicándolas, igual que su aplauso cuando le nace), facilitando la legibilidad y el disfrute de unos textos llenos de pasión, de expresividad, de conocimiento, de osadía, de viveza, que nos sumergen en la realidad/el presente de aquellos años en lo que a la literatura y especialmente a la escena se refiere, recuperando a muchos autores hoy (e incluso casi en su momento) olvidados/desconocidos, ayudando las precisas notas del profesor Checa Godoy a la total comprensión de lo que Clarín escribía en caliente y que llega a nosotros con la misma intensidad, con valor acrecentado, los Solos de Clarín resuenan con la brillantez de antaño que la edición crítica restaura y restaña (y, entre otras cosas, permite aunque sea de modo tangencial la toma de contacto con quien fuese el primer Nobel de Literatura español: José Echegaray -que, las cosas como son, como prologuista del volumen original no hace méritos para ello-).


Martes 18:

 

ESPÍRITU TANGIBLE

 

   Amazing Grace, el histórico trabajo en directo de Aretha Franklin, el álbum más vendido de su carrera, admirado y amado por millones de personas en todo el mundo, estuvo a punto de ser también una película, pero el director encargado de su realización, Sydney Pollack, olvidó utilizar la claqueta durante el rodaje, lo que hizo imposible la sincronización del audio. El material grabado (se calcula que unas 200 horas) fue archivado (por no decir oculto) en la Warner hasta que, a punto de morir, el cineasta (según cuentan, sin reconocer plenamente su error) cedió los derechos sobre el mismo al productor musical Allan Elliot para que completase el trabajo, topando este con un escollo importante: la propia Aretha Franklin (de hecho, fueron sus herederos quienes dieron luz verde al estreno). Lo que se experimentó en aquellas por derecho propio dos míticas e históricas noches de enero en la que con el tiempo sería conocida como “Capilla Sixtina del Góspel” (la iglesia bautista misionera de New Temple) acepta cualquier adjetivo, el ditirambo más encendido, los calificativos más encomiásticos y jamás llegaremos a hacer justicia, era algo notorio ya en la grabación musical, no en vano los orígenes del término están en el vocablo godspell, es decir, “palabra buena”, hay algo notoriamente benéfico, más allá del sentir religioso de cada uno, en estas composiciones que nacen de lo más profundo, de lo más sentido, de lo más doloroso, de lo más esperanzador, de la gratitud, del lamento, de la hermandad, del espíritu. Amazing Grace no es un documental, ni tan siquiera un documento, no es la plasmación en imágenes de un concierto, sino de una ceremonia, de una comunión, de un diálogo con las creencias íntimas por más que sean colectivas, es una experiencia transformadora, enriquecedora, impactante por la verdad que destila, Amazing Grace es un trozo de vida, una reunión de múltiples talentos (en lo artístico y en lo emocional, en lo particular, en lo humano, en lo espiritual) que trascienden cualquier etiqueta, que apelan a algo que todos tenemos/portamos y que no debe ser restringido ni mucho menos impuesto por nadie, lo de menos es cómo lo llamemos o a quién nos dirijamos cuando nos contagiemos del sentir de esa gracia que, repito, no es patrimonio de la religión, es algo universal.


Miércoles 19:

 

EL OLVIDO QUE (YA NO) SEREMOS

 



   Sin permiso del rey, obra de María Teresa Telleria publicada por Espasa, es una magnífica biografía novelada, un concienzudo trabajo de investigación, un hacer justicia necesario, la recuperación (casi el descubrimiento, tan oculta/negada se encontraba la protagonista) de una grandísima mujer, la primera en dar la vuelta al mundo, Jeanne Baret, botánica sin formación académica pero dotada de un amplio, cotidiano y pragmático conocimiento del mundo vegetal, de las plantas que sanan, ayudan, condimentan, también de las peligrosas, de las venenosas, de las mortíferas, descubridora (cuando menos partícipe, recolectora, testigo) de varias especies, otra de tantas borradas, desposeídas de sus méritos, alguien que regresa al lugar que nunca debió perder gracias a este magnífico e inclasificable libro, un prodigio de contención, totalmente legible para un neófito (por no decir ignorante) en la materia, un auténtico regalo para el lector omnívoro enamorado de las historias y de la Historia. Conocer a la autora es aún más maravilloso, más mágico, más inolvidable: los buenos oficios de mi Pepa Muñoz propician, una vez más, que los del club de lectura LL vivamos una tarde apasionante y ampliemos nuestros horizontes en cualquier sentido (y queramos que María Teresa escriba más -sobre todo, sus memorias, viendo el vídeo comprenderán por qué-): https://www.youtube.com/watch?v=gfqpfJE4gus&t=50s.


Jueves 20:

 

LA URGENCIA VA POR BARRIOS

 

   Fosco tiene revisión, todo va mejor (aunque la cosa no termina aquí), al menos esta vez no coincidimos con animales en estado grave (o que lo parezcan), nadie llega por una urgencia (o que por tal se tome), hay una tranquilidad general que se contagia y me viene muy bien, soy demasiado intenso, la ciclotimia me hace pasar de la euforia a la desolación en pocos segundos pero no aprendo a frenar, tanto levito como me despeño, me lo reprocho a menudo, de hecho algunos de mis momentos más depresivos/deprimidos vienen por reacciones extemporáneas que no consigo desterrar, hago propósito de enmienda muy a menudo, pero sigo tropezando en la piedra de mis torpezas anímicas/emocionales, esas que Fosco olvida en seguida para darme lametones o subirse al sofá para poner la cabeza en mi regazo. ¡Cuánta lealtad sin pedir nada a cambio (bueno, a veces reclama un premio, una chuchería, una nadería comparada con lo mucho que me aporta, esa paz que se me agita demasiado y a la mínima)!