lunes, 17 de mayo de 2021

NO HAY PAÍS PARA VIEJOS

 

Martes 4:

 

SI NO SE VE, NO EXISTE

 

   Toca ir a votar y es algo que nunca he dejado de hacer, incluso para depositar un sobre vacío en la urna (hoy no es el caso). Voy un poco antes de la hora de comer, suele ser un momento tranquilo, aunque lo de que los comicios se celebren en jornada laboral, como en aquellas primeras e históricas elecciones de la democracia, desbarata un poco lo digamos habitual/previsible. Además, por supuesto, hay que tener en cuenta que seguimos en plena pandemia (¿Cuándo podremos hablar de ella en pasado?), hay que respetar unos protocolos de seguridad, el acceso a los colegios electorales es un poco más complicado/lento (tampoco, al menos en mi caso, es para tanto), la distancia de seguridad provoca que la cola parezca más larga de lo que en realidad es y, además, se mueve a buen ritmo. Una señora se queja de que no han llegado hasta ella repartiendo la segunda mascarilla que debemos ponernos sobre la que llevamos, su hijo le dice que da igual (y añade “mamá”, por eso afirmo el parentesco), que en la puerta se la darán, la mujer sigue refunfuñando porque “a otros les han puesto hora para que tuvieran que esperar menos y todo, ya ves tú”, él le dice que se trata de los mayores, que no pueden estar tanto tiempo de pie, y ella, toda ufana, replica “¿Y qué soy yo?”. No puedo evitar la sonrisa porque, cuando nos conviene/interesa, se pierde la coquetería o, al menos, esa llamémosla manía de negar la edad, de querer rebajarla, de fingir que el reloj se paró, que el calendario no avanza.

 

   Y, aunque parezca que no tiene nada que ver, recuerdo un documental que vi no hace mucho, Crip Camp, nominado a los Oscar y producido por los Obama, un golpe de realidad que más de uno debería darse, una película que, por encima de todo, inyecta/devuelve ganas de vivir, que demuestra lo mucho que aún queda por abatir, por allanar, por igualar, lo mucho que nos quejamos injustamente cuando tenemos tantos privilegios por el mero hecho de ser “normales” (dicho con todas las comillas del mundo, con muchísima ironía, con la misma retranca que utilizan las personas que aparecen en pantalla). Las imágenes de Jened, el campamento hippie que a comienzos de la década de los 70 tanto hizo por la integración, la independencia (hasta donde era posible), la toma de conciencia, el activismo para conseguir una sociedad igualitaria, que tanto inspiró y ayudó a quienes eran considerados prescindibles (lo vamos a dejar en eso: cosas peores se oyen/conocen en la película dirigida, escrita y también producida por Nicole Newnham y James Lebrecht), lo que allí se vivió y de lo que da testimonio un emocionante material grabado en su momento, cuando aquello era una benéfica y prodigiosa realidad, nos enfrenta a la vida tal cual, a lo que en Esparta era práctica brutal cotidiana en lo alto del Taigeto y que (aún hoy en día) no es tan insólito ni está perseguido como se debería, lo vemos con los ancianos, lo vemos con cualquiera al que, por el motivo que sea, se trata como inferior, se interna con la intención de negarlo/olvidarlo, de ocultarlo, de hacerlo desaparecer. En estas llego a la puerta del colegio electoral, me pongo la mascarilla que sí me dieron mientras la señora protestaba, extiendo las manos para que me las rocíen con gel hidroalcohólico, subo unos escalones que no me suponen ningún esfuerzo, soy un privilegiado, busco la mesa que me corresponde mientras saco el sobre que, tal y como han recomendado (y he podido hacer por haber recibido la lista a la que quiero votar, que esa es otra), preparé en casa, parece que todo está bien porque no hay nadie que reniegue a mis espaldas, la buena mujer también avanza, ya no se siente discriminada (con perdón, qué valor).


Miércoles 5:

 

«YA NO TIENES VALOR, TE QUEDASTE SIN LUZ, SE ACABÓ TU MISTERIO»

 



   Los ancianos no son una prioridad, son una molestia. El gobierno no les asigna suficientes recursos; el sistema de salud es injusto e inadecuado; la vivienda consiste en la mayoría de los casos en recluirlos lejos de la vista del público. El país debería mantener decentemente a quienes contribuyeron a la sociedad durante cuarenta o cincuenta años, pero no es el caso, a menos que se trate de algún país excepcionalmente civilizado, uno de esos donde todos quisiéramos vivir. La suerte terrible de la mayoría de los ancianos es terminar dependiente, pobre y rechazado”. Alguien dirá que son frases hechas, manidas, clichés (como si haber podido devenir en eso les quitara veracidad, razón, necesidad), alguien dirá que ya lo sabemos (entonces, ¿por qué siga que sucediendo?), muchos negarán la mayor aún más porque el párrafo anterior está escrito por una mujer que, además, no oculta su edad (en agosto cumplirá 79 años), y, para colmo, se llama Isabel Allende (su nombre altera a más de uno, es mencionada con desprecio desmesurado por quienes, además, se las dan de feministas -de eso en parte trata lo que ahora voy a comentar-). Su por ahora último libro (publicado en España por Plaza y Janés, como el resto de su producción) se titula Mujeres del alma mía y lleva un subtítulo muy revelador (y que me entusiasma): Sobre el amor impaciente, la vida larga y las brujas buenas. Es como una agradable conversación con la autora, es un repaso en pequeñas píldoras de diferentes momentos de su vida, es una reflexión pausada pero inflexible cuando debe (y argumenta por qué) sobre lo mucho que aún queda por conseguir, lo que hemos dejado que algunas (es una pena pero debe decirse en femenino) hayan radicalizado, usurpado, tergiversado, incluso si me apuran conculcado, sobre un enfrentamiento enconado y a veces forzado/inventado por gentes que sacan rédito de un odio que no debería ser tal, de soflamas, eslóganes, falacias que harían rasgarse las vestiduras a Mary Wollstonecraft, a las sufragistas, a Florence Nightingale, a Gloria Fuertes, a Carmen Martín Gaite, a Doris Lessing, a Simone de Beauvoir (tan malinterpretada, tan poco leída, tan manoseada y vilipendiada), a tantas mujeres que también siento en mi alma (o me gustaría sentir, al menos), a tantas anónimas/desconocidas que han hecho más por el mundo y por la humanidad que aquellos (y aquellas) que se enfundan literal y/o moralmente en una bandera que ni les corresponde ni en realidad defienden, levantando más muros de los que (se supone) buscan derrumbar.

 

   Isabel Allende, como digo, como puede rastrearse en la hemeroteca, como queda claro en este relato íntimo (con un buen aporte de datos y apuntes tomados del natural, de lo que acontece, de lo que hay), es buen ejemplo de lo que alguien (sobre todo si es mujer) tiene que soportar cuando quienes se creen imbuidas de ese derecho no le conceden el dizque “carné de buena feminista”: “¿Por qué tanto lío con mi apariencia? ¿Dónde quedó el feminismo? Porque me da placer. Me gustan las telas, los colores, el maquillaje y la rutina de arreglarme cada mañana, aunque paso la mayor parte del tiempo encerrada en el ático escribiendo. «Nadie me ve, pero yo me veo a mí misma», como decía mi madre filosóficamente, sin referirse solo al físico, sino también a aspectos profundos del carácter y la conducta. Es mi manera de desafiar a la decrepitud. Me ayuda mucho contar con un enamorado que me ve con el corazón; para Roger soy una supermodelo, solo que mucho más bajita”. Al final, jugamos al viejo juego de confundir lo que ya saben ustedes con aquello otro y caemos en lo mismo contra lo que alzamos (si es que lo hacemos) nuestra voz, como si el activismo se demostrase con lo meramente estético (recuérdese al clásico: la ética requiere de una determinada estética, por supuesto, pero no todo ha de encomendarse a ello, es decir, al maquillaje -que lo que tantos exhiben-), sin atender a lo que importa, es decir, a los hechos (seguimos con las citas: son los que nos explican), a los resultados, al trabajo continuado y muchas veces silencioso en favor de los demás (otros, ya lo cantó Cecilia, organizan con profusión de cámaras y focos tes de caridad -qué fea palabra- para jugar a remediar). Poco tiene que demostrar quien lo ha repetido hasta la saciedad, por ella misma, por las mujeres de su vida, por las que ha inventado, por aquellas a las que, de una manera u otra, ha dado su lugar en el mundo: “Mi enojo contra el machismo comenzó en esos años de la infancia al ver a mi madre y a las empleadas de la casa como víctimas, subordinadas, sin recursos y sin voz, la primera por haber desafiado las convenciones y las otras por ser pobres. Por supuesto que nada de eso lo entendía entonces, esta explicación la formulé a los cincuenta años en terapia, pero aunque no pudiera razonar, los sentimientos de frustración eran tan poderosos que me marcaron para siempre con una obsesión por la justicia y un rechazo visceral al machismo. Este resentimiento era aberrante en mi familia, que se consideraba intelectual y moderna, pero de acuerdo a los patrones de ahora, era francamente paleolítica”.

 

   Entro en la dialéctica que establece Isabel Allende con los lectores, evoco algunas páginas que llevo, precisamente, grabadas en mi alma, pienso en mi propia experiencia, en lo que aprendí junto a la abuela y la tía Carmen, anoto frases en las que las siento representadas: “El patriarcado es pétreo. El feminismo, como el océano, es fluido, poderoso, profundo y tiene la complejidad infinita de la vida, se mueve en olas, corrientes, mareas y a veces en tormentas furiosas. Como el océano, el feminismo no se calla”. Y, una vez más, confirmo que la abuela fue una adelantada a cualquier tiempo, que no hubiese desentonado en este, que hubiese seguido siendo auténtica, rebelde, activista sin necesidad de subrayar o forzar nada, fue el mejor libro de texto para procurar ser buena persona, valiente cuando eso (como ahora) se pagaba muy caro, cómo me hubiera gustado haberle leído lo que escribe Isabel Allende: “Esta es la era de las abuelas envalentonadas y somos el sector de más rápido crecimiento en la población. Somos las mujeres que hemos vivido mucho, nada tenemos que perder y por lo tanto no nos asustamos fácilmente; podemos hablar claro porque no deseamos competir, complacer ni ser populares; conocemos el valor inmenso de la amistad y la colaboración. Estamos angustiadas por la situación de la humanidad y del planeta. Ahora es cuestión de ponernos de acuerdo para darle un remezón formidable al mundo”.


Jueves 6:

 

LO QUE SE ESCONDE BAJO LA ALFOMBRA

 

   En realidad, no estamos tan lejos como sería deseable, como nos gusta pensar, de lo que sucedía en tiempos no tan lejanos (no tan diferentes) en que se comerciaba abiertamente con la mujer, en que era moneda de cambio en alianzas económicas y/o políticas, en matrimonios pactados a conveniencia de los progenitores, en casamientos contra natura, en sangres corrompidas por la endogamia y la ambición, en linajes cimentados en el rencor y el crimen. No, no estoy exagerando, basta con leer un poco de Historia, basta con soplar para que la literatura pierda la pátina romántica que no tiene por más que se empeñen aquellos que o no la leen o tienen escasa comprensión lectora, esos que suspiran por vivir una historia de amor similar a la protagonizada por Romeo y Julieta, es decir, una de las grandes tragedias de todos los tiempos. Y eso ocurre con la obra de Jane Austen, reducida a estereotipos que, además, no aparecen en sus páginas, olvidando que escribía en caliente, que al principio tuvo que ocultar su nombre, sin captar la ironía que sus palabras/situaciones/personajes destilan (y no siempre camuflan), negándole su denuncia, su retranca, su feminismo (¿Conocen estos tales La abadía de Northanger?), tildándola de cursi, ñoña, romántica (y, aún peor, romanticona, con sumo retintín). Para algunos, decir que Los Bridgerton bebe en sus aguas es la crítica más mordaz que hacen tanto a las novelas de Julia Quinn que la inspiran como en la serie producida por Shonda Rhimes y cuya primera temporada hemos visto muy entretenidos y divertidos, sin mayores pretensiones, cautivados una vez más por la voz de Julie Andrews (aun mermada es un prodigio), jocosos ante cómo las apariencias quedan en eso cuando se publica al día siguiente una hoja volandera que levanta todas las alfombras (la porquería no desaparece, simplemente queda acumulada), ventila dormitorios y quita máscaras.


Viernes 7:

 

INÚTILES FUNCIONALES



 

   El título genérico dado a estas notas, cambiar el título a Cormac McCarthy para decir que no hay país para viejos (en general), llevaba muchísimo tiempo dando vueltas en mi ánimo y me lo hizo recordar la desopilante y también emocionante lectura de Poco bebo para lo mucho que tengo que tragar, la primera novela de Débora Castillo que ha publicado Martínez Roca. Es una novela plena y maravillosamente femenina, también feminista, pero no deja a nadie fuera, no traza fronteras, implica a los hombres, no les reduce al estereotipo, de hecho consigue que nos identifiquemos con su protagonista, cualquiera con unas cuantas décadas a su espalda (incluso superando la edad del personaje) sabrá lo que es sentirse arrumbado (como el arpa), invisibilizado, aparcado, jubilado de la vida y del trabajo por “mayor”, hay muchas maneras de maltratar a los demás y hacerles sentir inútiles funcionales (un hallazgo de la autora que le robo con toda alevosía). Pero si la historia que narra me atrapa y conmueve, tener la fortuna de conocerla a ella es, perdón por la expresión, todo un pasote, me la pido para Reyes, qué genial, qué vitalista, qué mujer. Léanla, pero, para abrir boca, vean el descacharrante encuentro que los del club de lectura LL mantuvimos con ella, gracias por supuesto a los buenísimos oficios de mi Pepa Muñoz: https://www.youtube.com/watch?v=h9XDkImxxUc&t=2s.  


Sábado 8:

 

TEATRO EN LAS VENAS

 

   Hoy en El arpa de Bécquer televisiva recibimos la visita de una estupenda actriz, arrojada empresaria, heredera de una saga de gentes que lo dieron todo en y por el teatro, la nieta del gran Carlos Lemos, la estupendísima Esperanza Lemos. Nos cuenta algunas de las lecturas que la marcaron, nos permite asomarnos a la colección de clásicos teatrales de su abuelo, repletos de anotaciones en que queda reflejado el proceso de trabajo con que hacía suyos los personajes, los versos, las palabras. También hay tiempo para hablar de una pasión compartida, Don Quijote de La Mancha, y para conocer un poco más qué es y cómo nació Artes Escénicas Carlos Lemos, un delicioso café teatro, un lugar para respirar, conocer y amar este noble arte. Nunca mejor dicho, pasen y vean: http://www.dejatedehistorias.es/wordpress/2021/05/08/hablamos-de-literatura-con-la-actriz-y-empresaria-esperanza-lemos-el-arpa-de-becquer-dejatetv/?fbclid=IwAR3Af6tEv0EUPNNjUTPONRv_GH1vJBdNhido8vdqqEsY4IMszWOL5lhdZXs.


Domingo 9:

 

EL EGOÍSMO IMPERANTE

 

   Termina el estado de alarma, sólo eso, pero cualquiera diría que lo hace todo, en realidad parecemos más abocados que nunca a ello. Lo siento, no puedo compartir, mucho menos comprender, esa necesidad de invadir las calles para beber, de reclamar una libertad que no nos han quitado (otra cosa es la interpretación torticera de cada uno, lo que a cada quien le conviene pregonar, lo que tantos están dispuestos a creer/secundar, el borreguismo con el que se supone quieren desmarcarse del borreguismo que imponen los otros, los que se señalan como enemigos -y esto se da en ambas direcciones-), vuelvo a sentirme vulnerable, prescindible, mal mirado, me expulsan de cualquier lado (y no por mi edad, pero en parte también).