sábado, 3 de abril de 2021

RELOJ, NO MARQUES (NI ADELANTES) LAS HORAS

 

Viernes 26:

 

SIEMPRE DICIENDO ADIÓS

 

   Repasar las publicaciones en redes sociales (en cualquier momento, no es algo exclusivo de esta época terrible que seguimos viviendo, esta época tan inclemente inaugurada hace algo más de un año y que pensamos transitoria y efímera) supone constatar de forma palmaria e inapelable que pasamos gran parte del tiempo despidiéndonos de gente a la que queremos, a la que admiramos, a la que necesitamos, gente que se marcha demasiado pronto y por sorpresa (incluso esperándola, la parca gusta de pillarnos desprevenidos, actúa a traición), gente a la que llorar y añorar, gente que, por más que deje una obra (pública o íntima) que le otorgue inmortalidad, por más que se siga hablando de ella tras su muerte, suponen un vacío en el alma que jamás va a llenarse (nadie sustituye a nadie, al menos yo lo veo/siento de ese modo, el boquete nunca se cierra). Y, así, cuando todavía tengo el corazón encogido por la pérdida de mi adorado Javier Reverte con quien tan buenos momentos compartí, de quien tanto aprendí, a quien leí con absoluta devoción (algo que puedo seguir haciendo, pero no poder comentarlo con él después, no poder conversar, no poder invitarlo a hablar, no poder recurrir a su magisterio y complicidad provoca que la nostalgia, la pena y la rabia me perturben el ánimo lector), llega la noticia del fallecimiento de su hermano, el también magnífico escritor Jorge M. Reverte (la inicial corresponde al primer apellido de ambos: Martínez), un auténtico superviviente, todo un ejemplo en lo vital/emocional, por supuesto en lo profesional, en su entrega al oficio, a la palabra, ¡cómo no añorar (algo que ya estábamos haciendo, manteniendo viva la esperanza del reencuentro) la cita de cada viernes con ese recuadro que, entre otras muchas cosas, transformó en remanso de paz, en abrazo, en refugio! Y lo hizo sin esquivar la realidad, mirando de frente a todo y a todos, con infinita generosidad, entregando algunas de sus mejores páginas, sin consentir que su prosa enflaqueciese o se perdiese en vericuetos ajenos a ella, empapando las palabras de humanidad, siendo el de siempre, el que queda en sus libros.

 

   Y resulta imposible, como digo, abandonar el temblor porque, prácticamente sin solución de continuidad, el mar de luto continúa implacable su expansión, no ha dado tiempo a encajar el fallecimiento de Jorge cuando se notifica el de Bertrand Tavernier, el cineasta, el analista, el investigador, el cinéfilo, alguien que demostró su cinefilia desde todos los ángulos, alguien que ayudó a que esta fuese más sólida y tuviese más ramificaciones, un nombre a celebrar como evocación y realidad de aquellos años del bachillerato y la universidad en que cada película suponía un descubrimiento, así las vivía tanto en las primeras escapadas con los amigos (éramos espectadores omnívoros) como cuando empecé a tener clara mi vocación y mis prioridades profesionales y personales. La muerte en directo fue un impacto cuando se estrenó en 1980 y así la experimenté cuando la vi en televisión unos años después (no podría asegurarlo con rotundidad, pero creo que fue en 1989 0 1990), fue una absoluta epifanía, una conmoción que, de un modo u otro, se repitió con Hoy empieza todo, con Capitán Conan, con Un domingo en el campo, con tantos filmes que, sin necesidad de alcanzar en mi ánimo la consideración de obras maestras, me devolvían las emociones primigenias del espectador que, gracias sobre todo a los tíos, fui desde siempre, el curioso, el cautivado y si se quiere cautivo, el anhelante de nuevas historias, el que se inyecta el celuloide (el audiovisual) en vena, el que se prepara para una ceremonia antes de que comience la película (y, sí, es una lástima perder la experiencia inigualable de las salas, pero como se trata de algo muy personal se reproduce en cualquier momento y lugar, antes justo de dar a la tecla del play, en el instante mismo en que comienza la reproducción).

 

Sábado 27:

 

LA CIUDAD NO ES PARA MÍ

 

   Son tiempos complicados, lo señalábamos antes, hay una atmósfera ominosa, trágica, resulta difícil escapar de su influjo, hay un algo de degradación, de apocalipsis, de falta de soluciones, de túneles interminables sin el más mínimo atisbo de luz, nunca pensé que caminar por la calle pudiera convertirse en una experiencia terrorífica, en algo que me cuesta afrontar, de no ser por las necesidades fisiológicas de Fosco, por visitar a la tía Carmen y a mi madre, por muy pocas cosas más, me escondería/refugiaría en casa, me atrincheraría, me quedaría en el único lugar donde me siento a salvo. Hoy ha hecho un día muy soleado, plenamente primaveral, la gente se ha lanzado a las calles (algo que en sí mismo no censuro), han empezado las vacaciones escolares, entiendo el cierto desenfreno acumulado/reprimido más de lo recomendable, el estallido, pero no puedo evitar sentirme amenazado, vulnerable, asustado ante tanta gente digamos que perjudicada (seré suave) por el alcohol, los hay que a pesar de todo quieren respetar el toque de queda y por ello beben más rápido, para no sentir que se pierden copas, el panorama en las calles peatonales de alrededor (y en la nuestra) resulta violento, se respira agresividad, la crispación generalizada (por unas razones u otras) se podría cortar, Fosco intenta reconocer los olores habituales, su ruta, sus lugares, es imposible caminar como otras veces, unos vecinos (que de natural, todo hay que decirlo, suelen ir muy cargados) están en el portal totalmente ebrios, aun así reconocen al perro y le empiezan a manosear antes de que pueda evitarlo, él se agobia, yo más, en seguida corro hacia el ascensor, ni me molesto en buscar una excusa más o menos amable, al entrar en casa le abrazo en el sofá, temblamos juntos y nos vamos tranquilizando, “ya estamos en casita, el papá [Pablo

] vendrá pronto, qué bien”. Sí, soy muy melodramático, lo sé, pero el alrededor ayuda poco a rebajar la tensión.

 

Domingo 28:

 

PERDER (LITERALMENTE) EL TIEMPO

 

   Hemos entrado en el llamado horario de verano y, por lo tanto, nos han hurtado una hora, hemos tenido que adelantar los relojes para poder cumplir con los compromisos/obligaciones/rutinas de hoy sin llegar tarde. Lo cierto es que es una ceremonia que me irrita, me da igual que nos “devuelvan” el tiempo perdido (robado) en unos meses, no puedo evitar la sensación de que queremos ganarle (nunca mejor dicho) el tiempo a quien corresponda, al movimiento de rotación, al de traslación, al propio Sol, que si los días se alargan/acortan según corresponda de manera natural, habrá alguien por ahí que se sentirá importante, que presumirá de que es él (con sus estudios, con su trabajo, con su capacidad de decisión) quien consigue que esto suceda porque tiene la autoridad para, cada medio año, meter la mano en los relojes de todo el mundo. El caso es que hoy nos hemos saltado una hora (de madrugada, ya, ¿qué pasa: esas horas cuentan menos?, aunque sea para dormir yo quiero las que tocan, no veintitrés o veinticinco), para colmo del Domingo de Ramos, esa fecha que no dejaré de sentir como especial (aunque no la celebre, aunque no cumpla con el precepto) al recordar cuando llevaba a mi abuela a una de las misas más concurridas del año, cuando íbamos pronto a la parroquia para asegurarse un sitio cerca del altar y, así, garantizarse la bendición de los ramos. ¡Ay, aquellas horas inolvidables!

 

Lunes 29:

 

DE ALTA CUNA, DE BAJA CAMA




 

   Los de mi generación tuvimos la fortuna de contar con fantásticos libros de texto en forma de programas de televisión, en la mayoría de los que recuerdo con infinito placer había contenidos que te despertaban la curiosidad por libros, por personajes históricos, por leyendas relacionadas con estos, aprendíamos divirtiéndonos gracias a Petete, a Érase una vez… el hombre, a los Plaff, a María Luisa Seco, a Sabadabada y su conversión en Dabadabada, a Gloria Fuertes, a tantos. Y ese espíritu jocoso, de entretenimiento, de narrar historias sin que note el peso de la mayúscula es el que alienta el espléndido Pasiones carnales de Marta Robles que ha publicado recientemente Espasa. Los del club de lectura (merced, como es habitual, a los buenísimos oficios de mi Pepa Muñoz) mantuvimos un encuentro con la autora donde nos lo pasamos de miedo, al igual que leyendo este ensayo que aúna y rompe géneros y donde Marta se muestra libre como creadora mientras desempolva páginas de la Historia, grandísima labor de documentación la suya, investigando sin tregua, leyendo entre líneas, buscando en los márgenes, consiguiendo un texto híbrido que pone en su sitio a muchos personajes, desvela/revela a otros, que somete a preciso y escrupuloso escrutinio tanto lo dado por bueno como lo considerado leyenda y/o fabuloso, un libro que debería recomendarse, leerse y estudiarse en las aulas (pueden ver el encuentro completo en https://www.youtube.com/watch?v=nT8gI1wWzeA).

 

Martes 30:

 

CUANDO EL TIEMPO SE RALENTIZABA

 

   Creo que me he tomado peor que otras veces lo del cambio de hora porque ha coincidido (aunque me parece que no es la primera vez) con la Semana Santa y, aunque desde hace mucho sean unas fechas que no celebro especialmente (en lo que a lo religioso se refiere), tal y como señalé antes, en la memoria vívida de aquel niño que fui es un momento del año que vinculo a calles prácticamente desiertas, silenciosas (en mi barrio no se celebraban procesiones, sí se visitaban los monumentos en algunas parroquias de la zona, cerraban todas las tiendas, poco a poco fueron abriendo algunos bares, al principio -cuando yo tenía 4, 5, 6 años, ninguno), un tiempo de sosiego antes de los exámenes de fin de curso, unos días para estar tranquilo en casa leyendo, viendo las películas habituales (que en gran parte alimentaron nuestro gusto por la Historia), alguna serie programada para la ocasión (recuerdo especialmente Anno Domini, donde un majestuoso James Mason -por lo que luego he podido leer/saber, todo un anacronismo o, cuando menos, alejado de la sancionada como verdad histórica- convirtió a Tiberio en mi emperador favorito -Yo, Claudio me fascinó, pero en realidad comprendí pocas cosas-), acompañando a la abuela a los Oficios (no todos los años, no todos los días -lo del Domingo de Ramos aparte: es algo que procuré hacer mientras ella vivió-). Y es una sensación que intento recuperar a la mínima, me retrotraigo a aquellas Semanas Santas de un modo u otro, esta vez de manera un tanto particular puesto que he empezado a ver en Netflix la serie mexicana María Magdalena, una prueba más de lo que mucho que ha evolucionado eso que llamábamos “culebrón”, eso que es aunque uno prefiera decir “folletín”, término y género a reivindicar (aunque ya lo está en muchos caso), además, sólo tiene 60 capítulos (según el DEL es sinónimo de “episodio”, lo digo por algún listillo que anda por televisión dando lecciones mientras dizque inventa formatos/géneros audiovisuales -es decir, el acomplejado eres tú, tocayo-), poca cosa para quien fue fiel seguidor de Gabriela, Los ricos también lloran (aunque no desde su comienzo) y, sobre todo, Santa Bárbara de la que el tío Miguel y yo vimos al menos 600, si no más. Lo cierto es que me puse a la tarea hace poco y la voy alternando con otras series de diferente pelaje, en realidad no he llegado a lo que propiamente es la Semana Santa, apenas he completado la primera decena de episodios, pero así me parece que cumplo con el ritual que quiero seguir.

 

Miércoles 31:

 

MI VIDA EN LOS SUEÑOS




 

   No es fruto de lo que he contado más arriba, no es algo provocado por mi incipiente agorafobia, por el miedo a las calles (que, por cierto, también siento, aún más agudo incluso, cuando están vacías, cuando parecen el escenario de una película apocalíptica y/o de terror, nunca me he sentido seguro, mi esencia es la de un eremita, ya he dicho muchas veces que me reconozco como asocial, que me pongo la máscara de mi oficio para no dejarme llevar por esa tentación, que cuido mi soledad, que he tendido y tiendo a replegarme sobre mí mismo), como digo, sin embargo, mi mundo onírico ha sido muy agitado y vívido desde que tengo uso de razón, desde que soñé (y como ven aún lo recuerdo, de hecho no tengo que hacer ningún esfuerzo para ello) que un personaje terrorífico, al que sólo veía los pies, me perseguía por mi primer colegio, completamente vacío, yo corría hasta esconderme debajo de la primera fila de mesas de una clase y él se acercaba mientras yo temblaba y pedía socorro, por fortuna desperté en ese momento. De vez en cuando, por suerte las crisis cada vez se espacian más aunque de vez en cuando rebrotan y se solapan unas con otras, padezco parálisis del sueño, sé dónde estoy, quién duerme a mi lado, percibo lo que me rodea envuelto en una especie de nubosidad, pero si intento despertarme hay como una barrera que me lo impide, me agito (o eso creo), quiero gritar para salir de ese estado casi catatónico en el que conservo como atenuada/reblandecida la capacidad de percepción, pero me cuesta un mundo, por fin, zafarme de todo, incorporarme en la cama, soltar un exabrupto en voz alta, quedarme unos segundos quieto, recuperando el ritmo natural de respiración, dándome de cuenta de que la zozobra ha quedado atrás.

 

   A veces es como si me zambullese en los sueños, como si me precipitase en ellos, o como si no fuesen tales, de tan reales me duelen, lloro, me asustan, también me dan alegrías, por eso la lectura de María en el multiverso, el debut como novelista de Mariela Cedeño Pérez publicado por Caligrama, me llegó muy hondo y la recuerdo ahora, porque lo onírico es básico, porque explora posibilidades, desintegra fronteras, porque soñar y vivir pueden (me atrevería a decir “deben”) ser palabras sinónimas, porque nos estamos perdiendo mucho, seguro, a considerarlos compartimentos estancos. Como escribí en su momento en Instagram, es una novela que combina/alterna varios géneros (ciencia ficción, intriga, aventura, sentimental) y en todos acierta y aporta, una nueva voz de la que esperar y desear más. ¡No reneguemos de los sueños, tampoco de los que tornan en pesadillas o tomamos por tales, unos y otras nacen en nosotros, somos parte de ambos (o viceversa)!

 

Jueves 1:

 

SILENCIOS QUE NO SE DEBEN PERTURBAR

 

   Veo la adaptación cinematográfica de Lo que el día debe a la noche, novela de uno de los escritores que más me fascinan desde hace unos años (empecé a leerle tarde), Yasmina Khadra (no me he equivocado: es un hombre que publica con seudónimo femenino). Es una narración con mimbres clásicos, una novela río que, como es marca de la casa, posee personajes muy sólidos a través de los cuales se retrata una época, un momento, un lugar, se pone el dedo en la llaga, proporciona material para la reflexión. En su traducción a imágenes, la historia pierde cierta fuerza, recurre a lugares comunes, esboza lo que en el original literario es contundente, emocionante y a ratos mágico. Pero queda una de esas frases que Khadra deja fluir como si fuese sencillo, una de esas sentencias de las que uno se adueña, más en este momento que les he descrito antes, cuando el verborreico calla, cuando no quiere más palabras (propias o ajenas) que las escritas, cuando regreso (aunque sólo sea anímicamente) al ángulo oscuro del salón, cuando comprendo (y me gustaría hacer comprender) que hay silencios que no se deben perturbar.