domingo, 19 de agosto de 2018

CUANDO EUROPA ESTABA LEJOS







   Que nadie busque lecturas políticas en el título que nadie me diga que lo sigue estando, que somos el furgón de cola, queden fuera tanto los discursos europeístas como los catastrofistaCs o los quejosos, ahora hablo simplemente de un recuerdo particular (aunque me consta que compartido con muchos de esos que andamos rondando los cincuenta años o ya llegaron a ellos), el de aquellas largas noches frente al televisor asomándonos al continente, es decir, siguiendo el Festival de Eurovisión como si fuese una cuestión de Estado, que puede que lo fuese, pero nosotros sólo lo vivíamos como un momento emocionante, nos dejaban trasnochar, participábamos activamente, nos parecía otro mundo (nunca mejor dicho), algo cambiaba durante aquella retransmisión. Aunque mi primer recuerdo más o menos claro es el de Peret (por cierto, con una letra bastante más cañera y contestataria de lo que suele decirse porque ¿cómo tomarse aquello de “si al sol no puedes tumbarte ni en paz tomar una copa, decir que estás en Europa no sirve de ná”? -aunque lo que más me hace reír siempre es pensar cómo traducirían a los diferentes jurados lo de “si le paras a una rubia cuando vas por la autopista y luego es un estopista”, frase brillante la mires por donde la mires-), empecé a tomar conciencia de lo que era Eurovisión con cinco años (1975), cuando iban saliendo diferentes artistas a escena (Sergio y Estíbaliz representando a España), mi abuela estaba muy atenta a la pantalla, decía que aún quedaban muchos por cantar y yo encontré tremendamente divertido ese espectáculo tan variado. Desde entonces, la archipopular sintonía (que no es estrictamente del festival sino de la Unión Europea de Radiofusión, por eso nos la encontrábamos también, por ejemplo, antes de eventos deportivos, en cualquier conexión entre las diferentes cadenas asociadas), el Te Deum que Marc-Antonine Charpentier compuso a finales del XVII, suponía romper fronteras, abrirse al mundo, aunque, como digo, los de mi generación no hiciéramos ningún tipo de lectura política, flotaba en el ambiente esa sensación/necesidad de nuevos aires, de dejar atrás la autarquía (u otras palabras que no comprendíamos), de quitarnos de encima prejuicios y complejos.

   Eurovisión se esperaba como agua de mayo (algo que puede parecer lógico hoy en día, pero en aquellos años no puesto que, excepto en 1977 que sí lo hizo en ese mes, el festival se celebró a finales de marzo o en abril entre 1970 y 1983), si la canción española no gustaba (algo bastante habitual, las quejas solían ser numerosas, por más que luego todo el mundo tararease Enséñame a cantar, no digamos Su canción y hasta aquel desastre anunciado en el que prácticamente coincidimos todos llamado ¿Quién maneja mi barca?) hacíamos los peores vaticinios pero no queríamos perdernos nada, ríanse de las emociones sentidas y del cosquilleo imparable antes de los Oscar (que no se vieron en directo en España hasta 1988) con lo experimentado con la intensidad de los ocho, nueve o diez años, muy especialmente cuando rozamos el triunfo con Betty Missiego, algo que nos decían imposible (y lo fue y sigue siendo, las cosas como son), pero que fue hermoso vivir (la abuela daba palmas, la tía Carmen decía “verás, verás”, el tío Miguel, al que se notaba complacido y expectante, era más prudente). Y vienen los enfermos de modernidad a dictaminar, a hacer tabla rasa, a negar la historia, a reinventar, a apropiarse, a extender certificados de idoneidad, a jactarse, a reírse de lo anterior, incluso a establecer normas, modos, vestuarios, coreografías, eslóganes, a decretar cómo y quién es eurofan, considerando la juventud un valor (que lo es, pero para sacarle todo el provecho posible porque es efímera y, al final, vendrán otros a desalojarlos del lugar del que ellos anteriormente expulsaron -o al menos lo pretendieron- al resto), olvidando/ignorando que un festival con tantos años a sus espaldas mantiene en parte su aureola gracias a aquellos que ya estaban allí, que nos fuimos incorporando cuando ellos no eran ni proyectos (suele utilizarse una imagen mucho más gráfica pero no me parece de recibo) y que, al final, por más que vayan apareciendo fenómenos, artistas, temas que perduren o tengan recorrido más allá del evento en concreto, cuando Eurovisión se celebra a sí misma recurre a aquellas gentes que lo hicieron grande (sí, lo digo a boca llena, estoy cansado de que siempre se hable de lo casposo, lo antiguo, lo ridículo que resulta cuando, simplemente, es un reflejo de su época, de la cada momento, pero la prueba del algodón no engaña y los iconos y/o mitos que permanecen, los hitos que no se olvidan, las carreras que se han propulsado gracias al festival son su mejor carta de presentación).

   Yo nunca quise ser bombero, ni policía, ni futbolista, ni nada de lo que soñaban mis compañeros. Yo siempre quise ser cantante, pero por una única razón: representar a España en el festival de Eurovisión. Cada año vivía con ansia quién sería el elegido, quién viviría esa mágica noche y soñaba cada detalle de cómo sería pasar por ese sueño. Nunca he podido vivir el éxito de mi país, espero poder hacerlo. Pero hay canciones y artistas que nunca he olvidado, he aquí las más importantes”, así presenta Alberto Vázquez su trabajo Recordando Eurovisión, un CD que demuestra la vigencia de tantas melodías que nos acompañaron en aquellos años, en esas noches en vela (aunque no puedo quejarme con respecto a este asunto en lo que a mis padres -y sobre todo a mis tíos- concierne, mucho menos teniendo en cuenta que se celebraba en sábado, el festival suponía una magnífica oportunidad para acostarnos tarde -que es algo que, en general, nos hacía sentir mayores y hasta importantes-, la sensación que queda es la de haber estado pendientes de todo hasta altas horas de la madrugada), es un fantástico ejemplo de cómo compaginar la necesaria nostalgia (no es repetir el tantas veces inexacto -por no decir falso- estribillo que afirma que cualquier tiempo pasado fue mejor, sino hacer memoria, conocer lo que hubo antes, tener claro de dónde venimos) con nuevos aires y bríos, no quedarse anclado, evolucionar como mero consumidor de música sin caer en el error (como decimos una cosa decimos la otra) de pensar que esto (lo que sea) nació con nosotros (hace poco, dejamos con la boca abierta a un joven de poco más de veinte años cuando le explicamos que Celos no era original de Fanny Lu sino de Daniela Romo –“¿quieeeen?”, fue su respuesta- y aún no se ha repuesto de la conmoción -se quedó paralizado unos segundos- al enterarse de que la canción tiene más de treinta años y la compuso un señor de Cuenca). Alberto Vázquez hace suyas algunas de las canciones que triunfaron en Eurovisión, escoge las ganadoras de 1968 a 1976 (es uno de mis escasos reproches: no llega a 1977 cuando una emocionadísima y anegada en lágrimas Marie Myriam se impuso con uno de mis temas preferidos, L´oiseau et l´enfant), después salta a 1979 (y nos reconcilia definitivamente con Hallelujah aunque sigamos aplaudiendo interiormente a la adorada Betty Missiego -quien, además, no tuvo reparos, señora y artista como pocas, en corear la canción y dar palmas en la repetición final-) y completa el viaje con 1983 (La vie est cadeu) y 1988 (con una Céline Dion aupando a Suiza a lo más alto gracias a Ne partez pas sans moi). Conviene aclarar que los cortes del CD no siguen la cronología del festival y que en 1969 barre para casa y se queda con Vivo cantando, por más que aquel año (en Madrid, en el Teatro Real) cuatro países empataron en el primer puesto (lo que provocó gran revuelo en su momento, una enorme polémica que afectó a la gala del año siguiente en lo que a participantes se refiere y que se zanjó con la creación de unas normas de desempate).

   Alberto Vázquez es un artista completo, actor de amplio registro, el mismo que exhibe en su faceta como cantante y queda bien patente en Recordando Eurovisión. No es la primera vez que hablamos de él en este blog, bien es cierto que en una ocasión quedó un tanto opacado (también Natalia Millán) por la devoción particular (y de muchos años de trabajo, conocimiento y amistad) que uno siente por Marta Valverde (hablaba entonces de aquel estupendo espectáculo que fue -que ojalá vuelva a ser en algún momento o tenga un hermano mellizo- ¿Hacemos un trío?: https://elarpadebecquer.blogspot.com/2014/03/triangulo-equilatero.html) y en otra compruebo ahora al repasar el texto que ni le mencioné (¡Y era el director!, perdón por el olvido), arrebatado por la manera poderosa en que Helena Bianco (su hermana, esa voz cada vez más redonda y perfecta, cada día sonando mejor, instrumento afinadísimo y en plena forma) se adueñaba de la escena para rendir tributo y pleitesía a Mari Trini (aunque me da apuro poner al link al ser consciente de mi error, sirva esta fe de erratas para reivindicar aquel Estoy pensando en ti: https://elarpadebecquer.blogspot.com/2015/12/de-puntillas-tu-ausencia-vestire.html). Para compensar un tanto este papel secundario al que tan injustamente le había reducido hasta ahora este ángulo oscuro del salón, tuvimos el privilegio y la fortuna de que aceptase la invitación de aquel Destino: Wonderland en que quisimos reconocer las trayectorias y realidades de tantos intérpretes (en toda la extensión de la palabra) que siguen en la batalla día a día, sin desfallecer, por encima (o a pesar) de modas y ruidos mediáticos/mediatizados, gente de lo más versátil por más que algunos encasillen y otros menosprecien por especializarse en el difícil mundo del teatro musical, ahí están los créditos de cada uno, varios de los de Alberto Vázquez se recordaron/aplaudieron en la charla que mantuvimos en el Teatro Amaya cuando interpretaba y triunfaba con La jaula de grillos, una versión muy cabaretera de la mítica La Cage aux folles ( https://prnoticias.com/podcast/ondaarcoiris/cultura-lgtb/20160241-alberto-vazquez#inline-auto1611).   

   Recordando Eurovisión se ha grabado como si se tratase de un concierto, de un directo, como si fuese el festival, es decir, de una sola toma y sin poder parar, lo que no hace sino aumentar la verdad que respira cada tema, el modo directo en que llega hasta el oyente, a ratos como si fuera un susurro, una caricia musical íntima, sólo para nuestros oídos, prodigio que obra la calidez (y calidad) de la voz de Alberto y la perfecta armonización/imbricación con los músicos y los coros (uno se atrevería a hablar de latidos acompasados, respiraciones similares, el diálogo y el entendimiento, la complicidad que demuestran). El CD es una continua sorpresa porque jamás toma el camino fácil de la mera imitación, explora posibilidades, las convierte en realidades, no da gato por liebre (es decir, encontramos nuestros propios recuerdos, no hay duda de lo que estamos escuchando -bien saben que hay versiones que no merecen ese nombre y sí el de asesinatos-) pero añade, enriquece, pone en valor, se apropia artísticamente de lo que ya conocemos para ajustarlo como un guante a la voz de Alberto y a los arreglos y variaciones que suenen como si fuesen los primigenios. Reconozco mi debilidad por el tema que abre el CD, Un banc, un arbre, une rue, pero creo que ahora me gusta más la revitalización aquí llevada a cabo que la original de Séverine; él es de las pocas personas que puede medirse con ABBA y salir victorioso (una de las otras está en los coros, es decir, nuestra Marta Valverde y ahora habría que incluir a Cher, por supuesto), pero es que con Waterloo literalmente toca el cielo, es un absoluto prodigio, la canción parece otra mientras mantiene su esencia, es increíble el modo en que se respeta un clásico dándole la vuelta; me encanta su decisión de ser ortodoxo con Save Your Kisses for Me, es muy similar (yo diría que la que más) al original, pero se permite el guiño de cantarla en castellano, en la versión que hicieran popularísima Los Mismos, quienes estuvieron cerca de ir a Eurovisión al formar parte del histórico Pasaporte a Dublín (no pudo Helena Bianco hacer vivir a su hermano su sueño aunque fuese en modo vicario). Ojalá este trabajo tuviese continuidad en los escenarios, ojalá Alberto Vázquez pudiera (y quisiera, claro, que esto es un deseo personal de quien escribe) desarrollar un espectáculo unipersonal (o con los participantes que quiera/considere) tomando como punto de partida este fantástico Recordando a Eurovisión, para seguir demostrando que las diferentes generaciones festivaleras podemos y tenemos que convivir y compartir y, sobre todo, para que su imponente presencia sobre las tablas, su raza de artista, sus múltiples facultades, su fabulosa madurez como intérprete sea ampliamente conocida y reconocida.