viernes, 3 de agosto de 2018

48 HORAS DESPUÉS






   Desde que decidí dejar de escribir en el blog hermano a éste (en realidad, el primero que cree) hace casi un año (publiqué la última entrada, centrada en la muerte de Federico Luppi, el 24 de octubre de 2017), amigos, conocidos y lectores leales (gran parte fueron primero oyentes) me han preguntado por qué lo hice e incluso alguno (siempre con cariño y expresando sus ganas de que eso sucediera) me ha medio exigido que regresara a mis orígenes profesionales (la primera vez que así puede ser considerada en que me senté delante de un micrófono de radio, me puse los cascos, miré hacia la pecera y esperé que se encendiese la luz roja fue para hablar sobre cine, mis primeros años radiofónicos se centran en esa única función), que retomase la crítica de cine, algo que no he abandonado (imposible refrenar una de mis pasiones), bien lo saben aquellos que frecuentan las redes sociales (especialmente Facebook, sí, por lo que aquellos comentarios tienen un acceso más restringido -el que, en gran medida, yo deseo-), también porque terminé un tercer libro de esa temática junto a Pablo que, aunque fue sugerido/pedido por nuestra editorial, por el momento duerme el sueño de los justos en los discos duros de nuestros ordenadores, pero quise distanciarme un tanto de algo que llegó a saturarme, que no me dejaba perder de vista parte de mis peores experiencias en el ejercicio de mi profesión (no por el cine, desde luego, sino por cómo, dónde y con quién tuve que hacerlo), en un momento dado necesité oxígeno, por un lado no podía permitirme estar tan al día como antes por obvios motivos económicos, por otro me sentí muy incómodo, verso libre como siempre he sido, en un microcosmos cada vez más enviciado, enconado, fanatizado, crispado y, las cosas como son, en manos (o boca o dedos o tuits o frasecitas o supuestos análisis llenos de inexactitudes, ignorancias varias y/o falsedades) de gentes que siempre hablan sentenciando, subidas a púlpitos que no les corresponden (malo es que lo haga cualquiera por más preparado que pueda parecer para ello, aún peor cuando quien se encarama es alguien sin conocimientos ni amor por aquello de lo que se ocupa), género periodístico (como tantos, como el resto) puesto en almoneda, usurpado, pisoteado, tergiversado, ensuciando un nombre que no le pertenece. Y por eso opté por pasar a un segundo plano, en el sentido de privilegiar mi otra gran pasión (la primera) en la vida y en mi oficio, la literatura, asunto principal (y a ratos casi único) de este blog, con permiso del teatro (que aparece menos de lo que se querría, no se trata de falta de interés sino, ¡ay, poderoso caballero!, de presupuesto -mientras seguimos sin ingresos recurrentes, por pequeños que fuesen, hay que escoger mucho y renunciar a más de un espectáculo-), ser más que nunca espectador (aunque la deformación profesional, los años de práctica, el músculo desarrollado, la mente y el corazón habituados a expresar impresiones/emociones provocan que, sin abandonar el disfrute -si lo hay-, durante el visionado vaya emitiendo un juicio que termina por cristalizar en algo que, cuando menos, comparto con Pablo), observar desde la barrera (por más que me indigne, no sólo por mí: duele que los asuntos culturales en los medios -o así considerados- estén/sigan en manos de personas que no lo merecen, aunque lo más insólito sea que los consumidores de esa información, en su mayoría más cinéfilos que quienes escriben/profieren sandeces tales como que Tom Cruise, Brad Pitt y Keanu Reeves compartieron pantalla, a veces en la versión de Drácula firmada por Coppola, a veces en Entrevista con el vampiro -aunque esto último ya está corregido porque alguien lo advirtió-, según tenga el día la autora de estos y otros errores mayúsculos, lo extraño es que, como digo, que los receptores no protesten -será que nadie pone atención o cuidado, que nadie conoce el dato auténtico, que nadie lee a la tal y similares-).

   Pero, aunque pueda parecer lo contrario, el cine (lo audiovisual) sigue acompañándome, se ha asomado a este ángulo oscuro del salón en que planta sus reales el arpa en algunas ocasiones, si bien es cierto que no en críticas más o menos ortodoxas sino en reflexiones, recuerdos, evocaciones, en las melodías que habitualmente extraigo del polvoriento instrumento. En esta ocasión, llega por varias razones: la fundamental, que se trata de una película que me ha resultado muy interesante, que me ha llevado a hacer una introspección muy profunda, que me ha hecho sentir, pero, además, tuve la oportunidad de conversar con su director y coguionista y sus dos intérpretes principales, personas a las que admiro y respeto, gentes que aman su trabajo e invitan a disfrutar de y con él, a vivirlo en su plenitud (y eso incluye malos ratos, por supuesto, más aún sabiendo que se está reproduciendo un hecho real, pero cuando un filme te golpea, te remueve, te angustia, te implica del modo en que éste lo hace el balance es positivo y gratificante, uno no va al cine a quedarse impasible -no digamos a aburrirse-). Hora es, pues, de ceder el espacio a Solo, la segunda película de Hugo Stuven, protagonizada por Alain Hernández y Aura Garrido. La película, como ya se ha indicado, narra las angustiosas 48 horas vividas por Álvaro Vizcaíno tras caer por un acantilado de la isla de Fuerteventura, ese es el poderoso arranque del filme, así lo cuenta el cineasta: “El primer plano de la película es un plano secuencia que fue muy difícil de rodar: es Alain el que está colgado, se ve toda la inmensidad de las dunas, un paisaje muy bonito, pero cuando la cámara gira empiezas a darte cuenta del percal y ésta se va alejando hasta que a él no se le ve. Creo que ese plano simboliza toda la película, tenía que ser así. Precisamente ese arranque y el final, que no voy a desvelar, por supuesto, fueron lo más difícil de rodar porque con el agua nunca se sabe, es complicado siempre, y el acantilado, sin duda, lo más peligroso”. En realidad, lo que vemos precede a la auténtica caída, puesto que, tras resbalar y no tener donde ni a qué agarrarse en la arena que le arrastró hasta el precipicio, Álvaro quedó sujeto por los codos, enganchado como pudo a la pared rocosa hasta que las fuerzas le fallaron y cayó sobre las rocas golpeándose la cadera y rompiéndose la pelvis, momento sobrecogedor también en la pantalla puesto que el protagonista es consciente de que su única opción es esa por más que no pueda prever qué sucederá cuando impacte con el agua plagada de rocas, no existe otra salida y parece mejor tomar impulso y dejarse caer que esperar a ser vencido del todo, su cuenta atrás es agónica, algo a lo que contribuye de manera sustancial (como en el resto de la cinta) la prodigiosa interpretación de Alain Hernández, tanto en lo físico como en lo humano, tal y como decía Hitchcock de Cary Grant al espectador le preocupa lo que le está sucediendo, si pudiese se levantaría de la butaca y entraría en la pantalla para socorrerle, y eso es algo que Alain consigue porque desborda humanidad, porque se entrega a fondo para que, a pesar de sus oscuridades, del rechazo que provoca por su modo de tratar a otros, su personaje sea poliédrico y por momentos duela tanto o más lo que piensa, lo que se reprocha, lo que asume que las heridas y fracturas sufridas.

   Me daba más miedo la parte emocional que la parte física, y mira que fue de aúpa rodar en el mar y encima el lugar en concreto en que sucedió todo, porque una cosa es leerlo y otra verte en el escenario natural. Pero no lo podía concebir de otra manera: Hugo me propuso hacer el 85% de las secuencias de riesgo y sólo dejé de hacer aquellas que ponían muy en riesgo la producción y la continuidad del rodaje. Puede que hiciese cosas innecesarias, pero pensaba que si la cámara estaba cerca y se me veía la cara, el espectador empatizaría mucho más con el personaje que con un plano general rodado por un doble, entendía que así debía ser y merecía la pena el esfuerzo cada vez que al terminar una toma Hugo salía del combo feliz y me decía “gracias”. Pero la parte emocional hace bajar a mucha profundidad, hay que tocar fondo para volver a salir a la superficie, tuve la suerte de tener cerca a Álvaro para hacer ese viaje, que se abriese totalmente para poder comprender cómo alguien puede desaparecer dos días sin que lo echen de menos, algo muy duro porque eso significa que has acostumbrado a la gente a que te gusta hacerlo, pero también significa otras cosas más dolorosas”. Alain Hernández cuenta sus experiencias durante este rodaje con las emociones aún muy a flor de piel, incluso habla de su vida personal y consiente que su interlocutor entre en su intimidad (pero, por más que esté grabado, es algo que creo debo dejar ahí, como privilegio de periodista, como agradecimiento por la confianza otorgada, un momento en que un servidor se sintió cómodo como para compartir confidencias), demuestra de este modo tan vívido su manera de abordar personajes muy complejos a los que él imprime veracidad con la furia de un actor de raza (así es como le define sin titubeos Hugo Stuven): “Parece que me estoy especializando en personajes con muchas capas: Jacobo en “Palmeras en la nieve” no quería expresar sus sentimientos y al final era alguien muy vulnerable; eso también sucedía en “El rey tuerto”, un estereotipo de tío duro que al final es un oso enjaulado que se vuelve un gatito en cuando le dan amor, ahora aquí algo similar, debe ser que tengo algo en común con ellos, no sé, jajaja. Pero me interesaba mucho el trabajo hasta llegar a darle la vuelta porque no era fácil, sobre todo con tan poca información previa del personaje, dos o tres detalles que le pintan como un auténtico capullo, a partir de ahí conseguir que el público sintiese empatía en otros momentos, sobre todo en lo relacionado con la familia, con esos abrazos que no damos a los que más deberíamos dárselos, con lo que no decimos”. Si uno tuviese que destacar un instante especialmente sobrecogedor (y mira que hay varios que estremecen antes de que seamos conscientes de ello) sería cuando el protagonista (uno mismo en la butaca) es plenamente consciente de que no le están buscando y él es el único culpable de que eso suceda: “Se trata, en parte, del egoísmo -cuenta Alain-, de esa soledad mal entendida en que se reclama estar solo cuando conviene y los domingos por la tarde te quiero en el sofá para ver una película, te llamaré yo cuando quiera. Y para lograr la redención, para pedir perdón y asumir los errores, hay que llegar a un punto tan dramático como el que se cuenta, pero eso, por desgracia, pasa muy a menudo, tenemos la asignatura pendiente de reflexionar mucho más en cómo nos comportamos, cómo tratamos a los demás”.

   Solo no es una clásica película de supervivencia, no es sólo eso (¿Ven cómo lo de acentuar la palabra viene bien para evitar confusiones?) porque Hugo Stuven y su coguionista Santiago Lallana siempre plantearon la historia en otros términos: “Hay gente que en seguida ha establecido la comparación con “127 horas” [la película de Danny Boyle inspirada en un suceso similar al aquí narrado], pero en realidad no se parecen mucho, más allá de que ambos personajes, en la vida real, pasaron por el proceso mental que se cuenta en pantalla. Si tengo que buscar referentes, aunque tampoco tiré tanto de ellos, serían “Tiburón”, “Náufrago” e incluso “Infierno azul”, pero no era algo que se hubiese hecho en España y eso me pareció un plus y me hizo la idea aún más atractiva. Aunque lo fundamental fue que me apeteció contar esta historia y poder hacerlo de un modo introspectivo”. Y todo ello en un espacio abierto, al aire libre, con la claustrofobia propia de un lugar bellísimo que se transforma en hostil porque, aunque la vía de escape parece al alcance de la mano, no es posible alcanzar la salida: “Era una prisión natural y al aire libre, sin duda. Uno de los mayores retos fue rodar en los escenarios reales: estuvimos mucho tiempo localizando con Álvaro y fue durante ese proceso cuando nos dimos cuenta de que no podíamos rodar en piscina o en plató. Yo quería algo muy orgánico, ver la luz del sol entrando en el mar, los peces nadando, porque todos los peces que se ven son de verdad, no hemos empleado técnicas digitales para hacerlo más bonito. Y, sí, todo aquello es espectacular, pero te percatas de que es una cárcel y, para colmo, una cárcel que se inunda, por la noche hace mucho frío y por el día muchísimo calor, apenas había sombra, sin agua ni comida, todos componentes muy poderosos para contar la historia, pero terribles para vivirlos”. Un rodaje tremendamente complicado que gracias al montaje de Nacho Ruiz Capillas, a la fotografía de Ángel Iguácel, al despliegue físico y emocional de Alain Hernández, a un equipo volcado, a un director que tenía muy claro qué y cómo quería contarlo, ha dado como resultado una película controlada y medida que sacude sin necesidad de trucos o trampas: “Fue ciertamente difícil mantener la elegancia visual que siempre quisimos para la película con las condiciones naturales a las que nos enfrentamos, el agua va por su lado. Si había mar de fondo el agua no estaba todo lo transparente que queríamos y lo dejábamos, a Alain le picaron unas medusas y tuvo que ser hospitalizado, decidir rodar o no rodar suponía dejar correr un tiempo que siempre iba en nuestra contra, al margen de tener involucrados en el rodaje a buzos, rescatadores, especialistas, lanchas, motos de agua, sólo teníamos cinco semanas, fue un reto absoluto”.

   Esa claridad de ideas de Hugo Stuven fue primordial, según explica la propia actriz, a la hora de lograr el código adecuado en que debía moverse el personaje de Aura Garrido, que está poco tiempo en pantalla pero cala (y de qué modo) en el ánimo y el corazón del espectador: “Hugo tenía muy claro qué quería contar con mi personaje y eso facilitó mucho la búsqueda. Me pareció muy interesante poder explorar las cuestiones a las que se enfrenta el personaje, asumir que está en una relación tóxica, poner los pies en la tierra y decir que así no va a seguir, que eso no es amor. También me interesó mucho el punto de vista de Hugo que, al llevar a la pantalla una historia de supervivencia, no se preocupaba tanto de digamos las escenas de acción sino del proceso interno que vive el personaje, cómo se enfrenta anímicamente a lo que le está sucediendo”. La (afortunada) elección de Aura Garrido también es algo en lo que el director no se permitió ni un titubeo: “A Aura la tuve clara desde el principio porque eleva todo lo que hace, mejora lo que le das. Es la luz de la película mientras que podría decirse que Alain es el faro: es un personaje con mucha fuerza, muy valiente, toma decisiones, se enfrenta a una relación tóxica, no se somete, toma las riendas de su vida. Actúa como conciencia”. Y todos estos elementos tan terrible (por cómo nos horadan) y absolutamente humanos son los que coadyuvan a que Solo deje una huella muy profunda, más allá del hecho en sí, ese titular de periódico o aquella noticia de televisión que, por desgracia, olvidamos demasiado pronto y, como mucho, pasan a engrosar las estadísticas.