Hoy, los habituales (y también los recién llegados, aunque estos no lo
percibirán al no conocer textos anteriores) están de enhorabuena porque van a ahorrarse
el exordio convertido en tradición, las vueltas y revueltas que un servidor da
antes de entrar propiamente en materia (por más que eso, las idas y venidas, el
remontarme a la prehistoria -personal y general-, sea el auténtico aliento de
estos desahogos en forma de escritos), puesto que, de alguna manera, ya lo
anticipé hace un par de semanas en el momento de recomendar El hombre de tiza de C. J. Tudor al
señalar los puntos en común existente entre aquella ficción que llegaba avalada
por el mismísimo Stephen King y Las
largas sombras de Elia Barceló, novela publicada por primera vez hace casi
diez años y que ha recuperado recientemente Roca Editorial. Es el propio título
el que señala/anticipa cuál va a ser el asunto principal, imagen que todos tenemos
en la cabeza y cuya fisicidad (porque la adquiere en cuanto se abate sobre
nosotros) hemos probado, seguro, en alguna ocasión: hay sucesos/personas con
los que, por más distancia que pongamos, por más olvido con que queramos sepultarlos
(ese esfuerzo en borrar de la memoria consigue en demasiadas ocasiones el
efecto contrario), por mucho que consintamos que el tiempo nos ayude a diluir sus
efectos/consecuencias (o nos limitemos a dejarle seguir su curso implacable), hay
hechos y/o gentes con los que, consciente o inconscientemente, por voluntad
propia o por azar, volvemos a tropezar (y no una única vez, con esa obstinación
que es consustancial al ser humano), puede que incluso allanándoles el camino
de vuelta, topando con ellos por más que nos creamos a salvo en Samarra (o
Samarcanda, según la versión que escojamos del popular cuento), todos tenemos
(dicho en palabras del gran Simenon) algún cadáver en el armario (sobre todo en
el aLmario) que puede abrir la puerta en cualquier momento (o atravesarla) o
que se limita a esperar que algo o alguien lo haga por él. Y esa sombra que
proyecta, por más que pensemos que desapareció sólo porque no la vemos, es muy
larga (mucho más que la del ciprés de Delibes que, en realidad, era alargada),
muy densa, muy tenebrosa, muy pegajosa, bien por no asumida, por mal comprendida,
por abortada con precipitación, por oculta debajo de la alfombra, por dejada
fermentar, por no limpiada, por no explicada, por muchas razones (o
sinrazones).
Como también anticipé en el texto al que antes hice referencia, tuve el
inmenso placer de conversar con Elia Barceló durante una merienda con algunas
de mis queridas compañeras blogueras en un hotel de Madrid y confirmar de
primera mano lo que me contaban quienes ya la habían tratado, lo que uno podía colegir
de entrevistas y de su modo de escribir (por más que uno se transmute en sus
personajes, hay actitudes que no se pueden fingir ni ocultar), lo que pude
atisbar cuando, tras la publicación el pasado marzo de un escrito sobre El secreto del orfebre (https://elarpadebecquer.blogspot.com/2018/03/con-los-ojos-llenitos-de-ayer.html)
me agradeció el mismo en Twitter en mensaje público demostrando, además, que lo
había leído, es decir, que es una mujer divertida, apasionada, entusiasta,
generosa, que disfruta escribiendo y compartiendo sus historias con los demás,
de hecho habla en términos de “cooperación” a la hora de señalar que, si no la
consigue, si no motiva al lector para que participe de la historia e incorpore
su parte, algo habrá hecho mal (puede, por el momento, estar bien tranquila
porque, como le dijo mi querida Yolanda Rocha, sus novelas acogen y, como se
atrevió a añadir un servidor, uno no las lee sino que las habita, no puede
hacerse otra cosa con una escritura tan cálida, hermosa y restallante de
humanidad -y eso, fuera trivializaciones, incluye lo desagradable, lo terrible,
lo patético, aquello que no querríamos ser o que aceptamos sin cargos de
conciencia, que de todo hay-). Uno de los mejores momentos a la hora de abordar
una obra de Elia Barceló, entiéndase lo que quiero decir, es el momento previo
a sumergirse en ella porque nunca estamos seguro de qué podemos esperar, es una
autora que siempre sorprende y jamás defrauda, poseedora de una gran amplitud
de tonalidades, que se transforma con cada historia para adecuarse a sus
necesidades, versátil y poliédrica, con una voz muy personal y en gran parte
reconocible pero con una enorme capacidad para metamorfosearse y encontrar nuevas
inflexiones: “No hay que pensar en
géneros, al menos yo no lo hago: se me ocurren las historias y no tengo que ver
si cuadra o no con algo en concreto, con los parámetros de un género u otro; no
soy, por ejemplo, Donna Leon, no tengo que plegarme a lo anterior, a una serie,
me limito a contar la historia que quiero en cada momento y ya encontrará su
hueco, jajaja”.
Así, Las largas sombras comienza
con una novela negra, sin paliativos, sin imposturas, sin retorcimientos, por
derecho propio, y nunca abandona ciertos parámetros del género (comenzando por
la estructura, por el modo en que se quiebra la cronología y se desordenan las
piezas) aunque muy pronto, y con esas pasmosas y plausibles facilidad y
sencillez que son seña de identidad de la escritora, Elia Barceló va ampliando
su foco de acción y mezclando con sumo gusto y excelencia literaria ingredientes
hasta conformar un mosaico en el que nada desentona por muy ajeno que pueda
parecer cuando nos detenemos en cada tesela en concreto, encajando las unas en
las otras, completando el conjunto, ocupando el lugar preciso para que sea éste
el que destaque: “Tampoco sabría definir la
novela: es una historia realista, híbrida, tiene parte de negro, algo de histórico,
mucho de psicológico. Reconozco que la parte histórica es para mí muy
importante, aunque no me voy al siglo XIII ni nada de eso, claro: es una época
aún cercana, que los de mi generación vivimos y reconocemos. Da algo de pena
pensar que se considera histórico algo que has vivido, pero es así, ¡qué
mayores somos, jajaja!”. De quererlo, a la hora de transcribirlas, podríamos
terminar casi todas las frases de Elia de ese modo porque es como ella lo hace,
con una risa franca, con una carcajada rotunda, con los ojos brillantes, con
desbordante agradecimiento ante la atención que ponemos en su obra, feliz por
lo que considera el mejor agasajo posible, la recompensa soñada: “Me lo paso muy bien escribiendo y pongo todo
de mi parte para que el lector experimente algo similar”. Se me antoja muy
difícil (aunque hay gustos para todo y cada uno somos un mundo) que alguien
pueda resistirse a Las largas sombras,
que le cueste entrar y/o avanzar, es una novela que recoge una amplia plétora
de sentimientos, que se narra en dos tiempos (1974 y 2007) retratando la
adolescencia y la madurez de sus protagonistas, abordando problemas y
realidades de una edad y otra, que, como ya se dijo, tiene un arranque de lo más
intrigante y que muy pronto va añadiendo otras cuestiones sin/por resolver, es
un jirón (o varios) de vida capturados entre sus páginas que invita a la
evocación (y a la colaboración, como ya se dijo).
“Para crear esta historia, cogí
algunas cosas de lo que yo he vivido: por ejemplo, hicimos el viaje de fin de
curso a Mallorca, también con el profe de Religión, ¡no nos pasaron esas cosas
terribles, desde luego! Recuerdo que se llamaba don José Lorenzo y le decían
“el padre Bultaco”, ¡por las motos, eh, que nadie piense mal, jajaja! Siempre
procuro que haya algo real, al menos identificable, para que cada lector
incorpore sus propios recuerdos, son experiencias más o menos similares, todos
hemos pasado por algo parecido, y así pone su mitad, coopera con la novela, la
completa. Por otra parte, tomé algo que sucedió cuando estaba empezando en la
Universidad: una de mis amigas del instituto tuvo un accidente de coche en el
que falleció en el acto una chica que habíamos conocido poco antes; siempre
pensé que mi amiga, que además era la que conducía, tendría que estar
destrozada, pero no pude verla en su momento ya que regresó al pueblo y tardé
como tres o cuatro años en encontrarme con ella de nuevo. Estuvimos charlando
de mil cosas hasta que le pregunté si ya lo había superado y ella sólo me dijo
“¿el qué?” y cuando se lo recordé le quitó toda la importancia. Me impresionó
aquella reacción y me dio por pensar cómo superamos cada uno aquello que en un
momento dado marcó nuestras vidas: hay quien lo reprime, hay quien no se lo
quita nunca de encima, hay quien cambia su vida por completo. Por eso pensé en
ese grupo de chicas que entra en la edad adulta y quise ir viendo su evolución,
tanto en lo personal como a través de la historia del país, hacer un
paralelismo entre ellas que por fin van a poder dejar el pueblo para irse a la
Universidad y el país a punto de quitarse de encima la dictadura, lo que más me
interesaba es ver qué se hizo de todas aquellas ilusiones y esperanzas”. Por
eso las largas sombras del título se abaten sobre las protagonistas, aquellas
adolescentes de 1974 que viajan a Mallorca para festejar el fin de un curso muy
especial, el previo a la Universidad, las mismas (¿o no?) que se reúnen en 2007
para, sin ser conscientes de ello en un principio, obligadas por trágicas
circunstancias, rendir cuentas con el pasado, rellenar los huecos dejados (por cobardía,
por desconocimiento), hablar en voz alta, despejar las tinieblas, mirarse a los
ojos (a los propios y a los ajenos), una estructura compleja que en manos de
Elia Barceló nunca se resiente ni tambalea, en la que cada nueva pieza se va
ajustando a las previas y dejando el espacio preciso para la que aún está por
aparecer: “Intento que todo parezca
natural, me molestan las novelas que transmiten la sensación de que el autor ha
sufrido muchísimo; tengo la fortuna de tener facilidad para contar historias,
cada uno tenemos una gracia en la vida y debe ser que esa es la mía. No me
parece especialmente difícil escribir novelas, sobre todo cuando se tiene claro
qué se quiere contar y hacia dónde se va; por supuesto, hay momentos en que
paras, dudas, sabes que te has metido en un lío, pero teniendo una buena
historia a la que agarrarse se sale adelante. Yo no hago esquemas propiamente
dichos, pero cada novela tiene su cuaderno de notas, y si he usado pocas
páginas lo utilizo en la siguiente, jajaja; en serio, ahí es donde voy
apuntando cosas que no quiero que se me olviden, nuevas ideas que surgen
durante la escritura, todo lo que me gustaría utilizar en la novela, detalles
concretos que no quiero pasar por alto, la cronología de cada personaje, una
especie de biografía para tener claro cuándo nació, a qué edad le sucedió esto
y demás. Cuando me pongo a escribir sé lo que me gustaría que pasara, tengo un
final más o menos esbozado y voy en esa dirección para que todo encaje y
provoque esa conclusión, pero a veces suceden cosas inesperadas que obligan a
cambiar el rumbo”. Con el timón en manos de Elia Barceló, no hay miedo
posible: siempre se llega a puerto seguro que no se quiere abandonar (y no se
hace, lo vivido se queda con nosotros), por más que estemos deseosos de iniciar
una nueva travesía con ella a los mandos lo antes posible.