sábado, 28 de julio de 2018

LA TENAZ MEMORIA DE ALGUNOS HECHOS





   Hoy, los habituales (y también los recién llegados, aunque estos no lo percibirán al no conocer textos anteriores) están de enhorabuena porque van a ahorrarse el exordio convertido en tradición, las vueltas y revueltas que un servidor da antes de entrar propiamente en materia (por más que eso, las idas y venidas, el remontarme a la prehistoria -personal y general-, sea el auténtico aliento de estos desahogos en forma de escritos), puesto que, de alguna manera, ya lo anticipé hace un par de semanas en el momento de recomendar El hombre de tiza de C. J. Tudor al señalar los puntos en común existente entre aquella ficción que llegaba avalada por el mismísimo Stephen King y Las largas sombras de Elia Barceló, novela publicada por primera vez hace casi diez años y que ha recuperado recientemente Roca Editorial. Es el propio título el que señala/anticipa cuál va a ser el asunto principal, imagen que todos tenemos en la cabeza y cuya fisicidad (porque la adquiere en cuanto se abate sobre nosotros) hemos probado, seguro, en alguna ocasión: hay sucesos/personas con los que, por más distancia que pongamos, por más olvido con que queramos sepultarlos (ese esfuerzo en borrar de la memoria consigue en demasiadas ocasiones el efecto contrario), por mucho que consintamos que el tiempo nos ayude a diluir sus efectos/consecuencias (o nos limitemos a dejarle seguir su curso implacable), hay hechos y/o gentes con los que, consciente o inconscientemente, por voluntad propia o por azar, volvemos a tropezar (y no una única vez, con esa obstinación que es consustancial al ser humano), puede que incluso allanándoles el camino de vuelta, topando con ellos por más que nos creamos a salvo en Samarra (o Samarcanda, según la versión que escojamos del popular cuento), todos tenemos (dicho en palabras del gran Simenon) algún cadáver en el armario (sobre todo en el aLmario) que puede abrir la puerta en cualquier momento (o atravesarla) o que se limita a esperar que algo o alguien lo haga por él. Y esa sombra que proyecta, por más que pensemos que desapareció sólo porque no la vemos, es muy larga (mucho más que la del ciprés de Delibes que, en realidad, era alargada), muy densa, muy tenebrosa, muy pegajosa, bien por no asumida, por mal comprendida, por abortada con precipitación, por oculta debajo de la alfombra, por dejada fermentar, por no limpiada, por no explicada, por muchas razones (o sinrazones).

   Como también anticipé en el texto al que antes hice referencia, tuve el inmenso placer de conversar con Elia Barceló durante una merienda con algunas de mis queridas compañeras blogueras en un hotel de Madrid y confirmar de primera mano lo que me contaban quienes ya la habían tratado, lo que uno podía colegir de entrevistas y de su modo de escribir (por más que uno se transmute en sus personajes, hay actitudes que no se pueden fingir ni ocultar), lo que pude atisbar cuando, tras la publicación el pasado marzo de un escrito sobre El secreto del orfebre (https://elarpadebecquer.blogspot.com/2018/03/con-los-ojos-llenitos-de-ayer.html) me agradeció el mismo en Twitter en mensaje público demostrando, además, que lo había leído, es decir, que es una mujer divertida, apasionada, entusiasta, generosa, que disfruta escribiendo y compartiendo sus historias con los demás, de hecho habla en términos de “cooperación” a la hora de señalar que, si no la consigue, si no motiva al lector para que participe de la historia e incorpore su parte, algo habrá hecho mal (puede, por el momento, estar bien tranquila porque, como le dijo mi querida Yolanda Rocha, sus novelas acogen y, como se atrevió a añadir un servidor, uno no las lee sino que las habita, no puede hacerse otra cosa con una escritura tan cálida, hermosa y restallante de humanidad -y eso, fuera trivializaciones, incluye lo desagradable, lo terrible, lo patético, aquello que no querríamos ser o que aceptamos sin cargos de conciencia, que de todo hay-). Uno de los mejores momentos a la hora de abordar una obra de Elia Barceló, entiéndase lo que quiero decir, es el momento previo a sumergirse en ella porque nunca estamos seguro de qué podemos esperar, es una autora que siempre sorprende y jamás defrauda, poseedora de una gran amplitud de tonalidades, que se transforma con cada historia para adecuarse a sus necesidades, versátil y poliédrica, con una voz muy personal y en gran parte reconocible pero con una enorme capacidad para metamorfosearse y encontrar nuevas inflexiones: “No hay que pensar en géneros, al menos yo no lo hago: se me ocurren las historias y no tengo que ver si cuadra o no con algo en concreto, con los parámetros de un género u otro; no soy, por ejemplo, Donna Leon, no tengo que plegarme a lo anterior, a una serie, me limito a contar la historia que quiero en cada momento y ya encontrará su hueco, jajaja”.

   Así, Las largas sombras comienza con una novela negra, sin paliativos, sin imposturas, sin retorcimientos, por derecho propio, y nunca abandona ciertos parámetros del género (comenzando por la estructura, por el modo en que se quiebra la cronología y se desordenan las piezas) aunque muy pronto, y con esas pasmosas y plausibles facilidad y sencillez que son seña de identidad de la escritora, Elia Barceló va ampliando su foco de acción y mezclando con sumo gusto y excelencia literaria ingredientes hasta conformar un mosaico en el que nada desentona por muy ajeno que pueda parecer cuando nos detenemos en cada tesela en concreto, encajando las unas en las otras, completando el conjunto, ocupando el lugar preciso para que sea éste el que destaque: “Tampoco sabría definir la novela: es una historia realista, híbrida, tiene parte de negro, algo de histórico, mucho de psicológico. Reconozco que la parte histórica es para mí muy importante, aunque no me voy al siglo XIII ni nada de eso, claro: es una época aún cercana, que los de mi generación vivimos y reconocemos. Da algo de pena pensar que se considera histórico algo que has vivido, pero es así, ¡qué mayores somos, jajaja!”. De quererlo, a la hora de transcribirlas, podríamos terminar casi todas las frases de Elia de ese modo porque es como ella lo hace, con una risa franca, con una carcajada rotunda, con los ojos brillantes, con desbordante agradecimiento ante la atención que ponemos en su obra, feliz por lo que considera el mejor agasajo posible, la recompensa soñada: “Me lo paso muy bien escribiendo y pongo todo de mi parte para que el lector experimente algo similar”. Se me antoja muy difícil (aunque hay gustos para todo y cada uno somos un mundo) que alguien pueda resistirse a Las largas sombras, que le cueste entrar y/o avanzar, es una novela que recoge una amplia plétora de sentimientos, que se narra en dos tiempos (1974 y 2007) retratando la adolescencia y la madurez de sus protagonistas, abordando problemas y realidades de una edad y otra, que, como ya se dijo, tiene un arranque de lo más intrigante y que muy pronto va añadiendo otras cuestiones sin/por resolver, es un jirón (o varios) de vida capturados entre sus páginas que invita a la evocación (y a la colaboración, como ya se dijo).

   Para crear esta historia, cogí algunas cosas de lo que yo he vivido: por ejemplo, hicimos el viaje de fin de curso a Mallorca, también con el profe de Religión, ¡no nos pasaron esas cosas terribles, desde luego! Recuerdo que se llamaba don José Lorenzo y le decían “el padre Bultaco”, ¡por las motos, eh, que nadie piense mal, jajaja! Siempre procuro que haya algo real, al menos identificable, para que cada lector incorpore sus propios recuerdos, son experiencias más o menos similares, todos hemos pasado por algo parecido, y así pone su mitad, coopera con la novela, la completa. Por otra parte, tomé algo que sucedió cuando estaba empezando en la Universidad: una de mis amigas del instituto tuvo un accidente de coche en el que falleció en el acto una chica que habíamos conocido poco antes; siempre pensé que mi amiga, que además era la que conducía, tendría que estar destrozada, pero no pude verla en su momento ya que regresó al pueblo y tardé como tres o cuatro años en encontrarme con ella de nuevo. Estuvimos charlando de mil cosas hasta que le pregunté si ya lo había superado y ella sólo me dijo “¿el qué?” y cuando se lo recordé le quitó toda la importancia. Me impresionó aquella reacción y me dio por pensar cómo superamos cada uno aquello que en un momento dado marcó nuestras vidas: hay quien lo reprime, hay quien no se lo quita nunca de encima, hay quien cambia su vida por completo. Por eso pensé en ese grupo de chicas que entra en la edad adulta y quise ir viendo su evolución, tanto en lo personal como a través de la historia del país, hacer un paralelismo entre ellas que por fin van a poder dejar el pueblo para irse a la Universidad y el país a punto de quitarse de encima la dictadura, lo que más me interesaba es ver qué se hizo de todas aquellas ilusiones y esperanzas”. Por eso las largas sombras del título se abaten sobre las protagonistas, aquellas adolescentes de 1974 que viajan a Mallorca para festejar el fin de un curso muy especial, el previo a la Universidad, las mismas (¿o no?) que se reúnen en 2007 para, sin ser conscientes de ello en un principio, obligadas por trágicas circunstancias, rendir cuentas con el pasado, rellenar los huecos dejados (por cobardía, por desconocimiento), hablar en voz alta, despejar las tinieblas, mirarse a los ojos (a los propios y a los ajenos), una estructura compleja que en manos de Elia Barceló nunca se resiente ni tambalea, en la que cada nueva pieza se va ajustando a las previas y dejando el espacio preciso para la que aún está por aparecer: “Intento que todo parezca natural, me molestan las novelas que transmiten la sensación de que el autor ha sufrido muchísimo; tengo la fortuna de tener facilidad para contar historias, cada uno tenemos una gracia en la vida y debe ser que esa es la mía. No me parece especialmente difícil escribir novelas, sobre todo cuando se tiene claro qué se quiere contar y hacia dónde se va; por supuesto, hay momentos en que paras, dudas, sabes que te has metido en un lío, pero teniendo una buena historia a la que agarrarse se sale adelante. Yo no hago esquemas propiamente dichos, pero cada novela tiene su cuaderno de notas, y si he usado pocas páginas lo utilizo en la siguiente, jajaja; en serio, ahí es donde voy apuntando cosas que no quiero que se me olviden, nuevas ideas que surgen durante la escritura, todo lo que me gustaría utilizar en la novela, detalles concretos que no quiero pasar por alto, la cronología de cada personaje, una especie de biografía para tener claro cuándo nació, a qué edad le sucedió esto y demás. Cuando me pongo a escribir sé lo que me gustaría que pasara, tengo un final más o menos esbozado y voy en esa dirección para que todo encaje y provoque esa conclusión, pero a veces suceden cosas inesperadas que obligan a cambiar el rumbo”. Con el timón en manos de Elia Barceló, no hay miedo posible: siempre se llega a puerto seguro que no se quiere abandonar (y no se hace, lo vivido se queda con nosotros), por más que estemos deseosos de iniciar una nueva travesía con ella a los mandos lo antes posible.