miércoles, 18 de julio de 2018

CHARLA DE CAMERINO





   Siempre me gustaron los teatros, esos lugares en que la televisión se hacía real, tuve la fortuna de empezar a frecuentarlos desde pequeño y, así, aquellos actores/personajes que veía en la pequeña pantalla, los dramas y las comedias que tantas horas de distracción proporcionaban (pronto aprendí, en contra de lo que algunos procuran imponer para regodearse en su supuesta exquisitez, que, dependiendo del momento y sobre todo del ingenio -o sencillamente, del genio- de sus diferentes artífices, el placer no sólo se mide en carcajadas o sonrisas) en los diferentes espacios dramáticos que TVE ponía a disposición de cualquier espectador, los contenidos que nunca faltaban en los programas puramente infantiles adquirían la tercera dimensión y los intérpretes sudaban, se movían, respiraban, estaban al alcance de la mano del público, la acción ocurría ante tus ojos, en vivo, sin filtros, un trozo de vida del que ser partícipe activo. Gracias a mi hermana no sólo accedí al espectáculo desde el patio de butacas sino entre cajas, detrás del telón, sobre el escenario, formaba parte de un grupo amateur que en cierta ocasión y con un motivo benéfico montó Los árboles mueren de pie de Alejandro Casona, tuve que acompañarla a un ensayo y, azares del destino (es mi oxímoron favorito, aunque en realidad no lo considero tal, creo plenamente que trabajan juntos, se combinan, a veces mandan más aquellos que éste, pero ambos dejan sentir su poder en algún momento), terminé formando parte de la compañía haciendo una breve aparición como el ladrón de ladrones, todo un hito para un chaval de poco más de diez años que, desde ese momento, se apuntó en el colegio y posteriormente en el instituto a cualquier actividad que girase en torno al teatro, incluyendo, por supuesto, su representación.

   Mi profesión me ha permitido hacer muchas entrevistas sobre las tablas, en el decorado de la función, curiosear entre bastidores, conocer de primera mano el trabajo de utilería, empaparme de esta atmósfera tan especial con el eco de tantos latidos, tantas palabras, tantas emociones y sensaciones como se perciben en un teatro vacío horas antes de que entre el público, quien aporta nueva y diferente energía en cada representación que también quedará flotando por la sala. Del mismo modo, he conocido camerinos de todos los tamaños y disposiciones, ocupados por elencos de muchas personas (imagínese lo que mueve un musical, bien saben que es un género que adoro) o por apenas dos intérpretes, la actividad que hay en ellos antes (y después) de que se levante el telón proporciona un cosquilleo muy agradable en quien participa de ella aunque sea como mero testigo y es una experiencia siempre mágica para quien ama y respeta el trabajo (la profesión, la vocación, la devoción) de esas gentes que se dedican al noble arte de crear ficciones que el espectador sentirá como reales e incluso como propias (ahí reside la magia). Y es siempre sorprendente e impactante cómo la atmósfera va cambiando según en qué momento estemos, cuánto tiempo quede para empezar, a qué altura del proceso de maquillaje/vestuario, de transformación/inmersión en el rol a asumir sorprendemos a quien visitamos para conversar sobre el espectáculo (y del temple de cada uno, de los rituales que lleve a cabo o no, de los ejercicios de calentamiento, de sus particularidades -como las de cualquier hijo de vecino-). Y en esta ocasión llego al Teatro Fígaro para encontrarme con Mariaca Semprún, el vendaval venezolano que en la actualidad (y hasta el 29 de julio) arrasa en Madrid transmutándose en la legendaria Edith Piaf y, al no conocerla más que caracterizada para el espectáculo (aunque haya visto en Internet fotos y vídeos en los que aparece su verdadero rostro), quedo sorprendido, incluso diría impactado, y aún valoro más lo que aplaudí recientemente: nada tiene que ver la mujer que me recibe con sonrisa abierta y franca, cercanía y cordialidad -hasta su cuerpo parece otro-, con aquella que me hizo vibrar cuando se adueñó del foco de luz, entonces frágil, dolorida, encogida, abatida, la misma que al cantar se transforma en gigantesca, así tenemos en la memoria y el corazón a la artista francesa a la que Mariaca homenajea en Piaf, voz y delirio, así es como ella sirve la esencia, la personalidad, el puro lamento, la amargura, la melancolía, el torrente imparable e inagotable de sensaciones y emociones con que nos inunda quien sigue cautivando a públicos de edades muy diferentes, un mito que no hace sino crecer día a día, una artista a la que se rinde pleitesía en escena sin pretender imitarla. Pero será mejor guardar silencio, dejar que fluyan las palabras de la intérprete venezolana (quien durante la charla va preparando la peluca que lleva en la función) antes de que, de nuevo, la voz de uno de los iconos (tal vez sería mejor decir -o completar el cuadro- símbolos) franceses nos lleve hasta las entrañas del eterno duelo entre amor y dolor.

   PREGUNTA.- Empecemos por lo que es justo: ¡Enhorabuena! Consigues que nos olvidemos de la Edith Piaf que traemos en el corazón para vivir y admirar tu Edith Piaf, algo harto complicado porque, qué voy a contarte, es una artista con un sello muy propio, marca indeleblemente, no deja indemne, y la encontramos en escena pero pasada por tu tamiz, no es una imitación…
   RESPUESTA.- Me lo tomo como un trabajo de invocación, de alguna forma al menos: para los que creemos en las energías y en cómo se mueve esto del espectáculo, ella está presente. La trato con mucho respeto, mira que siempre le prendo una velita a su imagen [señala el espejo del camerino donde tiene un pequeño collage con fotografías de las diferentes épocas de Piaf y, efectivamente, hay una vela estratégicamente situada entre frascos de maquillaje y demás enseres propios del lugar], porque la idea no es pretender parecerme a ella: es un homenaje.
   P.- Sí, es cierto, es cuestión de presencia, de magnetismo, algo especial que flota y se percibe desde el primer momento…
   R.- Está siendo un viaje muy bonito porque mucha gente me dice cosas similares, incluso que sueltan alguna lágrima porque les parece que están viéndola y compruebo que no sólo me ocurre a mí, sino a los espectadores.
   P.- Es un gran trabajo, comenzando porque no sabías francés… ¡Tamaña osadía!
   R.- Ni lo hablaba ni lo hablo, jajaja. Ahora me defiendo y conozco más vocabulario, sobre todo el de las canciones para saber exactamente qué canto, pero poco más. Fueron muchos meses de trabajo, sí: el francés es el idioma más difícil en que haya cantado, modifica la forma de cantar, por eso al principio se pensó en la posibilidad de hacer las canciones en español pero me pareció un contrasentido cantar por Piaf sin hacerlo en su idioma, con sus erres, con sus nasales, con su sonido.
   P.- Y con el mundo en sí mismo que es cada canción… ¡Menudo repertorio!
   R.- Te confieso que yo no era tan fanática de Piaf como lo soy ahora, en realidad no la había descubierto, conocía lo que la mayoría y poco más, no había prestado atención a la magnitud de los arreglos musicales, de la orquestación, del concepto, de cómo era la música en ese momento. Regresar a todo ello es un placer porque es el origen de todo: ahí está cómo se genera un concierto, cómo se graba por primera vez una voz para un LP, es fascinante echar la vista atrás.
   P.- Edith Piaf es atemporal pero, por otro lado, hay algo en su voz que suena a otra época, que invita a la evocación, puede que a la nostalgia, y tú consigues sonar de esa manera: el público cierra los ojos y, en el buen sentido, parece una voz antigua.
   R.- Es, como digo, por la forma de cantar; en ese momento, las voces eran lo más importante, se les daba primacía, por eso se requería un virtuosismo y una sorpresa como los que Piaf aportaba: notas largas, cadencias muy difíciles, un registro vocal muy amplio, posee una gran complejidad.
   P.- Y sin olvidarnos, por supuesto, de las letras…
   R.- ¡Claro que no, jajaja! El contenido, lo que se dice, eso marca una generación. En el caso de Piaf es muy fácil dibujar grosso modo su biografía a través de sus canciones, sobre todo si las escuchas cronológicamente, porque reflejan cómo fue surgiendo, cómo se fue moviendo, cómo a veces cantó en inglés, cómo de hablar casi exclusivamente del burdel, el cabaret, la noche, pasa a tocar temas universales, el amor, el desamor, el olvido, la nostalgia,…
   P.- Entonces, sin ser una gran seguidora de Piaf ni hablar francés, ¿cómo fue que aceptaste un reto de este calibre?
   R.- Fue una propuesta a la que al principio le temí, sabía quién era ella y lo que significa, desde luego. Pero venía de hacer un monólogo musical sobre La Lupe, fue una temporada larga, a la gente le encantó, y los del grupo decidimos que podía ser interesante investigar la vida de otra cantante, buscar nuestro sello, incluso pensar en una trilogía de pronto. Es, sin duda, un reto artístico y profesional pero, además, es una forma de mantener el legado musical y mi labor como artista es en gran medida rescatar esos valores, procurar que esa belleza no se pierda. Como digo, dije no a Piaf al principio por lo del idioma, pero me insistieron y pensé que por qué no y, desde ese momento hasta el estreno, transcurrieron dos años. Fue un proceso lento, tal vez lo hubiese querido un poco más rápido, pero hubo cambios en el equipo de producción, fue cuando entró Leonardo Padrón a escribir el texto original, estuvimos decidiendo qué contábamos y cómo, qué puntos de quiebra dramática ayudarían a dibujar su vida del modo más eficiente, escucharla hasta el cansancio, profundizar, escoger qué look ofrecer en escena, se tiene una idea de Piaf en la cabeza pero fue cambiando mucho, en las fotos que tengo ahí puedes comprobarlo. Y, claro, escoger los temas porque posee una discografía muy amplia, grabó más de 100 canciones, no se trataba sólo de los más populares y emblemáticos sino de los que marcaron su vida: “La vie en rose” no está sólo porque es lo que todo el mundo conoce sino porque se la escribió al gran amor de su vida, cada canción tiene un porqué para estar en el espectáculo.
   P.- Piaf, voz y delirio utiliza su último concierto en el Olympia como columna vertebral del espectáculo, pero posee un libreto dramático muy bien armado, no es una mera sucesión de canciones.
   R.- Ese es un punto muy a favor de este musical que hacemos porque, al ser la vida de una cantante y utilizar el concierto como base, se puede romper la cuarta pared, hablar directamente al público que se convierte en el que vio a Piaf y, así, vemos parte de su vida entre sus cuatro paredes y su vida en escena.
   P.- Creo que Piaf es una intérprete que siempre duele, que perturba, que nos transforma y tú consigues transmitir su tormento, casi me atrevería a decir que su garganta (y la tuya) sangra en más de una ocasión…
   R.- Ella aplicaba un principio que no he tenido más remedio que aplicar para asemejarme lo más posible: cantar siempre como si fuese la última vez, no hay término medio, hay que lanzarse y, así, se genera la conmoción y, al mismo tiempo, se consigue la evocación, sonar como de otra época.
   P.- Y es un espectáculo que se centra en ti casi exclusivamente, con el acompañamiento de una banda que suena maravillosamente, espectáculo en el que no paras un momento y casi sin dejar de cantar.
   R.- Es el reto más complicado que he asumido hasta el momento, incluso he tenido que hacer ejercicios cardiovasculares para poder controlar y aguantar esas notas tan largas, más aún cuando debo emitirlas encogiendo el cuerpo, transformándome en ella, sobre todo en la parte final cuando la enfermedad la consume. Tengo que dormir muy bien, cuidarme mucho, hacer ejercicio, alimentarme y, así, contradictoriamente, es cómo puedo quebrarme, retorcerme, ser presa del propio cuerpo, pequeña, desvalida, la morfina, el alcohol,…
   P.- ¿En algún momento del proceso surgieron los miedos a las comparaciones con Marion Cotillard, ganadora del Oscar por su interpretación de Piaf o con Elena Roger que la encarnó en otro musical, primero en Londres y luego en Madrid? O miedo a que el público pudiera sentirse un tanto saturado…
   R.- El fan de Piaf no se pierde nada relacionado con ella, pero es cierto que se te puede volver en contra en cuanto le parece que el trabajo no está bien hecho o no le rinde culto del modo adecuado. Parece que con nosotros, hasta ahora al menos, están siendo muy generosos.
   P.- El título del espectáculo es muy revelador: Piaf es voz, indudablemente, pero también es delirio, no deja de provocarlo, y es una palabra que puede utilizarse para lo amoroso, para lo musical, para muchas cosas…
   R.- Así es, por eso tenemos una pieza central, compuesta como toda la música original por Hildemaro Álvarez, que se llama “El delirio”, el momento en que muere Marcel, todo se le mueve y remueve y el mundo se le viene encima. Fue cobrando tanta importancia durante la gestación del espectáculo que no dudamos en poner el título “Piaf, voz y delirio” al conjunto.
   P.- Es un tanto irónico, puede que cruel, que sea recordada por “La vie en rose” o “L´Hymne à lámour”, cuando ella sufrió tanto por amor…
   R.- Por eso creo que la canción que mejor la define en lo íntimo es “Mon Dieu”, donde pide que se lo deje un ratico más, aunque sea poco, pero que no se lo lleve todavía…
   P.- ¿Hubo alguna canción que se te resistiese especialmente o te diese más quebraderos de cabeza que el resto?
   R.- Es una muy buena pregunta, no creas que lo había pensado… La primera que preparé fue “Milord”, es de las principales y también de las más largas, pero diría que, irónicamente por otro lado, la más exigente a nivel vocal es “La vie en rose”, tiene un registro muy amplio y unas subidas y bajadas que exigen mucho. También “La foule”, sobre todo en lo que a pronunciación se refiere, hay muchas erres, ¡tremenda! La que más me gusta cantar, por otro lado, es “Mon Dieu”, siento vibrar todo mi cuerpo.
   P.- Y ese testamento vital, artístico y todo lo que se quiere que es, y soy incapaz de pronunciarlo bien, [aquí como se trata de escribirlo hay menos problema, basta con copiar el título], “Non, Je Ne Regrette Rien”…
   R.- Es un himno y es algo que en la película queda muy bien reflejado: casi no ponía atención al compositor y de repente reacciona, se queda quieta y dice que la quiere. Es muy poderosa y dura poco más de dos minutos, es una postura de vida, si quieres replicar a estas palabras aquí están
   P.- Imagino que “Piaf, voz y delirio” no va a terminar en Madrid…
   R.- Cuando terminemos en el Fígaro el próximo 29 de julio, regresamos a Miami por tres semanas que empezarán el 16 de agosto. También vamos a Houston para un par de funciones y estamos preparando lo que sería Perú, Chile, Colombia y demás, pero de cara a 2019, porque necesitamos un descanso porque ha sido muy intenso.
   P.- Y ahora que el público español, especialmente el madrileño, ha tenido la feliz oportunidad de conocerte, ¿regresarás?
   R.- ¡Ojalá! Te confieso que quisiera vivir aquí, estoy enamorada de Madrid desde la primera vez que vine y también la respeto muchísimo en lo cultural. Por lo menos, quiero volver a actuar las veces que sean necesarias, cruzo los dedos y lo digo aquí en alto por si alguien lo lee y se anima, jajaja, soy una actriz de musicales, cualquier cosa aquí estoy muy a la orden para lo que necesiten. Con la magnífica recepción que nos ha regalado Madrid, nos gustaría poder girar por España con “Piaf, voz y delirio”, tenemos equipo de producción formado, la banda es de aquí, parece muy factible que regresemos.
   Quedamos a la espera.

   P.D.: El arpa de Bécquer ya había sonado por Edith Piaf antes de tener esta magnífica oportunidad de conversar con Mariaca Semprún, por su modo de encararla, homenajearla, evocarla, venerarla. Aquí tienen el enlace por si tienen curiosidad: https://elarpadebecquer.blogspot.com/2018/07/del-rosa-al-negro.html