Siempre me gustaron los teatros, esos lugares en que la televisión se
hacía real, tuve la fortuna de empezar a frecuentarlos desde pequeño y, así,
aquellos actores/personajes que veía en la pequeña pantalla, los dramas y las
comedias que tantas horas de distracción proporcionaban (pronto aprendí, en
contra de lo que algunos procuran imponer para regodearse en su supuesta
exquisitez, que, dependiendo del momento y sobre todo del ingenio -o
sencillamente, del genio- de sus diferentes artífices, el placer no sólo se
mide en carcajadas o sonrisas) en los diferentes espacios dramáticos que TVE
ponía a disposición de cualquier espectador, los contenidos que nunca faltaban
en los programas puramente infantiles adquirían la tercera dimensión y los
intérpretes sudaban, se movían, respiraban, estaban al alcance de la mano del
público, la acción ocurría ante tus ojos, en vivo, sin filtros, un trozo de
vida del que ser partícipe activo. Gracias a mi hermana no sólo accedí al
espectáculo desde el patio de butacas sino entre cajas, detrás del telón, sobre
el escenario, formaba parte de un grupo amateur que en cierta ocasión y con un
motivo benéfico montó Los árboles mueren
de pie de Alejandro Casona, tuve que acompañarla a un ensayo y, azares del
destino (es mi oxímoron favorito, aunque en realidad no lo considero tal, creo
plenamente que trabajan juntos, se combinan, a veces mandan más aquellos que
éste, pero ambos dejan sentir su poder en algún momento), terminé formando
parte de la compañía haciendo una breve aparición como el ladrón de ladrones,
todo un hito para un chaval de poco más de diez años que, desde ese momento, se
apuntó en el colegio y posteriormente en el instituto a cualquier actividad que
girase en torno al teatro, incluyendo, por supuesto, su representación.
Mi profesión me ha permitido hacer muchas entrevistas sobre las tablas,
en el decorado de la función, curiosear entre bastidores, conocer de primera
mano el trabajo de utilería, empaparme de esta atmósfera tan especial con el
eco de tantos latidos, tantas palabras, tantas emociones y sensaciones como se
perciben en un teatro vacío horas antes de que entre el público, quien aporta
nueva y diferente energía en cada representación que también quedará flotando
por la sala. Del mismo modo, he conocido camerinos de todos los tamaños y
disposiciones, ocupados por elencos de muchas personas (imagínese lo que mueve
un musical, bien saben que es un género que adoro) o por apenas dos
intérpretes, la actividad que hay en ellos antes (y después) de que se levante
el telón proporciona un cosquilleo muy agradable en quien participa de ella
aunque sea como mero testigo y es una experiencia siempre mágica para quien ama
y respeta el trabajo (la profesión, la vocación, la devoción) de esas gentes
que se dedican al noble arte de crear ficciones que el espectador sentirá como
reales e incluso como propias (ahí reside la magia). Y es siempre sorprendente
e impactante cómo la atmósfera va cambiando según en qué momento estemos,
cuánto tiempo quede para empezar, a qué altura del proceso de maquillaje/vestuario,
de transformación/inmersión en el rol a asumir sorprendemos a quien visitamos
para conversar sobre el espectáculo (y del temple de cada uno, de los rituales
que lleve a cabo o no, de los ejercicios de calentamiento, de sus
particularidades -como las de cualquier hijo de vecino-). Y en esta ocasión
llego al Teatro Fígaro para encontrarme con Mariaca Semprún, el vendaval
venezolano que en la actualidad (y hasta el 29 de julio) arrasa en Madrid
transmutándose en la legendaria Edith Piaf y, al no conocerla más que caracterizada
para el espectáculo (aunque haya visto en Internet fotos y vídeos en los que aparece
su verdadero rostro), quedo sorprendido, incluso diría impactado, y aún valoro más
lo que aplaudí recientemente: nada tiene que ver la mujer que me recibe con sonrisa
abierta y franca, cercanía y cordialidad -hasta su cuerpo parece otro-, con aquella
que me hizo vibrar cuando se adueñó del foco de luz, entonces frágil, dolorida,
encogida, abatida, la misma que al cantar se transforma en gigantesca, así
tenemos en la memoria y el corazón a la artista francesa a la que Mariaca
homenajea en Piaf, voz y delirio, así
es como ella sirve la esencia, la personalidad, el puro lamento, la amargura,
la melancolía, el torrente imparable e inagotable de sensaciones y emociones
con que nos inunda quien sigue cautivando a públicos de edades muy diferentes,
un mito que no hace sino crecer día a día, una artista a la que se rinde
pleitesía en escena sin pretender imitarla. Pero será mejor guardar silencio,
dejar que fluyan las palabras de la intérprete venezolana (quien durante la
charla va preparando la peluca que lleva en la función) antes de que, de nuevo,
la voz de uno de los iconos (tal vez sería mejor decir -o completar el cuadro-
símbolos) franceses nos lleve hasta las entrañas del eterno duelo entre amor y
dolor.
PREGUNTA.- Empecemos por lo que es justo: ¡Enhorabuena! Consigues que
nos olvidemos de la Edith Piaf que traemos en el corazón para vivir y admirar
tu Edith Piaf, algo harto complicado porque, qué voy a contarte, es una artista
con un sello muy propio, marca indeleblemente, no deja indemne, y la
encontramos en escena pero pasada por tu tamiz, no es una imitación…
RESPUESTA.- Me lo tomo como un
trabajo de invocación, de alguna forma al menos: para los que creemos en las energías
y en cómo se mueve esto del espectáculo, ella está presente. La trato con mucho
respeto, mira que siempre le prendo una velita a su imagen [señala el
espejo del camerino donde tiene un pequeño collage con fotografías de las diferentes
épocas de Piaf y, efectivamente, hay una vela estratégicamente situada entre
frascos de maquillaje y demás enseres propios del lugar], porque la idea no es pretender parecerme a ella: es un homenaje.
P.- Sí, es cierto, es cuestión de presencia, de magnetismo, algo
especial que flota y se percibe desde el primer momento…
R.- Está siendo un viaje muy bonito
porque mucha gente me dice cosas similares, incluso que sueltan alguna lágrima
porque les parece que están viéndola y compruebo que no sólo me ocurre a mí,
sino a los espectadores.
P.- Es un gran trabajo, comenzando porque no sabías francés… ¡Tamaña
osadía!
R.- Ni lo hablaba ni lo hablo,
jajaja. Ahora me defiendo y conozco más vocabulario, sobre todo el de las
canciones para saber exactamente qué canto, pero poco más. Fueron muchos meses
de trabajo, sí: el francés es el idioma más difícil en que haya cantado,
modifica la forma de cantar, por eso al principio se pensó en la posibilidad de
hacer las canciones en español pero me pareció un contrasentido cantar por Piaf
sin hacerlo en su idioma, con sus erres, con sus nasales, con su sonido.
P.- Y con el mundo en sí mismo que
es cada canción… ¡Menudo repertorio!
R.- Te confieso que yo no era tan
fanática de Piaf como lo soy ahora, en realidad no la había descubierto,
conocía lo que la mayoría y poco más, no había prestado atención a la magnitud
de los arreglos musicales, de la orquestación, del concepto, de cómo era la música
en ese momento. Regresar a todo ello es un placer porque es el origen de todo:
ahí está cómo se genera un concierto, cómo se graba por primera vez una voz
para un LP, es fascinante echar la vista atrás.
P.- Edith Piaf es atemporal pero,
por otro lado, hay algo en su voz que suena a otra época, que invita a la evocación,
puede que a la nostalgia, y tú consigues sonar de esa manera: el público cierra
los ojos y, en el buen sentido, parece una voz antigua.
R.- Es, como digo, por la forma de cantar; en ese momento, las voces eran
lo más importante, se les daba primacía, por eso se requería un virtuosismo y
una sorpresa como los que Piaf aportaba: notas largas, cadencias muy difíciles,
un registro vocal muy amplio, posee una gran complejidad.
P.- Y sin olvidarnos, por supuesto,
de las letras…
R.- ¡Claro que no, jajaja! El
contenido, lo que se dice, eso marca una generación. En el caso de Piaf es muy
fácil dibujar grosso modo su biografía a través de sus canciones, sobre todo si
las escuchas cronológicamente, porque reflejan cómo fue surgiendo, cómo se fue
moviendo, cómo a veces cantó en inglés, cómo de hablar casi exclusivamente del
burdel, el cabaret, la noche, pasa a tocar temas universales, el amor, el
desamor, el olvido, la nostalgia,…
P.- Entonces, sin ser una gran
seguidora de Piaf ni hablar francés, ¿cómo fue que aceptaste un reto de este
calibre?
R.- Fue una propuesta a la que al
principio le temí, sabía quién era ella y lo que significa, desde luego. Pero venía
de hacer un monólogo musical sobre La Lupe, fue una temporada larga, a la gente
le encantó, y los del grupo decidimos que podía ser interesante investigar la vida
de otra cantante, buscar nuestro sello, incluso pensar en una trilogía de pronto.
Es, sin duda, un reto artístico y profesional pero, además, es una forma de
mantener el legado musical y mi labor como artista es en gran medida rescatar esos
valores, procurar que esa belleza no se pierda. Como digo, dije no a Piaf al
principio por lo del idioma, pero me insistieron y pensé que por qué no y,
desde ese momento hasta el estreno, transcurrieron dos años. Fue un proceso
lento, tal vez lo hubiese querido un poco más rápido, pero hubo cambios en el equipo
de producción, fue cuando entró Leonardo Padrón a escribir el texto original,
estuvimos decidiendo qué contábamos y cómo, qué puntos de quiebra dramática
ayudarían a dibujar su vida del modo más eficiente, escucharla hasta el
cansancio, profundizar, escoger qué look ofrecer en escena, se tiene una idea
de Piaf en la cabeza pero fue cambiando mucho, en las fotos que tengo ahí puedes
comprobarlo. Y, claro, escoger los temas porque posee una discografía muy
amplia, grabó más de 100 canciones, no se trataba sólo de los más populares y
emblemáticos sino de los que marcaron su vida: “La vie en rose” no está sólo
porque es lo que todo el mundo conoce sino porque se la escribió al gran amor
de su vida, cada canción tiene un porqué para estar en el espectáculo.
P.- Piaf, voz y delirio utiliza su último concierto en el Olympia como
columna vertebral del espectáculo, pero posee un libreto dramático muy bien
armado, no es una mera sucesión de canciones.
R.- Ese es un punto muy a favor de este musical que hacemos porque, al ser
la vida de una cantante y utilizar el concierto como base, se puede romper la
cuarta pared, hablar directamente al público que se convierte en el que vio a
Piaf y, así, vemos parte de su vida entre sus cuatro paredes y su vida en
escena.
P.- Creo que Piaf es una intérprete
que siempre duele, que perturba, que nos transforma y tú consigues transmitir su
tormento, casi me atrevería a decir que su garganta (y la tuya) sangra en más
de una ocasión…
R.- Ella aplicaba un principio que no he tenido más remedio que aplicar
para asemejarme lo más posible: cantar siempre como si fuese la última vez, no
hay término medio, hay que lanzarse y, así, se genera la conmoción y, al mismo
tiempo, se consigue la evocación, sonar como de otra época.
P.- Y es un espectáculo que se centra en ti casi exclusivamente, con el
acompañamiento de una banda que suena maravillosamente, espectáculo en el que
no paras un momento y casi sin dejar de cantar.
R.- Es el reto más complicado que
he asumido hasta el momento, incluso he tenido que hacer ejercicios
cardiovasculares para poder controlar y aguantar esas notas tan largas, más aún
cuando debo emitirlas encogiendo el cuerpo, transformándome en ella, sobre todo
en la parte final cuando la enfermedad la consume. Tengo que dormir muy bien,
cuidarme mucho, hacer ejercicio, alimentarme y, así, contradictoriamente, es
cómo puedo quebrarme, retorcerme, ser presa del propio cuerpo, pequeña,
desvalida, la morfina, el alcohol,…
P.- ¿En algún momento del proceso
surgieron los miedos a las comparaciones con Marion Cotillard, ganadora del
Oscar por su interpretación de Piaf o con Elena Roger que la encarnó en otro
musical, primero en Londres y luego en Madrid? O miedo a que el público pudiera
sentirse un tanto saturado…
R.- El fan de Piaf no se pierde
nada relacionado con ella, pero es cierto que se te puede volver en contra en
cuanto le parece que el trabajo no está bien hecho o no le rinde culto del modo
adecuado. Parece que con nosotros, hasta ahora al menos, están siendo muy
generosos.
P.- El título del espectáculo es
muy revelador: Piaf es voz, indudablemente, pero también es delirio, no deja de
provocarlo, y es una palabra que puede utilizarse para lo amoroso, para lo musical,
para muchas cosas…
R.- Así es, por eso tenemos una pieza
central, compuesta como toda la música original por Hildemaro Álvarez, que se
llama “El delirio”, el momento en que muere Marcel, todo se le mueve y remueve
y el mundo se le viene encima. Fue cobrando tanta importancia durante la gestación
del espectáculo que no dudamos en poner el título “Piaf, voz y delirio” al conjunto.
P.- Es un tanto irónico, puede que
cruel, que sea recordada por “La vie en rose” o “L´Hymne à lámour”, cuando ella
sufrió tanto por amor…
R.- Por eso creo que la canción que mejor la
define en lo íntimo es “Mon Dieu”, donde pide que se lo deje un ratico más,
aunque sea poco, pero que no se lo lleve todavía…
P.- ¿Hubo alguna canción que se te
resistiese especialmente o te diese más quebraderos de cabeza que el resto?
R.- Es una muy buena pregunta, no
creas que lo había pensado… La primera que preparé fue “Milord”, es de las
principales y también de las más largas, pero diría que, irónicamente por otro
lado, la más exigente a nivel vocal es “La vie en rose”, tiene un registro muy
amplio y unas subidas y bajadas que exigen mucho. También “La foule”, sobre
todo en lo que a pronunciación se refiere, hay muchas erres, ¡tremenda! La que
más me gusta cantar, por otro lado, es “Mon Dieu”, siento vibrar todo mi
cuerpo.
P.- Y ese testamento vital, artístico
y todo lo que se quiere que es, y soy incapaz de pronunciarlo bien, [aquí como
se trata de escribirlo hay menos problema, basta con copiar el título], “Non,
Je Ne Regrette Rien”…
R.- Es un himno y es algo que en
la película queda muy bien reflejado: casi no ponía atención al compositor y de
repente reacciona, se queda quieta y dice que la quiere. Es muy poderosa y dura
poco más de dos minutos, es una postura de vida, si quieres replicar a estas
palabras aquí están
P.- Imagino que “Piaf, voz y
delirio” no va a terminar en Madrid…
R.- Cuando terminemos en el Fígaro
el próximo 29 de julio, regresamos a Miami por tres semanas que empezarán el 16
de agosto. También vamos a Houston para un par de funciones y estamos
preparando lo que sería Perú, Chile, Colombia y demás, pero de cara a 2019,
porque necesitamos un descanso porque ha sido muy intenso.
P.- Y ahora que el público español,
especialmente el madrileño, ha tenido la feliz oportunidad de conocerte, ¿regresarás?
R.- ¡Ojalá! Te confieso que
quisiera vivir aquí, estoy enamorada de Madrid desde la primera vez que vine y
también la respeto muchísimo en lo cultural. Por lo menos, quiero volver a
actuar las veces que sean necesarias, cruzo los dedos y lo digo aquí en alto
por si alguien lo lee y se anima, jajaja, soy una actriz de musicales, cualquier
cosa aquí estoy muy a la orden para lo que necesiten. Con la magnífica
recepción que nos ha regalado Madrid, nos gustaría poder girar por España con “Piaf,
voz y delirio”, tenemos equipo de producción formado, la banda es de aquí,
parece muy factible que regresemos.
Quedamos a la espera.
P.D.: El arpa de Bécquer ya había sonado por Edith Piaf antes de tener
esta magnífica oportunidad de conversar con Mariaca Semprún, por su modo de
encararla, homenajearla, evocarla, venerarla. Aquí tienen el enlace por si
tienen curiosidad: https://elarpadebecquer.blogspot.com/2018/07/del-rosa-al-negro.html