Si algo no faltó nunca en casa (aunque siempre parecían pocos -y durante
un tiempo el presupuesto destinado a ellos era ciertamente ajustado, incluso
inexistente más allá de fechas señaladas en las que llegaban en forma de regalos,
pero cada poco aparecía alguno nuevo aquí o allá al margen de aquella sana
costumbre del cambio que abarataba costes y permitía el acceso a muchos
ejemplares-) fueron libros y, en los primeros años, cuentos y tebeos, afición,
devoción y placer que compartí con mis hermanos que, por así decirlo, me
allanaron el camino porque ya tenían personajes favoritos y publicaciones
predilectas cuando empecé a leer (mi hermana me lleva siete años y mi hermano
cinco, esa diferencia de edad que se agudiza más en la infancia provocó,
además, que la oferta fuese de lo más variada). Tomando una vez más como
inspiración a Monterroso, cuando desperté a la lectura, los de Bruguera y
Marvel ya estaban allí, cuando el ratón de biblioteca que traje incorporado
empezó a roer, me topé de golpe con mucho donde elegir, también debo recordar
aquellos tomos llamados Películas que
alternaban los monográficos de Disney (se contaban en viñetas los largometrajes
clásicos -y los que fueron apareciendo-, también los cortometrajes más
populares, había aventuras protagonizadas por Mickey, Goofy, Donald, Pluto,
Chip y Chop, toda la tropa que habitaría no mucho después las páginas de la
adorada revista Don Miki) con los dedicados a la amplia nómina de personajes salidos
del magín de aquel soberbio tándem que formaron William Hanna y Joseph Barbera.
Y así, no podía ser de otra manera, uno fue enriqueciendo su universo con todos
los nombrados y otros muchos (los personajes de Barrio Sésamo y de los que
entonces llamábamos Teleñecos también tuvieron su propia revista -Epi/Blas… y los demás-), me hice
especialmente seguidor de La Patrulla X, Los Cuatro Fantásticos, Los Vengadores
(me iban más los grupos de superhéroes que los independientes o solitarios por
lo que se ve), eso en lo que a Marvel se refiere; en Bruguera, me cuesta elegir
favoritos, casi tardaría menos diciendo cuáles no me agradaban, si me fuerzo a hacer
un listado he de encabezarlo indudablemente con Mortadelo y Filemón, seguidos
de cerca por Zipi y Zape y los inquilinos del 13 Rue del Percebe, pero en dura
pugna reclaman su lugar de honor Rompetechos, las hermanas Gilda, Sir Tim
O´Theo, Petra (y doña Patro), la familia Trapisonda y la Cebolleta, el doctor
Cataplasma o doña Tecla Bisturí. Habría que hablar, además, del archipopular TBO o de mi idolatrado Capitán Trueno,
del Corsario de Hierro o el Hombre Enmascarado, igualmente de Pumby (personaje
y revista), de aquella Heidi que siguió protagonizando viñetas en álbumes y
tebeos aunque la serie hubiese terminado tiempo atrás, de Popeye, de los
Pitufos, es que si me pongo no acabo y, desde luego, no llego a lo que se
supone que he venido a contar hoy.
Dentro de esta cuantiosa y espléndida herencia recibida (que se veía
incrementada por los nuevos números que iban apareciendo), Superlópez (como otros
que no menciono por no enrollarme y porque no es su momento) fue desde el
principio algo propio, puesto que el enorme Jan lo creó en 1973 (es decir, yo
ya había nacido) pero su momento de despegue definitivo (nunca mejor dicho para
alguien que puede volar) fue a partir de 1978-9 cuando empezó a protagonizar
historietas largas que aparecían primero por entregas en Mortadelo Especial y luego se publicaban completas en aquellos
inolvidables álbumes de la colección Olé!.
Más allá del apellido que, quiérase o no, tira y vincula a quien esto escribe (ese
sentimiento de pertenencia -o de posesión- que los críos tienen tan arraigado),
este peculiar superhéroe (sí, todo lo paródico que se quiera, un desastre que
recibe millones de golpes, una medianía -como suele decir Luisa Lanas en cuanto
tiene ocasión- que acierta más de carambola que por pericia y/o astucia, pero
al final sale victorioso y salva al mundo, por lo tanto el nombre le cuadra), este
superhéroe, decíamos, se convirtió rápidamente en un personaje al que seguir,
no en vano aún sentíamos muy adentro lo vivido gracias a la legendaria (nació
así con todo el derecho y todas las razones para ello) Superman de Richard Donner (y la creación de Jan nació, indudablemente,
como caricatura del llamado hombre de acero de DC Comics, por más que muy pronto
tomó su propio camino -al margen de tener que cambiar el logotipo que al principio
llevaba en el pecho por otro que no se asemejase tanto al del original, evitando
de este modo problemas legales-, conservando ciertos guiños y referencias
inevitables que aún se mantienen -los nombres de algunos personajes, el trabajo
de López, el traje que le transforma-). Y, reitero, no había que buscarlo en
tebeos antiguos, no hablaban de él nuestros padres o hermanos mayores: Superlópez
era más nuestro porque (casi) lo vimos llegar, quedarse y seguir creciendo. Y,
como remate, Jan se ganó del todo su hueco en ese Olimpo mágico en que reunimos
a Ibáñez, Escobar, Raf, Segura, Vázquez (por no salirnos del universo Bruguera)
siendo el elegido para renovar la histórica cabecera Pulgarcito, precisamente con un personaje homónimo que nos regaló
horas de diversión y ensueño con historietas prodigiosas en continente y
contenido, tomando como punto de partida algunas de las grandes ficciones literarias
o hechos históricos que, de ese modo, nos llegaron sin esfuerzo porque nos
divertían y despertaban las ganas por saber más acerca de ellos (o por leer los
textos que le servían como inspiración).
Y 2018 está siendo el año de Superlópez puesto que a finales de noviembre
se estrenará una versión cinematográfica cuyo primer avance ha hecho relamerse
los labios a alguien tan escéptico en ese aspecto como un servidor (todo debido
a experiencias anteriores que no dejaron muy buen sabor de boca -y una de
ellas, Anacleto, estaba dirigida, al igual
que el filme que ha de llegar, por Javier Ruiz Caldera-, sobre todo las dos
infamias que tomaron el nombre de Zipi y Zape en vano), motivo por el que
Ediciones B está reeditando los tomos de Súper Humor que reúnen sus aventuras
anteriores (en septiembre aparecerá el cuarto -jo, tengo que hacerme con
ellos-) y, sobre todo, está publicando nuevas historietas que permiten renovar
y ampliar carcajadas y admiración. Tras Nuevas
aventuras de Mambrú, el pasado mes de junio vio la luz Superlópez XXL, una aventura que algunos pueden considerar de
transición pero que tiene más virtudes (y sobre todo más enjundia) de la que se
le puedan atribuir en un primer vistazo (o lectura veloz porque es la que hay
que hacer en un principio -ya vendrá el momento de detenernos en una viñeta, de
revisar, de paladear-, sobre todo teniendo en cuenta que Superlópez vuela
imparable a lo largo de varias páginas recorriendo todo el mundo con la
intención de recuperar su tipito apolíneo propio de superhéroe-). Por un lado,
toca algunos asuntos siempre candentes, especialmente el relativo a la obesidad
infantil (y la del resto de la población, pero aquella, indudablemente, debería
(pre)ocuparnos más), también la (mala) alimentación (y me señalo directamente
con el dedo y entono el mea culpa) a que nos hemos acostumbrado sin oponer
resistencia o buscar alternativas/soluciones, por otro lado está el espinoso
asunto de qué ocultan la enumeración de ingredientes de tanto producto
precocinado/industrial como adquirimos/consumimos y del modo en que se
potencian (o podría decirse “fabrican”) ciertas adicciones que consentimos nos
impongan (sí, vamos a ver, soy el primero que de vez en cuanto se agasaja a sí
mismo con uno de esos pastelitos que nos ponían a salivar en nuestra infancia,
no lo niego, pero en parte, y se dice claramente en Superlópez XXL -y así lo hemos compartido en ocasiones con amigos mientras
hincábamos el diente sin complejos ni titubeos-, no queremos pensar de qué
pueden estar hechos). Pero, como es santo y seña de la casa (es decir, del gran
Jan), todo esto lo va uno pensando/meditando/postergando mientras no deja de
reír, mientras se lo pasa de miedo con viñetas llenas de onomatopeyas, mientras
celebra el reencuentro con viejos conocidos como el profesor Escariano Avieso,
Al Trapone, Paxo Enaxera, el inefable e inevitable Inspector Hólmez y, por
supuesto, Luisa Lanas y Jaime González (aunque en esta oportunidad intervienen
muy poco, al igual que el jefe). Y lo mejor de todo es que se anuncia para octubre
el nuevo álbum de Superlópez, Robinson,
no cabe duda de que la serie y su autor están en plenísima forma.