En este ángulo oscuro del salón se acumulan, bien lo saben los leales,
muchas cosas, fundamentalmente libros, mi síndrome de Diógenes en lo que a
estos se refiere no tiene cura posible, podré renunciar a casi todo (e incluso,
las cosas como son, a algunos de los que me gustaría adquirir, procuro dosificarme
-sin demasiado éxito-, razones presupuestarias me fuerzan a ello más de lo que me
gustaría), pero mientras haya un resquicio en el que depositar un volumen,
mientras consiga habilitar nuevos espacios a priori impensables/imposibles para
colocar algunos, mientras siga habiendo tanto por leer (y si falta, les juro que
desaparezco), mientras me sea posible continuaré en la misma línea. Y, al
margen de algunas otras circunstancias, esa es la causa principal -su proliferación,
su número- de que lleve un retraso enorme a la hora de dar cuenta de mis
lecturas (y de hacerlas) en estos desvaríos que ustedes tienen a bien atender y
hasta, así me lo hacen llegar, reclamar y agradecer (nunca podré transmitir con plena
intensidad cuánto lo hago yo -lo segundo- con cada persona que dedica algún
momento a interesarse por lo que pasa en este rincón), motivo que, por ejemplo,
me llevó a hablar sobre la primera parte de la Edición Integral de Rompetechos
cuando estaba a punto de publicarse la segunda (algo que sucedió en octubre del
pasado año) y, así, ir retrasando el por otro lado ansiado momento de hincarle
el diente para que la melodía del arpa no sonase muy repetitiva (precisamente
por ello, aunque no me gusta demasiado remontarme a mí mismo, opto por dejar
aquí el link de lo publicado en septiembre, aunque no sea imprescindible para poder
continuar con lo que vendrá después del punto y aparte: https://elarpadebecquer.blogspot.com/2018/09/mi-vivo-retrato.html).
Editado por Bruguera Clásica -¡Ay, qué emoción!- llega este volumen tan fabuloso,
espectacular y apasionante como el que le precede y junto al que completa lo
que podríamos denominar el “todo Rompetechos”, sus historietas en solitario,
aquellas que protagonizó -sus apariciones en 13, Rue del Percebe se encuentran
en un tomo similar al que nos ocupa dedicado al edificio más famoso del cómic
español-, desde 2009 no ha vuelto a hacerlo, pero su creador le/nos ha seguido
regalando intervenciones estelares del personaje en aventuras de Mortadelo y
Filemón. Y si la primera parte terminaba con la portada del Din Dan correspondiente
al 2 de noviembre de 1970, esta se inicia justo una semana después con una
página de Tío Vivo y una nueva portada de la publicación de la que fue mascarón
de proa (con algunos paréntesis) hasta que dejó de publicarse en 1975. Nos
reencontramos con la desbordante imaginación de Ibáñez para crear carteles,
rótulos, anuncios, letreros y, sobre todo, para transformarlos en algo bien
diferente cuando Rompetechos pone su vista (o lo que sea) sobre ellos -así, por
ejemplo, “Banco Chambre. Hipoteca. Plan
de pensiones” es para nuestro personaje “Rancho Grande. Discoteca. Grandes salones” o, es con la que más he
reído y mira que ha habido candidatos posibles, “S. Cusca. Prior de este convento” pasa a ser “Se busca pintor que esté contento”, confusión que Rompetechos rubrica
con un “¡Pues yo estoy como unas castañuelas,
no te digo!” absolutamente desopilante-, con su facilidad para el gag -y
aunque lo repita, al leer toda la serie seguida se localizan algunas, no
excesivas, reutilizaciones, siempre consigue que resulte fresco y no sea una
mímesis absoluta del que ya funcionó-, con su acierto a la hora de caricaturizarlo
todo, prueba de ello es que, como ya se apuntó hace unos meses, alguien como un
servidor que cada vez es más miope -sólo miope, perdón si suena vanidoso, quiero
aclarar que de cerca veo muy bien e incluso, por consejo de la oculista, leo
sin gafas, también suelo prescindir de ellas para consultar el móvil o cuando
escribo algo en él- se muere de la risa (y, más allá de la lógica exageración
cómica, se reconoce) con los tropezones y equívocos de alguien que no
desfallece, inasequible al desaliento cuando se propone algo (aunque a ratos es
consciente de sus limitaciones, se avergüenza de ellas, procura disimularlas
-bien es cierto que apenas unos segundos-), tropezando en la misma piedra casi
podríamos decir con saña y delectación, sin escarmentar ni buscar soluciones.
Uno de los mayores regocijos que proporciona este volumen es que
recopila las páginas más recientes de Rompetechos, esas con las que Ibáñez amplió/recuperó
la serie entre 2003 y 2009 para la revista Top Cómic Mortadelo, páginas que a
buen seguro provocarían carcajadas entre los chavales del momento, páginas con
diferentes niveles de lectura/interpretación según la edad que tenga el lector,
páginas que demuestran el modo en que el creador se va adaptando a los tiempos
(o, tal vez sea más preciso, adapta estos a sus viñetas), hace evolucionar a su
criatura (quien, incluso, está a punto de cometer un -accidental, como todo lo demás- magnicidio en la figura de
Aznar) y hasta se permite chistes de índole sexual (de lo más inocente, por más
que algunos se rasgarán las vestiduras), además de corresponder a sus
diferentes invasiones de historietas ajenas con la aparición (efímera en los
dos primeros) de Mortadelo, el profesor Bacterio, Ofelia y el Súper (Filemón se
marca un Joan Collins y se queda al margen, tal y como hizo la actriz con Los Colby). Lo más estimulante de esta edición
integral es confirmar que lo de Rompetechos no es cuestión de nostalgia, de
evocar aquellas tardes tronchado de la risa, es comprobar que si entonces
leíamos las mismas viñetas una y otra vez, y volvíamos a soltar la carcajada, ahora
sucede lo mismo, da igual en qué página estemos, de qué año sea la historieta,
no importa si conocíamos/recordábamos el gag, puede ser relacionado con alguno
de sus empleos, mientras busca satisfacer un capricho o de vista al tío Lentejo
(aunque este hombre se merece un monumento o convertirse en asesor de los superhéroes
de Marvel por lo que resiste y todo a lo que sobrevive), Ibáñez vuelve a dejar
clara su categoría, su maestría, su perspicacia para encontrar aquello que, de
un modo u otro, a una edad o a otra, va a funcionar, no hay duda de su ojo
clínico para pulsar los resortes idóneos y hacernos estallar/llorar de risa.