jueves, 18 de febrero de 2021

GUARDAR EN SECRETO LO MUCHO QUE QUIERES

 



   Confieso que desde hace mucho quería titular un texto robando alguno de los versos de una de las canciones que más me emocionan/apasionan: Somos de Mario Clavell. Y aunque una de las versiones más famosas/poderosas es la de mi idolatrado Raphael, tengo debilidad por la debida a Los Sabandeños, elegante, arrulladora (a pesar del dolor que la letra destila) e hipnótica como lo es ya en el pentagrama la melodía original (además, se da la circunstancia de que la conocí gracias a un doble CD de boleros que la tía Carmen me regaló cuando aún estaba en la universidad, un obsequio que ella escogió, que buscó para mí, que conservo como un tesoro), versión que respeta la primera estrofa, la que tantos suelen eliminar (cuando se lo reproché cariñosamente a Soledad Giménez durante una entrevista, ella me dijo entre risas que lo había hecho porque no le gustaba, le parecía que sobraba, percepciones de cada uno, oye). Y, sin embargo, servidor se siente transportado por esas voces suaves, perfectamente empastadas, creadoras de armonías con la facilidad que caracteriza al grupo canario, sin que se note, cuando atacan el tema y dejan brotar lo de “Después que nos besamos con el alma y con la vida, / te fuiste por la noche de aquella despedida. / Y yo sentí que, al irte, mi pecho sollozaba / la confidencia triste de nuestro amor así: / somos un sueño imposible que busca la noche / para olvidarse del tiempo, del mundo y de todo”. Prácticamente todas las frases de la canción son susceptibles de transformarse en encabezamientos atractivos, inspiradores, poseedores de su propia narrativa (confieso que en mis arrebatos literarios, en fogonazos que no llegan a más, anduvo pujando una narración a la que llamé Confidencia triste de amor, ahí lo dejo por si a alguien le sirve -ya saben los leales que asumí hace bastante que la ficción no es mi territorio creativo y, la verdad, tampoco no me apetece rememorar episodios personales que podrían encajar en/con ese título-), lo un tanto paradójico es que, cuando por fin escojo una para hacerlo, la he variado un poco para ajustarla a mis intereses (en la canción lo que se dice es: “Somos dos seres en uno que amando se mueren / para guardar en secreto lo mucho que quieren”), para personalizarla, para entrar directamente en lo que más me ha atrapado de la novela que hoy vengo a comentar: Un banco y la casa de Helena con hache, publicada por Caligrama, que supone el debut en estas lides de Luis Zorzano, con quien las gentes del Club de Lectura LL tuvimos el placer de compartir a finales de enero uno de esos estimulantes encuentros que organiza y coordina mi Pepa Muñoz (y que pueden ver íntegro en el link https://www.youtube.com/watch?v=npU4gdTx-qE).

 

   Lo primero que conviene aclarar (y es algo que se percibe, que se paladea, que queda patente en una prosa que posee hondura, mesura, una indudable y variada experiencia emocional y vital, mucha reflexión sobre ambas) es que Luis Zorzano es un escritor novel bastante inusual, nació en 1946, cumplirá el próximo octubre setenta y cinco años (el dato aparece en la solapa, no es indiscreción), debuta con un poso que sólo confiere la madurez, se ha preparado para ello, lo suyo no es fruto de un arrebato ni de un capricho, hay un gran bagaje detrás, ese que alimenta los sueños, ese que otorga sabiduría, mesura, capacidad de observación/penetración, ha cuidado con empeño y sosiego su vocación (“He escrito siempre, pero me dediqué a mi profesión y he esperado a poder dedicarle todo mi tiempo”), la ha dejado reposar sin prisa por recoger los frutos. Su caso, de algún modo, es semejante al del magistral José Saramago quien, aunque escribió un par de novelas (y publicó una) antes de los treinta años, esperó hasta los cincuenta y cinco para entregarse plenamente a la literatura (“Sencillamente no tenía algo que decir y entonces lo mejor es callar”), le recuerdo cuando ya era Premio Nobel contándonos a un grupo de periodistas que no se arrepentía de aquella decisión, que gracias a esos años fue encontrando su voz, su ritmo, su modo de narrar, nutrió su imaginario y su almario (esto último lo añado yo, resumen un tanto tosco y escueto de lo que, como siempre, expresó de forma insuperable). Y eso es lo que queda claro desde las primeras páginas de esta en tantos aspectos sorprendente novela: Luis Zorzano dibuja a sus personajes con firmeza y verdad porque hace un minucioso retrato íntimo, porque pone el foco en el interior, porque las acciones se explican/analizan/exponen a partir de lo que aquellos se preguntan, dudan, no comprenden, sienten, hay una gran profundidad psicológica que no supone un lastre sino que imprime un aire de adagio confidencial (se lo tomo prestado a mi venerada Mercedes Salisachs) que actúa por un lado como muro de contención y por otro como catalizador del giro que la novela va a dar en un momento, mezclando géneros con la audacia del recién llegado (que, podría decirse, quiere probarlo todo). Pero el edificio no se derrumba, todo lo contrario, puesto que no abandona lo reflexivo, lo interiorizado, lo que no se cuenta/exhibe, continúa siendo el eje del relato, demuestra tener las ideas bastante claras como narrador, ser un veterano que, aun sin publicar, ha trabajado su prosa día a día, aunque sólo haya sido (¡Y no es poco!) a base de latidos, de esbozos, de inspiraciones (dicho con toda su polisemia), de viajar a sus propias profundidades, de inspeccionar sus recovecos, de tomar nota, es decir, de vivir (como verán, es mucho: esas son las herramientas del escritor y Luis demuestra tenerlas bien afiladas y preparadas).

 

   Escribo sobre la sombra humana, lo que hemos dejado atrás, lo que no nos gustó, lo que queremos olvidar y la casa es el aglutinante de las sombras de los personajes”, explica Luis durante el encuentro y reconozco que siento un punto de conexión especial porque es por ese lado por donde he abordado la lectura desde las primeras páginas, porque siento especial debilidad por los fragmentos de interior (el hurto lo cometo ahora, y no por azar -tampoco el resto- con una de mis favoritas: Carmen Martín Gaite) a los que tenemos acceso a través de lo que otros escriben, porque me gusta (cuando, como en este caso, está bien jugado y mejor desarrollado) que la acción en el sentido más puro del término no parezca tal, es decir, que lo que se mueve, remueve y conmueve (lo esencial, por robarle ahora algo a Saint-Exupéry) permanezca invisible, sea una corriente subterránea, que tanto puede ser tenue como muy caudalosa, pero (pido perdón en este momento a mi amado Federico) discurre y hasta se desborda sólo por el interior de los pechos. En esta novela, además, eso contribuye a crear misterio, intriga en apariencia mínima que va creciendo como el pequeño copo de nieve hasta conformar por sí solo una avalancha incontenible, así es como estalla y hace su aparición el thriller y no resulta brusco ni estrambótico (utilizando el término en su origen poético) sino consecuencia lógica de lo que se venía contando, del punto de partida y llegada, de lo que el autor deja claro desde el título, desde esa Helena incógnita que tantos interrogantes provoca: “La novela se va construyendo sobre un personaje que, a su vez, se está construyendo”.

 

   Por supuesto, también tenemos la casa (y el banco, sí, pero queda claro su papel desde las primeras páginas: propiciar y acoger encuentros), un escenario tratado como un personaje, siguiendo la estela de grandes novelistas de, sobre todo, el XIX, un lugar/hogar con alma, un sitio donde algunos pueden sentirse rechazados, un espacio con sus propias reglas, que influye, afecta e interfiere en los sentimientos de los personajes y que, al contrario que la protagonista (“Helena es mía por completo, no es nadie en concreto”), Luis Zorzano ha tomado de la realidad: “La casa existía, era de unos amigos, estaba en San Sebastián, tenía hasta pasadizos secretos y un salón de más de 200 metros cuadrados que pintó Zuloaga”. Esa atmósfera, esa aura, las sensaciones que provoca, la verdad que destila, el modo en que el autor la describe y nos la hace vivir tiene en algunas páginas rasgos naturalistas, se percibe que la está recreando/convocando, hay algo que emana de esos fragmentos en concreto, sus presencia e influencia son notorias incluso cuando varía el escenario, imprime, aporta y sazona el misterio que de modo natural nos azota desde el principio, puede que agazapado, puede que como mera amenaza o producto de las suspicacias de cada uno (es decir, de servidor), pero se lo siente latir casi en cada frase, en párrafos en los que detenerse, en reflexiones personales que uno hace al leer, por ejemplo, “Los que eligen la noche, los que viven y mueren por la noche, los que no duermen, son seres clandestinos que no han sabido esperar al día siguiente. Caminan por un sendero escondido y sienten el frío, todo el frío de la oscuridad y el desamparo”. Es una novela vivida y vívida, un estupendo estudio de personalidades, de sensibilidades, de emociones, el descubrimiento de un autor.