Ya nos hacíamos eco no hace mucho de lo enconadas, crispadas,
tergiversadas y susceptibles que andan las cosas en temas muy diferentes, con
especial virulencia (y era en lo que, como ahora, nos centrábamos) en torno al
feminismo y la justa y necesaria denuncia del machismo irredento y acendrado
que incluso llega a ser considerado natural, lógico, comprensible y otros
adjetivos consentidores por gran parte de la sociedad; uno consideraba (y lo
sigue haciendo) que cierta manera de encarar la obligada lucha (asumo y
comparto que ya no es posible hacerlo por las buenas, que con determinados
interlocutores -incapaces de serlo- no se puede perder el tiempo en diplomacias
y/o negociaciones a las que no atienden ni entienden), muchas de las
reivindicaciones que se están haciendo consiguen visibilidad en gran medida
porque son sólo eso, una fachada, una actuación, un gesto, y a la larga (y
hasta si me apuran a la corta, casi inmediatamente) provocan el efecto
contrario y pueden considerarse cómplices (cuando no ejecutoras) del abuso (entiéndase
el término en su sentido más amplio), de la vulneración de derechos, de la desigualdad,
de la humillación, de la ruptura de la convivencia, de la perpetuación de dos
bandos irreconciliables, de la consideración de las mujeres como seres débiles,
inferiores, serviles y algunas lindezas más. Sin ir más lejos, hoy se estrena
en España Lady Bird, cinta muy
esperada por las excelentes críticas cosechadas, por sus candidaturas al Oscar,
porque se lleva un tiempo apostando por que Greta Gerwig debería ser la segunda
mujer en ser coronada por la Academia de Hollywood como mejor directora, y ese
discurso no admite fisuras, es decir, en muchos casos no se enumeran los
méritos de la película, el acento se pone en el sexo de la creadora (es también
la guionista), se reclaman galardones sólo por eso, cuando alguien hace un
análisis más o menos pormenorizado, una crítica argumentada en la que expone
por qué no le ha gustado, por qué le parece un trabajo sobrevalorado, qué defectos/lastres
le encuentra, rápidamente (es lo que tienen las redes sociales) se alza alguna
voz airada (puede que hasta insultante) que acusa de misoginia a quien, como es
el caso de un servidor, ha pedido públicamente (y en más de una ocasión) nominaciones
y estatuillas para Jane Campion, Barbra Streisand, Sofia Coppola, Lone Scherfig
e incluso Kathryn Bigelow (en lugar de por En
tierra hostil -y gracias a una campaña un tanto sonrojante en la que de lo
que menos se habló fue de cine- debiese haber sido premiada por La noche más oscura pero otras consideraciones
-de nuevo exógenas a lo meramente cinematográfico- la dejaron sin opción a
premio). Y se lapida a Jennifer Lawrence (actriz por la que no siento la más
mínima devoción, pero nadie puede negarle implicación, esfuerzo y ser altavoz
de injusticias) por lucir palmito en una mañana gélida pero se alardea de ir
vestidas de negro a las entregas de premio (pero sin renunciar al glamour, las
joyas, el maquillaje, todo lo que también es servidumbre, perpetuación de un
rol meramente decorativo, es decir, aquello que se quiere denunciar/erradicar
eliminando el resto de colores) o de portar un abanico igual que tantos se han
puesto lazos solidarios en la solapa en infinidad de ocasiones. Perdónenme,
pero hacer/ser feminista es, al menos para mí, otra cosa bien distinta
(seguramente estoy equivocado, al fin y al cabo soy un hombre -no sé cuántas
veces me han arrojado esta frase o alguna variante de la misma en tertulias,
foros, redes, donde haya habido ocasión-).
Y toda esta parrafada viene al caso (sí, sólo para mí, pero bien sufren
los leales y asiduos visitantes de este blog mi manera de abordar los temas,
ese irme por las ramas -puede que no tanto-, ese dar rienda suelta a mi
verborrea -lo reconozco- para, diríase, tomar impulso y zambullirme en el
verdadero asunto del texto) porque acabo de terminar la muy interesante Cuídate de mí, la nueva novela de María Frisa
recién publicada por Plaza & Janés, con quien tuve la feliz oportunidad de
conversar junto a algunos colegas en un desayuno que tuvo lugar en las oficinas
de su editorial en Madrid. Y se empezó (y terminó) hablando de feminismo o tal
vez sería más correcto decir hablando en femenino, porque indiscutiblemente hay
que señalar como novedad (y logro) que, al menos que alguien con más sabiduría
y conocimientos pueda desmentirlo, es la primera vez que una pareja de
investigadoras protagoniza una novela policiaca/negra, al menos en España, al
menos de esta manera, una singularidad que, nunca mejor dicho, la caracteriza y
distingue de novelas que, un modo u otro, han tocado asuntos similares a los aquí
tratados, teniendo además en cuenta que la autora comenzó a trabajar la historia
hace casi ocho años, es decir, no se apunta a ninguna moda, tiene personalidad
propia (ambas, escritora y obra): “Otros proyectos
me forzaron a irla retrasando, pero nunca la abandoné porque sentía que era la
novela que verdaderamente quería escribir. Sí, parece que llega en el momento
adecuado, incluso habrá quien piense que aprovecho una moda, una variante
feminista del género en la que ahora se incide mucho, pero ya os digo que llevo
ocho años trabajando en ella, documentándome, manteniéndola viva. Acepto y
quiero que sea vista como una novela feminista, pero no de tesis sino por lo
que cuenta y porque, las investigadores son dos mujeres, que hasta donde yo sé
nunca se había hecho al menos en España, lo que es toda una novedad es que, en
lugar de en Homicidios, trabajen en una UFAM [Unidad de Familia y Mujer de
la CGPJ]”. Y si a uno le parece que no hay que ponerse estupendos en el sentido
de que la novela de misterio en cualquiera de sus variantes ha sido siempre un
terreno bien abonado para que las escritoras demuestren sus talentos (desde la
tía Agatha a la Highsmith, ahí están las ventas millonarias de Ruth Rendell,
Anne Perry, Mary Higgins Clark, Patricia Cornwell, bombazos editoriales
recientes como los dados por Paula Hawkins o Gillian Flynn -sin entrar en preferencias
personales, simplemente trazando un somero panorama con un puñado de nombres-,
en España gozamos con Alicia Giménez Bartlett, Dolores Redondo o Reyes Calderón)
o la ficción televisiva británica (a la que tantas veces hay que rendirse y
recurrir) lleva años, en lo que a este género se refiere, poniendo el foco en
historias escritas y/o protagonizadas por mujeres (Happy Valley, Vera,
Broadchurch, The Fall, Principal sospechoso), si uno piensa que
quedarse en el aspecto puramente femenino/feminista es decir muy poco sobre Cuídate de mí e incluso reducir sus
virtudes a la mínima expresión, no es menos cierto que hay que celebrar una
novela reivindicativa, combativa, que rebosa actualidad y verosimilitud, que a
ratos nos sacude, que en otros nos atemoriza (por lo realista), que sabe mantener
su discurso sin renunciar, sin entorpecer, sin boicotear la novela: “Siempre me la planteé como una novela negra,
siguiendo sus parámetros: por eso comienza con un asesinato que provoca una
investigación que va dando giros argumentales mientras el lector duda de todos
los personajes. Creo que los escritores tenemos un deber de hacer denuncias y ser
críticos con la sociedad en que vivimos y la novela negra ha sido por
excelencia el género propicio para ello. Y dentro de los problemas a los que
actualmente nos enfrentamos, lo que más me preocupa, como mujer y como madre,
son los abusos sexuales, la violencia de género, tenía muy clara la intención
ya hace ocho años, también la historia e incluso el final, quería que no se
saliera indemne de su lectura, que motivase reflexiones, preguntas que tal vez no
te has planteado antes”.
Como bien dice (y se lamenta) María la realidad la ha superado con
creces, se están viviendo sucesos que ella no se hubiera atrevido ni a imaginar
por más que recabase información de policías que le inspiraron en parte a sus
dos protagonistas, la inspectora Lara Samper y la subinspectora Berta Guallar,
tenían que ser dos mujeres para, así, poder desarrollar con naturalidad y
convicción aquello que quería contar: “Quise
que las protagonistas fueran dos mujeres policías porque, en parte, ayudaremos
a erradicar la violencia de género si damos referentes y vemos a mujeres en los
mismos lugares en que siempre se ha visto a hombres. Claro que las pensé
fuertes, seguras, profesionales, pero quería una novela realista y por eso aparece
la vida privada, hay que llenar la nevera, una de ellas tiene hijos, pretendía
la mayor verosimilitud posible. Soy psicóloga e inconscientemente siempre estoy
buscando pautas y motivos de comportamiento, pero eso me sirvió para construir
más sólidamente los personajes y que se comprenda por qué hacen esto o aquello,
ahondando en el mapa mental de cada una, el contexto en que se mueven, mil
detalles. Por eso no las ubiqué en Homicidios: para que conociesen de antes a
la víctima, para que hubiese otras implicaciones con el caso, incluso creen que
todo ha sucedido porque no hicieron bien su trabajo anteriormente, una incluso
se alegra de esta muerte y piensa que se ha restablecido un equilibrio”.
Como en toda novela negra bien armada (las que no lo están se vienen abajo por
sí solas), no conviene contar mucho de la trama o hacer un resumen por más
breve que sea, pero sí podemos destacar (y aplaudir) que el cadáver que aparece
en las primeras páginas es el de alguien que fue acusado (y exonerado) de violar
a una adolescente, caso del que también se ocuparon Lara y Berta, por eso
aparecen algunos fantasmas de un pasado reciente, dudas sobre sí mismas,
prejuicios, una implicación emocional con aquella víctima y su familia que
puede nublar su juicio, la paradójica y cruel carambola en que aquel al que
pensaron criminal es víctima que reclama justicia. María retrata con trazos
firmes a sus personajes, equilibrando muy bien los tonos, sin juzgarlos como
autora, mostrando sus flaquezas, sus miserias, sus angustias, haciéndolos
humanos, por eso algunos son terroríficos, otros provocan empatía apenas los
conocemos, de otros nos compadecemos, a todos los sentimos: “Quise que del chico que fue acusado de la
violación se conociera su entorno, su familia, todos sufren de un modo u otro
la violencia de género. También lo hice así en el caso de la víctima, abundando
en algo que me han contado pormenorizadamente las policías con las que he
hablado: la culpabilidad que siente la víctima, no digamos la que te endilgan
los demás. Porque es la propia víctima la que se reprocha haber ido sola, haber
llevado falda, haber bebido más de la cuenta. Y ahora estamos viendo cómo los
jueces interrogan hostigando y condenando a la víctima, que si cerró bien las
piernas, que si qué vida ha llevado después de la violación, ¡cómo se va a
denunciar si luego se vive esto!”.
La historia se cuenta (al margen de unos cuantos insertos del pasado, de
lo que sucedió antes del descubrimiento del cadáver con que arranca la novela)
en tercera persona, pero no escuchamos una voz omnisciente sino el reflejo de
los pensamientos de los personajes, una fantástica introspección en lo más
recóndito de sus corazones: “En gran
parte me costó tanto escribir la novela porque no encontraba el punto de vista
adecuado: la empecé a escribir con Berta hablando en primera persona, un poco a
lo Sherlock y Watson, después pasé todo a tercera, fui tanteando pero nada me
convencía. Como el mensaje que quiero mandar es que la verdad, como ente, como
absoluto, no existe, pensé que la mejor forma de representarlo era que cada una
fuera el centro de un capítulo, atribuyendo intenciones o extrayendo
conclusiones del comportamiento de la otra e irlas alternando para que se
viesen las dos caras y el lector comprobase lo equivocadas que ambas están con
respecto a su compañera”. Mujeres a las que no glorifica, por más que se
nota que admira y respeta, no hace falta cargar las tintas ni subrayar cuando
se sabe transmitir con eficacia y rotundidad, con argumentos transformados en literatura,
con una novela meditada y concebida como tal en la que el o los mensajes
sobrevuelan, del mismo modo en que una de las subtramas (que, como las
restantes, se imbrica y funde con la principal sin que se note, pareciendo una
sola) parte de un episodio ciertamente desagradable (quedándome corto) que la
escritora sufrió tras la publicación de 75
consejos para sobrevivir en el colegio con linchamiento (y algo peor) en
las redes sociales y que ella refleja en Cuídate
de mí con gran viveza (y sólo quien, como un servidor, vivió algo similar -aunque
más limitado, pero secundado por compañeros de trabajo ante la indiferencia,
desidia e inoperancia de los directivos de la empresa- puede captar en toda su
crudeza -y agradecer que haya quien sepa contarlo de ese modo, al igual que en
lo que uno atañe hizo Pablo Vilaboy en 24
horas de un periodista desesperado-): “Cuando
escribía tenía muy reciente todo lo que me había pasado y al pensar en una
subtrama no se me ocurrió nada mejor que algo similar a lo que por desgracia
viví. Sentía muy vívidas la impotencia y la indefensión, porque la gente cree
que ante algo así te enfadas, pero no te da tiempo porque, al menos en mi caso,
se pasa tanto miedo, da igual lo que hagas o expliques, incluso es peor:
recibía cada día un montón de mensajes privados de gente que no conocía de nada
insultándome, amenazando a mis hijos,… Para colmo, el que promovió la campaña y
el acoso reconoció que ni había leído ni tan siquiera tenía el libro y hasta
pidió aportación de la gente para comprarlo”. Por eso Cuídate de mí capta nuestra atención: porque exuda verdad, porque sabe
tomar el pulso a lo que está pasando ahora mismo, porque lo refleja sin correcciones
políticas o sociales pero al mismo tiempo sin letanías ni eslóganes, dejando
hablar y escuchando a los demás, haciéndose y haciéndonos preguntas, sin placebos
ni medias tintas, denunciando sin tapujos como siempre ha hecho la novela
negra.