sábado, 29 de mayo de 2021

AHÍ DONDE MÁS DUELE

 

Domingo 16:

 

VER

 

   Procuro rehuir las frases hechas, incluso dichas con la mejor intención del mundo, incluso con su parte (o su totalidad) de razón (cuando la tienen, cuando uno lo percibe así), no digamos nada si están integradas en/extraídas de esa prosa placebo que, contra viento y marea (aprovechándose de estos y otros imponderables de cualquier condición, de los episodios de crisis reales o imaginadas -y a veces inoculadas, perverso círculo vicioso que hace funcionar el negocio: te “sano” de aquello de lo que previamente te “enfermo”-), vende cada año millones de ejemplares de puro humo (que cada quien crea en lo que más beneficios/seguridad/tranquilidad le reporte, pero no me digan que lo de los Coelho, Bucay y demás es efectivo porque bien se ve que no -si sus fábulas, historias, consejitos fuesen tan milagrosos, tan sanadores, el invento se terminaba mañana y, ahí está el detalle, las borrascas mentales y emocionales que nos azotan-). Así, no deja de escucharse una de las sentencias (sea dicho con toda la retranca posible) más crueles, falsas y desconsoladoras (por más que pretenda lo contrario) cuando se produce el fallecimiento de algún ser querido: “Ya te acostumbrarás”. Por supuesto, por fortuna (y no en todos los casos), el primer dolor se atenúa, rebaja su intensidad, se agazapa, pero jamás pasa, se queda ahí esperando la ocasión para reaparecer, para lacerarnos incluso con más fuerza, para recuperar toda su esencia, para alcanzar su latido más furioso, aprendemos (cada uno a su manera) a convivir con la pena, con la ausencia, con el agujero en el alma, pero (hablo por mí) resulta imposible acostumbrarse a su profundidad, a su hueco: cuando menos se espera, cuando más vulnerable está uno, todo se reproduce.

 

   Así, tener que salir de casa con Fosco en brazos en busca de un taxi para llevarle a urgencias porque, tras un par de días en que ha estado raro, comiendo algo menos, rechazando su pienso habitual, muy apagado, empezó a llorar durante el paseo de la tarde, a quejarse queda pero insistentemente, a sentarse en el suelo y no querer caminar, por más que mientras hablo con la clínica en casa parece más tranquilo y se ha tumbado en su rinconcito, sentir su agitación, sus gemidos, volver a la calle acunándole, procurando no dejarme llevar por el nerviosismo y el miedo, provoca que experimente una angustia similar a la de la noche en que envolví a Dobby en su mantita y lo llevé a urgencias, aquella última noche que llevo clavada (y, sobre todo, la tarde del día siguiente cuando todo terminó), la herida que aún sangra. Para colmo, las calles están a rebosar, las terrazas de los locales son hormigueros, es la inconsciencia y/o el egoísmo de cada día, para colmo es festivo, hace una temperatura muy agradable (incluso un poco excesiva), hay manifestaciones (me entero después de que han coincidido dos) en Callao, la parada de taxis de la Plaza de Isabel II (porque por más que la llamemos “de Ópera” ese es su nombre, a ver si algunos se enteran) está despoblada, hay un grupo de gente bailando chotis frente a la parte trasera del Teatro Real, un caos, empiezo a temblar y sudar (más), tengo que dejar a Fosco en el suelo para poder llamar a un coche y el pobrecito casi se tumba, deja la cabeza muy gacha, nos transmitimos nuestras ansiedades. La peripecia para llegar a la clínica (una de 24 horas, al menos no está demasiado lejos) es surrealista pero no me apetece describirla, dejémoslo en que di algunos gritos, me indigné ante la burricie de quien incluso con un cartel delante niega la evidencia, solté varias lágrimas, pedí perdón al conductor que nos recogió porque era el menos culpable de lo sucedido.

 

   Al menos, más allá de su notoria incomodidad, Fosco no parece estar grave, incluso me da algunos besitos en el coche cuando estallo, me sosiega y reconforta, inmediatamente bajo el tono y le acaricio diciéndole que no estoy enfadado con él, que se está portando muy bien, que en seguida va a sentirse mejor. La entrada en la clínica es muy diferente a la que hice en su día con Dobby, hay mucha luz todavía y aquello ocurrió una noche de febrero, hacía frío y no había nadie más esperando; aquí hay varias personas con sus animales, algunos ya están siendo atendidos, lo de las urgencias veterinarias no se diferencia mucho de las de cualquier hospital, si alguien se pone a la tarea saca una serie que dejaría en pañales a Urgencias, de ahí que piense que el título perfecto sería VER, en inglés por seguir el original (ER), las siglas de Veterinarian Emergency Room. El peor momento es cuando un chaval de no más de diez años llega junto a su madre llorando sin parar y llevando en los brazos a una cobaya (Henry) que apenas responde a los estímulos, al borde del desfallecimiento total (por no pensar/decir algo aún peor), todos los presentes enmudecemos mientras la mujer explica en la recepción cómo el animal se ha ido apagando/abandonando desde hace unos días, la situación no parece pintar demasiado bien, en el tiempo en que a Fosco le exploran, le detectan un bulto en la mandíbula, le hacen una citología, me lo devuelven para que esperemos los resultados (en total, pasamos unas tres horas en la clínica), Henry es ingresado, el niño se marcha abrazado a su madre sin parar de llorar, nadie habla durante un par de minutos, confieso que tengo que hacer esfuerzos para contener las lágrimas, las horas finales de Dobby se adueñan de mi ánimo, nunca me repondré de aquel desgarro, al menos lo de Fosco se localiza, se descarta algo maligno, lo más probable es que tengan que hacerle una pequeña intervención, le prescriben medicación, hay que esperar unos días para comprobar cómo evoluciona, por fin volvemos a casa donde, con algo de esfuerzo, cena tan ricamente y le saco a pasear para que haga sus necesidades y recupere sus rutinas, algo complicado cuando las aceras, las calles peatonales, todo en general sigue ocupado por hordas de gente que, se diría, tienen mucho que celebrar (sobre todo, que beber).


Lunes 17:

 

QUE SUENE Y RESUENE

 




   Es mágico regresar a un autor al que se admira, seguir descubriéndole, que se mantenga vivo y con la frescura de cuando se llegó a sus páginas por primera vez, como si no hubieran pasado más de treinta años de aquello. Gracias a Ediciones Alfar y su magnífica colección Clásicos del Siglo XIX, vuelve a ser estimulante y gozosa novedad Solos de Clarín, el primer libro publicado por el inmortal escritor en 1881, un recopilatorio de su importante, punzante y espléndida labor crítica, de sus imprescindibles textos periodísticos, de algunas narraciones que revalidan (aunque no lo necesita) su magisterio y magnificencia en el relato, el género que más frecuentó, la columna vertebral de su corpus literario; La Regenta lo es en sí misma, desde luego, con esa novela le hubiera bastado para pasar a la Historia, pero no conviene echar a un lado (y en las aulas se ha hecho) el resto de su producción, las razones por las que hay que continuar leyendo y venerando a Clarín. Esta recuperación, esta reedición, este acontecimiento se completa con la cuidadosa edición crítica de Antonio Checa Godoy, apostillando lo justo, contextualizando, acercándonos nombres y obras de los que Leopoldo Alas se ocupa (con ironía, sin piedad, sin ocultar sus fobias, explicándolas, igual que su aplauso cuando le nace), facilitando la legibilidad y el disfrute de unos textos llenos de pasión, de expresividad, de conocimiento, de osadía, de viveza, que nos sumergen en la realidad/el presente de aquellos años en lo que a la literatura y especialmente a la escena se refiere, recuperando a muchos autores hoy (e incluso casi en su momento) olvidados/desconocidos, ayudando las precisas notas del profesor Checa Godoy a la total comprensión de lo que Clarín escribía en caliente y que llega a nosotros con la misma intensidad, con valor acrecentado, los Solos de Clarín resuenan con la brillantez de antaño que la edición crítica restaura y restaña (y, entre otras cosas, permite aunque sea de modo tangencial la toma de contacto con quien fuese el primer Nobel de Literatura español: José Echegaray -que, las cosas como son, como prologuista del volumen original no hace méritos para ello-).


Martes 18:

 

ESPÍRITU TANGIBLE

 

   Amazing Grace, el histórico trabajo en directo de Aretha Franklin, el álbum más vendido de su carrera, admirado y amado por millones de personas en todo el mundo, estuvo a punto de ser también una película, pero el director encargado de su realización, Sydney Pollack, olvidó utilizar la claqueta durante el rodaje, lo que hizo imposible la sincronización del audio. El material grabado (se calcula que unas 200 horas) fue archivado (por no decir oculto) en la Warner hasta que, a punto de morir, el cineasta (según cuentan, sin reconocer plenamente su error) cedió los derechos sobre el mismo al productor musical Allan Elliot para que completase el trabajo, topando este con un escollo importante: la propia Aretha Franklin (de hecho, fueron sus herederos quienes dieron luz verde al estreno). Lo que se experimentó en aquellas por derecho propio dos míticas e históricas noches de enero en la que con el tiempo sería conocida como “Capilla Sixtina del Góspel” (la iglesia bautista misionera de New Temple) acepta cualquier adjetivo, el ditirambo más encendido, los calificativos más encomiásticos y jamás llegaremos a hacer justicia, era algo notorio ya en la grabación musical, no en vano los orígenes del término están en el vocablo godspell, es decir, “palabra buena”, hay algo notoriamente benéfico, más allá del sentir religioso de cada uno, en estas composiciones que nacen de lo más profundo, de lo más sentido, de lo más doloroso, de lo más esperanzador, de la gratitud, del lamento, de la hermandad, del espíritu. Amazing Grace no es un documental, ni tan siquiera un documento, no es la plasmación en imágenes de un concierto, sino de una ceremonia, de una comunión, de un diálogo con las creencias íntimas por más que sean colectivas, es una experiencia transformadora, enriquecedora, impactante por la verdad que destila, Amazing Grace es un trozo de vida, una reunión de múltiples talentos (en lo artístico y en lo emocional, en lo particular, en lo humano, en lo espiritual) que trascienden cualquier etiqueta, que apelan a algo que todos tenemos/portamos y que no debe ser restringido ni mucho menos impuesto por nadie, lo de menos es cómo lo llamemos o a quién nos dirijamos cuando nos contagiemos del sentir de esa gracia que, repito, no es patrimonio de la religión, es algo universal.


Miércoles 19:

 

EL OLVIDO QUE (YA NO) SEREMOS

 



   Sin permiso del rey, obra de María Teresa Telleria publicada por Espasa, es una magnífica biografía novelada, un concienzudo trabajo de investigación, un hacer justicia necesario, la recuperación (casi el descubrimiento, tan oculta/negada se encontraba la protagonista) de una grandísima mujer, la primera en dar la vuelta al mundo, Jeanne Baret, botánica sin formación académica pero dotada de un amplio, cotidiano y pragmático conocimiento del mundo vegetal, de las plantas que sanan, ayudan, condimentan, también de las peligrosas, de las venenosas, de las mortíferas, descubridora (cuando menos partícipe, recolectora, testigo) de varias especies, otra de tantas borradas, desposeídas de sus méritos, alguien que regresa al lugar que nunca debió perder gracias a este magnífico e inclasificable libro, un prodigio de contención, totalmente legible para un neófito (por no decir ignorante) en la materia, un auténtico regalo para el lector omnívoro enamorado de las historias y de la Historia. Conocer a la autora es aún más maravilloso, más mágico, más inolvidable: los buenos oficios de mi Pepa Muñoz propician, una vez más, que los del club de lectura LL vivamos una tarde apasionante y ampliemos nuestros horizontes en cualquier sentido (y queramos que María Teresa escriba más -sobre todo, sus memorias, viendo el vídeo comprenderán por qué-): https://www.youtube.com/watch?v=gfqpfJE4gus&t=50s.


Jueves 20:

 

LA URGENCIA VA POR BARRIOS

 

   Fosco tiene revisión, todo va mejor (aunque la cosa no termina aquí), al menos esta vez no coincidimos con animales en estado grave (o que lo parezcan), nadie llega por una urgencia (o que por tal se tome), hay una tranquilidad general que se contagia y me viene muy bien, soy demasiado intenso, la ciclotimia me hace pasar de la euforia a la desolación en pocos segundos pero no aprendo a frenar, tanto levito como me despeño, me lo reprocho a menudo, de hecho algunos de mis momentos más depresivos/deprimidos vienen por reacciones extemporáneas que no consigo desterrar, hago propósito de enmienda muy a menudo, pero sigo tropezando en la piedra de mis torpezas anímicas/emocionales, esas que Fosco olvida en seguida para darme lametones o subirse al sofá para poner la cabeza en mi regazo. ¡Cuánta lealtad sin pedir nada a cambio (bueno, a veces reclama un premio, una chuchería, una nadería comparada con lo mucho que me aporta, esa paz que se me agita demasiado y a la mínima)!

domingo, 23 de mayo de 2021

PERDER (O NO) LOS PAPELES ANTE EL HORROR

 

Lunes 10:

 

LA PASIÓN DE LA ADICCIÓN

 

   Hay cosas/películas/lecturas que se te quedan grabadas aunque no quisieras que así fuese, experiencias que te gustaría olvidar o, cuando menos, sepultar con remembranzas más gratas, pero el ruido de la calle te lo impide, no se deja de hablar de ello o, aunque no exista un clamor mayoritario, parece que siempre acabas llegando a lo mismo (o no sales de ahí), en este caso, Another Round, el oscarizado título de Thomas Vinterberg, tan aclamado, aupado, laureado, encomiado por gente que se esponja para hacerlo, se siente importante por eso, extrae/imparte lecciones de vida que no aceptan discusión, siguen la tendencia tan generalizada a crispar, a dividir, a enfrentar, a contar la vida en blanco o negro, sin matices. He ido dejando por ahí mi parecer, mi estupor, mi decepción, es decir, iba convencido, con ganas, me gusta (y mucho) gran parte de la filmografía del cineasta, admiro a Mads Mikkelsen (a quien, por cierto, tuve el placer de entrevistar hace ya unos cuantos años: amable, profesional, con un punto de timidez que le hacía muy cercano), tal vez por eso quedé tan desolado y me muestro especialmente susceptible cuando leo lo que leo por ahí. No termino de comprender (más allá del engorde de ego de quienes en realidad se aplauden a sí mismos, porque captan lo que, dicen, a un simple mortal se le escapa) cómo pueden reconocerse tantas virtudes en una película (bien filmada/narrada) que apesta a apología, una visión podríamos decir romántica, bucólica y atractiva, del alcoholismo, una visión blanda y ñoña de lo que es un auténtico problema (algo que se olvida en la película, lo nefasto queda fuera, en las elipsis, tampoco parece tanto, algún efectillo secundario), una última secuencia que como tal es esplendorosa y hasta brillante (repito, Vinterberg conoce su oficio e incluso provocándome un rechazo que va en aumento según avanza el metraje me mantiene atento a la pantalla), el mismo tipo de colofón que tantos de los que asienten, pregonan, exhiben su complacencia (y, por ende, su perspicacia, su inteligencia, su dizque exquisitez) abochornan, degradan, tildan de lo peor (llegando a insultar a autores y, sobre todo, al público que paga su entrada) si viene desde Hollywood o su zona de influencia.

 

   Y entonces llegamos a Gambito de dama, la miniserie dirigida por Scott Frank que, no me extraña, se ha convertido en un fenómeno mundial. Aquí se habla de adicciones sin paños calientes ni blandenguerías, se disecciona una personalidad adictiva tanto en lo bueno como en lo malo, desde pequeña lo vive así, se deja arrastrar hasta el final, se convence de que sólo de esa manera puede rendir como debe, triunfar, demostrar su excelencia (dicho en román paladino, que sólo puesta hasta las cejas, sólo “colocada” juega bien -como el profesor de la película de Vinterberg, sólo que este pasa de ser el más aburrido a ser magnífico, vivaz, genial, todo un Keating-), incluso siendo consciente de que eso la lleva al abismo, de que sus inseguridades no se esfuman, todo lo contrario, pero las camufla (o cree hacerlo) mientras sus verdaderas y casi congénitas facultades se ven en realidad mermadas, anuladas, asfixiadas. Un círculo vicioso de dependencias y carencias afectivas y emocionales, una telaraña pegajosa y muy letal que incapacita a la protagonista hasta el extremo de no hacer nada por despegarse de la misma, una trama contada con la intensidad necesaria, con un pulso muy firme, con un clasicismo que incluso emociona en estos tiempos (a pesar de algunas veleidades “artísticas” en la dirección que, por fortuna, quedan en poco), una historia tomada de las páginas escritas por Walter Tevis, autor que extraía lo mejor del descenso a los infiernos, a los abismos del alma de sus personajes, de los mundos/submundos en que procuraban mantenerse a flote (no en vano también firmó El buscavidas y su continuación El color del dinero -tan a reivindicar en lo que a su versión cinematográfica se refiere-). Más allá de los diversos aspectos que pueden y deben destacarse (ambientación, ritmo, atmósfera, interpretación -colocando en lo más alto a una espléndida Marielle Heller que, por cierto, deja en pañales a los de Another Round y sin necesidad de truculencias/tremendismos-), si la serie resulta hipnótica es por la colosal Anya Taylor-Joy, una auténtica diosa, una estrella como las de antes, como las de siempre, una actriz descomunal que actúa sin que se le note, ofreciendo emociones de tal honestidad que duele, perturba, incomoda, captura, implica al espectador, le hace vivirlo con ella, le rinde a su magnetismo, a su verdad, se convierte en su favorita, en dama vulnerable pero pétrea, genial pero errática, un crisol de sensaciones, un trabajo que ya ha entrado en la historia (y, si me apuran, en la leyenda).

 

Martes 11:

 

CUANDO EMBISTE LA VIDA

 



   Cuando oigo decir que la unidad de cuidados paliativos es el lugar al que se va antes de morir, en vez de mosquearme, en vez de explicar con más o menos paciencia que también tratamos el dolor en casos que no suponen una muerte inminente, en vez de hacer eso, les doy la razón, muestro mi mejor sonrisa, digo amablemente que así es, que muy bien visto, y añado de inmediato que, en realidad, podría decirse lo mismo de todos los servicios del hospital, de cualquier hospital, porque, al fin y al cabo, todo lo que merece la pena llamarse vida, ¿acaso no es el conjunto de cosas que hacemos antes de morir? Y créame que la frasecita siempre consigue producir su efecto”. Así lo expresa Mireille Gosselin, la jefa de la unidad de cuidados paliativos del hospital universitario de Ruan donde (entre abril y diciembre de 2015) pasó varias semanas el escritor argentino afincado en Burdeos Eduardo Berti, recogiendo los testimonios de las personas (en su inmensa, muy inmensa mayoría, casi totalidad, mujeres) que atienden este servicio, con los que ha construido un libro emocionante, de esos pocos que merecen la etiqueta de “imprescindible”, una auténtica maravilla que, con traducción de Pablo Martín Sánchez, publicó en España Alianza Editorial hace unos meses: Una presencia ideal.

 

   Del mismo modo que construye sus obras la Nobel Svetlana Aleksiévich, Berti presenta una sucesión de declaraciones, de relatos, cede la voz a sus personajes, a sus interrogados, a sus testigos, desaparece para no estorbar, para que las palabras lleguen con la mayor pureza posible, para no quitarles (ni ponerles) un ápice de sí mismo, un trabajo invisible que sólo se percibe en el perfecto funcionamiento de la maquinaria, en cómo las piezas (aquí hay capítulos de apenas unas líneas) encajan, se completan, son autónomas pero adquieren un sentido mayor leídas consecutivamente, el orden en que aparecen se demuestra como el único posible, ahí está el autor, al fondo, en la sombra, sin estorbar, sin imponerse, sin señalar su presencia (sirva el título escogido para aplaudirle y reconocerle). Transcurriendo donde transcurre, abordando el asunto que aborda, se comprenderá que la lectura de este libro no resulta fácil/agradable, pero no tampoco puede decirse que sea terrible en el sentido de que el tono es reposado, nada enfático, muy natural, por momentos aséptico, acercándose a los estremecedores extremos alcanzados por Joan Didion en El año del pensamiento mágico, pero consintiendo unas bocanadas de aire, algún que otro respiro mientras que la californiana (se) los negaba. Hay un dolor sosegado pero continuo e imposible de acallar que vertebra el conjunto, una pena ante lo inevitable que lo empaña todo, una asunción de que la muerte ha ganado la partida de antemano que le confiere un pragmatismo (el de las personas que conviven con ella a diario) que no evita las fisuras, el desánimo, incluso las lágrimas o su mero atisbo, tal y como le señala (y agradece) la esposa de un paciente a Dominique Louiron, médica residente: “Hace tiempo que quería decirle que me gusta verla así, al borde de las lágrimas… Sí, resulta reconfortante ver la emoción de los médicos. Es agradable, porque es humano. Y, sobre todo, tranquiliza a los familiares y amigos. Sabe a lo que me refiero, ¿verdad?”.

 

   Una presencia ideal es, por encima de todo, vitalista, sin frasecitas para enmarcar, sin prosa placebo, sencillamente porque no de otro modo pueden (y quieren) afrontar su trabajo los profesionales que acompañan el tránsito, perdón por el eufemismo, lo diré como se debe, que esperan la muerte junto a los pacientes, al lado de los familiares, con la singularidad de cada una (“(…) los tópicos, la verdad, dejan de funcionar en cuanto nos enfrentamos a la enfermedad y a la agonía”), con lo que todas tienen en común (“Si hay algo que se aprende rápido en este oficio es a callar cuando no se tiene respuesta”). El mejor y más sincero aplauso, la manera más sincera de respetar, apoyar, homenajear a quienes no quieren ser considerados/tratados como héroes (y menos todavía con discursitos vacíos, agradecimientos rutinarios y con hora que se esfuman al día siguiente), es dejarles hacer su trabajo, ayudarles en lo posible, acercarnos con prudencia y a través de lo que ellos quieran compartir/expresar: “No, yo no hablo de lo que pasa en la unidad ni con mis amigos ni con mi familia, excepto con mi madre. Es la única que no me desaconsejó venir aquí hace dos años. Es la única que me hace preguntas que van más allá de las banalidades habituales. Los demás apenas me hacen preguntas; los demás no entienden nada. En el fondo, me digo, no quieren entender. Hablar de la muerte y del sufrimiento no está al alcance de todo el mundo. Así que me callo. Y los protejo”. Basta con saber que están ahí siempre, que no dan un paso atrás, pero es de agradecer que alguien como Eduardo Berti les haya hecho justicia y lo haya puesto negro sobre blanco para la posteridad.

 

Miércoles 12:

 

APLAUSO INTERMINABLE

 

   Confieso que no siempre lo logro, pero cada vez más procuro quedarme con lo que, a pesar de la nostalgia, de la añoranza por lo que no regresará, me hace feliz, con los buenos momentos vividos, con lo placentero de aquellas tardes de sábado en que nada (ni, sobre todo, nadie) perturbaba la paz, en que descubría cantantes, grupos, músicas, canciones, en que celebraba a mis ídolos, en que compartía la pasión con los tíos, en que veíamos Aplauso y se ampliaba mi eclecticismo, el mismo mamado en casa donde igual se escuchaba a doña Concha Piquer como a Patxi Andión, Luisa Fernanda o Jesucristo Superstar, donde convivían sin problemas Barbra Streisand y Antonio Machín. Por eso, entre otras muchas cosas, era genial aquel programa donde lo mismo veías a Parchís como a Duran Duran, a Massiel como a Kiss, a Iva Zannicchi como a Pecos; durante muchas emisiones el realizador del programa fue Hugo Stuven, quien ha muerto hace unos días, es como si otro trocito de mi infancia, de la de tantos, se desprendiese del corazón, aunque siempre habrá un rinconcito para recordar tantos buenísimos momentos. ¡Gracias, maestro!

 

Jueves 13:

 

FANTASÍA EN LIBERTAD



   De vez en cuando, hay libros que te llevan de viaje en cualquier sentido posible, que te hacen regresar a los tiempos en que querías leerlo y descubrirlo todo (en realidad, continúo inmerso en ellos), que te reaviven tu placer por el género de fantasía y lo que por tal aprendiste a degustar desde muy pronto, incluso antes de tener plena conciencia y la capacidad mínima para ir más allá de la mera aventura (razón más que suficiente para devorar tantos títulos). Y ese es uno de los goces provocados por Viajeros de un mar de nubes, el novelón (si no pongo el aumentativo me parece que le hago de menos) que se ha marcado Borja Vaz y que ha publicado recientemente Martínez Roca. En esta ocasión, nos voy a dar la vara porque lo mejor para abrir boca y ganas es escuchar lo que el autor compartió con los del club de lectura LL en el encuentro que mantuvimos con él, donde una vez más ejerció como hada madrina mi Pepa Muñoz: https://www.youtube.com/watch?v=NJ8vDbOiI88&t=9s.

 

Viernes 14:

 

¿Y EL LUGAR DE LOS DEMÁS?

 

   Las calles están abarrotadas, mañana es festivo en Madrid, perdón por resultar alarmista, no es mi carácter anacoreta (que no oculto), casi mi condición, pero creo que no nos podemos permitir este desfase, este libertinaje, esta manga ancha, esta complacencia, este “hay que ponerse en el lugar de los jóvenes, tanto tiempo confinados”. Bueno, no caeré en ese cierto absurdo de comparar unas edades con otras, unos tiempos (no tan diferentes, no nos hagamos ahora los formales) con otros, pero no puedo dejar de pensar en ese egoísmo (que, por cierto, no sabe de años cumplidos o por cumplir) implícito/explícito en la frasecita de marras: me pongo en ese lugar, por supuesto, a pesar de querer ser Nero Wolfe he sufrido las restricciones de movilidad, el no poder ver a la tía Carmen y a mi madre durante casi tres meses, he perdido posibilidades de trabajo, de ocio, de estar con los amigos, pero no queda otra, al menos así lo creo, así lo voy a seguir haciendo. ¿No podéis poneros por un momento al menos en el lugar contrario? ¿No tengo derecho a reclamarlo?

 

Sábado 15:

 

MAESTRA EN/DE LETRAS

 

   Viene Concepción Valverde al programa, la llamo así porque de ese modo firma sus novelas, pero la quiero como Concha, además me pide que me dirija a ella con esa familiaridad, con esa cercanía que tenemos aunque es la primera vez que nos vemos cara a cara, hasta ahora nuestro contacto ha sido a través de Facebook, el primero que mantuvimos fue cuando leí El último fado (publicado por Almuzara, al igual que su ópera prima, La biblioteca Fajardo) y quedé cautivado por una prosa rebosante de sabiduría literaria, de una exquisitez plácida y placentera, de un indudable conocimiento de la pulsión narrativa, una gran lectora que devino en magnífica maestra (tuvo que serlo, no hay más que disfrutarla mientras evoca algunos de los títulos/autores que la envenenaron de palabras, de historias, de sueños), una estupenda escritora que en breve presentará Las soledades del Inca y de todo ello (de lo que da tiempo) habla con verbo encendido y pasión incontenible y contagiosa en la versión televisiva de este blog: http://www.dejatedehistorias.es/wordpress/2021/05/15/conocemos-a-la-escritora-concepcion-valverde-y-sus-libros-favoritos-el-arpa-de-becquer-dejatetv/.

lunes, 17 de mayo de 2021

NO HAY PAÍS PARA VIEJOS

 

Martes 4:

 

SI NO SE VE, NO EXISTE

 

   Toca ir a votar y es algo que nunca he dejado de hacer, incluso para depositar un sobre vacío en la urna (hoy no es el caso). Voy un poco antes de la hora de comer, suele ser un momento tranquilo, aunque lo de que los comicios se celebren en jornada laboral, como en aquellas primeras e históricas elecciones de la democracia, desbarata un poco lo digamos habitual/previsible. Además, por supuesto, hay que tener en cuenta que seguimos en plena pandemia (¿Cuándo podremos hablar de ella en pasado?), hay que respetar unos protocolos de seguridad, el acceso a los colegios electorales es un poco más complicado/lento (tampoco, al menos en mi caso, es para tanto), la distancia de seguridad provoca que la cola parezca más larga de lo que en realidad es y, además, se mueve a buen ritmo. Una señora se queja de que no han llegado hasta ella repartiendo la segunda mascarilla que debemos ponernos sobre la que llevamos, su hijo le dice que da igual (y añade “mamá”, por eso afirmo el parentesco), que en la puerta se la darán, la mujer sigue refunfuñando porque “a otros les han puesto hora para que tuvieran que esperar menos y todo, ya ves tú”, él le dice que se trata de los mayores, que no pueden estar tanto tiempo de pie, y ella, toda ufana, replica “¿Y qué soy yo?”. No puedo evitar la sonrisa porque, cuando nos conviene/interesa, se pierde la coquetería o, al menos, esa llamémosla manía de negar la edad, de querer rebajarla, de fingir que el reloj se paró, que el calendario no avanza.

 

   Y, aunque parezca que no tiene nada que ver, recuerdo un documental que vi no hace mucho, Crip Camp, nominado a los Oscar y producido por los Obama, un golpe de realidad que más de uno debería darse, una película que, por encima de todo, inyecta/devuelve ganas de vivir, que demuestra lo mucho que aún queda por abatir, por allanar, por igualar, lo mucho que nos quejamos injustamente cuando tenemos tantos privilegios por el mero hecho de ser “normales” (dicho con todas las comillas del mundo, con muchísima ironía, con la misma retranca que utilizan las personas que aparecen en pantalla). Las imágenes de Jened, el campamento hippie que a comienzos de la década de los 70 tanto hizo por la integración, la independencia (hasta donde era posible), la toma de conciencia, el activismo para conseguir una sociedad igualitaria, que tanto inspiró y ayudó a quienes eran considerados prescindibles (lo vamos a dejar en eso: cosas peores se oyen/conocen en la película dirigida, escrita y también producida por Nicole Newnham y James Lebrecht), lo que allí se vivió y de lo que da testimonio un emocionante material grabado en su momento, cuando aquello era una benéfica y prodigiosa realidad, nos enfrenta a la vida tal cual, a lo que en Esparta era práctica brutal cotidiana en lo alto del Taigeto y que (aún hoy en día) no es tan insólito ni está perseguido como se debería, lo vemos con los ancianos, lo vemos con cualquiera al que, por el motivo que sea, se trata como inferior, se interna con la intención de negarlo/olvidarlo, de ocultarlo, de hacerlo desaparecer. En estas llego a la puerta del colegio electoral, me pongo la mascarilla que sí me dieron mientras la señora protestaba, extiendo las manos para que me las rocíen con gel hidroalcohólico, subo unos escalones que no me suponen ningún esfuerzo, soy un privilegiado, busco la mesa que me corresponde mientras saco el sobre que, tal y como han recomendado (y he podido hacer por haber recibido la lista a la que quiero votar, que esa es otra), preparé en casa, parece que todo está bien porque no hay nadie que reniegue a mis espaldas, la buena mujer también avanza, ya no se siente discriminada (con perdón, qué valor).


Miércoles 5:

 

«YA NO TIENES VALOR, TE QUEDASTE SIN LUZ, SE ACABÓ TU MISTERIO»

 



   Los ancianos no son una prioridad, son una molestia. El gobierno no les asigna suficientes recursos; el sistema de salud es injusto e inadecuado; la vivienda consiste en la mayoría de los casos en recluirlos lejos de la vista del público. El país debería mantener decentemente a quienes contribuyeron a la sociedad durante cuarenta o cincuenta años, pero no es el caso, a menos que se trate de algún país excepcionalmente civilizado, uno de esos donde todos quisiéramos vivir. La suerte terrible de la mayoría de los ancianos es terminar dependiente, pobre y rechazado”. Alguien dirá que son frases hechas, manidas, clichés (como si haber podido devenir en eso les quitara veracidad, razón, necesidad), alguien dirá que ya lo sabemos (entonces, ¿por qué siga que sucediendo?), muchos negarán la mayor aún más porque el párrafo anterior está escrito por una mujer que, además, no oculta su edad (en agosto cumplirá 79 años), y, para colmo, se llama Isabel Allende (su nombre altera a más de uno, es mencionada con desprecio desmesurado por quienes, además, se las dan de feministas -de eso en parte trata lo que ahora voy a comentar-). Su por ahora último libro (publicado en España por Plaza y Janés, como el resto de su producción) se titula Mujeres del alma mía y lleva un subtítulo muy revelador (y que me entusiasma): Sobre el amor impaciente, la vida larga y las brujas buenas. Es como una agradable conversación con la autora, es un repaso en pequeñas píldoras de diferentes momentos de su vida, es una reflexión pausada pero inflexible cuando debe (y argumenta por qué) sobre lo mucho que aún queda por conseguir, lo que hemos dejado que algunas (es una pena pero debe decirse en femenino) hayan radicalizado, usurpado, tergiversado, incluso si me apuran conculcado, sobre un enfrentamiento enconado y a veces forzado/inventado por gentes que sacan rédito de un odio que no debería ser tal, de soflamas, eslóganes, falacias que harían rasgarse las vestiduras a Mary Wollstonecraft, a las sufragistas, a Florence Nightingale, a Gloria Fuertes, a Carmen Martín Gaite, a Doris Lessing, a Simone de Beauvoir (tan malinterpretada, tan poco leída, tan manoseada y vilipendiada), a tantas mujeres que también siento en mi alma (o me gustaría sentir, al menos), a tantas anónimas/desconocidas que han hecho más por el mundo y por la humanidad que aquellos (y aquellas) que se enfundan literal y/o moralmente en una bandera que ni les corresponde ni en realidad defienden, levantando más muros de los que (se supone) buscan derrumbar.

 

   Isabel Allende, como digo, como puede rastrearse en la hemeroteca, como queda claro en este relato íntimo (con un buen aporte de datos y apuntes tomados del natural, de lo que acontece, de lo que hay), es buen ejemplo de lo que alguien (sobre todo si es mujer) tiene que soportar cuando quienes se creen imbuidas de ese derecho no le conceden el dizque “carné de buena feminista”: “¿Por qué tanto lío con mi apariencia? ¿Dónde quedó el feminismo? Porque me da placer. Me gustan las telas, los colores, el maquillaje y la rutina de arreglarme cada mañana, aunque paso la mayor parte del tiempo encerrada en el ático escribiendo. «Nadie me ve, pero yo me veo a mí misma», como decía mi madre filosóficamente, sin referirse solo al físico, sino también a aspectos profundos del carácter y la conducta. Es mi manera de desafiar a la decrepitud. Me ayuda mucho contar con un enamorado que me ve con el corazón; para Roger soy una supermodelo, solo que mucho más bajita”. Al final, jugamos al viejo juego de confundir lo que ya saben ustedes con aquello otro y caemos en lo mismo contra lo que alzamos (si es que lo hacemos) nuestra voz, como si el activismo se demostrase con lo meramente estético (recuérdese al clásico: la ética requiere de una determinada estética, por supuesto, pero no todo ha de encomendarse a ello, es decir, al maquillaje -que lo que tantos exhiben-), sin atender a lo que importa, es decir, a los hechos (seguimos con las citas: son los que nos explican), a los resultados, al trabajo continuado y muchas veces silencioso en favor de los demás (otros, ya lo cantó Cecilia, organizan con profusión de cámaras y focos tes de caridad -qué fea palabra- para jugar a remediar). Poco tiene que demostrar quien lo ha repetido hasta la saciedad, por ella misma, por las mujeres de su vida, por las que ha inventado, por aquellas a las que, de una manera u otra, ha dado su lugar en el mundo: “Mi enojo contra el machismo comenzó en esos años de la infancia al ver a mi madre y a las empleadas de la casa como víctimas, subordinadas, sin recursos y sin voz, la primera por haber desafiado las convenciones y las otras por ser pobres. Por supuesto que nada de eso lo entendía entonces, esta explicación la formulé a los cincuenta años en terapia, pero aunque no pudiera razonar, los sentimientos de frustración eran tan poderosos que me marcaron para siempre con una obsesión por la justicia y un rechazo visceral al machismo. Este resentimiento era aberrante en mi familia, que se consideraba intelectual y moderna, pero de acuerdo a los patrones de ahora, era francamente paleolítica”.

 

   Entro en la dialéctica que establece Isabel Allende con los lectores, evoco algunas páginas que llevo, precisamente, grabadas en mi alma, pienso en mi propia experiencia, en lo que aprendí junto a la abuela y la tía Carmen, anoto frases en las que las siento representadas: “El patriarcado es pétreo. El feminismo, como el océano, es fluido, poderoso, profundo y tiene la complejidad infinita de la vida, se mueve en olas, corrientes, mareas y a veces en tormentas furiosas. Como el océano, el feminismo no se calla”. Y, una vez más, confirmo que la abuela fue una adelantada a cualquier tiempo, que no hubiese desentonado en este, que hubiese seguido siendo auténtica, rebelde, activista sin necesidad de subrayar o forzar nada, fue el mejor libro de texto para procurar ser buena persona, valiente cuando eso (como ahora) se pagaba muy caro, cómo me hubiera gustado haberle leído lo que escribe Isabel Allende: “Esta es la era de las abuelas envalentonadas y somos el sector de más rápido crecimiento en la población. Somos las mujeres que hemos vivido mucho, nada tenemos que perder y por lo tanto no nos asustamos fácilmente; podemos hablar claro porque no deseamos competir, complacer ni ser populares; conocemos el valor inmenso de la amistad y la colaboración. Estamos angustiadas por la situación de la humanidad y del planeta. Ahora es cuestión de ponernos de acuerdo para darle un remezón formidable al mundo”.


Jueves 6:

 

LO QUE SE ESCONDE BAJO LA ALFOMBRA

 

   En realidad, no estamos tan lejos como sería deseable, como nos gusta pensar, de lo que sucedía en tiempos no tan lejanos (no tan diferentes) en que se comerciaba abiertamente con la mujer, en que era moneda de cambio en alianzas económicas y/o políticas, en matrimonios pactados a conveniencia de los progenitores, en casamientos contra natura, en sangres corrompidas por la endogamia y la ambición, en linajes cimentados en el rencor y el crimen. No, no estoy exagerando, basta con leer un poco de Historia, basta con soplar para que la literatura pierda la pátina romántica que no tiene por más que se empeñen aquellos que o no la leen o tienen escasa comprensión lectora, esos que suspiran por vivir una historia de amor similar a la protagonizada por Romeo y Julieta, es decir, una de las grandes tragedias de todos los tiempos. Y eso ocurre con la obra de Jane Austen, reducida a estereotipos que, además, no aparecen en sus páginas, olvidando que escribía en caliente, que al principio tuvo que ocultar su nombre, sin captar la ironía que sus palabras/situaciones/personajes destilan (y no siempre camuflan), negándole su denuncia, su retranca, su feminismo (¿Conocen estos tales La abadía de Northanger?), tildándola de cursi, ñoña, romántica (y, aún peor, romanticona, con sumo retintín). Para algunos, decir que Los Bridgerton bebe en sus aguas es la crítica más mordaz que hacen tanto a las novelas de Julia Quinn que la inspiran como en la serie producida por Shonda Rhimes y cuya primera temporada hemos visto muy entretenidos y divertidos, sin mayores pretensiones, cautivados una vez más por la voz de Julie Andrews (aun mermada es un prodigio), jocosos ante cómo las apariencias quedan en eso cuando se publica al día siguiente una hoja volandera que levanta todas las alfombras (la porquería no desaparece, simplemente queda acumulada), ventila dormitorios y quita máscaras.


Viernes 7:

 

INÚTILES FUNCIONALES



 

   El título genérico dado a estas notas, cambiar el título a Cormac McCarthy para decir que no hay país para viejos (en general), llevaba muchísimo tiempo dando vueltas en mi ánimo y me lo hizo recordar la desopilante y también emocionante lectura de Poco bebo para lo mucho que tengo que tragar, la primera novela de Débora Castillo que ha publicado Martínez Roca. Es una novela plena y maravillosamente femenina, también feminista, pero no deja a nadie fuera, no traza fronteras, implica a los hombres, no les reduce al estereotipo, de hecho consigue que nos identifiquemos con su protagonista, cualquiera con unas cuantas décadas a su espalda (incluso superando la edad del personaje) sabrá lo que es sentirse arrumbado (como el arpa), invisibilizado, aparcado, jubilado de la vida y del trabajo por “mayor”, hay muchas maneras de maltratar a los demás y hacerles sentir inútiles funcionales (un hallazgo de la autora que le robo con toda alevosía). Pero si la historia que narra me atrapa y conmueve, tener la fortuna de conocerla a ella es, perdón por la expresión, todo un pasote, me la pido para Reyes, qué genial, qué vitalista, qué mujer. Léanla, pero, para abrir boca, vean el descacharrante encuentro que los del club de lectura LL mantuvimos con ella, gracias por supuesto a los buenísimos oficios de mi Pepa Muñoz: https://www.youtube.com/watch?v=h9XDkImxxUc&t=2s.  


Sábado 8:

 

TEATRO EN LAS VENAS

 

   Hoy en El arpa de Bécquer televisiva recibimos la visita de una estupenda actriz, arrojada empresaria, heredera de una saga de gentes que lo dieron todo en y por el teatro, la nieta del gran Carlos Lemos, la estupendísima Esperanza Lemos. Nos cuenta algunas de las lecturas que la marcaron, nos permite asomarnos a la colección de clásicos teatrales de su abuelo, repletos de anotaciones en que queda reflejado el proceso de trabajo con que hacía suyos los personajes, los versos, las palabras. También hay tiempo para hablar de una pasión compartida, Don Quijote de La Mancha, y para conocer un poco más qué es y cómo nació Artes Escénicas Carlos Lemos, un delicioso café teatro, un lugar para respirar, conocer y amar este noble arte. Nunca mejor dicho, pasen y vean: http://www.dejatedehistorias.es/wordpress/2021/05/08/hablamos-de-literatura-con-la-actriz-y-empresaria-esperanza-lemos-el-arpa-de-becquer-dejatetv/?fbclid=IwAR3Af6tEv0EUPNNjUTPONRv_GH1vJBdNhido8vdqqEsY4IMszWOL5lhdZXs.


Domingo 9:

 

EL EGOÍSMO IMPERANTE

 

   Termina el estado de alarma, sólo eso, pero cualquiera diría que lo hace todo, en realidad parecemos más abocados que nunca a ello. Lo siento, no puedo compartir, mucho menos comprender, esa necesidad de invadir las calles para beber, de reclamar una libertad que no nos han quitado (otra cosa es la interpretación torticera de cada uno, lo que a cada quien le conviene pregonar, lo que tantos están dispuestos a creer/secundar, el borreguismo con el que se supone quieren desmarcarse del borreguismo que imponen los otros, los que se señalan como enemigos -y esto se da en ambas direcciones-), vuelvo a sentirme vulnerable, prescindible, mal mirado, me expulsan de cualquier lado (y no por mi edad, pero en parte también).

jueves, 6 de mayo de 2021

QUE SI UNA IMAGEN, QUE SI MIL PALABRAS...

 

Jueves 29:

 

LAS FOTOS QUE MÁS DUELEN

 

   Sí, como prácticamente todo el mundo, he dicho la frasecita de marras más de una vez, incluso creyéndomela a pesar de mi temprana vocación lectora, poniendo por delante lo audiovisual cuando ni me refería a ello por ese nombre, pero muy pronto descubrí que la dicotomía no es tal, que no hay por qué elegir ni preferir (ni mucho menos poner por encima), que preguntar eso a un periodista (e igualmente a un cinéfilo/lector voraz) es de una crueldad extrema (o un desconocimiento total del oficio) muy similar a la que tantos niños son sometidos cuando se les obliga (aunque sea en broma, ellos no comprenden ese código) a decir en voz alta si quieren más a mamá o a papá. El caso es que, como sucede con tantas frases hechas, tantos refranes, tantas sentencias (dicho con toda la intención) populares, no se puede afirmar categóricamente que una imagen valga más que mil palabras (tampoco al revés), depende del caso, de lo que se transmita o no se sepa transmitir, del fotógrafo, del escribidor, de qué comparemos con qué en concreto, vamos que el enunciado es vistoso, sonoro, queda bien (o lo aparenta), pero no se pueden invalidar miles de palabras de un soplo, hay imágenes muy poderosas pero no por ello invalidan a los grandes contadores que en el mundo han sido, son y serán.

 

   Y volví a confirmar cómo ambas (palabras e imágenes) se necesitan, se apoyan, se complementan, se conjugan, se mezclan, cómo unas se imponen sobre las otras (y viceversa) en momentos puntuales, cómo es innegable la fuerza y capacidad expresiva/evocadora de determinadas fotografías (que no necesiten nada más no significa que haya que prescindir del relato de cómo se consiguió una instantánea, todo lo contrario), volví a quedar cautivado por las herramientas básicas de mi oficio (y de mis pasiones) gracias al interesantísimo documental de Kim Longinotto La fotógrafa de la mafia, dedicado a la figura y la obra de Letizia Battaglia, la mujer a la que debemos gran parte del conocimiento que tenemos de una de las épocas más cruentas de la Cosa Nostra en Sicilia, también llamada “los años de plomo” (que en España nos lleva directamente al periodo comprendido entre 1978 y 1980 cuando ETA perpetró el 29% de todos los asesinatos de su criminal historia). Mientras sigo su periplo profesional y vital, mientras la escucho desgranar su historia (la íntima y la social), mientras penetro en sus imágenes, anoto algunas frases que me remueven/conmueven: “El amor es una estafa, porque si fuese amor no se acabaría nunca”, “No puedes ser feliz de verdad si has vivido tanto horror, si has visto el dolor de los se quedan” (ese que su cámara ha captado en tantas ocasiones, ese dolor que ha quedado congelado -y por lo tanto, intacto, prístino, golpeador como el momento en que se produjo, en que el llanto estalló-) y, por encima de todo, “Las fotos que no hice son las que más me duelen”. Es decir, el crimen que no se registró, que parece diluirse en el aire con el paso del tiempo porque, ahí sí, por mucho que quede el recuerdo, tal vez el testimonio en prensa, el relato apresurado, la noticia más o menos breve, si no hay imagen que lo perpetúe diríase que es menos crimen, que se beneficiará del olvido, que no adquirirá la posteridad que las fotografías de Battaglia han conferido a tantos llantos, lamentos, gritos desgarradores, tantas imágenes que ha estado tentada de quemar en algunas ocasiones debido a la belleza que la gente encontraba en ellas y que puede que de alguna manera exuden, de ahí que precisemos de las palabras para contextualizarlas, para interpretarlas correctamente, para no dejarnos llevar por su virtuosismo, para que nadie piense que son artificios creados para ser inmortalizados por el objetivo de la cámara.


Viernes 30:

 

TODO PUEDE SER DIVERTIDO



 

   Sé que mucha gente ha llegado a los libros a través de las películas, sé que hay quien gusta de ambas opciones, se trata de leer, no hago ningún reproche en ese sentido, pero en lo que a mí respecta jamás las imágenes podrán sustituir ni tan siquiera igualar a las palabras escritas por J. K. Rowling, es decir, no puedo con la adaptación cinematográfica de las novelas protagonizadas por Harry Potter, con ninguna de las ocho cintas (salvo parte de la dirigida por Alfonso Cuarón -y porque después de la ñoñería inane perpetrada por Chris Columbus era fácil elevar algo el listón, por más que los guiones de Steve Kloves hayan sido el mayor lastre, el mayor error, los máximos culpables de mi desencanto-). La saga literaria me ha regalado momentos inolvidables, mágicos (como corresponde), emocionantes, fue maravilloso vivir la evolución de los personajes, del estilo de la autora, su crecimiento (en todos los sentidos, no en vano en cada tomo Harry, Hermione y los demás cumplen un año), su oscurecimiento, su mayor extensión al abordar historias/sentimientos más complejos, al dirigirse a lectores que, al igual que los protagonistas, empezaban siendo niños y se iban haciendo mayores mientras leían. Por eso he celebrado sobremanera el sorprendente y divertidísimo Cocina con Harry Potter. El recetario no oficial de Dinah Bucholz que, con traducción de Antonio-Prometeo Moya, publicó Duomo a finales del año pasado, un modo fantástico de recordar la saga o adentrarse en ella a través de las delicias que aparecen en las siete novelas, así nos lo anuncian (y cumplen con ello): “De la cerveza de mantequilla al pastel de caldero y otras 150 recetas deliciosas para magos y no magos. Es mucho más que un recetario, no sólo aparecen los pasajes concretos de donde se extrae la inspiración culinaria (convenientemente señalizados, es decir, a qué título y a qué capítulo de este corresponden), sino también anécdotas, referencias históricas, curiosidades sobre alguno de los productos empleados o sobre la receta en sí, ¡con decirles que incluso me entraron ganas de ponerme a la tarea! Un libro inspirador como pocos, un hallazgo.


Sábado 1:

 

LEER CON AMIGOS

 

   El programa de esta semana es un tanto especial porque supone recibir a alguien a quien considero amiga, Ana G. D´Atri, la conocí en aquel curso de producción editorial en el que tanto aprendí, tantos miedos abatí, tantas capacidades descubrí, la máxima prueba de ello es el arpa que pueden ver en la cabecera, un GIF que, con la inestimable ayuda de Marina, esa magnífica profesora, logré hacer tal y como lo imaginé, con sus notas en movimiento, aún no doy crédito. Ya en aquel momento, Ana, que ya había formado parte de la industria editorial, estaba regresando a la misma junto a Jaime Gona, editor antes de planteárselo, alguien que compró los derechos de un libro (Haneke por Haneke) porque pensó que debía ser traducido al castellano. Así se forjó lo que ya es una realidad, El Mono Libre, una editorial con las ideas muy claras, con una todavía corta pero bastante fructífera vida, de todo ello hablamos y pueden verlo si pinchan en el siguiente enlace: http://www.dejatedehistorias.es/wordpress/2021/05/01/editorial-mono-libre-publicaciones-su-relacion-con-el-cine-y-mucho-mas-arpa-de-becquer-dejatetv/


Domingo 2:

 

Y CON TANTO RUIDO…

 

   Aunque lo tengo demasiado abandonado (más de lo que querría, pero entre unas cosas y otras no encuentro el momento adecuado, las ganas necesarias, el empuje relajado, es decir, no sentirlo como una obligación/tarea), ese proyecto literario que empecé hace unos meses, ese puzle personal que me dio por reconstruir, ese escrito continúa fraguándose y creciendo en mi interior, no lo olvido, lo voy reajustando aunque al final, el día en que me propongo seguir escribiendo, siempre haya algo (mi propio cansancio, mi proverbial pereza) que me lleve a posponerlo. Mientras tanto, al margen de algunas lecturas/relecturas que esperan su momento, vuelvo a películas de aquellos años en que todo se forjó o en que echaba a andar de tantos modos, a ese tiempo de formación personal, lectiva y emocional (aunque nunca se deje de aprender o, al menos, así procuro afrontar cada día), me dio por recuperar un título que, tal vez por tardar en verlo, por las expectativas despertadas, por lo mucho que escuché hablar de él, no supe apreciar como hubiese debido, o eso pensaba hasta la otra noche. Acorralado ha vuelto a parecerme cansina, facilona, incluso torpe, nada espectacular ni arrebatadora, no comprendo la fascinación de tantos; sí, capto el mensaje, aquello en lo que tantos incidían para distinguirla de otras películas de acción/violentas, hay una clara denuncia, una crítica a una sociedad ingrata, injusta, despótica, nada nuevo bajo el sol, algo que sigue siendo, por desgracia, la tónica habitual, desagradecidos hasta el extremo con aquellos que, en tantos casos literalmente, han puesto su vida en riesgo, la han perdido por defender/ayudar a los demás. Pero ese sustrato se pierde/queda ahogado por la pirotecnia, por el supuesto espectáculo, por la acción, lo que menos importa/preocupa es cómo y por qué sucede lo que se ve en pantalla, cómo y por qué John Rambo es/se comporta/estalla de esa manera, se genera tanto ruido (en el sentido dado al término en el ámbito de la comunicación) que el mensaje se pierde/diluye y sólo permanece el estereotipo (para colmo, contaminado -más ruido- con la parodia que Santiago Urrialde hizo tremendamente popular, incluida una frase que no se pronuncia ni esta película ni en las posteriores -sí una similar: “¡No encuentro las piernas!”). Es lo mismo, por cierto, que los artífices del invento (del de antes y del de ahora) están haciendo con el testimonio que semana a semana va desgranando (con pruebas documentales) Rocío Carrasco: las lecciones de ética y deontología profesional a cargo de quien la ha pisoteado (y pisotea) durante muchos años, de quien impartió justicia en contra de quien ahora se reivindica como víctima, los discursitos de la tal Corredera, la ahora también abogada Isabel Rábago, Vázquez, Hernández y demás predisponen a la oposición, a la incredulidad, a la reprobación (que es, por cierto, a lo que ellos han enseñado y enseñan en cada programa de antes, de ahora y de los que vengan -no hay más que ver cómo se siguen comportando, cómo guardan silencio sobre lo sucedido con Carlota Prado, cómo miraron sin intervenir durante lo que a todas luces era una violación, cómo actuaron después del abuso-).


Lunes 3:

 

NO ACTUAR (NI VOTAR) SIN REFLEXIONAR

 

   Es jornada de reflexión, ¿no deberían serlo todas? Al igual que con eso de los “días de”, nunca le he encontrado sentido a esta se supone que obligatoriedad de pensar/repensar tu voto; habrá quien lo necesite, por supuesto, pero dar por hecho que todo el mundo precisa de un día sin propaganda electoral para decidir qué papeleta va a depositar en la urna (o si va a acudir o no, algo que, sobre todo lo segundo, tantos tienen claro aunque sea por rutina) me parece, lo digo como lo siento, de no tener la más mínima confianza en el electorado, tomado una vez más en conjunto, como rebaño. Para bien o para mal, la mayoría tenemos claro qué vamos a hacer, puede que tras haberle dado muchas vueltas, el único alivio es dejar de escuchar a todos estos vocingleros, a estos (ejem, ejem) servidores de la sociedad, de la comunidad, de la patria, del palabro que les interese promocionar en ese momento.

 

   Sin embargo, mientras paseo a Fosco, me encuentro con una pareja que parece haber aprovechado el día para eso precisamente, que han apurado plazos, que no han tomado una decisión en caliente. El perro y yo llegamos muy cerca de ellos cuando la chica está terminando de grabar un vídeo con su móvil, justo se está despidiendo, “pues nada eso es todo, os queremos, adiós”, y él le dice en un tono pausado “no, mujer, así queda como si no pasara nada, como si no fuera importante, no sé”. Ella se encoge de hombros, orienta el móvil hacia él, “pues grábalo tú, anda” (sin malos modos) y allá que se lanza: “Hola, aquí estamos viendo el Palacio Real y tal, ahora que hemos parado un momento aprovechamos para mandaros este vídeo porque en un mensaje queda como muy frío. El caso es que hemos pensado posponer la boda, no está claro que todo el mundo pueda venir, aún hay muchas restricciones, todavía no hemos pensado nueva fecha, tenemos que hablar con la iglesia, queríamos que lo supierais, todo está bien, os queremos”. Lo cierto es que lo dijo en un tono más bien monocorde, como cumpliendo un trámite, no puedo decir si el mensaje de ella era mejor, el caso es que a él no le gustó, pero no me cabe duda de que efectivo fue un rato, nada que ver con lo de Acorralado. Ellos reflexionaron y dejaron los votos matrimoniales para mejor ocasión, cada uno que haga lo que considere, yo pienso ir a votar mañana e incluso tengo preparado el sobre.