lunes, 28 de junio de 2021

VELANDO LAS ARMAS

 

Domingo 6:

 

QUERER Y NO QUERER

 

   Siempre busco (y encuentro) excusas para no escribir, justificaciones que no termino de creerme/aceptar, pero me sirven para escaparme por la tangente, incluso aunque tenga ganas, aunque deba cumplir con unos plazos, es una rémora que arrastro desde hace muchos años, es una de mis máximas contradicciones, puedo pasar horas dando forma en mi cabeza a un texto, incluso alguno de bastante extensión, siento los dedos cosquilleando, como si fuesen a disparar letras (no sé hacerlo de otro, lo mío es aporrear el teclado, dejar caer las manos, organizar una buena zarabanda), pero a la mínima posibilidad me escurro, me despisto con toda la intención, lo dejo para después (o para mañana, como el hermano de Inés que no contaba la cosa más brava que hubiera podido oírse sobre don Lope de Sosa, residente en Jaén, porque daban las once y le entraba sueño, aunque entre medias había descrito pormenorizadamente todo lo que cenaban -qué grande Baltasar de Alcázar-); nunca entregué un trabajo de clase después del día previsto (incluso los hubo terminados antes de tiempo), jamás he pedido una prórroga en el ejercicio de mi profesión (salvo en muy contadas excepciones), en parte porque eso no existe cuando trabajas para un informativo, la pieza ha de estar a una hora para ser emitida, pero antes de dar por concluida la tarea he remoloneado lo mío, no lo oculto, no digamos nada si se trata de algo particular, escrito para mí, por más que adquiera cierta trascendencia al publicarlo en mis redes sociales.

 

   Esa rutina (sin sentirla como tal) es algo que me he impuesto para mantener el músculo narrativo entrenado, para no dejar que me venza la apatía, para no perder ese olfato, ese tirón, esa energía/necesidad que me ha llevado desde pequeño a emborronar cuadernos, a trenzar historias con mayor o menor fortuna, a escribir recuadros/columnas/artículos (incluso antes de pensar en estudiar periodismo), esa grafomanía que se fue apaciguando, que fui matando a base de pereza, que dejé apagar en parte sin ser capaz de encontrar explicación. Pero el caso es que al final sigo en ello, doy prioridad a los textos (largos y prolijos, un tanto torrenciales, casi poseído por la escritura automática -algo que también ha menguado: antes escribía más del tirón, apenas corregía-), empiezo por ahí la mayoría de las veces, la instantánea que los va a acompañar (algo imprescindible en Instagram) aparece/la busco cuando he armado mentalmente lo que quiero expresar, últimamente me fustigo con este asunto casi a diario porque tengo durmiendo el proyecto que nació en una noche/madrugada de estallido/rabia/dolor hace casi un año, la autobiografía de lector que en gran medida he ido/sigo trazando en este ángulo oscuro del salón, regresaré a ella, sé que lo haré (en parte porque lo necesito, porque no quiero que se quede dentro), pero por el momento me conformo con las pinceladas que, en gran medida, son las publicaciones en redes, estas anotaciones diarias, los programas de televisión, perdón por convertirlos en excusa.


Lunes 7:

 

DEJARSE SORPRENDER

 

   Aunque sigue bullendo en mi interior, aunque asoma la cabeza de vez en cuando (en lo privado sobre todo), hace mucho que dejé a un lado la condición de crítico feroz que García Sánchez supo ver en mí y que durante algunos años fustigó sobre todo a cineastas desde los micrófonos de la radio, rebajé el tono de mis palabras en Facebook, hui de la bronca imparable que es Twitter, me prometí subir a Instagram sólo fotos de gentes/películas/libros que me gustasen (norma que en ocasiones rompo, más en lo escrito que en lo gráfico -escojo una instantánea de algún intérprete al que salvo y luego arremeto contra lo demás-), opto (como en la vida) por no hacer aprecio por aquello que me merece desprecio (o indiferencia). Precisamente por ello, no conté en su día la decepción que me supuso la lectura de Intemperie, la tan aplaudida ópera prima de Jesús Carrasco, lo facilona y cansina que la encontré, un mero ejercicio de estilo (bastante copiado de otros, mucho menos novedoso de lo que tantos pregonaban) estirado hasta la extenuación (y eso a pesar de no ocupar demasiadas páginas para lo que se diría habitual), una novela con buenos mimbres (por ahí resuenan ecos de Aldecoa, Delibes, de Cormac McCarthy -en este caso, los que menos me han interesado de tan gran autor, es decir, La carretera, también aquí me distancio de la mayoría-) pero, a mi juicio, con escasos resultados.

 

    De ahí que, hasta el otro día, me hubiese mantenido alejado de su adaptación cinematográfica y eso que aquello en lo que pone sus manos, su corazón, su cámara Benito Zambrano siempre llama mi atención y suele satisfacerme, pero este oficio asumido con gusto de espectador/lector omnívoro me llevó a buscarla en una de las plataformas a las que estamos suscritos y me he quedado con la boca abierta en cualquiera de los sentidos posibles. Los hermanos Daniel y Pablo Remón (junto al director de la cinta) han entrado directamente al corazón de la novela, han rebuscado en las entrañas de sus personajes, han eliminado la afectación descriptiva, han trabajado las sensaciones, han dotado de alma (agreste, endurecida, opresiva) al paisaje, lo han trabajado al modo en que hizo el maestro Saura en su prodigiosa La caza sin recurrir a manierismos ni preciosismos/feísmos, evocando el tremendismo tan caro a parajes y gentes como los que aquí aparecen pero sin recargar las tintas, sin inflamar las imágenes, la amenaza se siente y presiente, se concreta en el rostro, los andares y la voz de un magnífico Luis Callejo, nos sacude, perturba y lacera en los ojos, los hombros y el temblor de un impresionante Jaime López, justo es destacar también el trabajo matizado, rehuyendo cualquier tentación/ostentación, que lleva a cabo un estupendamente comedido Luis Tosar que, al igual que los otros intérpretes, supera con creces los arquetipos que no pasaban de ahí de la novela. ¡Gracias, Benito Zambrano y resto del equipo, por quitarme el mal sabor de la lectura y regalarme una inolvidable experiencia como espectador!


Martes 8:

 

UNA VOCACIÓN, UN MODO DE VIDA




 

   Una obra de arte puede hablar de uno mismo de muchas formas posibles, a muchos niveles, el caso es que se da una identificación, se percibe el vínculo casi desde el primer momento, te toca, te llega, te hace suyo, algo así he vivido durante la lectura de El custodio de los libros, título que valió a Rodrigo Costoya el IX Premio de Novela Histórica Ciudad de Úbeda. Porque habla de tantos que han dado su vida (literalmente) por que el conocimiento se expandiese, por el acceso a la cultura, por que los libros no se prohibieran, quemasen, destruyesen, por abatir fanatismos, por invitar a razonar, a dialogar, por el simple deleite de acariciar un libro, por poder sumergirse en sus páginas, por poder seguir aprendiendo, porque es una novela maravillosa, de dimensiones colosales (a la que, por cierto, no le sobra ni una palabra) no sólo en cómo se cuenta sino en lo que cuenta, un gozo para aquel chaval que, una buena mañana de sábado, puso la televisión y, sin conciencia, sin saber lo que se avecinaba, sin más, se dejó atrapar por Fahrenheit 451, descubrió de golpe a François Truffaut y a Ray Bradbury, vivió una de las epifanías artísticas más mágicas y fundacionales que recuerda, se convirtió para siempre, con toda la humildad posible, en un custodio de los libros. Gracias a mi Pepa Muñoz tuve la oportunidad de conversar con Rodrigo Costoya y agradecerle su novela, su modo de encarar la Historia, su vigor narrativo, el alma que ha puesto en cada página, el mensaje bibliófilo que tan poco cuesta apropiarse y difundir: https://www.youtube.com/watch?v=A9Q9l1THwas&t=24s.


Miércoles 9:

 

BENDITA LOCURA

 

   Con esto de escribir a diario, me vi, por así decirlo (sin ninguna pretensión), velando las armas al modo en que, al principio de la primera parte, lo hace don Quijote como paso previo/imprescindible antes de ser armado caballero, es decir, cuando al menos nominalmente (en su cabeza hace tiempo que no) sigue siendo Alonso Quijano. Y este detalle me llevó a recordar (aunque necesito pocos estímulos para ello, me pasa lo mismo con el tío Miguel) a mi abuela que, cuando me veía enfrascado en mis lecturas casi a cada momento, en cada rato libre/suelto, en el patio, en la cama, en algún sillón, me decía (si bien es cierto que muerta de risa y con notorio orgullo -siempre fomentó, como los tíos, como mis padres, el gusto por la lectura, el que no había podido adquirir porque las circunstancias no lo propiciaban, porque las pasó de mil colores y ninguno especialmente alegre-) “¡Deja de leer o vas a terminar más loco que don Quijote”, a lo que yo siempre le replicaba “el que se vuelve loco es Alonso Quijano: don Quijote es el fruto de esa locura” (puede que lo haya redactado mejor de cómo sonaba, pero no voy a negar que fui redicho desde pequeño, tal vez porque vivía -y vivo- de frases leídas).


Jueves 10:

 

EL LUGAR DONDE QUIERO VOLVER

 

   Sigo muchas series, incluso demasiadas, tal vez debería centrarme en unas pocas y, según las vaya terminando (o la temporada en curso si se trata de ese caso), ir incorporando otras, pero me ocurre como con la lectura, soy voraz, compulsivo, me gusta sentirme activo/en proceso. Sin embargo, hay casos en los que voy poco a poco, a mi ritmo, dosificando, no me importa acumular temporadas, todo lo contrario, la impaciencia que me consume se vuelve paciencia a la hora de dejarlas pasar y, así, tener de repente un porrón de capítulos por ver y, si entonces me apetece, darme el atracón. Y así fue como, después de tanto éxito, una vez la clausuraron, con un spin off también muy alabado en curso, empecé a ver The Big Bang Theory, estoy empezando la tercera temporada (creo que el próximo es el séptimo capítulo -el octavo en su defecto-), la consumo a píldoras, al final de la jornada, como colofón antes de acostarme (tras sacar a Fosco), un regalito que me pinta una sonrisa (y provoca alguna carcajada) y me reconcilia conmigo mismo, lo mismo me sucede con Anatomía de Grey (en este caso estoy con la decimoquinta temporada, voy con dos de retraso), a ratos me encojo, me conmuevo, hay más de drama que de comedia (por más que el tono sea muy digamos benévolo), pero me siento cómodo, a gusto, como entre amigos, adoro regresar a sus personajes, es jugar en casa, por eso abjuro de la etiqueta “placer culpable”, ambas (y otras) son puritito placer, sin complejos ni sandeces.

domingo, 20 de junio de 2021

GRADO PERFECTO (Y NECESARIO) DE MADURACIÓN

 

Martes 1:

 

DIME CÓMO CAMINAS…

 

   Entre unas cosas y otras, de un tiempo a esta parte, en gran medida por mi propio ánimo bronco y asocial tan disparado/reforzado (y con el que estoy encantado, no me importa reconocerlo, todo lo contrario), también por mi proverbial torpeza generalizada (que me lleva a protagonizar lo que llamo “un Viyuela” sin tener las virtudes acrobáticas del fantástico actor), moverse por el barrio, pasear con Fosco se ha convertido en una suerte de videojuego (por tomarlo con cierto tono lúdico/jocoso) en la que es facilísimo perder la vida (entiéndase la metáfora aunque son constantes las agresiones que uno recibe en forma de socavones, zonas de obras mal señalizadas, invasivas y hasta invasoras, bicicletas y patinetes campando a sus anchas o abandonados en cualquier parte, vehículos de variado volumen que no respetan las horas de reparto ni las zonas reservadas, lo que, sumado a otros obstáculos de los que ya he dado cuenta por aquí, convierte en tarea casi imposible la de regresar a casa incólume, impertérrito, ileso). Y, para colmo, como (casi) siempre, está esa gente que pasea por zonas/aceras/calles estrechas que no están diseñadas para eso (que, como decía en uno de sus monólogos Paco Martínez Soria, son sólo para pasar), que camina especialmente despacio, que entorpece, hace tapón, puede que absorta en el móvil, puede que con la cabeza gacha, atenta a la pantalla, puede que contemplando una tienda cerrada (o abierta), un edificio a medio erigir, un solar, una ventana, el escaso o amplio cielo que se ve, las famosas musarañas, también hay quien simplemente deambula, me inquietan especialmente quienes se encuentran parados y no parecen tener intención de seguir su camino (o de iniciarlo, a veces creo que una nave alienígena acaba de depositarlos ahí, al más puro estilo Sin noticias de Grub). Por supuesto, los que más abundan (ya de antes, no nos acostumbremos a echar la culpa de todo a la pandemia, no echemos balones fuera, no busquemos disculpas) son los que no saben/no quieren saber salvo que les “beneficie” que se conduce (y camina) por la derecha, no es tan complicado, no hay que pegarse a la pared como si esta te estuviese abduciendo, depende de por qué acera y en qué dirección vayas, no es tan difícil, revisad Barrio Sésamo, se aprende en una tarde (claro, que viendo lo que se vota/defiende/justifica/vomita en Twitter me doy cuenta de lo mucho que hay que explicar en lo que a derechas -e izquierdas- se refiere).


Miércoles 2:

 

VOCACIÓN (NO) FRUSTRADA




 

   Durante unos años, hasta aquel tercero de BUP del curso 1986-87, hasta que conocí a Luis Landero, profesor de Lengua y Literatura en mi instituto, decía a boca llena (y así lo pensaba/deseaba) que iba a estudiar Derecho, me tiraba muchísimo el mundo de las leyes, de hecho lo sigue haciendo aunque desde otra perspectiva, descubrí muy pronto que no me hubiese gustado ejercerlo, que en realidad no tengo pasta para ello, que me había dejado encandilar por la visión más o menos romántica que tantas películas (y series y novelas y obras de teatro) han instalado en nuestros corazones, que por más que haya un trasfondo/contenido real lo que se ve en pantalla es una recreación, una sublimación, una (dicho en todos los sentidos) representación, algo, además, que se parece muy poco (incluso en ejemplos rodados aquí) a lo que sucede en la mayoría de las salas de juicio españolas. Pero tampoco puedo negar que el aprendizaje hecho a través de la ficción (y de tantos títulos “inspirados en hechos reales” -donde los diálogos, a veces, se han extraído de las transcripciones de los procesos-) me ha venido muy bien como ciudadano y como periodista, me ha familiarizado con conceptos, leyes, penas y demás y, dejando a Perry Mason en lo que es (un personaje estupendo), he seguido en contacto con un campo/mundo que, como digo, me sigue resultando muy atractivo, por más que no fuese la vocación por la que tomé lo que no pasaba de querencia/interés (que no he dejado de abonar en lo profesional, en lo personal y como espectador).

 

   Por lo tanto, es fácil comprenderlo sólo con su título, he celebrado muchísimo, ya antes de su lectura, el volumen Cine y Derecho. Togas en la gran pantalla que ha escrito con proverbial sabiduría el magistrado Emérito del Tribunal Constitucional Rafael de Mendizábal y que publicó el pasado febrero la editorial Berenice (con prólogo de Eduardo Torres-Dulce, quien también aúna en su persona ambos mundos). Es un amplio, particular, documentado y apasionante recorrido por aquellas películas que más han interesado/cautivado al autor en su doble vertiente de jurista y cinéfilo (aunque es vocablo que no le agrada especialmente -yo lo empleo como sinónimo de apasionado por el séptimo arte, sin las ínfulas dizque intelectuales con que algunos lo revisten/se lo arrogan-), traza con viveza la biografía del espectador que ha sido (y es) poniéndola en contacto con su labor profesional, analiza con sumo tino y, sobre todo, conocimiento exhaustivo de la materia que da unidad a la curiosa (por huir de algunos lugares comunes, de lo demasiado obvio) y certera selección de títulos explicados, comentados, vividos, diseccionados, contemplados desde una perspectiva inédita en algunos casos. Puede, en parte, tomarse con un manual de Derecho en cuanto a los temas escogidos, abordados/esbozados en las películas, germen o esencia de los guiones, así como por los que preocupan al jurista, aquellos sobre los que diserta con el aval de su experiencia, con su formada y sedimentada sapiencia. De este modo, títulos tan amados como Matar un ruiseñor, Doce hombres sin piedad o ¿Vencedores o vencidos? adquieren otra perspectiva, son valoradas (emplear “juzgadas” hubiera sido un chiste fácil) no sólo (o no exactamente aunque también) por lo cinematográfico sino por lo que transmiten/revelan, por los fundamentos jurídicos sobre los que sustentan/construyen sus tramas. El libro proporciona unas  cuantas sorpresas (como el hecho de incluir la deliciosa La costilla de Adán, ese prodigio de George Cukor donde Katherine Hepburn y Spencer Tracy gozaron y hacen gozar de lo lindo, una brillantísima comedia que es, también, “una de juicios” -como decíamos antaño-), despertando ganas incontenibles de revisar todos los títulos (o verlos por primera vez) y reaviva en parte aquella pulsión adolescente que me hizo considerar Derecho como mi primera opción universitaria, por más que no me arrepiento de haberlo dejado a un lado, sigo apreciándolo gracias a obras tan apasionantes y valiosas como la de Rafael de Mendizábal.


Jueves 3:

 

UN ROSTRO DE MUJER

 

   Alguien (y lo peor es que es una periodista) escribe un artículo que se pretende encomiástico, que en gran medida lo es, pero que se sustenta en una tesis digamos que errónea (por ser suaves), se presenta con un titular un tanto ofensivo, tramposo, que busca llamar la atención, que no responde a su contenido, que pone el foco en un asunto al que no debería concederse ni media línea (que, por otro lado, está ampliamente superado tanto por la actriz a la que atañe como por quienes llevamos admirándola desde que la descubriéramos en aquella joya debida a Peter Jackson y titulada Criaturas celestiales), un titular que supone reducir la excelente miniserie Mare of Easttown y la portentosa interpretación de su protagonista, Kate Winslet, a un detalle que, en todo caso, debería servir para alabarla y aplaudirla aún más, algo si me apuran anecdótico con todo lo que hay para destacar y vitorear en uno de los más grandes productos audiovisuales que hemos disfrutado en los últimos tiempos. No voy a reproducir el titular, prefiero ignorar en lo posible la inquina que brota con excesivas facilidad y virulencia, especialmente en ese pozo infecto conocido como Twitter, cuando de hablar del aspecto físico de los demás se trata, Kate Winslet me resulta fascinante porque me la creo, porque me hace vibrar, porque me parece bellísima al mostrarse tal cual, tal y como debe ser su personaje, porque hace olvidar que es una actriz, porque dota de alma, de  brillo, de presencia, de verdad, a la mujer a la que da vida (pocas veces puede escribirse esta frase hecha con tanta propiedad), porque no piensas en maquillajes ni en embellecedores, porque no se trata de eso, porque ya la insultaron (y de qué manera -eso que aún no había redes sociales, miedo da pensarlo-) cuando fue la heroína de Titanic (y lo mejor del filme con permiso de Kathy Bates -otra que tal-) por no responder a la estética imperante, por no plegarse a la dictadura de lo que se llama “belleza normativa” (qué hubiera sido del arte si los creadores no hubiesen buscado sus propias formas de expresión, tantas veces al margen de lo imperante/impuesto), porque no pienso si está de este modo o de este otro (según algunos, claro), sólo sé que ella por sí sola inunda la pantalla de talento, de feminidad, de atractivo (y no sólo en lo meramente físico), de una madurez impagable e incluso envidiable (ya lo señala el DLE, hermanándose con las palabras que Lillian Hellman dedicó a su amiga Julia: es “el periodo de la vida en que se ha alcanzado la plenitud vital”; después dice algo sobre la vejez, tan relativo como lo anterior, sí, porque eso, al final, depende de cada uno -del que mira y juzga y, para colmo, deja por escrito su mala baba-).


Viernes 4:

 

OTRO ROSTRO DE MUJER

 

   Recupero en una de las plataformas que tenemos en casa El doble más quince, dirigida por Mikel Rueda, y me resulta muy interesante el tratamiento naturalista y natural que hace de un asunto con muchísimas aristas, el modo en que sabe arrinconar el moralismo para intentar adentrarse en los sentimientos de sus personajes, que no tome el camino más fácil (y que, no nos engañemos, le hubiese deparado más espectadores), por más que me quede con la sensación de que es, en parte, una ocasión desperdiciada. Pero la impresionante química que se establece entre su pareja protagonista me mantiene pegado a la pantalla, Germán Alcarazu (al que conocía por un largometraje anterior del mismo director, A escondidas) me impacta con su aparente facilidad para reflejar el cerebro y el corazón desbocados de un chaval con infinidad de preguntas y ninguna respuesta, no recurre a ningún cliché, a lo que por desgracia es habitual en tantos a los que cuesta llamar actores pero acumulan seguidores en redes (y proporcionando espectadores, no lo voy a negar). Maribel Verdú es de esas actrices que necesita encontrar carne que morder, asidero al que agarrarse, terreno firme que pisar; cuando no es así, su indudable oficio hace el resto pero deja un regusto amargo en quien la conoce y valora desde que tapase tantas bocas en Amantes, uno se queda con la sensación de que no ha podido dar todo lo que tiene, aunque se haya elevado (lo ha hecho muchas veces) por encima del conjunto, incluso de lo exigido (que esa es otra). En este caso, llega hasta la médula, construye el personaje con valentía, con absoluta entrega, transpirando verosimilitud, superando el arquetipo, regalándonos (también a la película, a la que hace subir enteros) un plano final antológico donde sus ojos, sus hombros, su expresión, su rostro, cuentan y transmiten mucho más de lo que hay en el guion (o de lo que ha quedado por ahí esbozado/desaprovechado).


Sábado 5:

 

SIN RENEGAR DE LO LEÍDO

 

   Leía todo lo que caía en mis manos, también algunos compañeros de colegio (las chicas sobre todo, creo que lo he señalado -y agradecido- muchas veces), nada nos llamaba más que la atención que los libros que conocíamos a través de películas y/o series, qué decir si además llevaba la etiqueta del escándalo, el sambenito de lo prohibido, provocaban la alarma y hasta la furia de la madre de Joaquín (en parte, fue culpa suya que leyera a Harold Robbins y otros de aquella cuadrilla). Así nos atrapó El valle de las muñecas, ¿por qué no recordar lo que en su momento fue un hito? Por encima de todo, leemos como diversión, como entretenimiento, los bostezos y la “altura” se la dejamos a otros, así como la impostura y la dizque erudición, por eso Pablo nos cuenta chascarrillos sobre Jacqueline Susann y su novela más famosa y pasamos un rato estupendo como puede comprobar quien pulse sobre el siguiente enlace: http://www.dejatedehistorias.es/wordpress/2021/06/05/el-valle-de-las-munecas-y-jacqueline-susan-el-arpa-de-becquer-dejatetv/.

domingo, 13 de junio de 2021

EN FEMENINO, COMO EL ARPA

 

Jueves 27:

 

TÚ ERES ESA (Y ESTA Y AQUELLA)

 

   Han sido muchos años pensando en masculino porque me refería al blog, desde hace algo más de un par de meses pienso y hablo del programa, para colmo hablo a velocidad de crucero, soy más consciente de este defecto (de esta dificultad para hacerme entender) de lo que pueda parecer aunque no lo corrija todo lo que debería, sobre todo cuando estoy delante de un micrófono/una cámara, es algo (demasiado) natural, me disparo, siempre llevo la mente en multitarea y contagio mi verborrea con múltiples bandazos, quiero decir varias cosas a la vez, se me apelotonan las palabras. Pero reconocerlo no sirve como disculpa, se trata de manejar las palabras con habilidad, soltura y, sobre todo, propiedad, es mucho más que mi trabajo como muy bien señaló Alejandro Sanz, es mi modo de vivir, entre ellas, con ellas, para ellas, soy consciente de que por más que la interiorice y asuma como necesaria la enmienda va a seguir quedándose (al menos en un porcentaje muy alto) en propósito, pero me lo he grabado a fuego a costa de equivocarme más de lo debido. El arpa, esta arpa, cualquiera, por más que para evitar la cacofonía lleve artículo determinado masculino es un sustantivo femenino, hay que hablar de “esta”, hay que adjetivarla acorde con su género, metí la pata hasta el fondo cuando, en la primera emisión del programa, dije (por dos veces, ¡mátame, camión!) “este es el arpa de Bécquer”, hace poco me volvió a pasar algo similar pero, por fortuna, caí en la cuenta según cometía el error y rectifiqué: es arpa y es femenina y me encanta que así sea, a no ser que me refiera en concreto al formato televisivo o a este ángulo oscuro del salón prometo no volver a las andadas, faltaría más.


Viernes 28:

 

MÚSICA EN EL AIRE



 

   Nunca podré agradecer lo suficiente el hecho de haber recibido con inmensa naturalidad, como disfrute cotidiano, como alimento para el alma, como vivencias, como abono para mi pasión, como regalo de vida, las músicas que me acompañaron desde que tengo memoria e incluso antes, ese mundo tan rico, variado e inagotable conformado a base de zarzuelas, coplas, boleros, tangos, cantes flamencos, musicales de Broadway (aunque con el tiempo descubrí que muchos éxitos nacieron/se forjaron en el West End londinense, ese lugar donde tan felices hemos sido y al que, lo sabemos, algún día regresaremos) y/o Hollywood, las diferentes canciones que tarareaban la abuela, la tía Carmen, mi madre o las vecinas mientras tendían, las que sonaba a todo trapo por el patio cuando Isabelo escuchaba (y nos hacía escuchar al resto) Feria de coplas (“Una noria con la gloria de los cantes”, ¡no era nadie Miguel de los Reyes”), las que nunca faltaron en las tardes de invierno haciendo tiempo hasta la cena después de haber cumplido con los deberes escolares y visto Barrio Sésamo, las que aprendí junto a mi hermana y sus amigas, es decir, canciones que, aunque no me correspondiesen por época o edad, hice mías y se han quedado en mi memoria, todavía acunan mi corazón y me reavivan, también me humedecen los ojos de añoranza, de tristeza por lo que no se puede repetir, por los que ya no están aquí (aunque sigan conmigo).

 

   Gracias a la estupenda Flor de arrabal de Carmen Santos, publicada por Grijalbo, he vuelto a canturrear muchos de los cuplés que acompañaron tantas horas, que aprendí de aquella histórica grabación de Lilian de Celis con acompañamiento de la orquesta del maestro Cisneros, del tronchante El primer cuplé que se marcó en su día Lina Morgan (con monólogos presentando cada tema que aún hoy soy capaz de repetir), así me reía con La chica del 17 o La Lola, me arrebataba con La cruz de guerra (el favorito de la tía), me sorprendía con La regadera (especialmente cuando, unos años después, entendí el doble sentido de la letra), me enamoraba al modo de sus protagonistas con y de Bajo los puentes del Sena, de donde he robado el título de este escrito (“Luces en el cielo claro de París, / música en el aire, / aspas del Moulin, / él como Roberto, / yo como Mimí, / nos sentimos presos en un mismo afán”). La novela de Carmen recrea de manera brillante un momento histórico (o varios, puesto que su acción se extiende por la primera mitad del siglo XX), una sociedad, una cotidianeidad descrita a través de olores, vestidos y harapos, fríos, oscuridades, tradiciones, sentimientos, una verdad que la autora captura con precisión y minuciosidad y transforma en relato vívido y vivaz que no se puede abandonar. Es también (o sería más correcto decir “sobre todo”) un homenaje a tantas mujeres (y también hombres, aunque en menor grado) que se sacrificaron lo indecible por salir adelante, por dar de comer a sus familias, por respetar y obedecer a quien no lo merecía, que fueron sometidas y relegadas en lo doméstico, en lo profesional, en lo educativo, en lo social, tantas que ni se atrevieron a buscar su propio camino, tantas que lo pagaron muy caro, tantas que a pesar de conseguir el triunfo no dejaron de ser vilipendiadas, menospreciadas, infravaloradas, consideradas productos de usar y tirar.

 

   Carmen Santos se mueve (y mueve al lector) como pez en el agua en la tradición folletinesca (esa que tanto defendemos y de la que tanto gustamos por aquí), manejando con soltura los mejores ingredientes del mismo para dotar a la narración de un interés que no decrece, sin precisar/recurrir a rocambolescos giros para mantener la atención, consiguiendo la complicidad y complacencia del lector sin trucos efectistas, recuperando un brío y una naturalidad esenciales en el género que, por desgracia, han olvidado quienes se tienen por herederos de creadores a los que, como mucho, plagian (o lo intentan, porque hasta en eso fallan). Con guiños muy propicios y sutiles a El último cuplé de Juan de Orduña, la película que convirtió en estrella/mito a Sara Montiel, poniendo de fondo el devenir de los acontecimientos históricos de cada momento, sin precipitación ni morosidad, con un ritmo muy bien medido, Flor de arrabal es una invitación irresistible a recuperar aquellos tiempos del cuplé (y de otras composiciones). Gracias a mi Pepa Muñoz, los del club de lectura LL compartimos una tarde de lo más completa con Carmen Santos en la que, como ella mismo dijo, sólo nos faltó echarnos un cantecito. Pueden verlo en el siguiente link: https://www.youtube.com/watch?v=kh93lis1kuM&t=9s.


Sábado 29:

 

COMPAÑERA Y COMPAÑÍA

 

   Entrevistar a alguien de la profesión siempre me pone más nervioso de lo habitual, sobre todo cuando se trata de alguien que ha hecho infinidad de entrevistas, no sé cuantísimas horas de radio y televisión, ha participado en un montón de tertulias, conoce a la perfección los resortes y recursos del oficio, es una comunicadora de probada solvencia, de larguísimo recorrido, periodista de y en mil batallas, también escritora de éxito en diversos géneros. Pero Marta Robles lo pone todo muy fácil, rema en/a tu favor, se integra a la perfección en el tono del programa, colabora, participa, da lo mejor de sí, hace sonar el arpa con jocosidad y conocimiento, cuenta su Pasiones carnales (y otras cosas) con el mismo embrujo con el que lo ha escrito, como puede comprobarse en este link: https://www.youtube.com/watch?v=fBqf4YKmoPU&t=59s.   ¡Gracias, compañera, por tu generosidad!


Domingo 30:

 

LO PEQUEÑO NO ES INSIGNIFICANTE



 

   Abrir un libro escrito por Elizabeth Strout es adentrarse en lo más profundo de nosotros mismos o de nuestros semejantes (que no deja de ser lo mismo, como señaló y expresó con magnificencia John Donne), escudriñar los sentimientos más ocultos, asomarse al abismo de lo que no decimos, de lo que no expresamos, de lo que reprimimos, de lo que callamos, de lo que evitamos y, sin embargo, está a la vista, aflora sin que seamos conscientes de ello, tanto en nuestro caso como en el los que nos rodean, hay que ser un observador muy fino, muy empático, incluso muy audaz, para captar las señales mínimas que los otros lanzan, que cada uno de nosotros emite de manera muy imperceptible. Strout alcanzó fama y prestigio gracias a la misma obra, Olive Kitteridge, título por el que consiguió un premio Pulitzer y que se transformó en miniserie protagonizada por una sublime (aunque eso no sea novedad) Frances McDormand; en Luz de febrero, publicada por Duomo a principios de año con traducción de Juanjo Estrella, continúa la historia de esta mujer, en realidad la de los habitantes de Crosby, un pequeño pueblo en la costa de Maine, puesto que la novela (al igual que su predecesora) se estructura en forma de relatos que se van superponiendo, completando unos a otros, en los que va avanzando el tiempo, narraciones a veces autónomas aunque mantengan vasos comunicantes más o menos claros con las demás, un microcosmos con entidad propia donde, a veces, Olive Kitteridge es alguien que aparece un momento, que pasa por allí, una mera mención, su presencia se percibe, su sombra sobrevuela, pero son otros personajes (hermanados por hilos sutiles pero firmes, por la atmósfera creada, por la sensibilidad con que la autora los describe a todos) los que ocupan el primer plano.

 

   Elizabeth Strout aborda sin tabúes ni medias tintas asuntos muy dolorosos, pero lo hace con exquisitez, fijándose en los pequeños detalles que son los que mejor expresan tantas tragedias cotidianas que se pasan por alto o se asumen como “normales”, hurgando sin saña pero con contundencia en las fisuras de la máscara tras la que escondemos la frustración, el desarraigo, la soledad, los afectos desordenados, los no correspondidos, los hurtados, los negados, levantando corazas no tan sólidas como pretendemos y que, al final, nos desprotegen y no funcionan como escudo sino como prisión. A pesar de la dureza implícita (y a ratos explícita) de muchas de sus páginas, Luz de febrero (como el resto de títulos que conozco de la autora) se lee con sumo deleite porque acoge, consuela, anima, hace caer en la cuenta, nos alerta de cosas que no hacemos como deberíamos, de palabras que negamos, de personas a las que damos por sabidas, de ocasiones que perdemos (aunque no lo creamos así), de vida que desperdiciamos pero que, en algunos casos, aún podemos recuperar/reciclar. Podría escribir mucho más, pero como Pablo se ocupará en un próximo programa de este título y de su autora, prefiero esperar el momento.


Lunes 31:

 

ROMPER LA RUTINA

 

   Hoy he creído que me confundía de día, casi doy la vuelta al calendario, por un momento he pensado que era martes y, por lo tanto, ya estábamos en junio, me ha pasado lo mismo que a los habitantes de Königsberg cuando, absorto en la lectura del Emilio de Rousseau, Kant no dio su habitual paseo, aquel que servía para poner los relojes en hora porque nunca se retrasaba ni un segundo. Hay una tienda en el barrio que, desde hace cosa de un año, sólo abre martes y jueves, así lo anuncia en su escaparate, así podía leerse hoy, lunes, aunque el cierre estaba subido. Mi estupor creció al confirmar que, efectivamente, atendían al público y, por lo tanto, tuve mis dudas de que si estaríamos a martes (lo del jueves se me antojaba más lejano/imposible), he tenido que hacer memoria para confirmar que no estaba equivocado, que era el aviso el que no debería estar ahí, vamos, que es lunes para todo el día.

jueves, 3 de junio de 2021

CENTRO DE GRAVEDAD PERMANENTE

 

Viernes 21:

 

REINO DE HECHIZOS

 

   Hubo un tiempo en que Franco Battiato sonaba insistentemente, encadenaba un éxito tras otro, gustaba a gente de cualquier edad, unos se dejaban envolver por la melodía, por el ritmo, por la atmósfera conseguida en cada composición, algunos escudriñaban sus un tanto imposibles letras, buscaban los mensajes ocultos, las referencias, intentaban simplificar lo que era -creo- una de sus máximas virtudes, una indudable complejidad temática, el uso de conceptos/realidades/ficciones impensables en lo que solía entenderse por música comercial, la fascinación de lo extraño, lo inexpugnable y al mismo tiempo fácil de asumir, tardé mucho en entender mínimamente lo que decía/sugería en Cuccurrucucú pero no podía dejar de tararearla, y eso que es una canción un tanto difícil de cantar porque rompe la métrica sin cesar; esa era otra de sus cualidades, no tomaba el camino trillado/popular, pero nos hechizaba cual flautista de Hamelin, yendo a contracorriente, bebiendo de los clásicos para malearlos, olvidarlos, buscar su propia voz, ganando tanto adeptos que se las daban de intelectuales (y que tal vez eran los que menos se enteraban de la historia) como muchísimos seguidores fascinados por su presencia, por su personaje, por su personalidad, battiatanos que a lo que menos atendían era a la música, del mismo modo que la mayoría (y hablo de personas muy diferentes: amigos, familiares, críticos, gente a la que escuché opinar sobre él, incluso a cosas que he leído en estos días con motivo de su muerte) no nos hacíamos ninguna pregunta, no buscábamos respuestas, simplemente aceptábamos su invitación a transportarnos, a imaginar, a soñar, a evocar, a descubrir a los balineses en días de fiesta, a ser nómadas que encontraban su rincón de tranquilidad mientras todo giraba en torno a la estancia.

 

   Un día, de repente, dejé de escucharle, era un recuerdo indestructible, seguía admirándole pero en sordina, en ausencia, sin regresar a su música, esa que he recuperado como homenaje y que ha preservado tantas emociones de entonces, de ahora, jirones de aquel corazón que, en gran medida, sigue siendo este, porque ni la distancia ni el digamos olvido han hecho que varíe lo que pienso (y siento) de algunas cosas, de alguna gente.


Sábado 22:


NUESTROS CLÁSICOS, LOS DE TODOS

 

   Pablo y yo seguimos rindiendo tributo a aquellas lecturas de cuando éramos chavales, muy niños en algunos casos, lo primero que fue cayendo en nuestras manos gracias en gran parte a la se supone nefasta televisión, la bestia negra de tantos padres de aquella época, el origen (se suponía) de todas las desdichas, el comecocos a evitar (y, sin embargo, perdón por la pedantería, un servidor la veía compulsivamente, capturado también por las historias contadas en imágenes, y exhibía un expediente escolar que no podían ni soñar aquellos -sus padres- a los que se les prohibía y apagaba). Gracias a los dibujos animados fueron/fuimos muchísimos los que, de un modo natural, nos sumergimos en las páginas protagonizadas por Heidi, Tom Sawyer, Don Quijote, Tarzán y algunos más a los que recordamos en el programa de esta semana: http://www.dejatedehistorias.es/wordpress/2021/05/22/libros-que-se-convirtieron-en-anime-y-viceversa-el-arpa-de-becquer-dejatetv/.


Domingo 23:


“SEMOS EUROPEOS”

 

   Sin esperarlo, sin buscarlo, sin planificarlo, de un modo puede decirse orgánico, a través del WhatsApp, he vivido un Festival de Eurovisión a la vieja usanza, casi como el de aquellos años en que la fecha estaba marcada en rojo, era una cita imperdible, nos sentíamos privilegiados, era como abandonar la rutina, la grisura, el devenir, de pronto estábamos comunicados con Europa, veíamos lo mismo a la vez, la fiesta solía prolongarse hasta altas horas de la noche, no había sueño, aquello se veía y vivía hasta el final. Resulta que Natalia, una de las componentes del club de lectura, cuenta en el grupo general que lo está viendo, yo le regalo una de mis ironías sobre las canciones que llevamos, creo que cuatro hasta ese momento, Yoli también escribe, Ana (que está viviendo una situación personal muy delicada) dice que se lo ha puesto como terapia/anestesia, alguna más se une, para no saturar ni dar la lata nos trasladamos a otro grupo abierto ex profeso para la ocasión, nos desatamos, nos morimos de la risa, nos cae fatal el ñoño del suizo (más aún si Carlotiña Corredera va a atribuirse -seguro que sí- parte o todo el triunfo si lo consigue), despellejamos a propios y extraños, es un rato fantástico en el que se diría que no ha pasado el tiempo, que hay cosas que permanecen (aunque echemos de menos el antiguo ritual de votaciones y temazos como Save Your Kisses for Me o la esplendorosa verticalidad de Betty Missiego).


Lunes 24:


A QUÉ LLAMAMOS EJEMPLAR




 

   Como no fue en forma de dibujo animado, Pippi Calzaslargas no apareció en el recorrido que Pablo y yo hicimos en el programa, pero también a ella la conocimos primero como protagonista, como heroína, como referente, a través de una antológica serie de televisión. Una chica libre, libérrima, libertaria, independiente, valiente, admirable, una huella que por desgracia hemos enterrado, un icono al que nos referimos con un tono entrañable pero poco (o nada) más, como algo pasado y superado. Por fortuna, una escritora especializada en los más pequeños, en los chavales, María Menéndez-Ponte, la reivindica reconociéndose heredera de la criatura de Astrid Lindgren en su hilarante y emocionante (en todos los sentidos) Verónica Torres se rebela contra el mundo que, con magníficas ilustraciones de Ayesha L. Rubio, ha publicado recientemente Duomo. Dice la autora que este es el libro que más le han pedido sus lectores, una especie de memorias, una historia autobiográfica, la niña que fue (y que sigue siendo) revive en estas páginas a ratos nostálgicas, siempre estimulantes y contagiosas. A buen seguro, más de uno encerraría a Pippi, la prohibiría, la condenaría al ostracismo (ya en su día había quien decía ciertas lindezas que prefiero no repetir), María demuestra todo lo positivo que hubo, que sigue habiendo en alguien como ella, su gran corazón, su hedonismo práctico, su inteligencia natural, su saber sacarse las castañas del fuego, su “aquí estoy yo”, su lucha contra las injusticias tanto sociales como emocionales, su impagable y honesto feminismo, su arrebatador humanismo. Todo eso y algunas cosas más nada baladíes se respira en este gozoso libro.


Martes 25:


LA COMIDA NO SE TIRA

 

   Los paseos con Fosco siguen siendo problemáticos en el sentido de lo que uno se encuentra, de gente con la que se topa, de la inconsciencia reinante, del egoísmo cada día más desatado, del incivismo generalizado, de los múltiples obstáculos de cualquier tipo que hay que esquivar. Una de las cosas que me pone de peor humor es la de comida que literalmente hay tirada en la calle, no hablo sólo de aquellos desperdicios que rebosan contenedores, que hacen estallar bolsas poco, mal o nada cerradas, los miles de rastros de quienes se sientan en cualquier parte a comer y desperdician más que engullen, así lo atestiguan las alitas de pollo, trozos de pizza, patatas fritas, bebidas derramadas, latas y/o vasos de cartón pisoteados, vidrios, un cuadro desolador. No puedo evitar pensar en tanta gente que pasa hambre, que incluso muere de ella, mientras se desperdician cada día cantidades industriales de comida, no sólo la que compramos de más, la que no consumimos, la que nos caduca, de la que nos cansamos, sino esa que alfombra las terrazas de bares/restaurantes, las aceras, nuestro transcurrir cotidiano, no es que me enfurezca, es que me lleno de odio (lo digo como lo siento).


Martes 25:


VALOR SEGURO




 

   Como decíamos, cada uno interpreta a su modo (incluso las frases menos complejas) las canciones de Franco Battiato, por eso, aunque soy de pocas certezas, aunque siempre he sido más de seguir preguntando y preguntándome, aunque me gusta pensar que siempre estamos a tiempo de mejorar, de evolucionar, de seguir creciendo, me siento seguro cuando reafirmo algunas cosas, cuando compruebo/confirmo que, como en este caso, hay escritores en los que puedo seguir confiando, que no voy a sentirme decepcionado, que la aventura lectora junto a ellos gana enteros, que renuevo entusiasmado mis elogios y parabienes. Y eso es lo que he experimentado con Pleamar, el nuevo título de mi tan querido Antonio Mercero que ha publicado Alfaguara, la constatación de que en el género negro ha encontrado su territorio, una novela que (y prometo que lo tenía difícil porque lo que consiguió allí me parece insuperable -desde luego, inalcanzable para muchos-) puede compartir sin complejos honores con sus trabajos anteriores, las dos historias protagonizadas por Sofía Luna, ese personaje admirable en sí y como creación. Antonio sabe enganchar, atrapar desde las primeras líneas, maneja con soltura y eficacia los resortes y convenciones (que no convencionalismos) del género, no da gato por liebre, no confunde (pero sí despista, es lo que toca, es lo divertido, es el reto para el que lee), no engaña (en la resolución final, antes lo procura -y consigue- para que no la tengamos clara) y, encima, se saca de la manga a los inspectores Darío Mur (lector voraz, cómo no empatizar -a ratos- con él) y Nieves González, dos personajes (es norma de la casa) bien acabados, poliédricos, con enormes posibilidades, personajes con recovecos, con mochilas emocionales muy cargadas, que, sin embargo, como ya sucedía con Sofía Luna, no anulan lo primordial, es decir, la investigación policial, el enigma por desentrañar, el crimen a resolver, eso que tantos que (afirman) escriben novela dizque negra suelen olvidar. Antonio Mercero es un escritor de infinita honestidad que pone la trama y a los lectores por delante de sí mismo, por eso se le lee con gran intensidad y enorme disfrute.