Si el último sonido del arpa en 2014, cuando
2015 ya estaba llamando a la puerta, estuvo dedicado a George Orwell, ¿por qué
no convocar de nuevo al autor británico a la hora de recibir a 2016? Como ya
comentamos, su obra suele quedar reducida a dos títulos de enorme impacto y
calado (aunque sólo se conozcan algunas vaguedades sobre su contenido, malas
interpretaciones o un par de términos tergiversados y usados en la actualidad
despojados de su significado original, sin el más mínimo nexo de unión con lo
que su creador quería denunciar), para más de uno que no se molesta más que en
aparentar, Orwell sólo escribió 1984 y
Rebelión en la granja, para muchos es
poco más que un escritor de ciencia ficción (así como suena), hay otros que se
atreven a ir un poco más allá señalando su carácter político, su crítica
acerada a los totalitarismos del momento en que escribía (en especial, el
estalinismo), reduciendo su producción a los dos últimos libros que publicó
(falleció en 1950, a los 46 años), ignorando lo variado y valioso de su
trabajo, de su modo de volcarse en la escritura (lo que hoy conocemos como
canon orwelliano vio la luz en apenas veinte años), obviando su condición de
ensayista, de cronista, de periodista, de reportero implicado con las
injusticias, de protagonista directo de algunas de las grandes tragedias que
lastraron el devenir de la primera mitad del siglo XX. Gracias a Penguin Random
House, la obra de Orwell está recuperando el lugar que nunca debió perder,
rellenando los huecos, reeditando títulos poco o nada conocidos, permitiendo el
acceso completo a una de las personalidades literarias más caleidoscópicas que
puedan reseñarse, pudiendo hacerse las justas correspondencias entre sus
novelas, aquella narrativa que se presenta como “de ficción”, y sus textos más
personales, los escritos en primera persona, los que no estaban destinados a
ver la luz pública (su ingente correspondencia, tan reveladora), los
testimoniales, los que muestran al Eric Blair oculto tras el seudónimo que le
dio fama y por el que optó para distanciarse de sus padres, para que no
pudieran ser señalados con el dedo una vez viese la luz Sin blanca en París y Londres, el primer libro que publicó (estamos
en 1933), el que hace unos meses volvió a poner en circulación la editorial Debate.
Sin florituras ni fuegos artificiales, con
una prosa clara y directa, a veces parece como si se limitase a enumerar, como
si no diese importancia a nada, alcanzando de ese modo una mayor efectividad,
exponiendo hechos, adjetivando con tiento periodístico, sabiendo combinar lo
objetivo y lo subjetivo con una maestría asombrosa (al fin y al cabo se trata todavía
de un escritor en ciernes, de un joven que no ha cumplido los 30), sin
recrearse pero haciendo brillar cada palabra, sin perder de vista el si se
quiere llamar así carácter memorialesco del texto pero tratándose a sí mismo
con distancia, como si fuese un personaje inventado o en parte ajeno, Orwell
pone ante nuestros ojos la miseria sufrida cuando intentaba abrirse camino como
escritor, primero en París (ciudad que ocupa gran parte del volumen) y después
en Londres, reflejando un panorama desolador y miserable que no necesita
recurrir a lo truculento para impactar, aún más espantoso por la naturalidad
con que lo narra, por la ironía que destila, por la desfachatez con que tantos
aceptaban y organizaban ese inframundo, por la capacidad del autor para
sintetizar y dejar los hechos en su esencia más prístina, en su realidad más
lapidaria e incontestable, siendo más revulsivo que si enarbolase alguna
bandera o profiriese cualquier tipo de proclama, diluyendo las posibles
consignas en las descripciones en las que, como ya señaló, no se recrea pero en
las que tampoco ahorra nada que considere necesario para trazar un auténtico
fresco que provoca y despierta los cinco sentidos del lector (y diferentes
ánimos).
Uno de los títulos de Orwell peor conocidos
en España es Homenaje a Cataluña,
censurado durante mucho tiempo, mutilado después, prohibido por unos y
denostado por otros, lo que tal vez señala con claridad su pertinencia, su veracidad,
su compromiso y honestidad, su ecuanimidad: hay quien piensa que molestar a los
dos bandos de una contienda significa que lo que se cuenta tiene poca validez, que
incurre al mismo tiempo en el exceso y en el defecto, todo depende de la óptica
desde la que se juzgue, en este caso, el modo de recibir este libro más parece
hablar de falta de autocrítica, de ceguera ante los errores propios, de un
fanatismo que el escritor considera peligroso venga de donde venga, de una
deriva contra la que quiere advertir sin importarle que, como sucedió, haya
quien le tilde de traidor, de vendido, de abducido por el contrario, víctima de
una polarización que anula los estados intermedios y exige la anulación del
pensamiento propio. Recuperado también por Debate el texto íntegro, reordenando
sus capítulos al modo en que Orwell señaló al considerar que algunas partes
eran prescindibles para quienes no estuvieran interesados en los aspectos más
puramente teóricos del modo en que intentaba organizarse el (desorganizado) bando
leal al Gobierno republicano (a veces con el único objetivo de abatir al
enemigo más que con la pretensión de restaurar la legalidad vigente antes del
18 de julio de 1936), esa ensalada de siglas que fue agudizando los
individualismos, los reinos de taifas que minaron e imposibilitaron en tantas
ocasiones la necesaria colaboración, uno de los porqués de la derrota sufrida,
realidad que no se quiso aceptar, es más fácil desacreditar al que se atreve a
hablar claro, leído en la actualidad, Homenaje
a Cataluña, que no esconde sus querencias ni sentimientos, que no se
presenta ni de lejos como un libro de Historia, supone una crónica a ratos
descarnada y en otros muy pulcra y meramente descriptiva, con el aliento del
periodismo más aséptico y deontológico, un testimonio de primera mano que
Orwell no intenta hacer pasar por la verdad absoluta, que se reconoce
partidista pero que evita en todo momento cargar las tintas, siendo esta tan
sólo aparente tibieza (es fácil rastrear la opinión del autor, no la oculta pero
tampoco la proclama) la que tanta indignación provocó (y, para colmo, no tenía
recato en reflejar las condiciones en que se batallaba, la escasez de medios,
la poca preparación militar, la ausencia de estrategia y/o de ideología, a veces
sólo se trataba de dónde había sorprendido a cada uno el golpe dado por Franco,
las carencias en tantos aspectos -que cante, por ejemplo, las excelencias de
los mandos militares que no ejercen como tales, sino como otros camaradas,
debió resultar escaso a los que, y anda que no abundan hoy en día, no
consienten que los hechos, que otros puntos de vista, que cualquier matización
haga chirriar el esquema invariable que proclaman como ideal, el que jamás se
somete a análisis, el que no aplican pero cacarean como paradisíaco-).
El mejor complemento a estas lecturas
también nos lo proporciona Debate con el volumen Escritor en guerra que reúne parte de los Diarios de guerra que reflejan el día a día del autor en el Londres
que sufre los ataques nazis entre 1940 y 1942 y una selección de su correspondencia
en el periodo que va de 1934 a 1943, lo que permite conocer un poco mejor qué
pasaba en la vida y el ánimo de Orwell mientras iniciaba su carrera literaria y
según ésta iba dando frutos (al margen, por supuesto, de detenerse en Homenaje a Cataluña y las dificultades
vividas para su publicación). Pero, sin duda, la mejor noticia es que aún quedan
algunos títulos por recuperar (existen en otros sellos, pero es deseable que
todos estén reunidos y no hay que andar picoteando aquí y allá), que Orwell
seguirá siendo noticia y realidad en los estantes de las librerías y que, en lo
que a un servidor se refiere, aún está pendiente hincar el diente a La hija del clérigo que Lumen editó hace
ya unos años, una novela que se presenta como muy diferente a, por ejemplo, Los días de Birmania (su ópera prima en
ese campo), que leí no hace mucho y aún recuerdo con regocijo, ya por eso
apetecible, aún más porque supone el cada vez más ansiado reencuentro con un
autor que, a efectos del que esto escribe, se ha convertido en imprescindible,
en alimento necesario (habrá que ir dosificando lo que queda o, bien pensando,
abordar la relectura una vez agotadas las posibilidades de echarse al ojo algo
inédito).