sábado, 2 de enero de 2016

DAR(SE) CUENTA DE UNO MISMO






  Si el último sonido del arpa en 2014, cuando 2015 ya estaba llamando a la puerta, estuvo dedicado a George Orwell, ¿por qué no convocar de nuevo al autor británico a la hora de recibir a 2016? Como ya comentamos, su obra suele quedar reducida a dos títulos de enorme impacto y calado (aunque sólo se conozcan algunas vaguedades sobre su contenido, malas interpretaciones o un par de términos tergiversados y usados en la actualidad despojados de su significado original, sin el más mínimo nexo de unión con lo que su creador quería denunciar), para más de uno que no se molesta más que en aparentar, Orwell sólo escribió 1984 y Rebelión en la granja, para muchos es poco más que un escritor de ciencia ficción (así como suena), hay otros que se atreven a ir un poco más allá señalando su carácter político, su crítica acerada a los totalitarismos del momento en que escribía (en especial, el estalinismo), reduciendo su producción a los dos últimos libros que publicó (falleció en 1950, a los 46 años), ignorando lo variado y valioso de su trabajo, de su modo de volcarse en la escritura (lo que hoy conocemos como canon orwelliano vio la luz en apenas veinte años), obviando su condición de ensayista, de cronista, de periodista, de reportero implicado con las injusticias, de protagonista directo de algunas de las grandes tragedias que lastraron el devenir de la primera mitad del siglo XX. Gracias a Penguin Random House, la obra de Orwell está recuperando el lugar que nunca debió perder, rellenando los huecos, reeditando títulos poco o nada conocidos, permitiendo el acceso completo a una de las personalidades literarias más caleidoscópicas que puedan reseñarse, pudiendo hacerse las justas correspondencias entre sus novelas, aquella narrativa que se presenta como “de ficción”, y sus textos más personales, los escritos en primera persona, los que no estaban destinados a ver la luz pública (su ingente correspondencia, tan reveladora), los testimoniales, los que muestran al Eric Blair oculto tras el seudónimo que le dio fama y por el que optó para distanciarse de sus padres, para que no pudieran ser señalados con el dedo una vez viese la luz Sin blanca en París y Londres, el primer libro que publicó (estamos en 1933), el que hace unos meses volvió a poner en circulación la editorial Debate.
   Sin florituras ni fuegos artificiales, con una prosa clara y directa, a veces parece como si se limitase a enumerar, como si no diese importancia a nada, alcanzando de ese modo una mayor efectividad, exponiendo hechos, adjetivando con tiento periodístico, sabiendo combinar lo objetivo y lo subjetivo con una maestría asombrosa (al fin y al cabo se trata todavía de un escritor en ciernes, de un joven que no ha cumplido los 30), sin recrearse pero haciendo brillar cada palabra, sin perder de vista el si se quiere llamar así carácter memorialesco del texto pero tratándose a sí mismo con distancia, como si fuese un personaje inventado o en parte ajeno, Orwell pone ante nuestros ojos la miseria sufrida cuando intentaba abrirse camino como escritor, primero en París (ciudad que ocupa gran parte del volumen) y después en Londres, reflejando un panorama desolador y miserable que no necesita recurrir a lo truculento para impactar, aún más espantoso por la naturalidad con que lo narra, por la ironía que destila, por la desfachatez con que tantos aceptaban y organizaban ese inframundo, por la capacidad del autor para sintetizar y dejar los hechos en su esencia más prístina, en su realidad más lapidaria e incontestable, siendo más revulsivo que si enarbolase alguna bandera o profiriese cualquier tipo de proclama, diluyendo las posibles consignas en las descripciones en las que, como ya señaló, no se recrea pero en las que tampoco ahorra nada que considere necesario para trazar un auténtico fresco que provoca y despierta los cinco sentidos del lector (y diferentes ánimos).
   Uno de los títulos de Orwell peor conocidos en España es Homenaje a Cataluña, censurado durante mucho tiempo, mutilado después, prohibido por unos y denostado por otros, lo que tal vez señala con claridad su pertinencia, su veracidad, su compromiso y honestidad, su ecuanimidad: hay quien piensa que molestar a los dos bandos de una contienda significa que lo que se cuenta tiene poca validez, que incurre al mismo tiempo en el exceso y en el defecto, todo depende de la óptica desde la que se juzgue, en este caso, el modo de recibir este libro más parece hablar de falta de autocrítica, de ceguera ante los errores propios, de un fanatismo que el escritor considera peligroso venga de donde venga, de una deriva contra la que quiere advertir sin importarle que, como sucedió, haya quien le tilde de traidor, de vendido, de abducido por el contrario, víctima de una polarización que anula los estados intermedios y exige la anulación del pensamiento propio. Recuperado también por Debate el texto íntegro, reordenando sus capítulos al modo en que Orwell señaló al considerar que algunas partes eran prescindibles para quienes no estuvieran interesados en los aspectos más puramente teóricos del modo en que intentaba organizarse el (desorganizado) bando leal al Gobierno republicano (a veces con el único objetivo de abatir al enemigo más que con la pretensión de restaurar la legalidad vigente antes del 18 de julio de 1936), esa ensalada   de siglas que fue agudizando los individualismos, los reinos de taifas que minaron e imposibilitaron en tantas ocasiones la necesaria colaboración, uno de los porqués de la derrota sufrida, realidad que no se quiso aceptar, es más fácil desacreditar al que se atreve a hablar claro, leído en la actualidad, Homenaje a Cataluña, que no esconde sus querencias ni sentimientos, que no se presenta ni de lejos como un libro de Historia, supone una crónica a ratos descarnada y en otros muy pulcra y meramente descriptiva, con el aliento del periodismo más aséptico y deontológico, un testimonio de primera mano que Orwell no intenta hacer pasar por la verdad absoluta, que se reconoce partidista pero que evita en todo momento cargar las tintas, siendo esta tan sólo aparente tibieza (es fácil rastrear la opinión del autor, no la oculta pero tampoco la proclama) la que tanta indignación provocó (y, para colmo, no tenía recato en reflejar las condiciones en que se batallaba, la escasez de medios, la poca preparación militar, la ausencia de estrategia y/o de ideología, a veces sólo se trataba de dónde había sorprendido a cada uno el golpe dado por Franco, las carencias en tantos aspectos -que cante, por ejemplo, las excelencias de los mandos militares que no ejercen como tales, sino como otros camaradas, debió resultar escaso a los que, y anda que no abundan hoy en día, no consienten que los hechos, que otros puntos de vista, que cualquier matización haga chirriar el esquema invariable que proclaman como ideal, el que jamás se somete a análisis, el que no aplican pero cacarean como paradisíaco-).
   El mejor complemento a estas lecturas también nos lo proporciona Debate con el volumen Escritor en guerra que reúne parte de los Diarios de guerra que reflejan el día a día del autor en el Londres que sufre los ataques nazis entre 1940 y 1942 y una selección de su correspondencia en el periodo que va de 1934 a 1943, lo que permite conocer un poco mejor qué pasaba en la vida y el ánimo de Orwell mientras iniciaba su carrera literaria y según ésta iba dando frutos (al margen, por supuesto, de detenerse en Homenaje a Cataluña y las dificultades vividas para su publicación). Pero, sin duda, la mejor noticia es que aún quedan algunos títulos por recuperar (existen en otros sellos, pero es deseable que todos estén reunidos y no hay que andar picoteando aquí y allá), que Orwell seguirá siendo noticia y realidad en los estantes de las librerías y que, en lo que a un servidor se refiere, aún está pendiente hincar el diente a La hija del clérigo que Lumen editó hace ya unos años, una novela que se presenta como muy diferente a, por ejemplo, Los días de Birmania (su ópera prima en ese campo), que leí no hace mucho y aún recuerdo con regocijo, ya por eso apetecible, aún más porque supone el cada vez más ansiado reencuentro con un autor que, a efectos del que esto escribe, se ha convertido en imprescindible, en alimento necesario (habrá que ir dosificando lo que queda o, bien pensando, abordar la relectura una vez agotadas las posibilidades de echarse al ojo algo inédito).