martes, 16 de abril de 2019

CUANDO LA LETRA EN LA SANGRE SE ADENTRA





   Querría (y debería) haber escrito mucho antes sobre Papel y tinta, si bien es cierto que, de un modo u otro, no he dejado de recomendarla desde que me zambullí en sus páginas el pasado mes de enero; sin embargo, diferentes circunstancias han ido retrasando el cumplimiento de una promesa hecha (con sumo gusto y a partir de mi ofrecimiento, de mi necesidad de, como tantas veces, compartir una magnífica experiencia lectora con los leales a este ángulo oscuro del salón) a su autora, algunas remuneradas, creo que es fácil comprender que, al tener que atender esos asuntos como merecen para así poder cobrar la factura, los placeres y, podríamos decir, caprichos se vean reducidos y hasta desterrados (y, a pesar del talante no sé si estrictamente periodístico pero sí profesional con que abordo los textos que aquí aparecen, este blog no deja de ser eso, algo que uno hace por causas diversas pero -¡ay, dolor!- sin que la cuenta del banco reciba algún ingreso por mínimo que sea). Precisamente por estar embarcado en uno de estos compromisos, no pude terminar la novela antes del ameno, interesante y divertidísimo encuentro que Suma de Letras convocó a finales de enero (y allí estuvimos tantos compañeros y amigos de estas lides literarias con mi Pepa Muñoz al frente), llegué más o menos a la mitad (lo que supone conocer mucho en una historia que se extiende a lo largo de casi 800 páginas), embebido, absorbido, cautivado por lo leído, pero quise hacer justicia con la obra (como procuro hacer siempre) y escribir sólo una vez la hubiese terminado (algo que cumplo a rajatabla -excepto las lecturas que abandono y que, al menos aquí, no tienen espacio más allá de alguna andanada dejada caer si viene al caso-), a ello me comprometí con María Reig, aunque le transmití todo lo que me estaba sorprendiendo, evocando, descubriendo su ópera prima cuando tuve el inmenso placer de conversar con ella un par de horas antes de reunirnos con el resto para lo que a continuación contaré, momento compartido con Pepa y que esta se ocupó de inmortalizar como puede ver quien lo deseé en este link: https://www.youtube.com/watch?v=eb0Wm8G_hFo.

    Papel y tinta es una pormenorizada, cuidadosa y cuidada, soberbiamente documentada reconstrucción del Madrid de principios del siglo XX (abarca el periodo entre 1908 y 1931, no en vano he querido escribir lo más cerca posible del 14 de abril -fecha con la que no he podido cumplir como deseaba porque un molesto enfriamiento me tuvo fuera de juego prácticamente todo el fin de semana-), muchos de sus escenarios aún pueden visitarse y permanecen inalterables o casi, otros han cambiado muchísimo, algunos conservan vestigios de lo que fueron, el caso es que la confitería El Riojano, fundada en 1855 por el pastelero personal de Isabel II, el lugar donde nacieron las populares pastas del Consejo con vistas a que Alfonso XIII, nacido rey pero todavía un niño, sobrellevase en lo posible las arduas, fatigosas y para él inextricables reuniones del Consejo de Estado, El Riojano, como decía, aún ofrece sus exquisiteces para llevar a casa o degustarlas en su elegante salón de té, continúa siendo testigo de la Historia en el mismo lugar de la calle Mayor en que abrió sus puertas hace algo más de siglo y medio, y puesto que aparece en las páginas de la novela de María, nada como citarse allí para dar comienzo a un apasionante recorrido por las cercanías (por algunos de los cuales paseo a diario con Fosco) y para que la propia autora fuese desgranando algunas curiosidades sobre San Ginés, chocolatería y callejón (en la puerta de aquella tiene lugar una de las escenas más emocionantes), el Viena Capellanes de la calle Arenal que, precisa y paradójicamente (ahora que hubiese podido formar parte de la ruta madrileña que sigue la novela), cerró sus puertas justo cuando Papel y tinta estaba a punto de terminarse o el edificio que para un servidor siempre será el de los Cines Madrid (aquellos en los que cumplí mi sueño de ver Lo que el viento se llevó junto a los tíos) y que en los años 20 del siglo pasado fuese el Central Kursaal o Gran Kursaal, por todos ellos nos guio María rememorando algunos pasajes de la novela (siempre con el cuidado de no anticipar ninguna de las múltiples sorpresas, algunas realmente imprevisibles, que da la historia), regresando hasta El Riojano para tomar un café (o lo que cada uno quiso) y seguir conversando sobre literatura y sobre los años en que la jovencísima escritora ha situado la acción de Papel y tinta. Antes de continuar, para no confundir a nadie, aclararé que terminé mi lectura hace un tiempo, poco después de los hechos que acabo de contar, pero hubo que ir atendiendo compromisos y trabajos que reclamaban urgencia, después me pareció que lo más oportuno era esperar al 14 de abril y, mira por donde, de paso puedo celebrar que la sexta edición ya está en las librerías; Papel y tinta no se puede abandonar, engancha como los grandes, bien trenzados y aún mejor escritos folletines a los que homenajea/recrea, María Reig hace justicia con un estilo, un género, unos autores, unas maneras de narrar que siguen siendo muy pertinentes, especialmente cuando se trata de dotar de verosimilitud y de auténtico aliento de época a novelas que transcurren en determinado momento, se toma su tiempo para ello tanto en páginas como en ritmo porque es minuciosa, detallista, describe con viveza y precisión, lo que no impide (todo lo contrario, es algo que puede admirarse -y en casos como el que nos ocupa aprenderlo y aprehenderlo demostrando ser una alumna muy aventajada- en maestros como Dickens, Galdós o Dumas) que la acción interna jamás decaiga, nada es gratuito ni regodeo del autor en sus facultades, conocer cómo está dispuesto un salón, la fachada de un edificio, el ambiente de un estreno, lo meramente descriptivo (aunque sólo lo sea en apariencia) cumple con su función y ayuda a comprender mejor por qué sucede lo que sucede, por qué los personajes se comportan como lo hacen, a que la peripecia novelística (que se reconoce, agradece y aplaude como tal) nos resulte real (al menos el tiempo en que estamos envueltos en ella, que es de lo que se trata).

   La juventud de María Reig apabulla y al mismo tiempo entusiasma porque echa por tierra tantas generalizaciones absurdas, falsas e insultantes como corren por ahí (especialmente en ese campo de batalla en que por desgracia han devenido las redes sociales, Twitter con especial virulencia -debe ser por eso que un servidor la frecuenta lo justo, casi exclusivamente por motivos relacionados con este blog, mientras que cierta cateta que se las da de experta ha optado por refugiarse ahí, le basta con 260 caracteres o menos para seguir dejando su cortedad de miras y enanez mental): es maravilloso, en parte por lo comentado al final del párrafo anterior, que confiese que desde el principio tenía claro que su primera novela iba a ser tan extensa, eso habla de lo meditada que estaba, de lo interiorizada que la llevaba, de sus inquebrantables ambición (lo que no es negativo en estas lides) y fe en un proyecto que se empeñó en sacar adelante buscando mecenas, encontrando tantos que Papel y tinta ya era factible y posible antes de que Suma de Letras se interesase por ella y auspiciara su debut como novelista con todos los honores. Es igualmente emocionante su amor por esta profesión nuestra tan baqueteada, denostada (en muchas ocasiones con razón), humillada, desprotegida, usurpada y gravemente herida, María lleva las palabras, el papel, la tinta en las venas, no en vano es periodista y rinde un impresionante y necesario tributo a aquellos que nos precedieron, a los que hicieron posibles muchas cosas, a los que forjaron y dignificaron el oficio, a los que inventaron géneros, a los que implementaron libertades, nombres y cabeceras que, como mucho, te hacen memorizar en la facultad pero en cuyas obra y trascendencia no se profundiza (ni se esboza, se trata de largas enumeraciones y punto), gentes que derribaron barreras y a las que rescata con nombres y apellidos reales (no sólo en el ámbito del periodismo), algunas de ellas le han servido para crear sus personajes, a través de los cuales se ha permitido poner ciertas cosas en claro, gracias a los que nos invita a pensar, a descubrir, a levantar velos, a reconocer errores (que aunque fuesen de otros, de los entonces, hemos heredado y/o reproducimos, en demasiadas ocasiones sin ser conscientes de ello). Papel y tinta supone todo un regalo para los del gremio periodístico, no cabe duda, pero también lo es para cualquier amante de la literatura, da igual el género que se prefiera, ya que es un canto a los múltiples poderes de las palabras, al anhelo de querer plasmar sobre un papel (o una pantalla) aquello que uno precisa sacarse de dentro, al imperioso e incontenible impulso de teclear (¡Ay, esa máquina de escribir: música celestial!), al agradable cosquilleo con que uno parece dejar salir las letras por las puntas de los dedos, es la obra de una letraherida, da igual el género que escriba, algo que se traslada a Elisa, esa estupenda protagonista porque es poliédrica y no siempre se está de acuerdo con ella (o con su modo de pensar/actuar), por más que apoyemos y secundemos su máximo objetivo a veces no podemos por menos que sacudir la cabeza e incluso afearle la conducta, el caso es que tampoco ella (cuenta la historia en primera persona) se vende como un dechado de virtudes, quiere que comprendamos y compartamos su vocación (algo que resulta muy sencillo) pero asume sus equivocaciones (y si no es así, el lector tiene la información necesaria para, en ese momento, distanciarse de ella).

   Como ya se señaló, la documentación manejada se percibe y demuestra exhaustiva, de una precisión quirúrgica, ensamblando con magníficos resultados lo (no podía ser de otro modo) extraído de la prensa del momento, lo que estaba sucediendo en el país, los hechos reales con los inventados, formando un conjunto impecable y sin fisuras, sumergiéndonos de tal modo en la época que encontramos natural que la impostura, la osadía, el pie forzado que está en el núcleo de la novela no resulte tal más allá de lo que supone técnicamente como quiebra/sorpresa, puesto que es fácil entender que aquellos señorones (hablo en masculino, hago hincapié en ellos, aunque tampoco las mujeres intuyan nada, al fin y al cabo son prisioneras de su tiempo) no puedan ni imaginar lo que está pasando ante sus ojos, fundamentalmente porque no creen ni remotamente factible que algo así pueda suceder (y, desde luego, no saldrá de mi boca ni una pista de a qué me estoy refiriendo, ya lo leerán ustedes, a buen seguro con la boca abierta). Por cierto, los suspicaces (que ya me los conozco y sufro a diario) pueden estar tranquilos porque, al margen de lo ya comentado sobre el carácter poco ortodoxo de su heroína, existe un personaje masculino protagonista fascinante, alejado del cliché, que resulta igualmente ambivalente porque María Reig evita la brocha gorda, lo estereotipado, esquiva lo rutinario y convencional incluso cuando es imprescindible, dándole un toque particular y, especialmente, armonizándolo con el conjunto para que fluya con naturalidad y nada se resienta. Lo mío no son noticias frescas, ahí están las seis ediciones que por el momento lleva Papel y tinta, pero no me importa repetirme porque lo que hago es sumarme al coro de los muchos lectores que se han dejado conquistar por María Reig y ya están impacientes ante lo que deba llegar, ante esas letras que ella, no me cabe duda, lleva en la sangre desde que nació, así lo demuestra este (primer, ¡pásmense!) novelón que ha publicado con apenas veintisiete años. ¡Brava!