Sábado 13:
ACORDES
COTIDIANOS
Así pensé llamar a este blog cuando empecé a soñarlo, cuando Pablo me
animó a ello, cuando me rescató del pozo en que consentí me metieran un poeta
huero y algunos otros ingratos, falaces, déspotas, arribistas y otras especies
(guiño a mi adorada Carmen Posadas), esos que sólo buscan vasallos
complacientes, esos que no reconocen méritos (ni los tienen -la mayoría, al
menos-), los que hacen favores o así te los recuerdan para poder cobrárselos más
pronto que tarde. El caso es que el periodista seguía aquí, es algo que nunca
se deja de ser si lo llevas en las venas y el corazón (aunque tantos que pueden
ser llamados así dejan de serlo a diario, sobre todo en los despachos, aunque
otros se atribuyan un oficio al que nunca podrán pertenecer -no por estudios,
sino por vocación, por alma de la que carecen-), ¿por qué no buscar un rincón
(o una trinchera, el símil bélico no es nada exagerado en este mundillo, más
aún si nos ceñimos a Internet, no digamos a las redes sociales) en el que dar
rienda suelta a mis inquietudes? Un espacio en el que ser (o seguir siendo) yo
mismo, sin perder de vista el cariz, el marchamo, el instinto periodístico
(procurándolo al menos). Y quise homenajear a mi poeta de cabecera, don Mario
Benedetti, pero la frase ya había sido escogida, no podía repetir nombre, dando
vueltas a diferentes opciones encontré/regresé a uno de mis lugares favoritos,
el ángulo oscuro de mi alma, el repliegue del corazón en que me he cobijado
desde niño, mi soledad buscada/deseada/conseguida, un refugio iluminado por las
historias creadas/vividas por otros, por aquellas que voy haciendo mías, por
los libros que han alimentado, alimentan y alimentarán mi pasión más primigenia
y definitoria.
Era lo que tocaba (nunca mejor dicho): si quería que los acordes
sonasen, nada como transformarme en arpa, me sentía olvidado, arrinconado,
apartado (por no decir extirpado o anulado, así me hirió lo sucedido), pero
aquellos que lo propiciaron/llevaron a cabo no merecían mis lágrimas, mi dolor,
mi parálisis, mi dejación de funciones, mi impotencia, nada como devolverles
melodías muy sonoras, nada como dar la cara, nada como soltar lastre, nada como
continuar. Así fue cobrando vida este blog, así me fui fundiendo con el
instrumento inmortalizado por Bécquer, así fui reajustando piezas, eliminando
las obsoletas, las dañadas y dañinas, incorporando nuevas, así encontrando a
aquel que empecé a ser hace mucho tiempo, aquel que soy desde antes de tener
auténtica conciencia de ello, aquel lector voraz que dialoga con los libros,
que se sumerge en ellos, que se deja arrastrar por lo que encuentra/vive en sus
páginas, que vive por y para ellos, que los ama sin fisuras ni extenuación,
aquel alimentado desde niño por gentes que nunca dejan de abrigarme el corazón
(y de los que sigo hablando en presente), aquel formado por maestros de vida
(también de oficio), aquel que renueva su entusiasmo con camaradas
indispensables envenenados igualmente por este bendito veneno, por esta locura
libresca, aquel consentido por quien más combustible literario y humano me
inyecta en cada jornada, por quien me alienta para leer, escribir, vivir y
amar.
Sobre todos ellos, libros y personas, en gran parte para darles las gracias,
empecé a escribir recientemente, empecé a reordenar recuerdos, a trenzar mi
biografía de lector (autobiografía es más preciso, la tía Agatha me inspira una
vez más), proyecto que va avanzando muy lentamente, en parte porque así he sido
siempre a pesar de lo que gozo aporreando el teclado (y antes emborronando hojas),
también por algunos trabajillos que, por fortuna, van saliendo, en parte porque
(bien lo saben y padecen los leales) me tomo mi tiempo en cada texto, dejo que
la verborragia fluya sin tregua, me involucro hasta las trancas, tiendo de un
modo u otro a la confesión general (como diría mi admirada y queridísima María
Fernanda D´Ocón), no sé (ni quiero) hacerlo de otra manera. Pero no puedo
prescindir del arpa, soy yo mismo, necesito que siga sonando, he de encontrar
el modo, creo que tengo la solución pero aún es pronto para contarlo.
Domingo 14:
DURA
JUSTICIA… ¿PERO ES JUSTICIA?
Por el momento, puedo ir terminando el texto que empecé hace unos días e
interrumpí por atender otras cosas, el texto que casi hago arrancar en el
último párrafo del que dediqué recientemente a Los ausentes, la novela
de Juana Cortés Amunarriz, no en vano existen algunos puntos en común entre
aquella lectura y esta, en ambas se plantean espinosos interrogantes morales
con la contundencia del mejor thriller (el que es digno de tal nombre, no tanto
sucedáneo o ni siquiera que se promociona con excesiva -y equívoca, por no
decir otra cosa- fanfarria), aunque su desarrollo e incluso naturaleza más
profunda sea muy distinta (y eso que sale ganando el lector porque no se
invalidan entre sí, porque no son lo mismo, porque cada una es una vibrante
novela que se defiende por sí sola, pero leídas de manera casi consecutiva
-como me ha sucedido- establecen un apasionante, encendido y enriquecedor
diálogo que se hace extensivo a quien navega por sus páginas).
Sin embargo, en primer lugar, me contuve para no ahondar más en aquello que,
aunque su conocimiento no rebaje la sorpresa ni el impacto, prefiero sea
descubierto por cada cual cuando se sumerja en Los ausentes (o que, al
menos, no lo sepa por mí), recomendación en la que vuelvo a insistir (lo demás
lo tienen en la entrada del blog que pueden encontrar debajo de esta); por otro
lado, es de ley, es de justicia (términos que escojo con toda la intención), es
lo suyo que El buen padre, la esperadísima y magnífica segunda novela de
Santiago Díaz que ha publicado recientemente Reservoir Books, tenga su momento
digamos en exclusiva en este ángulo oscuro del salón, haga su aparición con
todos los honores, se apodere con todo derecho (aplíquese lo señalado en el
paréntesis anterior) del foco de atención, la misma que absorbe a quien se
adentra en su lectura y, literalmente, no puede soltarla hasta llegar al final
entre taquicardias de deleite y emoción, también de angustia, no se puede
negar, tal es la identificación o rechazo (implicación en todo caso) que
experimentamos con respecto a los personajes, ambivalencia sobre la que el
autor construye su obra y que maneja con absoluta maestría para conseguir, por
encima de todo, entretener, arrebatar, hacer olvidar la hora, el lugar y la
vida en que uno andaba hasta que se cruza en su camino este thriller
irresistible.
El experimentado guionista que es Santiago Díaz utiliza los mejores
recursos de esa profesión (él mismo la considera “una especie de curso de
guion”) para construir una novela que, aunque tenga la velocidad, el
brío, la potencia de sus libretos, incluso la fácil traslación a imágenes de lo
que se lee (describe hechos y personalidades, acciones y reflexiones con
habilidad, con precisión, con viveza, con plasticidad), no cae en ninguno de
los vicios (por no decir trucos, por no decir trampas, por no decir algo aún
peor y demasiado recurrente) de los que adolecen tantos títulos publicados (e
incluso prestigiados), algunos promocionados precisamente como
“cinematográficos” (teniendo que dar la razón en este aspecto al maestro
Scorsese cuando se lamenta de lo que se ha devaluado el concepto, el arte de
narrar en/con imágenes). Santiago Díaz consigue plenamente su objetivo de “un
equilibrio entre una premisa que se mantiene y unos personajes trabajados”,
nos mete en la mente de sus personajes, nos hace sufrir con ellos, los utiliza
como espejo en el que interrogarnos, maneja la intriga psicológica con absoluta
maestría, se mueve con plena soltura en las aguas turbias y pantanosas de las
ambigüedades morales, de las contradicciones éticas en que incurrimos o podemos
incurrir, a veces sin ser conscientes de ello, de lo maleable e inconsistente
(por no decir corrompible) que es nuestra escala de valores.
Si el personaje que sirve para dar título a la novela es todo un hallazgo, nos lleva a
cuestionarnos nuestras certezas (o las que tenemos por tales) más arraigadas,
nos hace utilizar otro prisma (o varios) para mirarnos y mirar/juzgar a los
demás, la creación de la protagonista, Indira Ramos, hay que celebrarla con
algarabía, no sólo porque se anuncie su continuidad (queda mucha tela que
rascar), sino por lo que aporta al género, por la revolución que supone, por un
alma atormentada y sufriente alejada de los clichés (“Quería que se enfrentase
a un enemigo que la aislase del mundo y nada mejor que un enemigo invisible
para conseguirlo”), por el modo en que a través de ella se aborda el TOC,
trastorno tantas veces utilizado como sinónimo de manía risible con la que
ridiculizar a alguien, enfermedad terrible para quien la padece, para su
entorno, reflejo en este caso (y en muchos) de un trauma espantoso, de una
escena que, a pesar de lo angustiosa, Santiago Díaz narra de forma inolvidable
y digna de encomio (y que, sin destripar nada -basta decir que me refiero a
cierta zambullida en una piscina-, coloco al lado de uno de mis momentos
favoritos de la novela que, ya lo conté en su día, cambió todo para aquel
lector de doce años: Los renglones torcidos de Dios). En realidad, cada
página de esta adictiva novela, el tempo medido e implacable, el juego
caleidoscópico en que el lector se ve envuelto tanto en el desarrollo y ramificación
de la trama como en lo fieramente humano, todo en El buen padre resulta
memorable.
P.D.: Los del club de lectura mantuvimos un jocoso (con él es imposible
otra cosa) encuentro con Santiago Díaz que, como siempre, pueden ver completo
porque mi Pepa Muñoz lo difunde en su canal de YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=-rizBGKAQq0&t=9s).
Lunes 15:
ASÍ COMO
TODO CAMBIA (O VARÍA)…
El anuncio de las nominaciones al Oscar de este año casi me pilla por sorpresa,
no será por no estar atento, por no esperarlo con emoción, por no llevar unos
meses viendo la mayor parte de las películas que suenen como posibles candidatas,
pero uno da por hecho que el acto se va a celebrar un martes (así ocurría
tradicionalmente) y si no es porque Pablo me lo preguntó y volví a mirar la
fecha me lo hubiese perdido. Sí, me encanta vivirlo en directo, igual que la
ceremonia de entrega (cruzo los dedos, además, para que Pablo libre ese día y
podamos verla juntos), es una ilusión de chaval que, por fin, pudo hacerse
realidad cuando en aquel ya lejano 1988 TVE la retransmitió completa (y yo me
levanté bastante antes de tener que ir a clase para ser testigo del para mí
desmesurado triunfo de El último emperador). Para colmo, tampoco la hora
habitual (que fue la que apareció en los medios) es la de siempre puesto que,
al haberse retrasado todo, en EEUU ya han cambiado al horario de verano,
resulta que la señal sólo puede seguirse por Internet (no es que se eche de menos
a los que suelen retransmitir -o lo que hagan- estos eventos, pero es más
sencillo verlo por televisión), vamos, un desbarajuste en toda regla, aunque
consigo mi objetivo y, ahí sí se cumple la tradición, me llevo alguna decepción
que otra, me cabreo con los votantes, vivo intensamente la carrera de los Oscar,
hay cosas que no cambian (antes bien, se intensifican) con los años.
Martes 16:
…QUE YO
CAMBIE (O ME ALTERE) NO ES EXTRAÑO
No sé muy bien por qué, de repente, empecé a escribir un diario, estaba
en proceso de transformación, quería alterar algunas rutinas para, como dije,
dedicar el mayor tiempo posible a mi proyecto, hoy llegó la confirmación
definitiva de algo que varía sensiblemente el panorama, el día a día, que me
devuelve al ejercicio activo de mi profesión (y que, perdón, por el momento no
quiero desvelar, lo contaré cuando sea una realidad, cuando pueda verse el fruto
del trabajo), acerté en dar este nuevo rumbo al ángulo oscuro del salón que
ahora va a estar muy bien iluminado, ya lo verán (nunca mejor dicho).
La pulsión de escribir un diario siempre estuvo ahí, le di curso a
rachas, sentí la fiebre adolescente, la última vez que mantuve uno activo fue
en la época universitaria, lo escribía en segunda persona, como si alguien me
hablase/reprobase, sacándome los colores, intentando comprenderme, se lo conté
al maestro Luis Landero en una inolvidable conversación en la cafetería de mi
antiguo instituto donde él aún daba clases, fui con mi ejemplar de Juegos de
la edad tardía, me empujó (con su delicadeza habitual) a William Faulkner, me
hizo regresar a Thomas Mann, me dijo que era estupendo escribir todos los días
(algo que no he dejado de hacer) y aún más textos que no estaban dirigidos a
nadie, que nadie más que uno mismo iba a leer (esa regla la estoy incumpliendo,
perdón, pero puedes estar seguro, Luis, de que lo hago con suma honestidad, que
no me reprimo, que junto palabras sin tener en cuenta que otros, los demás, los
que me importan, van a tener acceso a ellas).
Miércoles 17:
UNA DE
ROMANOS (Y ALGO MÁS)
Ayer tuvimos otro encuentro literario (que en breve mi Pepa Muñoz subirá
a su canal de YouTube, si se suscriben recibirán la notificación en el mismo
momento en que eso sucede y se ahorrarán tener que estar pendientes de que yo
se lo comunique), otra de esas charlas apasionadas y apasionantes entre
lectores, en esta ocasión sobre una novela sorprendente que mezcla con suma
audacia dos (y hasta tres) géneros, que nunca toma el camino fácil pero que
respeta en fondo y forma (y en magnífica documentación) el modo en que se
presenta: novela histórica de impecable factura que reconstruye una época poco
conocida/tratada (finales del siglo III) y nos permite conocer una de las caras
más decadente, tenebrosa y menos imaginada de lo que podría pensarse del
Imperio Romano. Con Nocturnalia, publicada recientemente por Espasa,
Joel Santamaría nos entrega una historia que, llámenme morboso o masoquista (y
en lo que se refiere a estas lides acertarán: tengo miedo hasta de mi sombra,
por eso me chifla lo terrorífico), he querido leer por las noches (pocas
porque, al margen de su meritoria brevedad, de su impagable capacidad de
síntesis, de su plausible concisión -sobre todo teniendo en cuenta la muchísima
información que proporciona-, posee un ritmo interno implacable -con los
estallidos necesarios-), no sólo porque ya el título impele a ello, lo demanda,
sino porque así he experimentado con mayor virulencia (y gozo lector), he
sentido y de qué modo cómo la atmósfera se iba enrareciendo, cómo el mínimo
ruido, no digamos el silencio, resultaba como poco sospechoso, cómo se cernía
sobre mí la amenaza del inframundo (y otras que, por supuesto, no voy a
desvelar). ¡Qué gustazo!
Jueves 18:
A VECES
(AÚN) LLEGAN CARTAS
Hace tiempo que abrir el buzón es casi un acto reflejo, un trámite, ya
no es como antes, sólo encuentras publicidad y facturas (o ni eso porque llegan
vía e-mail), alguna notificación de Correos para recogerlas, estoy generalizando,
sí, pero lo cierto es que poco más, salvo alguna que otra sorpresa (y no
siempre agradable, las cosas como son). Por eso me he quedado ojiplático cuando
hoy me he encontrado con un sobre manuscrito, con la dirección correcta (la
nuestra, piso y puerta incluidos), pero sin destinatario, del mismo modo que en
el remite (puesto, por cierto, en la parte delantera, en el ángulo superior
izquierdo) tampoco aparecía ningún nombre. Lo primero que he hecho ha sido
consultar en Google dónde estaba la calle desde la que lo enviaban por si eso
me refrescaba la memoria, después le he mandado a Pablo por WhatsApp una foto
por si él reconocía quién podía estar detrás del envío, como la incógnita
seguía abierta, no puedo negar que con cierta aprensión, al final he abierto el
sobre y me encontrado con una carta escrita en un ordenador y con un código QR
con firma.
Sin embargo, el remitente se identificaba, Saúl Reyes, “un vecino de
Madrid”, que escribía “por la imposibilidad de visitarlo personalmente,
debido a la pandemia que nos está afectando a todos”. En seguida recordé
aquellas cartas escritas a máquina en las que al final se encontraba una peseta
pegada con celo, aquellas misivas que cuando era niño aparecían cada cierto
tiempo en el buzón y me parecían de lo más inquietantes, a las que la abuela o
la tía no daban ninguna importancia y en las que se arengaba a enviar una
decena similar para evitar la propagación de no sé cuántos males, para conjurar
la amenaza que se haría realidad de no atenerse a las instrucciones. Esta no es
de ese tipo, se limita a invitar “a la conmemoración de la muerte de Jesús”,
puesto que “una vez al año, los testigos de Jehová de todas partes del mundo
nos reunimos para conmemorar el aniversario de la muerte de Cristo”. El código
QR proporciona detalles sobre la reunión “que cumple el mandato de Jesús”
y que este año tendrá lugar vía Zoom. Mira, eso que hemos salido ganando con la
pandemia, me refiero al hecho de que venga gente a tocar el timbre de la puerta
y/o el portero automático (otro de esos recuerdos de la infancia y de muchos
años más).
Viernes 19:
A LAS HORAS
PRECISAS, RENACERÉ
Preparo una foto que en estos días subiré a Instagram, la voy a utilizar
para ilustrar mi comentario sobre el encuentro que mantuvimos ayer (suscríbanse
al canal de YouTube de mi Pepa Muñoz, a su/nuestra Locura de Libros y recibirán
la notificación en cuanto pueda verse el vídeo: https://www.youtube.com/channel/UC8e6pWCMrca5GDKsvDM1-Ww),
no es nada especial, no soy tan artístico como mis compañeros, siempre he sido
torpe en las manualidades, pero como la novela se titula Con esto y un bizcocho,
he comprado uno (con la intención de tomarlo en los desayunos, no sólo por la
obviedad) y lo he colocado junto al libro que acaba de publicar Maeva,
recuperando la ópera prima de Amara Castro Cid (la misma editorial publicó en octubre
su segunda obra, El tiempo suficiente).
Se trata de una novela acogedora, familiar, rebosante de humanidad, de
camaradería, de apoyos sinceros, de sentimientos nobles, reales y puestos en
práctica día a día, una novela que, sin estridencias ni dramatismos, invita a
reflexionar, a querer y querernos, a levantar el vuelo las veces que haga
falta, a no sentirnos débiles por necesitar ayuda, empuje, cariño. Amara sabe
tocarnos el corazón con la sensibilidad justa, sin forzar la maquinaria, con
una ternura a flor de piel que debería presidir nuestras relaciones, todas, de
las más íntimas a las episódicas. Y, además, pone a Raphael como banda sonora, qué
más se puede pedir, su protagonista, Mariana, aunque no la cite, hace suya
aquella gran canción que compusiera el inmenso Alberto Cortez para el de
Linares, Ave fénix, casi como me siento yo y en breve compartiré con
ustedes, faltaría más, en realidad siendo el mismo, el de (casi) siempre, el
que Pablo rescató de las cenizas para que el arpa comenzase a sonar, con letra
de Raphael se lo digo, “a pesar de las dudas y mi eterna locura, yo sigo
siendo aquel”.