miércoles, 1 de enero de 2014

FOTOS QUE ENVEJECEN MAL


 


   No se puede evitar caer en la frase hecha al empezar el año, hay que dar la vuelta al calendario, porque es lo que toca hacer, ni más ni menos; de hecho, la tía Carmen ha dicho hace un rato que ponía uno en el salón por el momento “hasta que me den el de todos los años que es pequeño y práctico” y yo mismo, al regresar a casa después de la comida familiar de Año Nuevo, he mirado el que tenemos sobre el frigorífico pensando que, de un rato al siguiente, de ayer a hoy, se ha quedado obsoleto. Lo que ocurre es que me resisto a quitarlo (y sé que a Pablo le pasará lo mismo) porque la hoja de diciembre está dedicada a Dobby, justo con la instantánea en la que parece abrazar un ejemplar de 24 horas de un periodista desesperado; y es que la historia de ese calendario merece ser contada, lleva un tiempo reclamándolo, pero la he ido retrasando porque en realidad me dolía, hasta que ahora, enfangándome en el tonto soniquete de eso de “año nuevo, vida nueva” que la gente regala como si fuese el bálsamo de Fierabrás (aunque lo digan mecánicamente, como muletilla que sale al tiempo que “feliz año nuevo”, “uno más” y cualquier topicazo del momento), haciendo sonar el arpa por primera vez en 2014, puedo ver los acontecimientos con cierta distancia, con mucha frialdad, sin que me afecten demasiado, incluso aceptando que han sucedido para bien, que suponen una mejora en mi vida.

   Resulta que el calendario fue un regalo de cumpleaños de un amigo (en realidad, ya no le considero así, me resulta muy difícil, pero para que la narración fluya y sea comprensible usaremos un vocabulario básico –los matices irán apareciendo por sí solos-), una de esas personas que en ocasiones te obsequia con lo que le gusta a él (aunque en honor a la verdad, en eso se llevan la palma otro amigo y mi hermano, sobre todo el primero, quien llega a regalarte todo entusiasmado una funda “para que guardéis vuestra cámara”, “¿cuál?” “la que tenéis, ¿no?” “pues va a ser que no”); todo entusiasmado me lo entregó (junto, de justicia es decirlo, a dos tazas adornadas cada una con uno de nosotros con Dobby en brazos, algo muy personal y entrañable) para que durante 2013 pudiese echar la vista y recordar cosas que habíamos hecho. Pensé que se refería a Pablo y a mí y así era… ¡en parte!: todo tuvo sentido muy pronto, en cuanto fui pasando las hojas, recordando que cuando te felicita por lo que sea siempre lo hace desde el “yo”, poniéndose por encima de lo que haya que homenajear (así, cuando cumplimos diez años juntos, en su felicitación parecía celebrar sólo el año y medio que hacía que nos conocía –lo demás no era importante para él, claro-), y así comprobé que varias páginas eran más un auto homenaje con fotos en las que también aparecía él con su pareja del momento, esa que todos sabíamos iba a ser efímera, porque su mayor tendencia es a emocionarse con la novedad al modo de los niños pequeños, parece que sólo existe eso, hasta que se satura en poco tiempo (o al menos lo parece) y busca nuevos rumbos (y eso sirve para espectáculos, locales, actividades o personas). El caso es que el susodicho calendario se ha convertido en una antigüedad antes de cumplir su ciclo, ya que el esperado desenlace tuvo lugar en septiembre, tras un tira y afloja en el que demostró su infantilismo, su poca madurez, su crueldad con los que no le sirven o aplauden en sus propósitos, momento desde el que apenas nos comunicamos porque no consiente que le diga las verdades y le afeé su conducta, y es que en realidad él no busca amigos sino no es para que le den la razón y le reafirmen el altísimo concepto que tiene de sí mismo (o al menos para que tengan la prudencia y educación de no sacar determinados temas de conversación o ignorar sus bravatas, sus menosprecios, su brutalidad que él llama sinceridad –actitud muy típica de los que presumen de serlo sin que nadie se lo exija: en cuanto les dices algo que no cuadra con su composición de lugar, por muy real que sea, por mucho que pueda demostrarse, se enfadan, te ignoran, dejan de hablarte, te bloquean en las redes sociales, memeces varias).

   Nos conocimos en un momento en que yo andaba muy bajo de moral (en lo profesional, tenía que enfrentarme al poeta huero, a una dirección incompetente –en el programa y en la empresa-, a un trabajo que, a pesar de ser mi vocación, me pesaba más que disfrutaba –aunque el micrófono, como tantas veces he contado, siempre resulta el mejor lenitivo-; en lo personal, Pablo tuvo que ausentarse todo el verano por problemas de salud de su padre y la separación se nos hizo muy larga –lo fue; necesaria también, comprensible por supuesto, pero dilatada en demasía-) y él fue un apoyo, un refuerzo, un soplo de aire fresco (muchos llamados amigos sólo querían verme si tenía ganas de fiesta –o sea, amistad interesada y sin verdaderos lazos: como bien dice Pablo, no hay nada como los momentos difíciles para saber la estima que los demás te tienen-), aunque con el tiempo entendí que, al margen del cariño que me tuviese (que no dudo), sucedió lo que a él le gusta que ocurra en cualquier tipo de relación: se sentía superior, el protector, el que cogía las riendas, el mayor, el adulto, el que todo lo resuelve, la perfección en una palabra y persona. Y, claro, con alguien así, por mucho que lo evites, esquives, calles, al final terminas por tropezar, al menos yo que, lo reconozco, llega un punto en que no puedo contenerme más y suelto lo que para el otro es una inconveniencia, y eso que en esta ocasión, pueden decirlo los que están cerca, no he sido tan cáustico como suelo, tan tremendo como puedo llegar a ser, tan feroz como me pide el cuerpo, tan cruel como soy capaz: he optado por el silencio, por la indiferencia, tras dejar clara mi postura sin repetirla a cada minuto o buscar la confrontación –ya sé lo mal que le ha sentado, las ruedas de molino con las que pretendía que comulgase, él reaccionó recriminándomelo, después dejó de enviarme mensajes, llamarme, preguntarme, pues yo me dejé llevar por esa deriva y, tal y como él puede espetarle a alguien y quedarse tan fresco afirmando que no quiere hacerle daño, al darme cuenta de lo poco que me aportaba, es tan sólo una presencia cuando coincidimos, ya que no voy a dejar de ir a las reuniones del grupo común por eso ni voy a violentar el ambiente-.

   Y ahora que, como él dice intentando quitar algo de hierro a lo doloroso, a la ingrata tarea que ha de acometer en solitario –Dobby y yo seguimos manteniendo el calor del hogar, del que él ha construido para los tres, el que y donde le esperamos dentro de poco más de 24 horas para abrigarle, acogerle, quererle, refugiarle-, Pablo está deshaciendo su casa de Coruña, me envía instantáneas de su pasado, recuerdos que agrada tener y contemplar, fotografías que dejan constancia de buenos momentos, de personas que no van a ser olvidadas exista o no ese testimonio, pero con cuyos rostros gusta reencontrarse, contemplo una vez más este calendario y me encuentro con imágenes que me resultan muy lejanas porque no las añoro, porque me han hecho sentirme ajeno a ellas (sólo en las que comparto con Pablo o hay alguna otra persona importante en mi vida me siento partícipe), porque han sufrido un proceso de deterioro más veloz y degenerativo que el del retrato de Dorian Grey, porque no me siento motivado para conservarlas. Y soy consciente de que puedo haber sido bestial, incluso déspota, sé que mi actitud será recriminada, que Pablo me dirá que ha sido excesivo, pero en realidad muy pocos saben de quién hablo, no he dicho nombres, y necesitaba el desahogo porque, las cosas como son, no me gusta haber llegado a este punto, la fractura puede que sea definitiva, sin duda dejará secuelas, pero querría creer que cierto sentimiento cordial, que cierto cariño, tal vez una amistad matizada (o, por qué no, reforzada al quitarnos las máscaras y retomar desde la herida), una comunicación podría ser posible, traer algo de calma, mirarnos a los ojos, bajarnos de nuestro pedestal (que yo también tengo lo mío no hace falta que me lo diga nadie, que ya me lo reprocho a la mínima y me fustigo sin piedad y me meto en mi pozo… lo bueno es que luego se me pasa).