sábado, 12 de marzo de 2016

EL MUSICAL TIENE NOMBRE (Y ALMA) DE MUJER






  Aunque debo a Evita mi verdadera pasión por los musicales (desde que entró el doble LP en casa -en aquellos inicios de la década de los 80 en que el espectáculo triunfaba en España y lanzaba al estrellato definitivo y merecido a Paloma San Basilio- lo escuché una y dos mil veces, memoricé el libreto, con la recreación que hacía la tía Carmen del montaje dirigido por Jaime Azpilicueta -quedaron maravillados tras verlo en el Monumental, por eso el tío Miguel compró la grabación poco después de que saliera a la venta-, apoyándome en las acotaciones y explicaciones que acompañaban a las canciones y dejando volar sin freno mi propia imaginación soñé mi propia versión, la que sigo retocando cada vez que escucho su partitura, da igual en qué idioma canten los intérpretes o quiénes sean éstos, o cuando tarareo uno de sus temas -algo que sucede muy a menudo, para suplicio del que esté cerca), he sido muy ingrato como espectador porque, por unas cosas o por otras, por no poner demasiada intención ni mucho empeño, jamás lo he visto sobre las tablas. A pesar de las excelentes críticas recibidas por Elena Roger cuando asumió el rol de su paisana en el West End londinense, otros títulos y artistas y el hecho de que el montaje en sí no provocase el mismo entusiasmo -hubo quien lo acusó de estático, un tanto frío, poco pasional- motivaron que pasásemos frente al teatro en que se representaba sin prestarle demasiada atención (igual que, por cierto, siempre he hecho con La ratonera -bueno, me he detenido a ver los carteles y hasta me he hecho una foto frente al St. Martin´s Theatre, he bromeado con Pablo imaginando a tía Agatha reprobándome desde su olimpo, pero al final nunca compramos entradas-). Pero los parabienes y encomios que provocaba la Roger en todo aquel que había podido verla motivaron que grabásemos su nombre en nuestras aspiraciones y no dudamos en buscar butacas (lo que no fue fácil, por cierto: se anunció una temporada corta y la venta iba disparada) cuando encarnó a Edith Piaf sobre las tablas londinenses y aún me recorre un estremecimiento muy grato al evocar esa primera vez en que la contemplamos, la disfrutamos, nos rendimos a su inagotable talento para siempre, el mismo que desplegaría cuando trajo su Piaf a Madrid y volvió a dejarnos sin aliento por su manera de hincar el diente a un personaje y una voz tan especiales, tan únicos, tan irrepetibles, pero Elena tiene la capacidad de llegar hasta la médula de la intérprete a la que recrea sin imitar, colocándose su aureola y ajustándosela a su menudo y energético cuerpo, inyectándole savia propia hasta lograr que olvides quién fue antes y, sin dejar de ver a la artista original, tener muy claro que aquella a la que el foco ilumina es Elena Roger, un animal escénico como pocos.
   Hace unos meses, cuando entrevistamos a Dulcinea Juárez y sus compañeras de El lamento de las divas (espectáculo, por cierto, que nadie que ame el musical en particular y el teatro en general debe perderse -siguen haciendo bolos aquí y allá, según se lo permiten los compromisos profesionales por separado de cada componente del elenco-), tuvimos un pequeño enfrentamiento (que no pasó de una discrepancia debida a gustos y apreciaciones de cada cual) porque en su show incorporan una canción en la que piden roles femeninos a la altura de los masculinos en los musicales (otro asunto es por qué cobran menos, pero eso no tenía nada que ver con lo que Pablo y yo reivindicábamos), cuando ese ha sido un territorio plena y maravillosamente dominado por ellas: pensemos, en primer lugar, en todas las diosas que el género nos ha dado, las oportunidades que ha dado a grandes artistas de dejar bien claro su poderío, señoras como Ethel Merman, Gertrude Lawrence, Carol Channing, Debbie Reynolds, Julie Andrews, Angela Lansbury, Barbra Streisand, Chita Rivera, Gwen Verdon, Glenn Close, Lauren Bacall, Imelda Staunton, Kerry Ellis, Elaine Paige, Kristin Chenoweth, Idina Menzel, Liza Minnelli, Connie Fisher, Patina Miller, la propia Elena Roger, claro, no podemos olvidar a Vicky Peña, Concha Velasco, la ya citada Paloma San Basilio, Marta Valverde, Lia Uyá, Àngels Gonyalons, el listado es casi inagotable tanto antes como ahora; evoquemos, en segundo lugar, los personajes que estas y otras han hecho inmortales (y ahí es cuando la discusión subía de tono: las chicas rechazaban roles que a nosotros nos parecen maravillosos -y al público que los ha convertido en hitos con sus aplausos-), pensemos en la propia Evita, Fraulein Maria, Mrs. Lovett, Mame, Norma Desmond, Elphaba y Glinda, Mama Rose, Sally Bowles, Velma Kelly y Roxie Hart, Dolly, Eliza Doolittle, Christine, Charity Hope Valentine y sus amigas, la canción emblemática de Cats es la que interpreta Grizabella (Memory), Fantine se merienda Los Miserables con sólo una canción, la profesora de Billy Elliot impone su presencia con esa fuerza que sólo poseen los grandes personajes secundarios, de no existir Getsemaní el tema más popular de Jesucristo Superstar sería el que canta en solitario María Magdalena (y andan muy parejos en realidad), será por esa querencia hacia el universo femenino sobre la que escribía no hace mucho, el caso es tanto en las tablas como en la pantalla siempre recuerdo más la participación femenina, Ann Miller, Cyd Charisse, Marilyn Monroe, Judy Garland, Doris Day, Shirley MacLaine.
   Y fue, claro, un sueño hecho realidad compartir conversación con Elena Roger cuando, hace poco más de un año, ofreció dos recitales en los Teatros del Canal: pudimos entrevistarla en la parte de atrás del escenario, en esa enorme y en ese momento desangelada caja en la que en otras ocasiones se acumulan los expertos en utilería, regidores, ayudantes de vestuario, maquillaje y peluquería, fondos que van cambiando, atrezzo, allí, en un par de sillas (no había más: Pablo estuvo de pie toda la entrevista), Elena nos cautivó en la distancia corta, nos acogió, nos convirtió en cómplices, algo sencillo con una persona que vive para su arte y que goza regalándolo a los demás. Fue una entrevista que se publicó en otro lugar, pero creo que su sitio justo, para que no se extravíe, para que quede como parte de ese permanente recorrido que vivimos como espectadores, es éste (o cualquiera de las otras páginas en que nos gusta escribir y hablar de estas cosas de teatro que tanto nos ayudan a vivir, sin las que sería casi imposible respirar). Por lo tanto, sin retoques ni acotaciones, tal y como fluyó y la reflejamos en su día (diciembre de 2014), aquí está Elena Roger:  
   
Presenta en España Tiempo mariposa, su último trabajo discográfico

ELENA ROGER: “Elegí el repertorio estando embarazada y me dejé llevar por las emociones y sensaciones que me transmitía mi hija”

Dentro del ciclo De Buenos Aires a Madrid que se celebra en los Teatros del Canal, la artista argentina ofrece dos recitales (11 y 12 de diciembre) en los que recorre algunos de los hitos de su fulgurante carrera (Evita, Piaf) y muestra su faceta de cantante solista.

    Vista de cerca, aún sorprende y admira más que contemplada en escena: su cuerpo es pequeño, su mirada muy profunda, su sonrisa inacabable, sus manos dibujan sensaciones, perspicaz, pizpireta, inquieta, atenta con el que tiene enfrente, sin consentirse ni un atisbo de soberbia (y tendría motivos más que sobrados para ello), artista de raza, intérprete versátil, poseedora de una de las voces más potentes y capaces que puedan resonar en cualquier coliseo, una garganta prodigiosa que envuelve, acaricia, cautiva incluso en la conversación más trivial aunque, por mucho que ella así lo pretenda, nada lo es cuando Elena Roger está cerca. Esta argentina de cuarenta años se ha convertido por derecho propio en una de las reinas del musical y lo más estimulante es que esa es, tan sólo, la punta del iceberg de sus múltiples talentos.
   PREGUNTA.- De nuevo en Madrid, y eso que no fuimos muy generosos contigo…
   RESPUESTA.- Sí, ya hace cuatro años que trajimos Piaf… Estuvimos muy poco tiempo, ¡y eso que veníamos de estar llenando en Buenos Aires! Pero reconozco que llegamos en un mal momento: empezaban a sentirse los efectos de la crisis económica y, para colmo, tuvimos que competir con el Mundial de Sudáfrica… De hecho, decidimos mantener la representación el día de la final y nos encontramos aún con menos público del habitual pero, es parte del misterio del teatro, nos entregamos con más pasión que nunca y el público respondió con creces: ¡Fue emocionante verles aplaudir con energía, con deleite, festejando el espectáculo en lugar del triunfo de España! Y por eso me he animado a volver, no me he podido resistir al reencuentro con esos espectadores que terminaban la función puestos en pie y a buscar a otros nuevos; al margen de que si te lo pide Tino Patalano, uno de los empresarios más generosos del mundo, sólo puedes decirle “sí” para devolverle algo de la confianza que pone en ti (Patalano es el director del Teatro Maipo de Buenos Aires, nombre imprescindible para hablar del mundo del espectáculo en Argentina).
   P.- Y en esta ocasión llegas ante el público sin un personaje en el que escudarte…
   R.- Sí, es algo que adoro porque a veces me siento como en el living de mi casa, tranquila, sin presiones; no reniego de lo hecho, todo lo contrario, la prueba es que me transformo en Mina, Evita y Piaf durante el recital, pero me encanta no estar escondida detrás de una careta.
   P.- Ana Belén dice que se siente más libre cuando da un concierto porque puede ser más ella, sin depender del personaje…
   R.- ¡Eso mismo! Para mí, es un encuentro de personas, no hay personajes, sólo los tres o cuatro minutos de cada canción y es fantástico poder pasar por clímax muy diferentes casi sin solución de continuidad; son conciertos, aunque en realidad me gusta más llamarlos recitales para resaltar lo íntimo, lo cercano, son, como decía, recitales que no están completamente armados, que surgen espontáneamente, que dependen de las vibraciones del público, de mi propia intuición… Me entusiasma poder abrir el abanico, variar tonos, mostrarme ecléctica… El único defecto puede ser que canto demasiado y hablo poco, jajaja…
   Aunque fue una revelación mundial cuando Andrew Lloyd Webber la escogió para protagonizar la reposición de Evita en Londres (personaje que repitió en Broadway compartiendo honores con Ricky Martin), Elena Roger ya era muy popular en su país por haber participado en Los Miserables, La Bella y la Bestia y muy especialmente gracias a Mina… che cosa sei?, por el que obtuvo su primer premio ACE (el segundo le fue otorgado por su trabajo en Piaf).
   P.- ¿Cómo sienta lo de ser profeta en tu tierra?
   R.- El caso es que la prensa argentina no lo ve de esa manera o, al menos, no creen haberlo propiciado porque últimamente siempre hay alguien que me pregunta “¿te sientes mal porque no te dimos bolilla hasta que triunfaste fuera?”. Yo no siento que haya sido así, de verdad, aunque es cierto que en Argentina se está muy pendiente de lo que pasa fuera, se ignora a grandes artistas hasta que trascienden, pero no creo que hayan sido injustos conmigo… Lo de Broadway provocó que fuesen a verme muchos más argentinos que en Londres, aunque imagino que tuvo mucho que ver que actuaba con Ricky Martin, pero al margen de eso creo que he tenido una evolución natural: he ido ganando público, encontrando mi espacio, conquistando nuevos corazones.
   P.- ¿Cómo afronta una argentina encarnar a Eva Perón?
   R.- Igual que a Edith Piaf o a Mina: tratándola como una persona, que es lo que era; no se puede ignorar su carácter de mito, claro, pero para poder darles vida hay que ir a la médula, a lo básico, a lo que importa, sólo desde ahí puedes defender tu personaje. Lo más curioso es que había argentinos que me decían “así es como pasaron las cosas” y otros se enfadaban “pero todo esto es falso” y en ese equilibrio, precisamente, es donde debe situarse el intérprete: comprendiendo a la persona con sus luces y sus sombras.
   P.- Eres una cantante versátil y políglota: al margen de en tu idioma materno, has interpretado en inglés, francés, italiano, en la lengua Rapa Nui para un tema de Tiempo mariposa. ¿Cómo es lo de cantar en otro idioma?
   R.- La verdad es que es algo que me sale mecánicamente, es decir, soy consciente de lo que estoy cantando, sé las emociones que quiero imprimir, comprendo la letra pero, aunque pueda sonar extraño, me sale sin pensarlo, como algo que tuve que aprender primero y va fluyendo. En español es otra cosa porque las palabras me son propias, las siento como mías, las matizo mucho más; me gusta poder cantar en diferentes idiomas pero, sin duda, estoy más cómoda cuando lo hago en español.
   P.- Elegiste las canciones de tu último trabajo mientras estabas embarazada…
   R.- Sí, fue una búsqueda un tanto mágica porque todo dependía de las emociones y sensaciones de cada día, por lo que me transmitía mi hija: ha sido un embarazo muy deseado, quería ser madre junto al hombre que amo (el también actor Mariano Torre), y me apetecía vivir esta transformación eligiendo un material que sirviese para definirme, palabras y mensajes con los que identificarme y presentarme ante los demás.
   P.- ¿Ha cambiado la maternidad tu manera de cantar?
   R.- ¡Lo ha cambiado todo! Aunque pueda sonar tópico, percibo que algo se ha transformado en mi interior; como digo, fue algo muy premeditado, pensé que era el momento idóneo para cerrar una etapa, contactar con mi interior, abrir nuevas ventanas, y, en ese sentido, me parece que el propio disco es un reflejo de lo que viví porque fue una auténtica gestación, también lo di a luz y ahora puedo defenderlo como merece. Cuando canto algún tema de Tiempo mariposa tengo muy presente a mi hija porque recuerdo cómo me ayudó en la elección y toda la ilusión que me transmitía, ilusión que sigue viva en cada recital.
   Avisan a Elena de que debe posar para una foto con los otros artistas que participan en el ciclo, pero pide tiempo para una pregunta más, hace sentir cómodo al interlocutor, se preocupa por él y afirma que debemos hablar más de teatro en otra ocasión, ella que ha trabajado en dos de las escuelas interpretativas más brillantes que encontrarse puedan: la inglesa y la argentina. “El teatro que he visto en Londres no lo veré jamás en ningún otro sitio, aunque en Buenos Aires tampoco sean mancos… ¡Pero si tuviésemos la plata de allá seríamos mucho más felices y aún podríamos hacer mucho más!”. Ella, con su presencia escénica, con su voz poderosa, demuestra, no obstante, que el arte no es cuestión de presupuesto sino de talento.