Conocí a José Calvo Poyato con motivo de una entrevista por su novela El ritual de las doncellas hace ya unos
cuantos años (tantos como siete: aún trabajaba con Beatriz Pécker, Pablo ya
vivía en Madrid, impartía uno de los módulos de un curso de radio junto a Rocío,
no conocía a gente con la que luego me tropecé, sin duda era una muy buena
época). Lo cierto es que fue de esas ocasiones en que comienzas un libro por
obligación, para preparar la conversación, como ejercicio fundamental de
documentación, y lo terminas casi de una tacada por lo emocionante, lo
interesante, lo regocijante, lo revelador; al revés que en la famosísima saga
del capitán Alatriste que Pérez-Reverte utiliza para dar rienda suelta a sus
obsesiones, sus querencias, sus aborrecimientos, en la que el escenario y los
personajes son una mera excusa para el supuesto lucimiento del autor, al
contrario que en los libros de Luis García Jambrina en los que pesa demasiado
el afán divulgador (poco tamizado por el tono adecuado para un docente, para
alguien que sabe combinar erudición, lo que es objeto de estudio con lo
divertido, con lo que abre ganas de aprender), Calvo Poyato apareció ante mis
ojos como la mixtura deseada entre una apabullante documentación, un exhaustivo
conocimiento acerca de lo que narraba y el gusto por la fabulación, primando la
novela sobre los datos innecesarios, las prolijas enumeraciones, los textos que
descubrí firmaba como historiador en los que no se permitía ni una licencia
literaria (y, por otro lado, qué bien se leen gracias a su facilidad de
expresión y a su deseo por comunicar y estimular). Desde ese momento, desde
aquella primera vez, tengo el placer de compartir una amistad fraguada a base
de unos cuantos encuentros (él vive en Córdoba), siempre en torno a la
promoción de un nuevo título, encuentros muy sustanciosos, que dan para mucho,
en los que hablamos sobre muchas cosas, fundamentalmente sobre el contenido de
la novela que corresponda, pero que con su diálogo ágil, su verbo siempre
dispuesto, su gracejo andaluz y mi sempiterna curiosidad nos llevan a
entrelazar asuntos dispares, en apariencia muy alejados del tema central.
Hace poco regresó a Madrid para presentar Mariana, los hilos de la libertad (publicado en Plaza y Janés, al
igual que gran parte de su producción) y tuvimos ocasión de compartir charla,
ponernos al día, analizar el desolador panorama cultural, social y periodístico
en que estamos inmersos, pero también tuvimos tiempo para mantener nuestro
ánimo en lo más alto, tomando ejemplo de personas que no dudaban en jugarse en
la vida con tal de conseguir que la libertad, el respeto, la convivencia,
fuesen palabras llenas de contenido que cobrasen la fuerza y la realidad
necesaria. Aunque es cordobés de pura cepa y de corazón, Calvo Poyato reconoce
que, de una manera u otra, tenía que llegar a Mariana Pineda y a Granada: “Es
un escenario que no me da ningún problema, todo lo contrario: me hace evocar
mis años como universitario, lo que recorrí, curioseé, anduve y, por supuesto,
era lógico que llegase a una heroína andaluza, no podía ser de otro modo”,
puesto que afirma que “aunque los puristas dirán que no puedo llamarla de ese
modo” quería concluir una trilogía iniciada con La dama del dragón, sobre Caterina Sforza, continuada con El sueño de Hipatia, en torno a la
matemática y astrónoma griega, y rematada ahora con esta novela: “Sé que no es
una trilogía al uso, sólo por su tema central, pero me gusta verlas en
perspectiva y puestas en común: son tres mujeres que, podemos decirlo así, no
aceptaron el corsé que la sociedad de su tiempo quería imponerles y, de una
manera u otra, hicieron avanzar el mundo”. Aunque el historiador y novelista
está especializado en el tránsito del XVII al XVIII, en el cambio de dinastía
reinante que vivió España en ese momento, aunque ese fue el objeto de su tesis,
sus inquietudes y su instinto de narrador le han llevado a ampliar horizontes,
a buscar la historia que le impulsase a narrar, “esa que tuviese interrogantes
que, ya que no resuelve la Historia, con mayúsculas, puedan ser despejados en
la novela, sin engañar al lector, apoyándose en documentos, en investigaciones,
pero escalando los muros ante los que la objetividad y el rigor se dan de
bruces”; “no me canso de decir a mis alumnos lo apasionante que es el siglo
XIX, incluso algunos se extrañan de mi insistencia teniendo en cuenta que el
periodo en que me especialicé es anterior, pero es inevitable volver a él”.
Y a ese XIX regresa (su anterior título, Sangre en la calle del Turco, se centraba en el asesinato de Prim
-1870-), en concreto a la Granada de los años 1828 a 1831, cuando el
absolutismo de Fernando VII se hacía patente con un rigor desmedido, acallando
cualquier mínimo conato de protesta con pena de muerte, el caldo de cultivo
para las Guerras Carlistas, el momento en que una mujer se erige como icono y
referente en la lucha por la libertad, en ejemplo de fidelidad a una causa, en heroína
por aceptar su destino y negarse a delatar a sus compañeros. “Desde siempre
hubo un empeño, loable sin duda, de convertir a Mariana en un personaje del
pueblo, en una de los nuestros, y eso no es malo, pero en ocasiones se ha manipulado
o tergiversado un poco quién era ella, incluso restándole elementos que aún la
engrandecen más: por eso me empeño en llamarla siempre Mariana de Pineda, haciendo hincapié en la
preposición, dejando claro que era aristócrata, aunque menor, y que por eso
ella no borda banderas, ya que no le corresponde, lo que no le resta ni un ápice
de señorío ni de entrega”; cuenta el autor que, cuando propuso el tema a su
editor, David Trías, éste le dijo que ya había muchas novelas sobre el tema y,
con su retranca andaluza (siempre elegante, pero notoria), Calvo Poyato le
pidió que las buscara: “Se han trazado muchos perfiles, bastante alejados de
los hechos reales, pero sorprendentemente los novelistas no se habían fijado en
ella. Cuando David me reconoció que la búsqueda había sido infructuosa, me puse
a la tarea”. No cabe duda que Mariana nos resulta muy popular, “es el éxito de
ese afán por hacerla cercana, que lleva a que la plaza que se le dedicó en
Granada se conozca sólo como "la" Mariana”,
y que todos tenemos en la cabeza la del drama lorquiano, la de las coplas, el
rostro de Pepa Flores en TVE, “y de todo eso quise alejarme para situar al
personaje en su época y momento, aunque la fuerza de Lorca es imbatible y la
mirada de Pepa Flores irresistible”.
Con su pericia habitual, Calvo Poyato inventa una trama detectivesca (la
propia Mariana descubre uno de los cadáveres) que se integra a la perfección en
las intrigas políticas, en los planes para la rebelión, en lo que sucedía en
este país, trama en la que los personajes reales se mueven con verosimilitud y
desvelando aspectos desconocidos de su personalidad: “Siempre hay que mantener
el equilibrio entre el historiador y el novelista, pero teniendo claro cuál es
el género en el que uno se está moviendo; por eso siempre incluyo una nota en
la que presento el texto como obra de ficción, aunque cuido mucho los detalles
para que, más allá de lo obvio, o sea el asesino en serie que siembra el pánico
en Granada o los lances amorosos que son la columna vertebral del relato,
resulte difícil discernir qué inventé y qué no. Además, hay que tener en cuenta
que el final de esta historia es muy conocido y, por lo tanto, hay que utilizar
trucos legítimos de novelista para que el volumen no se caiga de las manos”. Y
como es norma habitual de la casa, diríase que uno entra en la máquina del
tiempo porque el autor cordobés reproduce costumbres, modismos, ambientes del
momento con suma facilidad para que comprendamos aún mejor los comportamientos
de los personajes, sin detenerse en lo superfluo, haciendo avanzar la acción y
al mismo tiempo presentándonos un vívido retrato, un fresco en el que la época reconstruida
cobra vida: “Es una de las tareas más complicadas en cada obra: conseguir que
la ambientación responda a los movimientos de los personajes y que sea algo
natural hablar, como aquí, de los bandoleros o del germen del carlismo y, por
otro lado, que los personajes inventados tengan la misma fuerza que los reales.
¿A quién pones al lado de Mariana, de Burel, de Pedrosa? Visto ahora, quedo
satisfecho, pero ir trenzando todo me dio bastantes quebraderos de cabeza”.
Puesto que hemos hablado de trilogías, le recuerdo su promesa de un
tercer volumen con Pedro Capablanca, el pesquisidor, como protagonista (y con
Fray Hortensio, por supuesto), y él afirma que cumplirá con ello, pero resulta
que “en Córdoba me echan en cara que, habiendo nacido y residiendo en una
ciudad sumamente literaria, siempre me vaya fuera para escribir y reconozco que
nos le falta razón, tal vez debo fijarme en los Fernández de Córdoba, en los
siglos XV y XVI: ¡Imagina una novela con el Gran Capitán!”; y, además, resulta
que al comentarle que me divierte cómo aparece en Mariana, los hilos de la libertad la famosísima madre de Eugenia de
Montijo, María Manuela Kirkpatrick (esa que abría y cerraba su abanico malva
mientras trazaba el destino de sus hijas, según decía la copla), Pepe (al final
tenía que salirme llamarle así) se regocija porque le hace pensar en el duque
de Montpensier, al que ya utilizó como secundario en su novela sobre Prim, “y
que no ha sido explotado como merece en la ficción”. Por lo tanto, parece que
aún habrá que esperar para reencontrarnos con nuestro pesquisidor favorito
(nacido, por cierto, en El manuscrito de
Calderón), pero al menos tenemos la buena noticia de que proyectos no
faltan en la mesa de trabajo de José Calvo Poyato.