martes, 4 de noviembre de 2014

UNIDOS POR UNA GABARDINA



  



 Si se trata de evocar a cierto personaje, ¿cómo no tararear aquella ingeniosa y certera letra, la segunda sevillana de la en su momento popularísima composición de Pepe da Rosa conocida como Los cuatro detectives? Como en otras afortunadas ocasiones, el humorista ponía su atención en lo que tenía éxito en la pequeña pantalla (con el tiempo pasarían por su peculiar, jocoso y pegadizo sentido del humor el mítico J.R. –incluso lo parodió en dos películas- y el resto de la familia que protagonizaba Dallas o aquellos lagartos extraterrestres que paralizaron el país durante varios sábados con la serie V) y glosaba entre palmas y jaleo las andanzas de cuatro investigadores que tenían un amplio número de seguidores y maneras muy particulares de afrontar las pesquisas necesarias para resolver el misterio planteado al inicio de cada episodio: Kojak, Colombo, McCloud y Banacek –aunque, siendo sinceros, este último, a pesar de estar encarnado por George Peppard, aumentó su fama gracias a que el sevillano lo incluyó, tal vez para poder hacer el baile completo, en su letrilla triunfal-, cuatro personajes que nunca coincidieron en pantalla –a no ser que haya por ahí un crossover que yo desconozca, que todo puede ser-. Pero, como digo, nos quedaremos sólo con uno, con la gran creación del no menos portentoso Peter Falk, el teniente Colombo al que da Rosa retrataba así: “El pobre tiene cara de aburrío / y llega con colilla y encogío. / Pregunta por el dueño de la casa / y luego que le cuenta lo que pasa / no queda convencío. / Se pone a rastrear, que no se fía, / igual que un perro en una cacería, / se mete por el ojo de una aguja, / se fija en una simple tontería / y da con el granuja”. Y lo cierto es que ese es el método anárquico (aparente oxímoron que Colombo transforma en real y efectivo) de este teniente que parece a punto de dormirse, descuidado y desastrado, cabezota, risible, torpe, en realidad observador de precisión, detector de la perturbación más mínima, del detalle inapreciable, poseedor de un olfato capaz de percibir las anomalías imperceptibles, sabueso que enreda al asesino para que se delate él solito; desde bien pequeño ha sido uno de mis favoritos, contagiado por el entusiasmo de los tíos (aquí no había discrepancias), predilección a la que se sumaba el hecho de que la hermana de su doblador (el fantástico Jesús Nieto, quien también fuese la voz de Lou Grant, el que sería escogido por el mismísimo Steven Spielberg para interpretar en castellano a Anthony Hopkins en Amistad –lo único reseñable del film-) era una buena amiga de la familia: no hace mucho he repasado (en realidad, por los años transcurridos, descubierto) la segunda temporada de la serie, una de las pocas por no decir la única que veo doblada para deleitarme con el modo en que Jesús recrea, reproduce, capta, hace su propia interpretación de la ronquera de Peter Falk, interpretando, aportando, respetando y, precisamente el día en que vi el último capítulo, tuve oportunidad de conversar con Clara Peñalver y de compartir entusiasmo por el detective Colombo.
   Aquellos que conocieran a Ada Levy en Cómo matar a una ninfa están de enhorabuena porque Debolsillo presenta un nuevo título con ella como protagonista, la ciertamente adictiva El juego de los cementerios, título que consolida a Clara Peñalver como autora con universo propio, como escritora que sabe imprimir su sello a las convenciones necesarias en el género, a alguien que no lo malea, lo distorsiona, lo utiliza como excusa, sino que demuestra conocerlo, quererlo y le aporta nuevos bríos. La joven escritora (es tan sólo su tercer título publicado y, para un dinosaurio como el que suscribe, Clara es insultantemente joven –le llevo trece años, ustedes dirán-) dio vida a Ada sin pensar que el interés de los lectores le haría regresar a ella tan pronto, “de hecho, me planteé la primera como una novela suelta, como única, aunque en mi fuero interno estaba la intención de que el personaje pudiese madurar, desarrollarse, ayudándome en mi trayectoria, porque la concebí como línea de crecimiento y por eso tiene tantas carencias emocionales, es una persona con demasiados cabos sueltos: necesita madurar, por eso es tan estridente, tan alocada, un poco como Colombo que saca de quicio a cualquiera pero consigue su objetivo” (y aquí nos detuvimos a echar unas risas y a comentar algunas jugadas del detective televisivo); aunque puede leerse con independencia y sin conocer lo sucedido en la novela anterior, El juego de los cementerios viene a completar, resolver, ampliar, ahondar en las personalidades presentadas en Cómo matar a una ninfa, el particular laboratorio de pruebas de esta bióloga transformada en escritora… o al revés: “En realidad, como tantas veces, lo que primero nació fue la niña con inquietudes literarias: ya con sólo 13 años emborronaba hojas, jajajaja. Pero no reniego de mi carácter de bióloga, es lo que soy por elección, y fue una carrera que me enseñó mucho, que me formó, que ha determinado mucho más de lo que pueda pensarse mi manera de escribir”. Al margen de la evolución de sus caracteres y de la complejidad argumental en lo que a emociones se refiere, el máximo acierto de Clara es cómo envuelve al lector desde los primeros compases de la narración, especialmente con el gran hallazgo que supone el hecho que da título a la historia, es decir, el propio juego de los cementerios, el hallazgo que inquieta a Ada, la circunstancia que la empuja a meterse en la boca del lobo (algo, por otro lado, a lo que ella tiende casi como modo habitual de comportamiento): “Lo cierto es que ese escenario, los cementerios, andaba dando vueltas por ahí desde hace tiempo, lo mencionaba de pasada en mi anterior novela, el germen ya estaba porque iba rumiando la idea de crear un asesino en serie lo más potente posible y pensé que nada mejor que ocultar sus crímenes en medio de tanta muerte. Y luego está nuestro paisaje, fecundo en cementerios pequeños, con esa aureola entre romántica y morbosa, por un lado son atractivos, por otro sobrecogen, y hay tantos abandonados en los que cualquiera puede colarse… bueno, por ahí empecé a tirar del hilo y mira en qué jaleo metí a la pobre Ada, jajaja”.
   Clara Peñalver escribe muy pegada a la realidad, siguiendo de alguna manera y a su modo la senda de los magníficos autores que transformaron y lo siguen haciendo el género negro en cualquiera de sus variantes en algo netamente español, actualizando y bebiendo de Vázquez Montalbán, Giménez Bartlett, González Ledesma y otros tantos, sin perder el ritmo, sin descuidar la tensión, plegándose al esquema de lo que se entiende por novela policiaca (sin que eso suponga un demérito o una pérdida de identidad), pero aportando una nueva mirada, otros escenarios, tan reconocibles como aquellos en los que investigan Héctor Salgado, Lic Salinas o Bevilacqua y Chamorro, las criaturas de Toni Hill, Pedro Casals y Lorenzo Silva: “Me obsesiona el realismo, especialmente en lo que a emociones se refiere, por eso me resulta más fluido escribir en primera persona, para poder encauzar desde el personaje lo que siente. Y en cuanto a la verosimilitud de la historia, lo más complicado es insertar a una detective privado ya que, como se explica en la propia novela y esa circunstancia provoca que la trama se construya de cierta manera, en España los detectives privados no pueden investigar delitos, no tienen competencias. Pero no hay mal que por bien no venga porque así tengo a Andrea para que cubra ese hueco y al tiempo amplío el abanico de personajes y de traumas porque, lo reconozco, todos están muy tocados emocionalmente”. Y es precisamente esta particularidad la que más enganche provoca en el lector, ya que, sin perder de vista el misterio de las lápidas iguales y los interrogantes que la propia investigación va ampliando en lugar de resolviendo (al menos durante el tiempo necesario para el conveniente despliegue de la historia), el modo en que Ada, Andrea, Hugo, Enrico, Carmina o Flor van abriéndose ante nuestros ojos aporta interés, ganas de saber más, nos sacude al diseccionar miedos, obsesiones, ausencias, debilidades que todos hemos tenido, tenemos, tendremos o reconocemos a familiares, conocidos, amigos, personas como nosotros: “El recurso de que la novela esté escrita a instancias de su psicóloga, el hecho de que hable de lo que ya pasó, me ayudó para colocar a Ada en la posición en la que me parecía más atractiva, es decir, en el momento en que cree haber tocado fondo y se da cuenta de que no puede afrontarlo sola, que necesita ayuda, o sea, como cualquiera por mucho pudor que nos dé reconocerlo. Y en ese sentido, tanto para mí como autora como para los lectores fieles, también quería dejar resuelto el pasado de Enrico, que Carmina pudiera explicarse o entrar en el proceso de duelo en que se enroca Flor, un personaje que me toca muchísimo porque la tengo cerca, la conozco y es que necesito creerme la historia, tocar tierra, es la manera en que me enfrento al texto”.
   La auténtica columna vertebral de El juego de los cementerios es la relación entre Ada y Hugo, esos personajes que duelen por lo mucho que se aman y lo poco o mal que saben expresarlo: “Hugo es mucho más maduro que Ada, incluso demasiado, por eso es incapaz de gestionar su amor, se ve impotente, no logra acertar, mientras que ella no sabe cultivarlo, lo descuida, lo da por hecho”; es una pareja que vive en un permanente callejón sin salida y que, en realidad, están condenados a no entenderse, a manejar códigos antagónicos, a vivir en permanente inestabilidad, por mucho que se idolatren, se deseen, se adoren: a la larga, sólo son capaces de hacerse daño, de vivir en un círculo vicioso que les destruye, echándose de menos hasta el delirio, faltándoles el aire ante el profundo acantilado que los separa, buscándose en cada respiración, pero teniendo que afrontar que la convivencia, la simple cercanía, es nociva, asfixiante, letal. Es por todo eso, por ese viaje al epicentro del corazón, por lo que uno termina El juego de los cementerios preguntándose si sabremos más sobre Ada Levy, si Clara Peñalver ve ahora más factible el hecho de que ha nacido una serie, y resulta que la autora puede responder a esa inquietud al tenerla delante: “Como te decía, necesito a Ada para seguir aprendiendo y puedo prometer que, al menos, va a haber una novela más, aunque tengo muy claro que para ella pueda madurar de verdad necesitaría como mínimo dos”. Estaremos muy atentos a sus próximos movimientos.