viernes, 13 de febrero de 2015

FE EN LA RAZÓN (O LA RAZÓN DE LA FE)






 Podríamos comenzar recordando a Fray Luis de León, aunque en nuestro caso sólo tenemos que remontarnos a unos cuantos días atrás y la elipsis, el paréntesis que elimina el tiempo o al menos lo reduce a su mínima expresión no oculta tristes años ni acusaciones falsas ni latigazos de envidia ni tanta miseria humana contra la que tuvo que pelear el insigne humanista, el esplendoroso poeta, el asceta que tenía todo el derecho a despreciar el mundanal ruido; basta con buscar el texto que estará debajo de éste, la anterior entrada del blog, para volver a entrar en el territorio de Ionesco, en lo vivido y experimentado viendo Rinoceronte en el María Guerrero, y evocar uno de los momentos finales, cuando el protagonista ha visto satisfechos y correspondidos sus deseos, cuando se oculta con la mujer amada lo más lejos posible de la insólita epidemia que asola la ciudad, felices y egoístas como sólo pueden serlo los enamorados, cuando su manera de encarar lo que está sucediendo comienza a divergir, él apela a la razón, así, con artículo determinado, casi con mayúscula, y ella le replica que por qué la denomina de ese modo, por qué no acepta que las hay diversas, que todo es susceptible de seizado desde una perspectiva distinta, que lo peligroso, lo que provoca enconamientos, discusiones, enfrentamientos, ataques, guerras, atentados, es considerarse por encima de los demás, poseedor de la única verdad posible, del único credo verdadero, atribuirse facultades divinas, no argumentar ni razonar más allá de enarbolar la bandera fanática de lo que se defiende como única verdad, discurso heredado y en tantas ocasiones tergiversado, manipulado, mal transmitido, peor asimilado. Y esa dialéctica entre el intento por comprender, la necesidad de analizar, la vocación por estudiar y aquello que se considera/llama/venera como cuestión de fe, que se presenta como algo inobjetable, que se da por bueno, que se convierte en guía sin discusión es la que articula el muy interesante montaje que puede verse en la sala pequeña del Teatro Español hasta el próximo 22 de febrero: La sesión final de Freud de Mark St. Germain, dirigida por Tamzin Towsend e interpretada por Helio Pedregal y Eleazar Ortiz (producción de la Fundación UNIR -Universidad Internacional de La Rioja- que, bajo el lema "El teatro como lugar de encuentro", auspicia, propicia, posibilita, consigue que textos, espectáculos, proyectos se transformen en realidades y el hecho teatral continúe siendo algo vivo, estimulante, enriquecedor, cautivando a espectadores convencidos y a los nuevos que se aproximan).
   Justo el día en que empieza la que será conocida como Segunda Guerra Mundial, un Sigmund Freud muy mermado por el cáncer, aquejado de dolores agresivos y casi constantes, sufriendo estragos físicos que convierten el mero ejercicio de conversar en un suplicio, apurando sus últimos momentos de vida (la invasión de Polonia tuvo lugar el 1 de septiembre de 1939 y el fallecimiento del padre del psicoanálisis sucedió el 22 de ese mismo mes), recibe en su despacho a C. S. Lewis, profesor, estudioso, escritor (cuya obra más popular a nivel mundial será el ciclo conocido como Las crónicas de Narnia, que no comenzará a publicar hasta 1950), declarado ateo hasta que en 1931 se convirtió al cristianismo; cualquiera que conozca aunque sólo sean tres o cuatro lugares comunes sobre Freud podrá anticipar la colisión inevitable que se establece entre ambas personalidades, la incomprensión que cada uno siente hacia el otro por mucho que ambos sean dos mentes brillantes, analíticas, precisas, metódicas, por mucho que Lewis explique su proceso, no lo reduzca a una iluminación, a una caída de caballo, sino a una evolución, a un ir buscando respuestas, a un ansia por asimilar y comprender los porqués de lo que sucede, a un anhelo de calma para su desasosiego casi permanente, por mucho que Freud se empeñe en aplicar la lógica incluso cuando ésta resulta reduccionista o inconveniente, cuando se emplea en un tono tan categórico e impositivo como el de su opuesto, cuando arrasa con todo lo que no puede reducir un examen exhaustivo y que despeje todas las incógnitas, cuando no se acepta esa zona oscura, esa penumbra, esa nebulosa que implacable pero necesariamente rodea en tantas ocasiones el transitar por estos pagos. Con un pulso dramático muy medido en el texto que la directora ha sabido respetar con tino y fortuna, Freud y Lewis interpelan al público sin que sea necesario haberles leído mucho o poco, sin trivializar sus figuras, porque lo que interesa es plantear ciertos interrogantes, invitar al debate, a la conversación, al diálogo, no convencer de nada, asomarse al alma de estos pensadores, motivar que se quiera saber más sobre ambos, presentarlos en su faceta más humana e íntima, abocados a la tragedia, supervivientes ambos de las propias, con un equipaje demasiado pesado a cuestas; la función no toma partido por ninguno y, del mismo modo, como mero ejercicio teatral, el espectáculo se presenta perfectamente equilibrado porque sus dos intérpretes saben mantener la tensión requerida y se complementan a las mil maravillas, ajustándose, amoldándose, ayudándose, sin querer destacar sobre el otro, comprendiendo que el conjunto no puede resentirse, creando una extraña unidad que habría que decir como un solo nombre, sin conjunción copulativa, aunque, por otro lado, es justo que se haga hincapié en cada uno para que aquel que aún no lo haya hecho memorice las identidades de estos actores, nombres recurrentes en el panorama teatral, siempre efectivos, todo un ejemplo de oficio y profesionalidad: Helio Pedregal y Eleazar Ortiz son, respectivamente, Sigmund Freud y C. S. Lewis.
   Si el primero es un rostro bastante conocido (aunque, por desgracia, suele ocurrir que no muchos le ponen nombre a las primeras de cambio), todo un camaleón poseedor de registros muy diversos, el segundo es un buen conocido del espectador teatral inquieto y atento, una presencia ciertamente constante en nuestra escena, un trabajador infatigable que no ceja en su empeño, un enamorado de las tablas a las que, por fortuna, ha podido dedicar todos sus esfuerzos (y en esta ocasión es algo que puedo afirmar muy de primera mano, puesto que conocí a Eleazar Ortiz hace ya bastantes años, cuando comenzaba, pertenecimos durante tiempo al mismo grupo que salía de fiesta, que compartía intimidad, nos movíamos en los mismos círculos, y he tenido pruebas de su tesón, su entrega, su pasión, sus ganas, su talento). Conversamos telefónicamente y se le nota satisfecho por el trabajo (la función se convirtió en un éxito casi desde el mismo día del estreno, agotando las entradas a gran velocidad) pero habla con su prudencia y humildad habituales: “Sí, es verdad que ha sido todo muy rápido, que nos ha pillado por sorpresa, pero debe ser que el nombre de Freud siempre llama la atención, nada más”. Él, como ya se ha dicho, da vida a C. S. Lewis, un personaje al que todo el mundo imagina con los rasgos de Anthony Hopkins gracias a la magnífica película de Richard Attenborough Tierras de penumbra (formando un dúo absolutamente magistral con una inmensa Debra Winger), al que sabe evocar con facilidad y sin imitarlo, recogiendo el aire, la presencia, aunque de un modo diferente ya que, para empezar, faltan trece años para llegar al periodo de su vida reflejado en pantalla: “Yo, como los demás, conocía sólo a Lewis por la película, claro, y como autor de lo de Narnia, aunque eso ayuda poco para construir el personaje. Esa era la mayor dificultad y, en parte, también la mayor libertad: Freud es el conocido, en el mundo hispanohablante no se sabe quién es Lewis, no nos engañemos, y por lo tanto mi cometido era hacerle visible, darle forma”. Y es un placer ver cómo sus movimientos responden a la imagen de lo que nos parece debe ser un profesor de Oxford, un inglés ceremonioso, de maneras suaves y educadas, todo un gentleman: “Tamzin dijo desde el primer momento que el personaje era para mí porque parezco más británico que ella, ¡que incluso le da vergüenza que eso pase, pero que es la verdad!”.
   Con el indudable determinismo que caracteriza a parte de sus escritos, reduciendo la psique humana a esquemas en ocasiones muy simplistas (o ampliamente superados), Freud no puede evitar practicar el psicoanálisis sobre Lewis, quien sabe replicar con agudeza intelectual, con razonamientos mundanos, desmontando algunas de las afirmaciones de su oponente, viendo como las propias pueden ser fácilmente derruidas, incapaz de explicar lo que es demasiado íntimo, está demasiado profundo como para compartirlo, incluso para comprenderlo uno mismo (es precisamente por eso por lo que no se puede pretender catequizar a los demás, especialmente en lo que a lo espiritual se refiere: cada quien tiene su propia manera de verlo, de sentirlo, de conformarse, de rebelarse, de llamarlo); Lewis había combatido en la entonces llamada Gran Guerra, perdió de niño a su madre, la vida le seguirá zarandeando de manera un tanto cruel, él no dejará de refugiarse en Dios pero plantándole cara (como puede verse en el estremecedor texto Una pena en observación, escrito tras la muerte de Helen Joy Gresham, su mujer), no es fácil sintetizar el periplo vital, anímico, religioso, intelectual de este autor: “La fe no es certeza, claro, tampoco ciencia ni comprobación porque es eso precisamente: fe. Pero los que la sienten no renuncian a ella, parece que son más felices teniéndola ahí, recurren a ella cuando a otros no les queda nada”, afirma Eleazar, quien defiende esa faceta de su personaje, “comprendiendo sobre todo lo mucho que sufrió, el modo en que el cáncer siempre le persiguió para cebarse con los suyos. ¡Uno de sus compañeros estalló a su lado durante la Primera Guerra Mundial! ¡Cómo no va a temblar ante lo que está por llegar! A veces Freud le trata con demasiada displicencia, pero, bueno, él también le suelta varias que dan donde más duele: en el ego. Por eso hay un momento que llega a decirle que si quiere sustituirle en su propia consulta…”. Son muy de agradecer estos espectáculos que nos impulsan a conocer, a seguir pensando, a no reducir las emociones, las pasiones, las creencias a una frase hecha, a conciliar, a respetar, a tener fe en que siempre encontraremos razones para respirar.