Aunque el primer título que me vino a la mente cuando empecé a dar
vueltas al presente texto fue el que puede verse ahí arriba bien destacado,
debo confesar que durante su proceso de elaboración (transcribiendo la entrevista,
ordenando las notas tomadas durante la lectura del libro, dejándolo reposar
mientras cumplía con compromisos adquiridos con anterioridad -aunque, por
fortuna, en la mayoría de las ocasiones se convierten en disfrute lector y
periodístico- porque a pesar de no parecerlo este blog procura mantener un
cierto orden -uno bien particular, lo acepto, lo que no quiere decir que no
exista-) he experimentado en dos o tres ocasiones la tentación de cambiarlo por
Una madre bien vale una entrevista,
al fin y al cabo puede decirse que fue así como conocí a Jorge Luengo hace ya
unos cuantos años. En realidad, por supuesto, empecé a saber de él por su
faceta profesional, por su dedicación a
la magia, por su premio en la categoría de invención del Mundial de tal
disciplina celebrado en Pekín en 2009, motivo por el que apareció en algunos
medios casi simultáneamente y, como siempre me he sentido atraído y fascinado
por ese mundo en el que todo es posible, ese mundo siempre ilusionante y
sorprendente, pensé que podría ser un invitado perfecto para una de las noches
de agosto en que me hacía cargo del programa en solitario. Y la tantas veces
efectiva (y entusiasta y vitalista) Pilar Bobadilla le localizó y, puesto que
vivía en Cáceres, organizó lo que en la profesión se llama “un dúplex” (nuestro
modo de vida habitual en Afectos en la noche
con un servidor en Madrid y Silvia Tarragona en Barcelona), motivo que
obligó (por los horarios de los centros territoriales) a grabar su intervención
la tarde previa a su emisión. Cuando nos saludábamos antes de iniciar la
entrevista, Jorge me dijo que no hubiese podido negarse a la misma puesto que,
en cuanto le comentó a su madre que habíamos contactado con él, se reconoció
como oyente fiel del programa, le habló de mí y le dio un par de recados muy
cariñosos que aún me sonrojan (y, no se puede negar, me alegran y acarician el
ego, por más que lo tenga a buen recaudo -pero son muestras de que alguien
valora tu trabajo y eso es motivo de orgullo-); por lo tanto, siempre ha
quedado como broma particular que, de no mediar su madre, jamás le hubiese
entrevistado ni nos hubiéramos conocido (cosa incierta: él hubiese aceptado la
invitación igualmente, pero la ilusión -nuevo guiño al asunto que nos ocupa- de
su madre por escucharle en el programa le hizo poner fecha con celeridad y
buenísima disposición “porque si es el
lugar en que ella quiere que esté sólo puede ser benéfico” -o algo así,
cito de memoria y con la emoción del momento un tanto sublimada-).
Pero, aunque habíamos repetido experiencia y cruzado algún que otro
mensaje por las redes sociales, teníamos una asignatura pendiente que aprobamos
sin esfuerzo y con nota muy alta hace más o menos quince días cuando Jorge pasó
por Madrid presentado su libro Supertrucos
mentales para la vida diaria que ha publicado recientemente Temas de Hoy. No
es, como alguien podría pensar por el título (y aún más por la leyenda que
aparece en la portada Descubre de lo que
eres capaz), un libro que pueda (ni deba) inscribirse en el bochornoso espacio
cada vez más extenso, poblado y hasta hipertrofiado que tantos lugares en que
se venden libros reservan a lo que se denomina “autoayuda” (ya le dimos una
buena andanada hace poco cuando glosamos Dale
vida a tu cerebro de Raquel Marín, no merece mayor atención -y sí mucha
desatención-), tampoco es un manual para aprender a hacer magia (los magos
nunca desvelan sus trucos o al menos, es algo personal, no me gusta que lo
hagan: excepto alguna cosa concreta, rehúyo esos reportajes en que destripan
sus espectáculos y les quitan toda la emoción, el misterio, la ilusión), aunque
en sus páginas sí se comparten “algunos
de los secretos que usamos en nuestros espectáculos: creo que son útiles para
ayudar a utilizar el cerebro de una manera distinta, no sólo para recordar
mejor o crear nuevas redes neuronales, sino para poder cambiar nuestra manera
de sentir”. Si el currículum que presenta, ciñéndonos estrictamente al
mundo de la magia, apabulla (y más por su juventud y su carácter autodidacta),
el académico es igualmente admirable (posee tres ingenierías), en este momento
me gustaría hacer hincapié en su titulación como neuropsicólogo, puesto que
este saber recorre y alimenta su libro como ningún otro, base fundamental de lo
que estudia, analiza y concluye, formación que le ayuda a crear ilusiones, a
conocer a las personas para crear magia con y a través de ellas: “Con las herramientas adecuadas se puede llegar
a la otra persona y lograr nuestro objetivo, aunque sea en algo tan natural
como un hijo queriendo conseguir que el padre le deje llegar más tarde o ese
mismo padre intentando convencer al hijo de que la hora que él dice es la
adecuada. Y esas herramientas no son imponer, alzar la voz, amenazar: hay unas
palabras mágicas que si se saben utilizar allanan el camino. Y no es
manipulación, sino saber comunicar aquello que queremos, que se comprenda lo que
queremos decir sin posibilidad de error o mala interpretación”.
Jorge comienza el libro hablando de semántica, de los matices posibles de
la palabra “ilusión” y abunda en el tema durante nuestra charla: “En castellano, es una palabra positiva,
mientras que en inglés resulta negativa porque su uso más frecuente es para
referirse a lo que se percibe como un fraude. Yo creo que tendemos a decir
siempre “mago” porque es más corto, pero “ilusionista” me parece lo más preciso
y es algo que reivindico”. Aunque el DRAE, al definir “ilusión” utiliza en
un momento la palabra “engaño” (de los sentidos), es cierto que casi siempre la
utilizamos para hablar de aquello que nos motiva, que deseamos, que nos activa,
que nos invita a soñar; no importa, en el caso concreto que nos ocupa, que
sepamos que hay truco, que hay algo que se nos escapa, porque ahí es donde
reside la magia, en preguntarnos cómo ha sido posible lo que ha ocurrido
delante de nuestros ojos, en ser incapaces de repetirlo, en quedarnos
maravillados ante algo que no sabemos cómo calificar y, de nuevo, aparece la
semántica, el tono en que una palabra se pronuncia, lo que se pretende señalar
con ella: “En España, la palabra “truco” parece
avisar de una trampa mientras que “juego” tiene una connotación muy positiva;
en EEUU, ocurre lo contrario, sobre todo en Halloween, porque la frase que repiten
los niños es “truco o trato”, todo como diversión. Cuando explico esto, siempre
hay quien me pregunta por qué, entonces, he llamado al libro “supertrucos”, pero
existe un motivo inapelable: la editora elige el título, jajaja. Por otro lado,
se quiere señalar que existe una información con la que, si tú la conoces,
puedes hacer algo similar, hay un secreto que se desvela, es un truco para
poder negociar mejor con el jefe o para saber lo que la otra persona está
pensando”. Y esa es la característica más apasionante (y, si se quiere,
mágica) del libro, revitalizar, recuperar, hablar de, fijarse en saberes que no
deberían estar desterrados de la formación más básica, de lo que se imparte en
las aulas, de lo que toda persona tendría que aprender desde que empieza a
tener entendederas para ello. Porque, por encima de todo, Jorge Luengo habla de
oratoria, de dialéctica, de descifrar la comunicación no verbal, de persuasión,
de saber negociar del modo más ventajoso para nosotros, de conseguir del otro
lo que queremos, algo que hace el ilusionista sin que se note, nos camela, nos
envuelve, nos anonada, pero jamás nos sentimos engañados, manipulados,
obligados, anulados: “Con la magia busco
provocar dos emociones básicas: la sorpresa y la alegría. Si las consigo, en
realidad deben ir de la mano, todo lo demás viene rodado”.
En un momento dado, dice que va a ponerme un ejemplo de lo que cuenta en
el libro y que para eso debo pensar en una carta mientras saca la baraja de la
mochila, le pregunto que si española o de póker, “la que prefieras, pero dímela”,
“tres de corazones”, él me mira con estupor, me enseña el estuche (cerrado) que
sacó hace unos segundos, “es que creo que he cogido la española”, “¿digo otra?”,
“espera -extrae la baraja del estuche, efectivamente la que se ve es un caballo
de espadas-, porque tú has hablado -va extendiendo las cartas, todas de cara- y
ya hay una carta dada la vuelta y sería tan bonito que fuese el tres de
corazones” -que, obviamente, es-, miro sus manos como si fuese a encontrar la
solución en ellas, me río, aplaudo, el estuche ya estaba a la vista (y cerrado,
repito) cuando dije la carta, no entiendo nada pero soy feliz (adoro la magia,
más la de cerca, la que pasa por ti, la que se hace al lado) y él me dice que
en el libro hay claves para saber de qué manera (confiesa) me ha hecho pensar
en el tres de corazones que estaba dado la vuelta antes de que yo me sentase
frente a él: “Lo que pueden ser llamados
con propiedad trucos de magia, no desvelo ninguno: hablo de alguna de las técnicas
que utilizo para sorprender, se hacen guiños concretos aquí y allá, pero no es
un manual para ser mago, sino un libro con trucos mentales, esos que hemos
llamado supertrucos, cosas que se explican con sencillez y si las pones en práctica
te das cuenta de lo fácil que es hacerlo. No desvelo nada, repito, sólo pretendo
que la gente vea el trabajo que hay detrás de lo que un mago, un mentalista, un
ilusionista, cada cual que utilice la palabra que prefiera, hace en el
escenario y creo que así lo pongo en valor”. En ese sentido, uno ya viene
convencido de casa, viene seducido de antemano por la capacidad de profesionales
como Jorge Luengo (y encima siempre supera las expectativas), pero el libro
hace aumentar esa admiración y, además, permite el reencuentro, como se dije,
con algunas enseñanzas que no deben perderse o quedar en el olvido y con otras en
que no se profundizó lo suficiente en su momento (hablo de mis estudios
universitarios) o te hace caer en la cuenta de que, adaptándolas a ti, ya las
utilizas (lo que cuenta de la bandeja de spam es similar a lo que a veces he
hecho yo fingiendo mala cobertura, se me da muy bien hablar entrecortando
palabras y, así, la otra persona empieza “Óscar, no te oigo bien, no te muevas”
y, tras unos segundos, cuelgo impunemente y apago el móvil -ahora ya no podré
hacerlo más, al menos durante unos días, aunque tampoco utilizo demasiado ese
recurso, jajaja-; también los trucos nemotécnicos para no olvidar ciertos datos
-hoy mismo demostré y comprobé que dan buen resultado al decirle a mi sobrino
de tirón las 20 palabras que Jorge propone-). “Ya, ya, pero esto tiene truco”,
nadie lo niega, pero eso no impide que la magia exista, no en vano el DRAE también
la define como “encanto, hechizo o atractivo de alguien o algo” y tanto en
escena (o televisión) como en el cara a cara Jorge Luengo la posee por arrobas
y, encima, nos anima y ayuda a explotar la nuestra.