jueves, 7 de marzo de 2019

DE REPENTE... "SOMEWHERE FOR US"




   Tenía muchas ganas (siempre las tengo) de volver a escribir sobre teatro, de hablar de otra de mis grandes pasiones (tal vez un tanto escondida/arrinconada porque los libros inundan mi vida y este ángulo oscuro del salón y profesionalmente la mayoría de la gente me vincula, de un modo u otro, al cine), de ese amor que (también) comparto con Pablo y que, por desgracia (motivos económicos, simple y llanamente) no podemos gozar tan a menudo como antaño (si bien, por otro lado -y los que tienen a bien interesarse por lo que publico y cuento tanto cuando ejercía mi oficio como en estos años posteriores saben que llevo bastante tiempo diciéndolo, igual en lo que se refiere al cine, que no soy como la zorra de la fábula con las uvas-, escasean los espectáculos  -en Madrid, creo que se me entiende- que nos despierten interés, palpitaciones, alegría, babeos previos). Por fortuna, de vez en cuando tenemos la oportunidad (y el privilegio) de volver a ser espectadores de platea (o entresuelo, es lo mismo) y tributar una clamorosa ovación, experimentar la sacudida que provoca un texto (y/o partitura, como en este caso) que conmueve, emociona, implica, te hace vivir el arco emocional de los personajes, vibrar con la energía desplegada por intérpretes que deslumbran, cautivan, sumergen en la acción (sea esta la que sea), descubren aspectos nuevos sobre un clásico (algo extrapolable a directores y adaptadores, así como al resto del equipo que lo hace posible). Eso fue lo que sentimos con enorme viveza cuando, hace poco más de cinco meses, fuimos testigos de una de las primeras representaciones de West Side Story en el centenario Teatro Calderón (con lo que, además, sentimentalmente representa ese lugar para ambos en nuestro bagaje de espectadores), en una aparente reposición que en realidad podemos considerar todo un estreno puesto que, por primera vez en España, se representa íntegro el clásico original de Broadway (Ricard Reguant dirigió una estupenda versión en los años 90 del pasado siglo en la que, además, un servidor -e imagino que muchos más- descubrió al enorme Víctor Ullate Roche -ya sólo por eso sería memorable-, pero inspirada en la exitosa y no menos espléndida adaptación cinematográfica por la que, no podía ser de otro modo, Robert Wise y Jerome Robbins ganaron un Oscar compartido por la dirección del filme, respetando las decisiones tomadas en el guion que firmó Ernest Lehman, otro grande).

   A finales de agosto, coincidiendo con el primer centenario de Leonard Bernstein (en reclinatorio, por favor), los medios de comunicación (entre ellos, este humilde blog -gracias, Daniel Mejías y Jorge Ochagavía-) tuvieron ocasión de conocer algunos detalles del montaje y hasta pisar el escenario, algo que no repetiré para alivio de quienes leyesen aquel texto, al que me limito a reenviar a quien deseé saber algo más y demuestre de nuevo una paciencia infinita con este que les habla (tanto): https://elarpadebecquer.blogspot.com/2018/08/felicidades-mr-bernstein.html. Y, a pesar de ello, de ir con un conocimiento previo (y de las muchas veces que he visto/escuchado/regresado a la obra), este West Side Story me sorprendió porque, al fin y al cabo, es la película la que una lleva en la memoria y el corazón y esto no es una copia de la misma y, yendo más allá, entrando de lleno en la escena, porque las coreografías mantienen su fuerza, su potencia, su expresividad dramática, sus acrobacias, pocas veces (y lo siento, pero es la verdad) se ha visto un cuerpo de baile tan sólido y de tanta calidad, porque el nivel interpretativo es de muchos quilates, porque Federico Barrios sabe lo que hace (y ama el género), porque la iluminación y la escenografía son impactantes, porque el sonido es impresionante (y no, como suele ser lo habitual por estos pagos, ensordecedor) y porque, yendo a lo más concreto y a lo que ahora interesa por aquí, me reconcilié con Tony, un personaje que, las cosas como son y al margen de que cante algunos de mis temas favoritos de musicales, esos que tarareo aquí y allá, siempre me ha dado bastante pereza (puede que Richard Beymer haya contribuido mucho en ese aspecto) pero al que Javier Ariano dota de sensibilidad, de fragilidad, de auténtica emoción (y no del almíbar que rebosaba el otro), de contradicciones, de pasiones, algo especialmente notorio cuando acomete el mítico María y, literalmente, algo se detiene porque, en lugar de recurrir al habitual derroche y exhibicionismo (que algunos convierten en alarde y demostración de facultades, vaciando la canción de su auténtica intensidad, de su emotividad, de la intimidad y verdad que rebosa), maneja su voz con gusto exquisito para apoyarse en la melodía, en esa orquesta que no pretende imponerse y acompaña/acuna al actor, dejando resbalar las notas, suspirando, loco y muerto de amor, llevándonos al límite (y hasta un poco más allá) de aquello que se le sale del pecho y provoca latidos similares en los espectadores.

   Desde aquel momento mágico, me prometí que algún día se lo diría cara a cara (porque escribí esa misma noche en Instagram, así me nació, me pareció justo, hay que ser agradecido con quien te hace disfrutar -y tuvo a bien responder, algo que no es demasiado habitual en este mundo de egos revueltos que diría Juan Cruz, y no hablo sólo del artístico o del literario-) y le haría un hueco en este rincón por si tenía a bien contagiar al arpa con sus melodías, promesa que se cumplió hace dos semanas y que ahora remato con este desvarío que, por fin, llega al puerto deseado. Era uno de esos días locamente primaverales (e incluso veraniegos) que tuvimos en Madrid en febrero, el sol inundaba el teatro que empezaba a prepararse para la función, Javier aprovechó que los balcones de uno de los pisos superiores (perdí la cuenta subiendo la escalera de toda la vida, la que tantos recuerdos me trae -sobre todo cuando había que bajarla para llegar al camerino de Concha Velasco-) estaban abiertos para olvidarse un rato del invierno (“Hoy hablé con mis padres, en Murcia, y les dije que por fin podía ir sin bufanda y gorro, jajaja!”), allí mismo, como si fuese entre bastidores, sintiendo cerca el latido del escenario, con todos los ecos que resuenan y se perciben en un lugar así, nos sentamos a charlar un rato y con él les dejo, contextualizando mínimamente, cuando sea necesario, algunas de sus palabras:

   Por algo que él mismo explica, no puedo menos que comenzar pidiéndole que me cuente qué tiene con María (la canción, malpensados, ¿no veis que la pongo en cursiva?): “En estos cuatro meses he dicho más veces “María” que en toda mi vida, jajaja. La verdad es que está significando algo muy grande, algo que no esperaba, y el caso es que en la escuela, cuando estaba en tercero de carrera, tuve que cantar esa canción. ¡Menudo lío llevaba entonces en la cabeza, no había manera! Me parecía un tema dificilísimo, que lo es, todavía le tengo mucho respeto y salgo cada día a cantarla con un poco de vértigo. ¡Quién me iba a decir que después de cantarla en una pequeña sala de conciertos lo haría todas las noches en un teatro!”.

   -“Este personaje, el musical en sí, representa una responsabilidad enorme: repito mucho lo del vértigo, pero es algo real que experimento al enfrentarme cada día a una partitura tan prodigiosa y al mismo tiempo tan exigente, especialmente para un novato como yo, que es la primera vez que hago un musical. Está siendo un trabajo muy duro, sobre todo de adaptar la forma de vida a la que estaba acostumbrado a la que requiere afrontar un personaje así en un espectáculo de este tipo, todavía estoy en ello, aunque las cosas ya están muy asentadas”.

   -“Todos tenemos la referencia de la película, es inevitable, y además siempre lo identificamos con el Romeo de Shakespeare, por supuesto, es lo que inspira la obra, pero Federico [Barrios] ha buscado el movimiento interno del personaje, su visceralidad juvenil, y tanto Tony como el resto se han ido construyendo teniendo en cuenta algunas improvisaciones, dejándonos llevar, descubriendo la importancia del texto y la palabra que se alimentan de la música y la coreografía. Se ha primado la búsqueda de la verdad a partir de la interpretación”.

   -“Por mi formación como cantante no puedo aportar la parte más lírica, por eso voy a lo melódico y procuro que no haya demasiada diferencia entre la parte hablada y la cantada; es algo que ha ido surgiendo, no me planteé cómo iba a cantarla, fue trabajando el conjunto del personaje como nació esa manera de hacerlo, estudiando qué necesita el personaje y cómo expresarlo con mi voz de la mejor forma posible”.

   -“El argumento no sólo avanza en las canciones, sino también en las coreografías, en ese sentido “West Side Story” destaca sobre el resto: los pasos de baile marcan la rivalidad, los personajes se explican con movimientos, con desplantes y descaros que llegan desde la interpretación, desde las emociones que hay que expresar”.

   -“Cuando me llamaron para decirme que había sido elegido estaba en Tenerife, de gira con “La edad de la ira”, al día siguiente era mi cumpleaños, me fui al paseo de la playa y me puse a andar unos cuarenta minutos. Bueno, al recibir la videollamada, que fue cómo me enteré, lo primero fue caerme en el sofá, después dije que no sabía si llorar y saltar y como me dijeron que hiciese las dos cosas, me fui a soltar energía, jajaja.”

  -“Tony era un personaje que quería hacer, me encontré con él en la escuela, soy muy de hacer conexiones y, en este sentido, un tiempo antes de la audición me había encontrado tirado en el suelo un libro que era la novelización de “West Side Story”, en la portada están Tony y María en el balcón. Es un libro que he traído en la mochila a los ensayos, me acompaña desde entonces. Por otro lado, me siento muy identificado con él en algunos aspectos: tiene una parte muy onírica, me considero bastante soñador, también conecto con él en estar ahí a ver lo que vendrá, estoy siempre en movimiento, un poco ansioso, jajaja. Es un sueño hecho realidad”.

   Surge un asunto inevitable que, por fortuna, también creo empieza a ser cosa del pasado (pero que han sufrido grandes nombres especializados en el género y así nos lo contaron en su día en Destino Wonderland) y que Javier también conoce por propia experiencia, “algo que, cuando entras en este mundo, más que vivirse se sufre: se establecen muchas diferencias entre interpretar texto e interpretar musical, parece que si haces lo segundo no puedes hacer lo primero, se considera algo menor, como si los actores de musicales fuesen menos actores. Tal vez al principio las cosas se han hecho de otra manera, también en los musicales se primaba o sólo se daba importancia al canto y la danza, pero han ido llegando nuevos espectáculos que lo han unido todo, como debe ser, se han desterrado prejuicios y tabúes”.

   Aunque se graduó en Interpretación Musical por la ESAD con Silvia Montesinos, Javier empezó a llamar la atención de crítica y público gracias a su trabajo en La Joven Compañía: “Según terminaba la carrera, me dice una compañera que había un taller de verano en La Joven Compañía, reconozco que no sabía qué era eso, pero decidí apuntarme, venir a Madrid a ver qué pasaba. En esas dos semanas me enamoré perdidamente del trabajo que hacían José Luis Arellano en interpretación y Andoni Larrabeiti en coreografía, todo el equipo, encontré un lugar en el que se hacía un teatro que me gustaba, potenciando muchos valores y la posibilidad de crear. Cuando me llamaron, me embarqué sin dudarlo en el proyecto y han sido tres años increíbles en los que no dejé de aprender. Además, ¿ves?, vuelvo a conectar unas cosas con otras, la primera obra que hice en Madrid con La Joven Compañía fue “Hey Boy, Hey Girl”, una versión libre de “Romeo y Julieta” de Jordi Casanovas y mira dónde estoy ahora, jajaja”.


   -“Prácticamente cualquier obra recoge algo que ya estaba en “Romeo y Julieta”: la lucha por el amor, las barreras de cualquier tipo, todos los personajes buscan un lugar, un “Somewhere”, donde sentirse libres, eso es lo que les une”.

   -“Este personaje, participar en este montaje es un incentivo para seguir adelante, para no rendirme, para no acomodarme ni entrar en la zona de confort, seguir luchando para mantener el rendimiento en lo máximo, es un empujón más para seguir trabajando y aprendiendo, seguir contando historias”.

   Y nosotros estaremos deseando que lleguen otras a las que él pueda dar vida (aunque, de momento, me da la impresión, viendo la afluencia de público y los elogios cosechados, de que podrán verle durante bastante tiempo por la sucursal del West Side ubicada en el Calderón, un lugar por nosotros, los amantes de musical).