miércoles, 8 de mayo de 2013

LA PARTE POR EL TODO


 


   El otro día tuve ocasión de hablar con el señor (o señora) Salvemos RTVE; en realidad, fue una charla virtual, apenas dos o tres mensajes, pero hay muchos que a eso ya lo llaman conversación y, en realidad, son incapaces de mantener una cara a cara porque sólo viven a través del teclado y la pantalla (es una lástima que todo lo positivo que tienen las redes sociales quede empañado e incluso sepultado por su uso indiscriminado y erróneo, por transformarlas en sustitutivo en lugar de emplearlas como complemento, como acercamiento, como manera de conocer, de estar en contacto cuando el tiempo y la distancia impiden una continuidad en los encuentros). Lo cierto es que cruzamos esas palabras por ese carácter invasivo de este tipo de herramientas, foros y demás perfiles que, en contra de lo que suele afirmarse, otorgan muy poca intimidad (sobre todo cuando te presentas con tu verdadero nombre y una foto que así lo acredita), puesto que yo dejé unas letras en un enlace que daba a conocer una persona con la que trabajé unos años y, claro, como todos sus contactos pueden tener acceso a ello, al final terminas recibiendo directamente la diatriba de alguien que no sabes quién es, porque, para colmo, se presenta con el nombre de una plataforma –sí, ya sé que puede decir que se llama Javier Encinas (aunque en realidad sea Vicentito España o cualquier otro elemento) y colocar una foto de algún modelo para sentirse mejor aunque nada oculte su mediocridad ni miseria de alma, pero al menos en esos casos tienes la sensación de estar dirigiéndote a alguien de carne y hueso-. Lo peor de esta intromisión es que se supone que es alguien que me conoce o sabe de mi existencia (es decir, de mi vinculación durante muchos años a RNE) porque me lo echaba en cara para quejarse de que me veía “desvinculado de esta casa, incluso emocionalmente”, cuando personajillos como el que se oculta detrás de un perfil anónimo son los que, de una forma u otra, han propiciado mi salida de aquel lugar y, sobre todo, que el malestar, lo ominoso, lo doloroso, la desgana, lo amargo, fuese durante bastante tiempo lo que me nacía y rodeaba cada vez (cada día) que regresaba allí y que, a pesar del lenitivo que siempre me ha supuesto el micrófono, el directo, los oyentes, las entrevistas, lo divertido, interesante e imprevisible de un oficio que, a pesar de todo, sigue pareciéndome insustituible, mágico y mi única y verdadera vocación (porque la de escritor se entrelaza con ella formando un conjunto indisoluble), los muchos buenos recuerdos asociados a ese largo periodo radiofónico me parezcan muy lejanos e irrepetibles.

   Tiene su aquel que los mismos que han inspirado, aplaudido, jaleado, distribuido, redactado y leído en alto hojas sindicales en las que se exponía sin recato el sueldo de trabajadores, en las que se hacían insinuaciones nada veladas sobre aspectos de la vida privada de los mismos, en las que se ha incurrido en faltas cuando no directamente en delitos, en las que las patadas al diccionario y los errores ortográficos eran moneda común, sean los que ahora se lamentan de haber perdido a grandes profesionales, esos a los que actuando inquisitorialmente señalaban con la letra escarlata que los delataba como impuros, como indeseables, como prescindibles “porque son externos, no pertenecen a la casa” (ellos lo pronuncian con mayúscula, como la Rusia de John le Carré, para otorgarle empaque y distinción), obviando que son esos los que aumentan la audiencia superando con creces los sueños más dulces de algunos directivos y logrando Premios Ondas que dan prestigio a la Corporación (antes fue ente, todo muy en la línea de Isaac Asimov y por ahí). Y aquí es donde encontramos, tal vez, el auténtico meollo porque el que uno se desvincula emocionalmente: olvidamos que, como nos enseñó el gran Joan Manuel Serrat, “cada uno es como es, cada quien es cada cual y baja las escaleras como quiere” y tendemos a inventar realidades que no son tales o que son, tan sólo, la suma de muchas individualidades. Claro que existe una línea editorial (mucho más marcada en estos momentos, pero también existente en la época zapateril por mucho que se afirme lo contrario –y fue en ese momento cuando se fueron dinamitando ciertos cimientos y propiciando que la caída de la Casa Usher parezca un juego de niños al lado de lo vivido en Prado del Rey-), pero no conviene olvidar (para bien y para mal) a las personas concretas involucradas en la misma, a las que actúan, a las que dictaminan, a las que censuran, a las que deciden, porque son ellas y no “la casa” (qué bueno poder ocultarnos detrás de ese parapeto) los que provocan ciertas situaciones.

   Son muchos los que, sin saberlo (¿Para qué molestarse en consultar un diccionario?), practican casi sin descanso la metonimia, es decir, toman la parte por el todo para generalizar, englobar y, lo que es peor, acusar, reprochar, afear comportamientos personales, sólo porque no se sigue la norma, la que ellos pretenden marcar, el rodillo que a cualquier disensión considera antirrevolucionaria, el activismo tonto y a deshora que se salta toda la enorme gama de grises (de colores) que hay entre lo blanco y lo negro o que, directamente, cae en lo que se supone pretende denunciar y derrocar (sí, nos alegramos mucho de que un Tribunal apoye el derecho a la huelga pero si lo que se reclama es el mismo a no secundarla… ¡ríete tú de las hordas de Furia, esa joya imperecedera de Fritz Lang que nunca me cansaré de recomendar por tantas razones que estos a los que me dirijo quieren ignorar! –hordas, por cierto, a las que se consienten asaltos, zarandeos, amenazas, insultos y/o agresiones como parte del derecho a manifestarse-). No, señor (o señora) Salvemos RTVE, no es que me haya vendido o esté traicionando a nada ni a nadie: sólo soy (fui, ya que le encanta generalizar, parte de la responsabilidad de que ponga ese verbo en pasado –al igual que tantos compañeros (esos sí lo son, como ya le dije: revise la definición de la palabra en el DRAE)- es suya, estimado o estimada) un trabajador, uno más, con nombre y apellido, que entiendo mis responsabilidades y (digámoslo así) servidumbres cuando me pongo delante de un micrófono o una cámara, sé que para el público represento a esa empresa (en muchas ocasiones, craso error, mala apreciación que a veces impide se valore de verdad lo que uno hace y que provoca –en el periodismo y en otros terrenos- que se difame a alguien cuando, sencillamente, decide aceptar una propuesta con mejores condiciones laborales y salariales –otra cosa es que esa persona olvide que hay hemerotecas y archivos y cambie de chaqueta con soltura y rapidez-), pero soy el que soy, gusto por lo que gusto o provoco rechazo por lo mismo, no por trabajar aquí o allá. Y, mire, si quiere saber más, si de verdad le preocupan los hijos desafectos, busque las razones al lado, ahí mismo las tiene, o léase 24 horas de un periodista desesperado y comprenderá por qué uno, aunque siga buscando un trabajo, prefiere no estar en ciertos lugares (sobre todo cuando te meten en el mismo saco que esos que, por carambola, contactos o argucias, se consideran con derecho a extender certificados de idoneidad, ellos que no tienen preparación ni cualificación para estar donde están, ellos que –ya que nos ponemos así, utilicemos el mismo vocabulario- pertenecen a la casa desde hace menos que un servidor). Y, por cierto, nunca me ha importado ser crítico con la empresa a la que prestase mis servicios en ese momento: puede recurrir una vez más a las redes sociales para ello, las mismas que algunos consultaban para irles con el cuento a los directivos; puede que uno gestione cierta prudencia, claro, aunque eso suponga permitir una cierta alienación, pero llega un punto en que si consientes que algunos abonen su impunidad con tu dignidad estás siguiéndoles el juego, por mucho que después presumas de lo contrario por ahí fuera. Pero esto, por supuesto, es algo personal: entre usted, señor (o señora) Salvemos RTVE y yo, no mezclemos a nadie más ni confundamos el culo con las témporas (por cierto, muy curiosa la etimología de esta palabra, pero, al igual que con “compañero”, dejo que sea usted mismo quien busque la solución).